Sospecha
Un cuento Por David Alberto Muñoz Nunca hubiese esperado esa reacción de Jimena. Siempre fuimos muy buenas amigas, aunque creo que al final de cuentas, todos jalamos cada quién para su lado. Pero no puedo evitar el preguntarme qué provocó esa reacción tan agresiva por parte de ella. Yo sé bien que las mujeres tenemos nuestro ego como cualquier otro, y que algunas de nosotras podemos ser medio canijas, pero lo qué sucedió no tiene mucho sentido para mí. Me llamo Raquel Osorio Dorantes. Soy originaria del estado de Jalisco. Cuando éramos chicas, Jimena y yo crecimos prácticamente juntas. No existía forma de separarnos. Fuimos a las mismas escuelas, nuestros padres se conocían en la intimidad. O ella iba y se quedaba en mi casa o yo iba y dormía en la suya. Era tan normal que en ocasiones mis padres me preguntaban, ¿vas a dormir hoy con Jimena o se va a quedar ella en la casa? La respuesta por regla general dependía de que travesura traíamos en la mente, y qué queríamos hacer. A mí me dijo Soraya, una amiga mutua, que Jimena estaba enamorada de mí desde siempre. Yo no lo creo. Cuando somos chamacos inventamos cada cosa nada más para conseguir atención. Nos gusta escandalizar a los demás. No voy a mentir, y a decir que no experimentamos cuando éramos adolescentes. Ella me llevaba detrás del edificio de la escuela secundaria dónde estudiábamos y me tocaba, me manoseaba. Yo me dejaba, pero no sabía ni por qué, ni entendía que estaba pasando. Pero de eso a estar enamorada, y hacer lo que hizo, me parece una verdadera locura. Una broma de muy mal gusto. ¿A quién se le ocurre meterte a la casa de tu amiga y robarle dinero a su marido para después echarte la culpa a ti? ¡Es inaudito! La mera verdad me cuesta trabajo creerlo. Cuando me arrestó la policía me hicieron un montón de preguntas que no iban al caso. ¡Era yo la sospechosa principal! —¿Cuánto tiempo de amantes tenían usted y la señora Jimena Gallardo? —¿Amantes? Está usted loco señor, no éramos amantes, éramos amigas de toda la vida. Nada más. ¿De dónde sale esa estúpida idea de que éramos amantes? —¡Cálmese señora! Tranquila… tiene que entender que tenemos sospechas de usted. Eso es todo. —¿Sospechosa, yo? Entonces me enseñaron las fotos. —¿Quién tomó estas fotos?—le grité prácticamente al detective. —Eso no importa señora. Lo importante es que es usted y la señora Jimena. Tuve que aceptar que en un momento dado Jimena y yo, sí llegamos al acto sexual. Luego me dijeron que las fotos las había tomado mi marido. ¡Jesús María y José! Eso no quiero ni pensarlo… pero de eso a ser amante de Jimena. ¡Está loco! —Lo que pasó señor detective, es que de chica Jimena era muy mañosa, y pues le gustaba agarrarme a mí, y yo me dejaba; hasta le puedo decir que en un momento dado me gustó, pero nada más, nada que fuese en serio, ¿me entiende? Pero de eso a ser amantes. ¡Por favor señor, soy una mujer casada y con hijos? Además, ¿por qué le iba yo a robar a mi marido? Ya tenemos muchos años viviendo como marido y mujer, y créame, nos hemos entendido. No le voy a mentir que hemos tenido problemas, pero de eso a acostarme con Jimena por deseo propio. ¡Por el amor de Dios! —Señora Osorio, no la estamos juzgando, créame. Sólo deseamos entender que fue exactamente lo que sucedió con la señora Jimena antes de morir. Cuando llegamos a su casa, usted tenía una pistola en sus manos, su marido estaba literalmente congelado y frente a él, el cuerpo de la señora Jimena. ¿Qué pasó? —¡Y yo que voy a saber! Yo no la maté, de eso pueden ustedes estar seguros. Es más, yo estaba con mi marido, como debe estar una verdadera mujer, junto al hombre con quién ha unido su vida, bajo el santo sacramento del matrimonio; un varón que nos dio no solamente su apellido, sino toda la protección de una familia. Yo sé que tal vez, en la actualidad ya no se utilizan principios o valores morales. Hoy en día todo mundo se acuesta con todo mundo, hombres con hombres y mujeres con mujeres. Pero yo, yo soy una mujer respetable, decente, y sí, no niego que en esas fotos estoy besando a Jimena, pero por el amor de Dios, ¿usted nunca experimentó con sus amigos de la escuela? Me va a decir que nadie nunca le quiso agarrar su miembro. Algún amigo… Yo no hice nada señor detective. —Esta fotografía fue tomada hace apenas unos cuántos días. No es una foto de su adolescencia señora Osorio. Entonces pude ver que era verdad. Jimena estaba casi desnuda totalmente, y tenía su mano derecha debajo de mi falda. Yo la verdad estaba muy excitada. No que me gustara Jimena, era simplemente una forma de reforzar nuestra amistad de tantos años. ¿Sí me explico? La gente nunca entiende razones. Siempre andan juzgando a los demás. ¿A poco ellos no sienten? Sí, hablo de sentir deseos sexuales. —¿Qué sucedió cuando llegó el señor Osorio? —¿Cómo dice usted? ¿Llegó mi marido? Ni cuenta me di. Yo simplemente estaba tratando de decirle a Jimena que ya todo iba a terminar, que yo ya no podía seguir con esa situación, no podía ya estar con ella. Y repito, no que me gustara, sino más bien, en ocasiones lo hacía… porque sí creo que deben de saberlo… pues llegué a hacerlo simplemente por lástima hacia ella, ella siempre andaba detrás de mí, y yo pues qué podía hacer. —¿Fue entonces cuando usted tomó el arma y le disparó a Jimena? —¿Cómo dice? ¿Qué yo le disparé a Jimena? ¿Está usted loco? ¿Por qué iba yo hacer semejante cosa? Una cosa es que de vez en cuando jugáramos la una con la otra, y otra completamente distinta es el quitarle la vida a un ser humano. El detective Farías sonrió con cierta compasión y miró a su compañero. —¿Por qué lo hizo Raquel? ¿Por qué le quitó la vida a Jimena? ¿Si eran tan amigas, que fue lo que realmente causó este crimen? Fue entonces cuando me destrocé completamente. Ya no supe qué hacer ni que decir, ni cómo ocultar más mi culpa. ¡Sí mi culpa! —Sí señor detective. No sólo soy sospechosa. Soy culpable. Cuando llegó Ricardo, mi marido, Jimena y yo estábamos haciendo el amor. Ya podrá usted imaginarse cómo me sentí. Lo hice porque no quería que mi marido imaginara que yo andaba haciendo algo malo. Porque me aterra pensar qué va a decir la gente de mí. ¿Me entiende? Los humanos nos juzgamos unos a otros ferozmente, y cuando cometemos un pequeño error, nos lanzamos a destruirnos con una bestialidad asombrosa. Pensé que sería más fácil pretender que Jimena me estaba violando o algo así. Ricardo nunca ha sido muy inteligente que digamos. Ha sido un buen hombre, pero la única que ha podido satisfacerme plenamente ha sido Jimena. Sí… mi dulce Jimena…yo creo que ahora que ya está muerta, no hay duda al respecto… ¿No cree usted? Yo soy una mujer decente y no puedo permitir que se hablen cosas de mí. Fue en defensa propia. ¿Entendió? Fue por defenderme… sí, por defenderme, ella me acosó toda la vida, nunca pude liberarme… El detective Farías la vio con clemencia. —¿Liberarse de qué señora? ¿De usted misma, de sus propios temores, de los juicios de la sociedad? ¿O de su amante? ¿O simplemente aceptar quién era usted en realidad? Farías suspiró profundamente. —Llévensela. Escriban la confesión para que ella la firme. —¿Firmar qué señor detective? Yo no la maté, le digo. Yo solamente me defendí. Me llevaron a un hospital, porque según ellos estoy loca… me metieron en una celda de por vida… me dan medicinas todo el día para tenerme azonzada todo el tiempo… eso me dicen por ahí…pero está bien, porque yo sé que todo mundo sabe que lo hice por defender mi dignidad de mujer, porque soy ante todo una mujer decente, moral. Nadie puede dudar de eso… no… nadie… Jimena… nunca te lo dije, pero creo que todo mundo sospechaba de nosotras… sí… una sospecha solamente… eso es todo… una sospecha… ya está todo arreglado… © David Alberto Muñoz
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Fátima
Un cuento Por David Alberto Muñoz —¿Cómo fue que te pusieron ese nombre? —Pues tiene toda una historia. Mi mamá siempre me la ha contado. —Pues cuéntame. —Mira, cuándo yo nací, nací enfermita. La mera verdad no tengo el recuerdo ni la seguridad de qué tenía. Era una bebé de meses de nacida. Me han dicho que me dio una gripa muy fuerte. Otros me han compartido que nací con un tumor en el cerebro, y otros simplemente que tenía una de esas enfermedades peligrosas que les dan a los niños y punto. Pues mi madre como buena católica que era me puso en las manos de la Virgencita de Guadalupe, y le juró a la virgen que, si me salvaba, me pondría el nombre de Guadalupe. Pero, ¿qué crees? —¿Qué? —Pues que la oración no funcionó. No sé si te habrás dado cuenta de que a veces, Dios o la virgen no responden. Me cae que sí, eso es algo que al menos a mí me ponía mucha duda ya después que crecí y comencé a pensar por mi misma. ¿Cuánta gente no pone toda su fe en sus rezos a la virgen o a Dios y nada pasa? Mi madre es muy religiosa, va a misa todos los días, se reza no sé cuántos Padres nuestros y claro, le reza a la virgen, o las vírgenes debo decir. Me han dicho que todas son una representación de la virgen María. Por eso hay vírgenes negras, morenas, blancas y de todos sabores para satisfacer a toda la población mundial. —No te burles, yo soy muy católica también. —No me burlo, simplemente que así son las cosas. Hay que decir las cosas como son. ¿o no? —Pero bueno, ¿dónde entra lo de Fátima? —Pues estaba yo muriéndome de plano, hasta mi papá ya había hablado con el sacerdote para que predicará en mi sepelio. Ya me daban por muerta. Todos en mi pueblo se enteraron. Nací en un lugar algo chico, se llama precisamente Nácori Chico, en el estado de Sonora, es un lugar muy bonito, pero de que todo mundo se da cuenta de lo que hace todo mundo, pues eso qué ni qué. —¿Y qué pasó? —Pues quizás, en un acto de desesperación, mi madre hizo una manda a la Virgen de Fátima, y le prometió lo mismo que a la virgencita de Guadalupe, que, si me salvaba, me pondría su nombre. Y aquí estoy. —¡Óyeme! Está suave la historia. —Mi mamá la cuenta mejor. Pero ¿sabes qué? —¿Qué? —Yo dudo mucho que los rezos en verdad lleguen al cielo. —No seas sacrilegia, eso es pecado. Tú eres un ejemplo claro de que la virgencita de Fátima te salvó. —Pues no lo creo, durante mucho tiempo estuve metida dentro de la iglesia. Tome un montón de cursos bíblicos. No sólo católicos, también anduve con los protestantes. Yo la verdad, quería mucho a ese Dios, era mi todo. Pero con el paso del tiempo me desilusioné de todo, la verdad de todo y de todos. —¿Pero porqué manita? —Te prohíben todo, todo es pecado delante de Dios. No puedes tomar, no puedes decir groserías, debes de cubrir tu cuerpo para no provocar al varón, nada de tener sexo fuera del matrimonio, eso sí es una condenación segura, tienes que dejarte que todo mundo te chingue la mera verdad, porque si no lo haces, estás pecando delante del Dios todopoderoso. No te has fijado que todas las mujeres se hacen bien cuachalotas en las iglesias. Yo sé que todas vamos envejeciendo, pero ya no se cuidan, no se arreglan, se dejan ir, según ellas se llenan del espíritu santo. Yo pienso que debemos de cuidarnos lo mejor que podamos, ¿no? —Pues sí, quizás tengas razón. —Me acuerdo que yo me maquillaba, me decían eso es vanidad. Me ponía un vestido nuevo, sobre la rodilla, me decían está muy corto, pareces ramera. Le decía a alguien se ve muy bien hermana, me decían no prediques el orgullo ¡Chingada madre, todo era pecado! A mí me tenían bien amarrada, controlada completamente. Fue muy feo la verdad. —Pues nunca lo había visto así. —¿Sabes lo que significa mi nombre? Mi nombre viene del árabe, y quiere decir única. Y sí, soy única, rebelde, a veces medio terca. Yo no puedo estar satisfecha haciéndole de comer a un hombre todos los días, ni lavándole su ropa, o sus calzones. No tengo la paciencia para estar metida en la casa y no salir al mundo. El mundo es tan inmenso, tan grande. Yo no sé quién fue el que nos puso a las mujeres dentro del hogar. Un día de plano me rebelé. Rechacé todo aquello que me habían enseñado. Y me dije a mí misma. Yo soy Única, si, única, y quiero vivir mi vida, deseo hacer lo que yo quiera sin frenos morales o religiosos. Sí, yo soy Fátima, hembra, mujer e individuo. —¡Híjole manita! Suena chido, pero ahora entiendo por qué tu familia ha reaccionado cómo lo ha hecho. Se dice muy fácil, pero está cañón hacerlo. —A veces no estoy segura de que si lo que estoy haciendo sea lo correcto. Pero sí estoy segura que lo que hago es lo mejor para mí. La vida es tan corta Isabel. Y bueno, dice mi mamá que ella rezó a Fátima, y resultó, y que la oración a la virgencita de Guadalupe no. Pues yo le agradezco a la virgen de Fátima, el nombre, yo soy única. Se me hace chistoso ¿no crees? —¿Qué? —Parece hasta competencia. ¿Cuál virgen responderá a las suplicas de sus hijos? Yo ya no creo en los santos ni en las vírgenes, yo creo en mí misma. Y sí, lo repito, me llamo Fátima, y soy única. Isabel sonrió con una rara sonrisa impregnada con un poco de perversidad. —¿Pero oye? —Dime… —¿Por qué te llamas tú Isabel? —¡Híjole manita! Eso ya es otro cuento. © David Alberto Muñoz Correspondencia
Un cuento por David Alberto Muñoz Querida Lupita: Te escribo hasta ahora porque no me había sido posible hacerlo, de verdad, no te miento. Ya sabes cómo es la vida y en ocasiones te ocupa en tantas cosas que los buenos deseos se quedan en eso, solamente buenas intenciones. Ya sé que habíamos quedado en comunicarnos más seguido, pero con esto de las tecnologías, no sé exactamente qué hacer. Si escribirte un correo electrónico, o mandarte un Twitter. Al final de cuentas decidí escribirte una carta, porque al menos en mis tiempos era lo que uno utilizaba para comunicarse con los demás. Recuerdo que mi hija me escribió una vez una carta, y me dijo que no entendía porque querían que le pusiera un sticker a la carta. Cómo me dio risa, pensaba la chamaca que la estampilla postal era una de esas etiquetas que a veces los maestros de primaria les dan a los alumnos por buen comportamiento. Y pues como no hay que pagar por mandar mensajes por la compu, pues ella asumió que era igual si mandabas una carta. Bueno, eso de no pagar es simplemente simbólico, porque ya andan por ahí diciendo que nos quieren cobrar no solamente por tener acceso al Internet, sino no sé qué carajos nos quieren cobrar. El día que descubran cómo recaudar dinero por respirar, entonces ya nos llevó la chingada. Me acuerdo que una vez en un hotel de Guadalajara, iba yo ya dejando el hospedaje, y me había tomado una botellita de agua que estaba en el cuarto dónde me quedé. Pues el encargado me dijo: —Son $20 pesos por el agua señor. Y que le contesto: —¿Y por el aire no cobran? —No señor, eso es gratis. ¡Hijos de su reverenda madre! Pero bueno, me estoy distrayendo del propósito de mi carta. Que por cierto la he empezado varias veces, porque con eso de que ahora nada más escribimos en la computadora, como que se me estaba olvidando como escribir a mano. ¿Sí me explico? Bueno, no que se me estuviera olvidando, pero la práctica es tan importante. A mí me enseñaron la mentada letra cursiva. Cuando iba en primer año de primaria, me dejaban una de planas que hacer, que hasta me decía mi mamá que lloraba de tanto trabajo que nos daban. Pero al final de cuentas aprendimos a escribir bien, digo yo. Hasta una vez, la maestra le mandó un recado a mi madre diciéndole que no me hiciera la tarea. Mi mamá se encabronó e inmediatamente le contesta diciendo que me pusiera a escribir para que viera que era yo el que hacia todas las mentadas planas. Pero bueno, al grano ¿no crees? Te escribo porque deseo entablar una conversación nuevamente contigo. Como las que teníamos antes. Estoy consciente de que han pasado ya muchos años y muchas cosas, y de que a veces la gente se distancia no por voluntad propia sino más bien porque así es la susodicha vida. Yo no sé qué pasó con todo esto de la modernidad, con los pinches milenarios, de que todo ahora es tecnología, que con tanta cosa que hay, la gente ya ni siquiera se mira a los ojos. ¿No has notado eso? Sales a la calle y todo mundo viendo su teléfono. El otro día fui a cenar con Conchita, mi prima, y ya estábamos sentados en la mesa, y te juro por mi madrecita, que todo mundo estaba bien metido en su teléfono celular. ¡Óyeme! Yo no digo que no lo usen, creo que es increíble cómo podemos ahora saberlo todo casi al instante, pero no mamen, hemos perdido ese sentimiento de humanidad, de contacto de carne y hueso que poseíamos antes. ¿No crees? Créeme, que deseo encontrar nuevamente ese sentir contigo. Si tú me lo permites. Ya sé que los dos estamos matrimoniados, pero lo que busco es ese sentimiento de confianza, de sentirme totalmente a gusto como cuando éramos jóvenes. No nos preocupábamos de qué íbamos a decir o a hacer, simplemente lo realizábamos. ¿Te acuerdas? Cuando nos escribíamos una carta al mes, por lo menos si no es que más, y lo curioso era que vivíamos en el mismo barrio. ¡Cosas de chamacos! ¿No crees? Yo esperaba tus cartas con tanta ansiedad, y hasta gritaba de gusto cuando llegaban. Todos en la cuadra sabíamos el nombre del cartero, Don Gregorio, aunque todos le decíamos Don Goyo, y todos los días, hasta en ocasiones los fines de semana pasaba Don Goyo a dejarnos nuestras cartitas, y hasta él sabía nuestras intimidades el carajo. —Ya le escribió su hijo Ramiro Doña Meche, ¿qué le cuenta? ¿Todo bien? —Licenciado, ya le enviaron su cheque de aguinaldo. No se olvide de dejar su propinita ¿sale? A mí me decía: —Ya te escribió otra vez la Lupita, Mauro José. Pórtate bien, nada de andar ahí de coqueto con la Nora, si no yo le digo a la Lupita. Y me canso que te va a mandar por un tubo. ¡Pinche chamaco caliente! —¡Cómo cree Don Goyo! Yo no soy de esos. —Eso decimos todos chamaco, precisamente eso decimos todos, y a la hora de la hora. Se iba soltando una pícara carcajada que todos en el barrio podíamos escuchar. Cuando te fuiste, la verdad no sabía qué hacer. Las primeras semanas fueron bien duras. No podía dormir. Te imaginaba en la ventana de tu cuarto, ya ves cómo nos podíamos ver en las noches con esas velitas que encendíamos los dos. Ya estaba bien mal acostumbrado a verte casi todos los días, a ir a comer unos tacos enfrente de la casa de la Sra. Chona. O ir juntos a comprar el pan antes de la merienda. Después de la escuela, ¿te acuerdas? Que nos íbamos solos a las cuevas y hacíamos nuestras cosas, y me dejabas sentir tus senos grandes y voluptuosos, y hasta en una ocasión me agarraste mi miembro y te dio mucha risa porque me dijiste estás bien caliente Mauro José, cochino, y luego me besaste con mucha pasión. ¿Por qué te fuiste Lupita? Esto lo digo nada más porque así pasó. Tú bien lo sabes ¿qué no? No me mal intérpretes. Ya sé que te fuiste porque tu familia se cambió de país. Y luego con el paso de los años nos olvidamos el uno del otro, bueno, yo no te olvidé… y me gusta pensar que tú tampoco, pero bueno, eso ya no tiene remedio, sólo busco a mi Lupita para platicar de los tiempos de antaño, y quizás de los de ahora. Todo mundo en México se quiere ir para los Estados Unidos. Dizque hay más oportunidad y no sé qué. Bueno, no todos, hay algunos que dicen que es mejor quedarse en tu tierra que ir para ser discriminando como nos hacen a muchos de nosotros por acá. Pero ahora, ya estoy aquí también; me vine hace casi ya 10 años, me casé de este lado y tuve a mi hija, y de pronto pensé, ¿por qué no busco a la Lupita? Ya sé que han pasado muchas cosas, que los dos estamos matrimoniados, pero sólo deseo decirte que quisiera por lo menos hablar contigo y platicar de todas las tonterías que platicábamos antes. Si encuentras un tiempito, por favor, escríbeme, sí, por carta, como lo hicimos por mucho tiempo antes de dejar de comunicarnos. Tuyo siempre, Mauro José *** Mauro José: Te voy a suplicar no me vuelvas a escribir. Ya han pasado muchos años, y la verdad no me acuerdo muy bien de esas cosas que dices. Tengo marido y es muy celoso. No quisiera que encontrara una de tus cartas y vaya a mal interpretar. Por favor, déjame en paz. Lupe *** Querida Lupita: Perdóname, no es mi intención causarte problemas, de verdad. Yo quería nada más platicar, es todo, porque hoy en día la gente ya no platica. Hablan nada más con su teléfono, pero lo que significa entablar una conversación, escucharse mutuamente, no, eso ya no existe, por eso quería que tú y yo lo hiciéramos. Todo mundo a la carrera, todo rápido, no hay tiempo de sentarse a leer o a escribir una carta a tus familiares, amigos o a tus amores perdidos. Disculpa, creo que entre más pasa el tiempo, más nos vamos separando los humanos. Moriremos no con nuestros seres queridos, sino más bien, moriremos con nuestros teléfonos celulares y nuestras computadoras, y nos enterrarán junto con nuestras tabletas y una batería extra en caso de que la necesitemos en el más allá. Yo sólo quería escribirte, y decirte lo que sentía por ti. Y de verdad, sólo quiero platicar. Perdón, no lo vuelvo hacer. Mauro José *** Querido Mauro José: Dispensa, no quise ser grosera, es que ya pasó tanto tiempo, que creo que es mejor no buscarle tres pies al gato. Me dio gusto saber de ti. Cuídate. Lupita *** Querida Lupita: Como tú digas. Recibe un beso cariñoso de mi parte. Mauro José *** Querido Mauro José: Gracias. Te mando un abrazo cariñoso, y te devuelvo el beso. Lupita *** Querida Lupita: Creo que ya lo logramos… estamos platicando… ¿O no? Muchos besos en todo tu cuerpo. Mauro José *** Querido Mauro José: No estoy segura, pero creo que el recuerdo ya nos invadió. Lo mismo para ti. Ya no me escribas. Lupita *** Y la conversación parecía seguir… ¿o no? © David Alberto Muñoz Se dio cuenta
Un microcuento por David Alberto Muñoz Lucrecia despertó para percatarse quizás por primera vez que su compañero se estaba encogiendo. Nunca lo hubiese imaginado. Después de tantos años de vivir juntos, la corpulencia y los anchos brazos de Joaquín, parecían desaparecer minuto a minuto. Todavía recordaba la noche de bodas, el viaje de luna de miel, cuando se la pasaban literalmente todo el día en la cama haciendo el amor, o cogiendo, como en ocasiones le decía él. —Hay que decir las cosas como son. ¿No crees? —¿Pero coger? Se oye muy feo Joaquín. Lucrecia miraba como el cuerpo de su amante se estaba literalmente secando. Las arrugas ya se le miraban con mucha claridad, el poco pelo que le quedaba ya estaba totalmente blanco. Pensó: “Anoche todavía hicimos el amor. Sentí sus huesos sobre mi piel”. De pronto, se puso de pie, como asustada… volteó para todos lados buscando algo, y vio su propia imagen desnuda en el espejo del tocador que estaba frente a la cama. Ella ya era un esqueleto. Habían fallecido hace más de 35 años. Lucrecia, apenas se estaba dando cuenta. © David Alberto Muñoz |
David Alberto MuñozSe autodefine como un cuentero, a quién le gusta reflejar "la compleja experiencia humana". Viaja entre 3 culturas, la mexicana, la chicana y la gringa. Es profesor de filosofía y estudios religiosos en Chandler-Gilbert-Community College, institución de estudios superiores. Archives
July 2021
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