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Presencia

Sospecha

12/27/2018

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Sospecha
Un cuento
Por David Alberto Muñoz
 
Nunca hubiese esperado esa reacción de Jimena. Siempre fuimos muy buenas amigas, aunque creo que al final de cuentas, todos jalamos cada quién para su lado. Pero no puedo evitar el preguntarme qué provocó esa reacción tan agresiva por parte de ella. Yo sé bien que las mujeres tenemos nuestro ego como cualquier otro, y que algunas de nosotras podemos ser medio canijas, pero lo qué sucedió no tiene mucho sentido para mí.
 
Me llamo Raquel Osorio Dorantes. Soy originaria del estado de Jalisco. Cuando éramos chicas, Jimena y yo crecimos prácticamente juntas. No existía forma de separarnos. Fuimos a las mismas escuelas, nuestros padres se conocían en la intimidad. O ella iba y se quedaba en mi casa o yo iba y dormía en la suya. Era tan normal que en ocasiones mis padres me preguntaban, ¿vas a dormir hoy con Jimena o se va a quedar ella en la casa? La respuesta por regla general dependía de que travesura traíamos en la mente, y qué queríamos hacer.
 
A mí me dijo Soraya, una amiga mutua, que Jimena estaba enamorada de mí desde siempre. Yo no lo creo. Cuando somos chamacos inventamos cada cosa nada más para conseguir atención. Nos gusta escandalizar a los demás. No voy a mentir, y a decir que no experimentamos cuando éramos adolescentes. Ella me llevaba detrás del edificio de la escuela secundaria dónde estudiábamos y me tocaba, me manoseaba. Yo me dejaba, pero no sabía ni por qué, ni entendía que estaba pasando. Pero de eso a estar enamorada, y hacer lo que hizo, me parece una verdadera locura. Una broma de muy mal gusto. ¿A quién se le ocurre meterte a la casa de tu amiga y robarle dinero a su marido para después echarte la culpa a ti?
 
¡Es inaudito! La mera verdad me cuesta trabajo creerlo. Cuando me arrestó la policía me hicieron un montón de preguntas que no iban al caso. ¡Era yo la sospechosa principal!
 
—¿Cuánto tiempo de amantes tenían usted y la señora Jimena Gallardo?
 
—¿Amantes? Está usted loco señor, no éramos amantes, éramos amigas de toda la vida. Nada más. ¿De dónde sale esa estúpida idea de que éramos amantes?
 
—¡Cálmese señora! Tranquila… tiene que entender que tenemos sospechas de usted. Eso es todo.
 
—¿Sospechosa, yo?
 
Entonces me enseñaron las fotos.
 
—¿Quién tomó estas fotos?—le grité prácticamente al detective.
 
—Eso no importa señora. Lo importante es que es usted y la señora Jimena.
 
Tuve que aceptar que en un momento dado Jimena y yo, sí llegamos al acto sexual. Luego me dijeron que las fotos las había tomado mi marido. ¡Jesús María y José! Eso no quiero ni pensarlo… pero de eso a ser amante de Jimena. ¡Está loco!
 
—Lo que pasó señor detective, es que de chica Jimena era muy mañosa, y pues le gustaba agarrarme a mí, y yo me dejaba; hasta le puedo decir que en un momento dado me gustó, pero nada más, nada que fuese en serio, ¿me entiende? Pero de eso a ser amantes. ¡Por favor señor, soy una mujer casada y con hijos? Además, ¿por qué le iba yo a robar a mi marido? Ya tenemos muchos años viviendo como marido y mujer, y créame, nos hemos entendido. No le voy a mentir que hemos tenido problemas, pero de eso a acostarme con Jimena por deseo propio. ¡Por el amor de Dios!
 
—Señora Osorio, no la estamos juzgando, créame. Sólo deseamos entender que fue exactamente lo que sucedió con la señora Jimena antes de morir. Cuando llegamos a su casa, usted tenía una pistola en sus manos, su marido estaba literalmente congelado y frente a él, el cuerpo de la señora Jimena. ¿Qué pasó?
 
—¡Y yo que voy a saber! Yo no la maté, de eso pueden ustedes estar seguros. Es más, yo estaba con mi marido, como debe estar una verdadera mujer, junto al hombre con quién ha unido su vida, bajo el santo sacramento del matrimonio; un varón que nos dio no solamente su apellido, sino toda la protección de una familia. Yo sé que tal vez, en la actualidad ya no se utilizan principios o valores morales. Hoy en día todo mundo se acuesta con todo mundo, hombres con hombres y mujeres con mujeres. Pero yo, yo soy una mujer respetable, decente, y sí, no niego que en esas fotos estoy besando a Jimena, pero por el amor de Dios, ¿usted nunca experimentó con sus amigos de la escuela? Me va a decir que nadie nunca le quiso agarrar su miembro. Algún amigo… Yo no hice nada señor detective.
 
—Esta fotografía fue tomada hace apenas unos cuántos días. No es una foto de su adolescencia señora Osorio.
 
Entonces pude ver que era verdad. Jimena estaba casi desnuda totalmente, y tenía su mano derecha debajo de mi falda. Yo la verdad estaba muy excitada. No que me gustara Jimena, era simplemente una forma de reforzar nuestra amistad de tantos años. ¿Sí me explico? La gente nunca entiende razones. Siempre andan juzgando a los demás. ¿A poco ellos no sienten? Sí, hablo de sentir deseos sexuales.
 
—¿Qué sucedió cuando llegó el señor Osorio?
 
—¿Cómo dice usted? ¿Llegó mi marido? Ni cuenta me di. Yo simplemente estaba tratando de decirle a Jimena que ya todo iba a terminar, que yo ya no podía seguir con esa situación, no podía ya estar con ella. Y repito, no que me gustara, sino más bien, en ocasiones lo hacía… porque sí creo que deben de saberlo… pues llegué a hacerlo simplemente por lástima hacia ella, ella siempre andaba detrás de mí, y yo pues qué podía hacer.
 
—¿Fue entonces cuando usted tomó el arma y le disparó a Jimena?
 
—¿Cómo dice? ¿Qué yo le disparé a Jimena? ¿Está usted loco? ¿Por qué iba yo hacer semejante cosa? Una cosa es que de vez en cuando jugáramos la una con la otra, y otra completamente distinta es el quitarle la vida a un ser humano.
 
El detective Farías sonrió con cierta compasión y miró a su compañero.
 
—¿Por qué lo hizo Raquel? ¿Por qué le quitó la vida a Jimena? ¿Si eran tan amigas, que fue lo que realmente causó este crimen?
 
Fue entonces cuando me destrocé completamente. Ya no supe qué hacer ni que decir, ni cómo ocultar más mi culpa. ¡Sí mi culpa!
 
—Sí señor detective. No sólo soy sospechosa. Soy culpable. Cuando llegó Ricardo, mi marido, Jimena y yo estábamos haciendo el amor. Ya podrá usted imaginarse cómo me sentí. Lo hice porque no quería que mi marido imaginara que yo andaba haciendo algo malo. Porque me aterra pensar qué va a decir la gente de mí. ¿Me entiende? Los humanos nos juzgamos unos a otros ferozmente, y cuando cometemos un pequeño error, nos lanzamos a destruirnos con una bestialidad asombrosa. Pensé que sería más fácil pretender que Jimena me estaba violando o algo así. Ricardo nunca ha sido muy inteligente que digamos. Ha sido un buen hombre, pero la única que ha podido satisfacerme plenamente ha sido Jimena. Sí… mi dulce Jimena…yo creo que ahora que ya está muerta, no hay duda al respecto… ¿No cree usted? Yo soy una mujer decente y no puedo permitir que se hablen cosas de mí. Fue en defensa propia. ¿Entendió? Fue por defenderme… sí, por defenderme, ella me acosó toda la vida, nunca pude liberarme…
 
El detective Farías la vio con clemencia.
 
—¿Liberarse de qué señora? ¿De usted misma, de sus propios temores, de los juicios de la sociedad? ¿O de su amante? ¿O simplemente aceptar quién era usted en realidad?
 
Farías suspiró profundamente.
 
—Llévensela. Escriban la confesión para que ella la firme.
 
—¿Firmar qué señor detective? Yo no la maté, le digo. Yo solamente me defendí.
 
Me llevaron a un hospital, porque según ellos estoy loca… me metieron en una celda de por vida… me dan medicinas todo el día para tenerme azonzada todo el tiempo… eso me dicen por ahí…pero está bien, porque yo sé que todo mundo sabe que lo hice por defender mi dignidad de mujer, porque soy ante todo una mujer decente, moral. Nadie puede dudar de eso… no… nadie…
 
Jimena… nunca te lo dije, pero creo que todo mundo sospechaba de nosotras… sí… una sospecha solamente… eso es todo… una sospecha… ya está todo arreglado…
 
© David Alberto Muñoz

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    David Alberto Muñoz

    Se autodefine como un cuentero, a quién le gusta reflejar "la compleja experiencia humana".  Viaja entre 3 culturas, la mexicana, la chicana y la gringa. Es profesor de filosofía y estudios religiosos en Chandler-Gilbert-Community College, institución de estudios superiores.

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