El Fosforito
Un cuento por David Alberto Muñoz Acababa de apagar su computadora. Ya tenía el vicio de estar revisando su mentado Facebook cada cinco segundos. Era como si fuese a pasársele algo muy importante, y que él no se diera cuenta. Uno nunca sabe. Las cosas con frecuencia pasan arbitrariamente, y si uno no presta atención, se le puede pasar el aire mismo de la vida. Como al Alberto, a quién literalmente se le fue la chava con otro, porque nunca se atrevió a decirla nada. Nos decía a todos ahora si le voy a llegar, pero nada pasaba. Por eso le decían el Machorra, se creía muy listo y muy macho, pero era un chorras, era más pendejo que nada. Precisamente por eso, era menester revisar los medios sociales a cada rato. Creo que ya era la época, cuando todo mundo caminaba viendo al teléfono nada más, sin prestar atención al mundo exterior. Todos deambulaban por las calles de las ciudades llenos de una extraña y rara urbanidad tecnológica, poseídos por un gusano virtual, que decidía los destinos y las direcciones de las personas antes de que éstas pudieran tener un pensamiento libre. —¡Me cae que sí! Él, se llamaba Jaime. Le decían en la escuela el Fosforito, porque para todo alegaba. Aunque le estuvieran dando la razón, Jaime, el Fosforito, defendía sus puntos de vista, aunque no hubiese necesidad de ello. Parece ser que lo que le gustaba era contradecir a medio mundo. Hasta los maestros, como el maestro de educación vocacional, un tal Joaquín Salazar Baranda, a quién le decían el Cura, porque te daba unos sermones más largos y más aburridos que en la propia misa. El hombre no era mal maestro, pero era más pesado que a todo mundo se le figuraba que estaba confesándote, y a nadie le gustaba hablar con él, sobre todo al final del día. El señor no se callaba, te decía, yo creo que usted no ha leído el libro de texto. Mire jovencito, lo que estamos tratando de inculcarle es el valor por la orientación vocacional. ¿Sí me entiende? Deseamos ver cuáles son los aspectos en los cuáles usted sobre sale, de esa manera podremos al menos dirigirlo en cierta dirección para que usted pueda trabajar no solamente en algo que le guste, sino en algo en lo que tenga habilidad. ¿Sí me explico? El Fosforito nada más lo miraba con ojos de altivez, y le respondía porque era terco como él mismo. Mire Profe, a mí me gusta la biología, quiero ser biólogo como Louis Pasteur, Charles Darwin y Alexander Fleming, quiero indagar en la biología molecular y la biología celular, ¿sí me entiende? Creo que esa es mi vocación. Cuestión a la que el Cura inmediatamente le contestaba. Pues chamaco, fíjese bien en que se está metiendo. El biólogo es un profesional que a lo largo de la historia ha dejado una huella súper importante en la ciencia de la biología. Y todo esto, ha sido como consecuencia de su labor investigativa y experimental. Y es precisamente esto, lo que permitió llegar al descubrimiento y conocimiento de tantos procesos esenciales. —Y bla bla bla bla… Después de más de 15 minutos, el Cura nada más hablaba y hablaba, y el pobre Fosforito, se prendía de coraje, era una curiosa frustración. Cuestión por lo cual era más fácil refugiarse en su teléfono, o en su computadora, que en las “sabias” palabras del Profe Salazar. El egoísmo humano seguía creando plataformas para su expresión. Estos eran los fenómenos que creaban una brecha generacional a principios del siglo XXI. Cada generación creía saberlo todo, como la generación Silenciosa, los Baby Boomers, la generación X, la generación de los Milenarios, y recientemente la generación Z. Todo enfrascado en la actualidad detrás de una pantalla, donde los humanos poseían información de cualquier tipo. Era un mundo que pocos de nosotros nos pudimos haber imaginado, pero un cosmos existente y palpable, aunque su premisa fuese el ignorar al “otro”. —No hay nada nuevo debajo del sol. Pero la cuestión no era esa. Sino lo que le pasó al Fosforito. —Pobre cuate, eso no se lo deseo ni a mi peor enemigo… bueno, es cuestión de perspectivas ¿no? Cierto día, retaron al Fosforito. —¿A qué no te atreves a agarrarle las piernas a la Rosario?—Rosario era una de las ayudantes de maestros, estaba en proceso de terminar la carrera, y le había tocado ayudar a muchachos de secundaria ese año. Los alumnos la respetaban hasta cierto punto, pero en ocasiones, ella jugaba con los jóvenes, ya que no era más que algunos años más grande que ellos. Tenía el divino tesoro de la juventud, mientras que todos aquellos estudiantes estaban sepultados dentro de sus propias perversidades. —¡Estás loco! ¿Qué te traes?—respondió Jaime, el Fosforito, ya con la intención de contradecir. —¡Ah! ¡No que muy macho, no que muy cabrón! A mí se me hace que eres igual que el Machorra. Un maricón de mierda. Aquellas palabras realmente le llegaron al Fosforito. En un arranque de enojo, se dirigió al salón de clases dónde estaba Rosario, quién ese día lucía un vestido de color azul marino, levantado unos cuantos centímetros sobre sus rodillas. La muchacha trabajaba tranquilamente en el escritorio del maestro, quién ya se había ido a su casa. Al entrar Jaime al salón de clases, sus miradas simplemente se encontraron fugazmente. Una especie de furor dominó al joven Jaime, quién se lanzó sobre las piernas de la muchacha para tocarla de una manera muy vulgar y violenta. Ella gritó, y al poco tiempo, un grupo de personas llegaron para apartar el cuerpo del Fosforito de la joven hembra. Un verdadero caos, fue el que surgió. Gente gritando, muchachos lanzando golpes, expresiones de sorpresa, risa, cierto horror, era algo que nadie nunca se hubiera esperado, sobre todo de parte de Jaime, el Fosforito que, aunque tenía su carácter, nunca se le hubiera creído capaz de hacer aquello, aunque lo hubiese vislumbrado en su imaginación más de una vez. Ya que se calmaron los ánimos. Estaban Rosario, los papás de Jaime, el director de la escuela, y la perfecta que se encargaba de la disciplina. El Fosforito simplemente con la cabeza agachada, mientras que todos los demás con la mirada de juicio sobre el pobre chico. El director habló con una voz en busca de comprensión. —Necesitamos saber, ¿por qué hiciste eso Jaime? Tú bien sabes que es una falta de respeto lo que acabas de hacer. ¿Qué tenías en la mente? Ya nos dijeron que tus compañeros te retaron, pero por el amor de Dios, no te vas a quitar la vida si tus compañeros te lo piden. ¿O sí? El Fosforito tomó calma quizás por primera vez. Había estado llorando todo el tiempo, con una especie de rabia y desesperación que nadie podía entender. De sus labios brotaba un raro sentimiento que pocos entenderían. Respiró profundamente, alzó la vista, y miró a los ojos de todos los presentes. —¿Por qué lo hiciste Jaime? No te entiendo—expresó la voz de su madre. Después de una larga pausa, el Fosforito explotó. —Porque quiero que todo mundo sepa quién soy yo verdaderamente. —¿Y para eso tienes que hacerle esas groserías a Rosario? —¡No mamá! Discúlpame Rosario, no era esa mi intención. Lo que pasa es que… es que… —¿Es qué qué Jaime? —Todos me dicen todo el tiempo que soy un marica, un joto, que no tengo el valor de hacer lo mismo que demás hacen. Y pues sí, es verdad, soy un marica, soy un homosexual, soy gay, pero tengo el mismo valor o quizás más, que cualquiera de mis amigos. Todos quedaron en silencio. Las miradas se cruzaban intentando darles comprensión a aquellas palabras. Jaime, el Fosforito, había salido finalmente del closet que hasta ese momento lo había aprisionado. —Yo no te quise faltar al respeto Rosario, perdóname, te lo pido de corazón. Lo que pasa es que ya estaba harto de aguantar esas palabras que todos en la clase siempre me decían cuando no hacía algo que ellos querían. Tal vez sí soy un marica, ¿y qué? Pero tengo más valor que cualquiera de ellos. Todos decidieron dejar el incidente así, sin reportar nada. Desde ese momento, se respetó a Jaime, el Fosforito. Desde entonces por las aulas de la escuela se escucha simplemente un rumor, de que no le digas nada al Fosforito, porque él, merece respeto. © David Alberto Muñoz
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El apartamento
Un cuento Por David Alberto Muñoz Todas las mañanas despertaba con el mismo pensamiento. Deseaba ir a ver a la vecina que acababa de cambiarse al departamento de al lado. Era una mujer madura, pero muy guapa. Le gustaba ponerse a tomar el sol en bikini, y al pobre de Rafael Emilio, aquel cuerpo lo volvía loco. Tenía apenas 14 años de edad, y las hormonas las traía completamente alteradas. Ella, ya se había dado cuenta. Pero no le molestaba, al contrario, sentía que era un verdadero halago que un muchachito como Rafael Emilio la mirara. Incluso en ocasiones, le permitía ver un poco más allá del bikini que se ponía con la pura intención de alterar más al chamaco, quién no podía disimular y casi gritaba de gusto cuando podía ver medio centímetro más del cuerpo de aquella hermosa mujer. Cierto día, cuando ambos ya acostumbrados el uno con el otro, estaban simplemente jugando ese juego de yo te veo, y tú me dejas, pero los dos nos hacemos pendejos, suena el timbre de la casa de Rosa Helena, de la cual, por cierto, Rafael Emilio no sabía absolutamente nada. Sólo que por las mañanas, temprano, de 6:00 a 7:00 am, le gustaba tomar el sol en el balcón de su apartamento. Ese día, él se animó a salir para quedarse ahí y verla más de cerca, podríamos decir, parar disfrutar más de esos “tacos de ojo”, que tanto le decían sus compañeros de la escuela. —¡Buenos días Rosa Elena! ¿Cómo amaneció? La mujer simplemente miraba aquel niño con cierta diversión, pero a la misma vez le causaba un morbo muy raro, a sabiendas de los posibles pensamientos que brotaban en la mente de aquel mancebo. —Bien Rafaelito, muy bien, aquí como todos los días, tomando el sol. El chico la miraba con verdadera lascivia. Según él, trataba de lucir su cuerpo, que era flaco y en proceso de crecimiento. Su voz incluso apenas estaba cambiando. Rosa Elena la verdad, algunas veces se reía en la cara de aquel niño en busca de mujer. De pronto, aparece un hombre también de edad madura. Está vestido con un traje de color gris claro, con camisa blanca y una corbata negra. Parece que está recién bañado. El olor de su loción le llega al joven Rafael Emilio. El susodicho trae un portafolio de piel, lentes oscuros y la fachada de alguien que va definitivamente al trabajo, bien pudiera ser un abogado, un hombre de negocios, o por un momento pensó el chamaco, puede ser un vendedor de seguros. —Rosa Elena, ¿dónde dejaste las llaves? —¿Por qué siempre las pierdes? Nunca sabes dónde las dejas. Estoy tomando sol, ¿qué no ves? Aquel individuo la mira con mucho reproche. Es un hombre bien parecido, con bastante personalidad. Rafael Emilio nunca lo había visto, ni siquiera sabía que vivía ahí. Bueno, no estaba seguro si vivía ahí, pero al menos en su mente de joven enamorado, dónde más podría vivir. Se sentó en una silla junto a Rosa Elena, quién se movió en señal de coqueteo. Se levantó los lentes oscuros y lo miró directamente a los ojos. —¿A qué horas vas a llegar hoy? No quiero que me dejes la comida como lo has estado haciendo. Si vas a comer en un lugar hazlo, solamente dime con tiempo para no desperdiciar el alimento ¿Entiendes? Aquel individuo volteó de pronto al apartamento adjunto y vio al chico Rafael Emilio. No se sorprendió ni nada, no ere el primer chamaco en verle las curvas a su mujer, lo que sí le causó mucha curiosidad, fue la marca que tenía en su brazo derecho, casi sobre el codo, parecía una especie de mosca. —¿Qué tienes en el brazo?—le preguntó con voz ronca y de autoridad. —Es una marca de nacimiento. La tengo desde que nací. El hombre se levantó y se acercó al joven. —Deja ver eso—prácticamente ordenó. Rafael Emilio se asustó, sorprendido de aquella rara orden. Pensó por dos segundos y de inmediato levantó el brazo derecho para enseñarle su marca de nacimiento al susodicho señor. —¿Sabías que esto es una herida traumática? —¡Ricardo! No empieces por favor—habló Rosa Elena. —Fíjate bien muchacho, en otra vida alguien te cortó el brazo, por eso tienes esa marca que parece una mosca sobre tu codo, es la fuerza de una entidad divina que te quiso salvar, o condenar... Por eso permanece ahí esa marca. Te cuidado, porque cuando tengas tu primera experiencia sexual, te pueden salir del codo todos esos demonios que traes por dentro y que todavía no logras entender. Rafael Emilio quedó mudo, con miedo. Comenzó a sudar. Quería decir algo, pero no podía. El cuerpo se le empezaba a sacudir violentamente. Rosa Elena se levantó bastante molesta, se acercó al chico y lo abrazó. Los departamentos eran separados simplemente por una pequeña pared, y uno podía alcanzar a la persona que estaba del otro lado. —No le hagas caso Rafaelito. Está loco… Ricardo soltó una infernal carcajada. Miró directamente a los ojos del muchacho y le dijo levantando su mano derecha y apuntándole con el dedo índice. —Ten mucho cuidado muchacho, porque si no, tus propios demonios te pueden hacer daño… Mejor aléjate de Rosa Elena. —¡Ricardo!—gritó la mujer. Y se fue con la misma rapidez con la que llegó. Ricardo había dejado bastante tensión en aquel lugar. Rafael Emilio, estaba tembloroso. Rosa Elena trataba nada más de calmarlo, y con su rostro condenaba los celos de aquel hombre, ¡cómo le enfadaban! —No prestes atención Rafaelito. Está loco. Tú no te apures. Tú sigue saliendo a verme las veces que quieras. ¿Oíste? No le hagas caso a ese tipo. Rafael Emilio la miró tan de cerca, que pudo percibir la desnudez de una mujer quizás por primera vez. La abrazó lo mejor que pudo. Ella lo permitió, e incluso dejó por esta vez solamente, que el chamaco viese uno de sus senos desnudos y que lo acariciara brevemente, para después de unos segundos despedirse alegremente dándole un ligero beso en los labios, y diciéndole al muchacho: —Bueno… pues me voy… se acabó el veinte. —Usted está como Santa Elena, Rosa Elena... cada día más buena… La mujer agradeció ese cumplido con toda su elegancia. El joven simplemente sonrió y nunca en su vida olvido aquella mañana cuando tuvo el valor de salir al balcón de su apartamento y saludar a su vecina que tomaba sol en un bikini y que lucía súper bien. Fue verdad, nunca olvidó el incidente, y hasta la fecha lo repasa con bastante frecuencia. Ramón Emilio es un hombre de 83 años de edad, que vive solo en un asilo de ancianos, pero cuyos recuerdos siguen dándole un aliento de vida. Este fue el cuento, del apartamento. Un lector inteligente y observador le pregunta al autor del cuento, ¿Por qué el personaje se llama al principio del cuento Rafael Emilio y al final Ramón Emilio? ¿Es el mismo personaje? El autor responde, sí, Rafael Emilio es el narrador de la historia, lo que pasa es que cuando llega a ser un hombre viejo, se le olvida su nombre, lo único que lo mantiene vivo, son sus recuerdos. © David Alberto Muñoz FRIENDS
A short story by David Alberto Muñoz “In the end we will remember, not the words of our enemies, but the silence of our friends.” Martin Luther King Jr. “Dad?” “What mija?” “A girl in school told me I should go back to Mexico. I told her I was born here. And she got real angry at me. She pushed me and for a second I though she was going to hit me, but she didn’t.” “Did you tell a teacher about it?” “Yes, I told Mr. Brown and Mr. White.” “¿Y qué dijeron ellos?” “Mr. Brown told me that I should not be ashamed of who I am. That I have every right to be in this nation like everybody else. He told me everyone in this nation is an immigrant. All of us came from other nations. Well, with the exception of the Natives, who are the real original Americans. But everyone else, has come from other places. He says that today there is a lot of anger among some members of the white community. They want a white nation, with no color. But when I see the United States, I see diversity, different colors, different religions, different cultures united under one nation, one flag. I have never been in Mexico, well, you took me once to la frontera, to Tiajuana., and that is. Why does she want me to go south of the border? My Spanish is not that good ¿verda?” “To be honest with you, it needs some improving. But that is not the point. What did Mr. White tell you?” “He told me I should understand some folks are angry at my people.” “At your people?” “That is what he said.” “Who are your people?” “I guess all brown people, or specifically Mexicans.” “I know that mija. I was being sarcastic. But why are they angry?” “That is precisely what I asked him. He says, that when he was young there were only a few Mexicans, but today, there are millions and millions of them, and more are trying to enter the States illegally and that we don’t have the capacity to take care of all of them. And the people that are angry are mostly white working people. Because they believe the immigrants come and take away the jobs from real Americans, and that is not fair and this is the reason for all the anger we see.” “You are going to have to be strong mija! There are people who cannot comprehend what this nation represents, real opportunity, a chance to have a better life, to live in a place where justice truly governs. I know there is corruption in this nation like in any other country. But not to the extremes we see in the nations we come from. All we have to do is see the politicians and realize how they take advantage of the system; how hypocritical they can be. But at least there is a principle that is at the center of this nation, that is also our nation. My father came from Mexico, I was born in Mexico and I came to this country as a little boy, and you were born here. We are citizens, with rights and responsibilities, and the way I see it, the Declaration of Independence states, that we are all created equal. It doesn’t say the white race is better than the brown, or the blacks are better than the Asians, or the purple is the best race in this world. In America, we all get the same change, the same opportunity to make it, to have a decent life. If we don’t take advantage of this opportunity, so be it, that is our responsibility. But we cannot blame other races for our problems. We live in the same nation. And we must see things with a fair eye. We make mistakes sometimes, we must accept them, and go on improving. But also, the white race makes mistakes, the blacks, the Asians, all of us make mistakes, and we must be willing to say: I made a mistake, I am sorry. And then, go forward with that lesson learned.” “Why is that so hard Papá! Where is all that anger, that hate coming from all those people? What I have done to them?” “I don’t know María, our culture is based on a model that is Euro-center, and for some reason we have not learned to appreciate the traditions, the cultures, the languages, the religions of other people. They are just like us, human beings attempting to live a better life just like anybody else. Fear cannot bring unity, dread cannot create real community, quite the contrary, it can only bring division, anguish, separation. The day we learned this we might have a more peaceful planet. Otherwise, we are doom…” “Dad?” “¿Qué pasa mija?” “Do you know what was the worst part about that kid who got angry at me?” “No, what was it?” “We used to be best friends until this semester. Her name is Linda Blanca White. And we used to play together, every day, and we used to share everything with each other. But something happened to her, and I guess to me too. She got angry at me all of the sudden, repeating the same insults her parents pronounced, and I don’t think she knows why. And I also got angry at her, because she went after me without having a good reason. I guess, we are not friends anymore.” María Guadalupe Martínez González, born in Chicago, Illinois, was talking to her father, an immigrant from Mexico. It was a morning of July 2019, while the nation continued dividing itself. © David Alberto Muñoz De paso…
Un relato Por David Alberto Muñoz Las cosas parecen estar distintas, tan cambiadas. Es verdad que todo muda con el tiempo. Generaciones van y generaciones vienen. Y de pronto, la edad te alcanza, y ves a jovencitos que andan brincando como chapulines intentando llamar la atención, mientras los viejos lobos de mar, simplemente prosiguen su andar, es cierto, algo lento, pero con mucha más seguridad. De pronto, te das cuentas que la gente envejece, no, más bien tú has envejecido, aunque te sientas igual como aquel muchachito que acababa de aprender a manejar y se iba en el carro que tus padres te habían regalado, fumando un cigarro de marca Camel, porque según tú, esos son los cigarros de a verdad, los que fuman los hombres, no esos cigarros que ni siquiera saben a tabaco. Sí, esos que le ponen sabor a chocolate o a fresa. En mis tiempos, los hombres fumábamos cigarros de a de veras, no esas mamadas que fuman ahora. Nunca imaginaste decir estas palabras: “…en mis tiempos, las cosas eran mejores”. ¿Te acuerdas? Eras el Rayo de Jalisco con tus movimientos vertiginosos, resueltos, bien acelerados, que nadie te ganaba. No importaba el resultado en sí, lo importante era llegar primero, como cuando corrías carreras de atletismo en el Seguro Social, de la Unidad Cuauhtémoc, en Naucalpan de Juárez, Estado de México. Siempre eras uno de los dos primeros lugares, tenías rivalidad con José Zanoni López Azcárate, aquel muchacho que fue tu amigo por tantos años, quién se perdió después de aquella vez que lo vi en una parada de autobuses en el Toreo de Cuatro Caminos. Cómo te dijo que él ya había tenido mujer, porque le dijo a su padre, Papá, si no cojo, voy a dar un mal paso, me cae, y su padre, a las dos semanas le consiguió una vieja para ayudar las calenturas de su hijo. Eso tú no lo podías hacer. Porque tu padre era religioso, y su moral no permitía esos ataques tan normales, después te diste cuenta, que los jóvenes pueden tener. Para ti, todo sentimiento sexual era pecado delante de Dios. ¡Chingada madre! Es verdad, todo cambia. Las mismas avenidas se hacen más pequeñas, los edificios envejecen igual que la gente, las marcas de accidentes quedan grabadas en el asfalto y el mismo olor de la ciudad cambia con los humos del tiempo. Los rostros se arrugan, las personas mueren. Hoy precisamente viste en televisión que había muerto Gualberto Castro, bien que lo recuerdas, era uno de los hermanos Castro, que cantaba en los festivales OTI, de Televisa, cuando eran los tiempos del mentado Raúl Velasco, que siempre se vestía con esmoquins de colores chillantes, pues el tal Gualberto, un año ganó con esa canción que se llamaba La Felicidad, de Felipe Gil, ahora Felicia Garza, eso es otra cosa que ha cambiado, los géneros, las identidades de las personas se miran no a través de lo establecido por las sociedades humanas que no dejan de ser hipócritas, sino más bien a través del ojo interior de las personas que se miran tal y como son. A ti, te costó trabajo entender esto, pero también tu actitud ha cambiado. Y mientras te das cuenta del gran cambio que existe, las cosas no se detienen. Ves amigos de tu infancia, con canas, sin pelo, con barrigas igual que la tuya. Unos divorciados hasta tres veces, otros felizmente casados, o quizás, también existen aquellos que se esconden detrás de las expectativas de un mundo que no sabe perdonar, es mejor aparentar las cosas, recuerda, el qué dirán, pero esto también ya empieza a desaparecer. La generación de tus abuelos, que se llevaron tantos secretos a la tumba, cosas que ahora sólo puedes imaginar dejando tus conclusiones de loco, en medio del aire libre, para ser levantadas por esas miradas de juicio, cuando tú te diste cuenta de lo adelantada que era tu abuela, quién hizo y deshizo a su gusto, sin importarle el qué dirán de los demás. Descubres entonces, que vienes de sangre rebelde, que nada ni nadie te puede impedir tus pensamientos, tus decisiones, tus locas muestras de ser humano, porque al final de cuentas no dejas de ser eso, un simple ser viviente condenado a morir, si no hoy, mañana sí, y quién quite, pasado mañana también. Así, de esta forma rara y paradójica, estabas esperando recibir la noticia de tu muerte. —El día de hoy, 7 de septiembre del 2029, murió el último Baby Boomer, esa generación que vio las grandes crisis y revoluciones de la historia contemporánea, tuvieron el privilegio de ver llegar al hombre a la luna, y atestiguaron el cambio de la televisión de blanco y negro a color. Además, presenciaron el auge del formato Beta, VHS, DVD y el bluray, y conocen la frontera del antes y después del Internet. Ellos, los Baby Boomers, adoptaron como bandera la libertad individual, y se asocian con la lucha por los derechos civiles, la causa feminista y los derechos de los homosexuales y discapacitados. Esta generación desaparece hoy del planeta. Quedarán simplemente como historia escrita en algún libro de texto. Ya que los humanos no poseemos memoria. Mis hijos y quizás mis nietos me recordarán, pero de ahí en adelante, todos se olvidarán. Somos como esa droga que se te da cuando te hacen una biopsia, para que olvides todo el procedimiento, y que no quede recuerdo alguno en tu mente. Todo cambia, todo cambió, y todo cambiará… aun tu propia presencia… © David Alberto Muñoz La sombra
Un microrrelato Por David Alberto Muñoz Vio la sombra de su propia muerte, cuando el sol alumbró el primer instante de su vida. © David Alberto Muñoz |
David Alberto MuñozSe autodefine como un cuentero, a quién le gusta reflejar "la compleja experiencia humana". Viaja entre 3 culturas, la mexicana, la chicana y la gringa. Es profesor de filosofía y estudios religiosos en Chandler-Gilbert-Community College, institución de estudios superiores. Archives
July 2021
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