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El apartamento

7/24/2019

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El apartamento
Un cuento
Por David Alberto Muñoz
 
Todas las mañanas despertaba con el mismo pensamiento. Deseaba ir a ver a la vecina que acababa de cambiarse al departamento de al lado. Era una mujer madura, pero muy guapa. Le gustaba ponerse a tomar el sol en bikini, y al pobre de Rafael Emilio, aquel cuerpo lo volvía loco. Tenía apenas 14 años de edad, y las hormonas las traía completamente alteradas. Ella, ya se había dado cuenta. Pero no le molestaba, al contrario, sentía que era un verdadero halago que un muchachito como Rafael Emilio la mirara. Incluso en ocasiones, le permitía ver un poco más allá del bikini que se ponía con la pura intención de alterar más al chamaco, quién no podía disimular y casi gritaba de gusto cuando podía ver medio centímetro más del cuerpo de aquella hermosa mujer.
 
Cierto día, cuando ambos ya acostumbrados el uno con el otro, estaban simplemente jugando ese juego de yo te veo, y tú me dejas, pero los dos nos hacemos pendejos, suena el timbre de la casa de Rosa Helena, de la cual, por cierto, Rafael Emilio no sabía absolutamente nada. Sólo que por las mañanas, temprano, de 6:00 a 7:00 am, le gustaba tomar el sol en el balcón de su apartamento. Ese día, él se animó a salir para quedarse ahí y verla más de cerca, podríamos decir, parar disfrutar más de esos “tacos de ojo”, que tanto le decían sus compañeros de la escuela.
 
—¡Buenos días Rosa Elena! ¿Cómo amaneció?
 
La mujer simplemente miraba aquel niño con cierta diversión, pero a la misma vez le causaba un morbo muy raro, a sabiendas de los posibles pensamientos que brotaban en la mente de aquel mancebo.
 
—Bien Rafaelito, muy bien, aquí como todos los días, tomando el sol.
 
El chico la miraba con verdadera lascivia. Según él, trataba de lucir su cuerpo, que era flaco y en proceso de crecimiento. Su voz incluso apenas estaba cambiando. Rosa Elena la verdad, algunas veces se reía en la cara de aquel niño en busca de mujer.
 
De pronto, aparece un hombre también de edad madura. Está vestido con un traje de color gris claro, con camisa blanca y una corbata negra. Parece que está recién bañado. El olor de su loción le llega al joven Rafael Emilio. El susodicho trae un portafolio de piel, lentes oscuros y la fachada de alguien que va definitivamente al trabajo, bien pudiera ser un abogado, un hombre de negocios, o por un momento pensó el chamaco, puede ser un vendedor de seguros.
 
—Rosa Elena, ¿dónde dejaste las llaves?
 
—¿Por qué siempre las pierdes? Nunca sabes dónde las dejas. Estoy tomando sol, ¿qué no ves?
 
Aquel individuo la mira con mucho reproche. Es un hombre bien parecido, con bastante personalidad. Rafael Emilio nunca lo había visto, ni siquiera sabía que vivía ahí. Bueno, no estaba seguro si vivía ahí, pero al menos en su mente de joven enamorado, dónde más podría vivir. Se sentó en una silla junto a Rosa Elena, quién se movió en señal de coqueteo. Se levantó los lentes oscuros y lo miró directamente a los ojos.
 
—¿A qué horas vas a llegar hoy? No quiero que me dejes la comida como lo has estado haciendo. Si vas a comer en un lugar hazlo, solamente dime con tiempo para no desperdiciar el alimento ¿Entiendes?
 
Aquel individuo volteó de pronto al apartamento adjunto y vio al chico Rafael Emilio. No se sorprendió ni nada, no ere el primer chamaco en verle las curvas a su mujer, lo que sí le causó mucha curiosidad, fue la marca que tenía en su brazo derecho, casi sobre el codo, parecía una especie de mosca.
 
—¿Qué tienes en el brazo?—le preguntó con voz ronca y de autoridad.
 
—Es una marca de nacimiento. La tengo desde que nací.
 
El hombre se levantó y se acercó al joven.
 
—Deja ver eso—prácticamente ordenó.
 
Rafael Emilio se asustó, sorprendido de aquella rara orden. Pensó por dos segundos y de inmediato levantó el brazo derecho para enseñarle su marca de nacimiento al susodicho señor.
 
—¿Sabías que esto es una herida traumática?
 
—¡Ricardo! No empieces por favor—habló Rosa Elena.
 
—Fíjate bien muchacho, en otra vida alguien te cortó el brazo, por eso tienes esa marca que parece una mosca sobre tu codo, es la fuerza de una entidad divina que te quiso salvar, o condenar... Por eso permanece ahí esa marca. Te cuidado, porque cuando tengas tu primera experiencia sexual, te pueden salir del codo todos esos demonios que traes por dentro y que todavía no logras entender.
 
Rafael Emilio quedó mudo, con miedo. Comenzó a sudar. Quería decir algo, pero no podía. El cuerpo se le empezaba a sacudir violentamente. Rosa Elena se levantó bastante molesta, se acercó al chico y lo abrazó. Los departamentos eran separados simplemente por una pequeña pared, y uno podía alcanzar a la persona que estaba del otro lado.
 
—No le hagas caso Rafaelito. Está loco…
 
Ricardo soltó una infernal carcajada. Miró directamente a los ojos del muchacho y le dijo levantando su mano derecha y apuntándole con el dedo índice.
 
—Ten mucho cuidado muchacho, porque si no, tus propios demonios te pueden hacer daño… Mejor aléjate de Rosa Elena.
 
—¡Ricardo!—gritó la mujer.
 
Y se fue con la misma rapidez con la que llegó.
 
Ricardo había dejado bastante tensión en aquel lugar. Rafael Emilio, estaba tembloroso. Rosa Elena trataba nada más de calmarlo, y con su rostro condenaba los celos de aquel hombre, ¡cómo le enfadaban!
 
—No prestes atención Rafaelito. Está loco. Tú no te apures. Tú sigue saliendo a verme las veces que quieras. ¿Oíste? No le hagas caso a ese tipo.
 
Rafael Emilio la miró tan de cerca, que pudo percibir la desnudez de una mujer quizás por primera vez. La abrazó lo mejor que pudo. Ella lo permitió, e incluso dejó por esta vez solamente, que el chamaco viese uno de sus senos desnudos y que lo acariciara brevemente, para después de unos segundos despedirse alegremente dándole un ligero beso en los labios, y diciéndole al muchacho:
 
—Bueno… pues me voy… se acabó el veinte.
 
—Usted está como Santa Elena, Rosa Elena... cada día más buena…
 
La mujer agradeció ese cumplido con toda su elegancia. El joven simplemente sonrió y nunca en su vida olvido aquella mañana cuando tuvo el valor de salir al balcón de su apartamento y saludar a su vecina que tomaba sol en un bikini y que lucía súper bien.
 
Fue verdad, nunca olvidó el incidente, y hasta la fecha lo repasa con bastante frecuencia. Ramón Emilio es un hombre de 83 años de edad, que vive solo en un asilo de ancianos, pero cuyos recuerdos siguen dándole un aliento de vida.
 
Este fue el cuento, del apartamento.

Un lector inteligente y observador le pregunta al autor del cuento, ¿Por qué el personaje se llama al principio del cuento Rafael Emilio y al final Ramón Emilio? ¿Es el mismo personaje? El autor responde, sí, Rafael Emilio es el narrador de la historia, lo que pasa es que cuando llega a ser un hombre viejo, se le olvida su nombre, lo único que lo mantiene vivo, son sus recuerdos.


​© David Alberto Muñoz
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    David Alberto Muñoz

    Se autodefine como un cuentero, a quién le gusta reflejar "la compleja experiencia humana".  Viaja entre 3 culturas, la mexicana, la chicana y la gringa. Es profesor de filosofía y estudios religiosos en Chandler-Gilbert-Community College, institución de estudios superiores.

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