El Divo de Juárez
Por David Alberto Muñoz —La gente se muere compadre. —Yo sé. —¿A dónde cree usted que nos vamos compadre? —Pues unos dicen que al cielo, otros que al infierno, y no faltan aquellos que dicen que podemos irnos al purgatorio. —¿Y usted cree todo eso compadre? —Yo la mera verdad no sé. A veces pienso que eso es nada más la esperanza que tenemos todos de ver a nuestros muertos vivos otra vez. Imagínese nada más que en el cielo esté Juan Gabriel cantando, este es un lugar de ambiente, dónde todo es diferente. —¡No sea usted payaso compadre! —¡AY! ¿Pues qué quiere que le diga compadre? Ya ve cómo somos los mexicanos, a todo le buscamos chiste. —Estoy hablando en serio. ¿Usted cree en el cielo y todas esas chingaderas? —La mera verdad, yo ni me imagino que viene después de la muerte. Sólo Dios sabe ¿no? Unos le tiene mucho miedo, otros no, hablan de salvación; hay quienes buscan la muerte con desesperación, y es como que entre más la buscan, menos la encuentran, la muerte quiero decir. —Eso es verdad… —Yo solamente le pido a Diosito una cosa compadre. —¿Qué le pide compadre? —Que lo que venga después de esta vida, sea un poquito mejor, y no peor de lo que ya es esta pinche existencia nuestra, porque si es peor, ya nos llevó la chiquita. —Pues en eso sí tiene razón compadre; creo que lo que todos queremos es descansar, ¿no?, al menos si no hay nada ya que nos petatiemos, que nos dejen descansar ¿a poco no? —Pues sí compadre, yo sé que la vida puede ser muy bonita y lo que usted quiera, pero ya hablando en serio, la vida es bien cabrona, no me va usted a decir que no, y espero, y lo digo de corazón, que cuando me muera, si hay vida en el más allá, que sea al menos un poquito mejor. —Salud compadre. —Salud. Eran dos compadres comentando la muerte del Divo de Juárez. © David Alberto Muñoz
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Así dice la Biblia
Un cuento Por David Alberto Muñoz Despertó bastante alterada. Al abrir los ojos no recordaba dónde estaba. Volteó varias veces a su alrededor, pero nada. Se angustió. Cada vez que bebía perdía la conciencia. Siempre trataba, pero nunca lograba poner fin a la sed de su vicio. No sabía detenerse. —¿Dónde estoy?—se preguntó con mucha ansiedad. De pronto, sintió un cuerpo junto al suyo. Volteó casi de inmediato y pudo ver el cuerpo de su marido que roncaba como un oso hibernando, tenía su figura casi descubierta por la sábana de color azul claro, que de acuerdo con la filosofía de Feng Shui, una ideología China, decía que hay que armonizarlo todo con el medio ambiente, y el azul claro, representaba el agua, ya que la mayor parte de la superficie terrestre está cubierta de agua. —¿Y eso que chingaos tiene que ver con mi ansiedad?—se cuestionó ella misma—Mis sábanas bien pudieron ser rojas o amarillas o negras y ¿qué? Me asusté… no sabía dónde estaba… Se percató de que estaba desnuda. —¿Hicimos el amor anoche?—murmuró suavemente. Se levantó de la cama cubriéndose con la mentada sábana de color azul claro. Se sentó en una silla que tenían discretamente colocada frente a la única ventana de la recamara, y encendió un cigarro, que tomó de su buró junto con el encendedor de su marido. —O a lo mejor nada más cogimos. No recuerdo. ¿Cuál es la verdadera diferencia entre coger y hacer el amor? A veces pienso que es lo mismo, todo está en la mente. Andaba muy tomada. ¿Qué le dije anoche a Juan Carlos? No me acuerdo… Siempre pasa esto, salimos, tomamos de más, y yo hablo de más, y luego vienen unos pleitos. ¡Chingada! Espero no haberle dicho que ya no me satisface. El hombre se movió levemente lanzando un fuerte ronquido que sacudió la recamara entera. —No sé qué nos pasó Juan Carlos. Éramos tan distintos hace algunos años. Tal vez la rutina, no sé. Me excitaba solamente el sentir tu respirar sobre mi nuca, ahora la verdad, quiero que acabes rápido para no tener que pretender que a mí también me gusta… Y créeme que te quiero mucho, mucho más que cuando nos casamos… pero es solamente que… no sé… ya no platicamos, ya no hacemos locuras como las de antes, eras un loco empedernido, ahora todo te aburre; hemos caído en un no sé qué… Mírame cómo estoy, gorda, ya con arrugas, la ropa ya no me queda, cuando me maquillo siento que parezco payaso… y tú… ¡Mírate nada más! Viejo, panzón, ya casi sin pelo… ya no tienes ese carisma que tenías… esa sonrisa que derretía a cualquiera… estamos viejos Juan Carlos, estamos viejos… ¿Qué te dije anoche? No me acuerdo… Aquel hombre despertó súbitamente. Enderezó su cuerpo. Se sacudió el rostro mientras aclaraba su garganta, y se estiró levemente para finalmente sentarse en la cama, y poder ver de frente a Mariana. —Hola—dijo con voz dormilona. La ansiedad de Mariana creció, se multiplico mil veces. Quedó literalmente paralizada. Sólo se cubría su cuerpo con aquella sábana de color “agua”. El hombre la miraba con rostro de sorpresa. De alguna manera rara, se parecía a Juan Carlos, pero no era él. —¿Quién puede ser?—gritaba ella por dentro en medio de su ansiedad. —¿Qué te pasa? ¿Estás bien? —¿Quién es usted? ¿Dónde está mi marido? Respirando profundamente el varón responde. —Mariana, eso ya lo hablamos hace mucho tiempo, incluso anoche. Todo está bien. Acuérdate lo que me dijiste. El corazón de la mujer palpitaba a miles de kilómetros por hora, la ansiedad la consumía, no recordaba absolutamente nada. ¿Quién era ese señor? ¿Dónde estaba Juan Carlos, su marido? ¿Había estado con ese hombre? —¿Qué pasa mujer?—habló con voz dulce. No lo había visto bien. Era un hombre bien parecido, alto, de cuerpo corpulento, delgado, hasta pensó que era mucho más joven que su marido. —¿Qué te dije anoche? —¿No te acuerdas? —No… dime por favor. ¿Cómo llegamos aquí? ¿Tuvimos sexo? ¿Dónde está Juan Carlos? El hombre se levantó y se puso sus pantalones que estaban en el suelo del lado de la cama dónde él había dormido. Se rascó la cabeza. Sonrió de pronto como buscando algo que decir. Cruzó los brazos y vio directamente a los ojos de Mariana. —Juan Carlos murió hace cinco años Mariana, ¿no recuerdas? Fue un golpe muy duro para ti, lo sé, creo que eso te llevó a tomar tanto como lo haces. Yo nunca he tratado de impedir que hagas lo que quieres hacer. Tú lo sabes. Anoche fuimos a bailar como siempre, al mismo lugar donde vamos dese hace dos años cada quince días. Estabas borracha como de costumbre. Tú sabes que eso a mí no me importa. Yo sólo quiero cumplir con mi deber. Ayer me repetiste el acuerdo que tenemos. Me lo repites cada vez que salimos, cada vez que te emborrachas, todos los días pero siempre lo olvidas, estás obsesionada con Juan Carlos. Juan Carlos está muerto, acéptalo. Todo va a estar bien. Tú misma lo dijiste anoche. —¿Cuál acuerdo? —¿Sabes quién soy? —No… La mirada de aquel individuo mostró frustración. —Así dice la Biblia, si el hermano de alguno muere y deja mujer y no deja hijo, que su hermano tome la mujer y levante descendencia a su hermano. Soy el hermano menor de Juan Carlos, Ignacio, y tú, eres mi mujer. Entonces Mariana, lo recordó todo… © David Alberto Muñoz Disparos
Un relato Por David Alberto Muñoz Las cosas estaban calientes. La policía no cesaba de buscar ilegales. Todos los días llegaba la fuerza policiaca del Sheriff Joe, a preguntarles a medio mundo quién era el posible asesino en serie de la 55 Avenida y la Clarendon, en Phoenix. Nadie decía nada. Todos tenían miedo. Incluso, el mismo Sheriff dijo en una conferencia de prensa. —If you have something to say, say it. You won’t be arrested. If you want to kill me that’s a different story. (Si tienen algo que decir díganlo, no vamos a arrestar a nadie. Si alguien quiere matarme, eso es otra cosa). Claro, bien sabía él que todos deseaban meterle un tiro por tantas redadas que había realizado. Ahora, de pronto, como no pueden encontrar a un criminal que está matando en un vecindario hispano, Joe necesita información, pero nadie se la quiere dar. —¡Qué se vaya a la chingada el pinche Sheriff! Primero nos da en toditita la madre, y ahora resulta que se va a portar muy buena gente con nosotros. Yo no le creo nadita de nada. —Ese señor es muy malo. Se llevó a Mariana, la hermana de Don Paco, el mecánico. No le importó que tuviera tres hijos y uno en camino. Así como estaba vestida la arrestó y la mandó para México, insultándola bien feo. Todos nos dimos cuenta. A la pobre mujer se la llevaron en camisón. Y ella les pedía que la dejaran nada más vestirse pero nada. Es muy malo ese señor. Los gabachos que vivían en el mismo vecindario pensaban de manera distinta. Quizás no lo expresaban porque era un número mayor de hispanos los que vivían ahí, pero muchos guardaban en su corazón un verdadero odio para los inmigrantes. —¡A mí no caen bien esa gente! I hate those people. Solamente vinieron a arruinar nuestra sociedad. Legaron con su cultura, sus costumbres. Sus casas siempre están sucias, en la yarda dejan todo, llantas usadas, botes de cerveza, televisiones viejas que recogen sólo Dios sabe dónde. ¡Los niños andan desnudos a veces, y lo peor es que no hablan inglés! “No sepo Inglish”. Dam Mexicans! Mientras tanto, el susodicho asesino en serie, seguía matando individuos. Los locales pensaban que pudiera ser un hispano, porque hay hispanos muy gandallas, que son drogadictos, que a lo mejor andan arreglando cuentas. Pero no, han matado niños, aunque hoy en día ninguna vida se salva guarda. Los gabachos piensan que es un Mexican just killing Mexicans or who knows, tal vez anglos too. Los negritos que han vivido siempre enclaustrados en una vida de violencia solamente desean que no les disparen a sus hijos. Y los asiáticos, siguen vendiendo productos de China. Joe, continuaba con su narrativa de que el único propósito era que se respetaran las leyes. Él no tenía nada en contra de los mexicanos. Incluso su esposa Ava, era bien querida en algunos círculos hispanos (eso decían algunos). Además, Joe es “America's Toughest Sheriff”, y este tipo no va a venir a dejar una mancha en el record del sheriff más temido del oeste. Cómo es difícil vivir en una atmósfera como esta. Donde nos atacamos unos a otros, y siempre queremos culpar al “otro” de lo que está sucediendo. —Help me and you won’t be arrested. El carro de los raspados ya no vende de noche. Camina todo el día por la vecindad y en la noche se refugia en su hogar para descansar. No nos dice que tiene miedo. Toda la comunidad está espantada. Las madres sobre todo, aún los varones, esos tipos machos que se creen la mamá de Chita solamente pretenden ser muy hombres, pero al final de cuentas también huyen junto con su familia a refugiarse una vez que se mete el sol. Parece no haber motivo. Se dice que el asesino usa carros distintos. A lo mejor es dueño de un lote de carros. Son carros relativamente caros, de esos que a veces la clase trabajadora compra solamente para que los demás digan, mira, tiene un BMW o un Mercedes. Es una comunidad de gente trabajadora. —Ahí vive Tommy, el conserje de mi escuela. —Está cerca de la casa de Jazmín, la novia de mi padrino. —Al menos las chamacas ya no salen de noche. Eso es bueno ¿qué no? Se ha parado la producción de chamacos. —Uno de los niños que mataron no tenía más de 12 años. Era hijo de Vanesa. Las cosas están calientes. Más de lo que ya estaban. Y lo peor es que la culpa sigue cayendo sobre los hispanos. —Indocumentados por favor. Aunque le cueste más trabajo. Sí, no importa lo qué pasa, la culpa siempre va a ser de nosotros. —Ojalá lo agarren pronto. ¿Quién será? No sé… otro loco… —Todas las noches se oyen disparos. ¿Por qué tenemos que culparnos unos a otros? © David Alberto Muñoz Frontera
Por David Alberto Muñoz La frontera es un lugar igual que cualquiera. Hay tierra, hierba, bosques, montañas, ríos y hasta mares. Siempre me pregunté si a los peces les piden papeles para cruzar del “otro” lado. De un lado hay mucha pobreza. Del otro existe un raro orden. Calles trazadas perpendicularmente a la perfección. Casi no hay basura en las calles. Si apagas el cigarro en el suelo te pueden multar. ¿Por qué? No estoy seguro. A lo mejor nada más por cochino. De un lado de la frontera la gente camina mucho. Siempre se observan individuos por las calles. Se escuchan voces que diariamente le dan ritmo y un curioso latir a las ciudades. —¡El gas! Suena una campana anunciando el paso de la basura. Todas las mujeres salen a llevar sus respectivos botes. Es un momento social. Las damas de la cuadra intercambian chismes, comentarios, indirectas, felicitaciones y hasta amenazas. Del otro lado el sacar la basura es una actividad varonil. Son los hombres los encargados de sacar la basura en un ambiente de silencio. Todo está callado de este lado de la frontera. Ni las mismas moscas parecen respirar. Es un silencio que puede oler a pavor. ¿Pasó algo? No sé… Al llegar a la frontera un operativo federal te detiene. Te miran con ojos de desconfianza. Individuos uniformados cuestionan tu status legal, sobre todo si tu apariencia no encaja con el tradicional estereotipo del mentado “gringo”. —What is your citizenship? Where were your born? What was the purpose of your trip? Do you have a green card? Are you a Mexican? Siempre me pregunté: ¿cuál es la diferencia entre un delfín mexicano y uno estadounidense? Una vez que logras cruzar la frontera debes de llevar tus papeles a la mano. Incluso si eres ciudadano. Porque más adelante te detendrán y preguntarán lo mismo. —What is your citizenship? Where were your born? What was the purpose of your trip? Do you have a green card? Are you a Mexican? Si soy mexicano o no ¿qué tiene eso que ver? Cuando vas de regreso hacia el sur las condiciones cambian. Aunque a veces, nos damos cuenta que puede ser la misma cosa. —¿Dónde puso las armas de fuego? ¿Qué trae para declarar? Eso es contrabando. ¿Por qué trae tanta ropa? ¿Es para vender? No se permite llevar mercancía para venderla en el mercado negro. México es un país autónomo y con leyes. Sí, leyes que desde mi nacimiento no se respetan. La frontera es un lugar de matrimonios alternativos. Gringos que nacieron en el lado equivocado del alambre. Músicos directores de un mariachi que aman la música mexicana aunque no entiendan la letra. Lugar donde los niños dicen ser americanos aunque su sangre sea más azteca que el nopal. Éstos dicen: —I don’t speak Spanish. —Do you know the National Anthem? —I heard it but I don’t know it well. —Do you know “I’ve been born in the USA”? —I heard it but I don’t know it well. —And you say you are an American? Los mismos idiomas se matrimonian para dar a luz una nueva modalidad de la expresión humana. —We need to star speaking más español. Si no we will forget it. Y ya vez cómo es carilloza la raza de allá. They don’t understand, ya semos otra onda. ¿Sí me entiendes? We are immigrants. I mean, las cosas han cambiado, y en veces we need to express ourselves this way. ¿Qué no? De pronto, te encuentras con verdaderos fenómenos híbridos de dos sociedades enfrascadas en un conflicto eterno que no pueden evitar su localidad. Hay quinceañeras donde el vals ya no es el Danubio azul, más bien es una bachata rapera cantada por Daddy-Yankee. La vestimenta del norteño con botas hablando inglés con la señora del SAFEWAY. La madre mexicana ofreciendo un pedazo de pizza a los trabajadores que fueron a ponerle piso nuevo a su casa. El gringo comiéndose unos tacos en el puesto de la esquina de la avenida Revolución y Madero, en TJ. El profesionista exigiendo seguro médico ante su empresa laboral, mientras el señor Martínez López de Hidalgo, todavía se pregunta qué pasó con los bonos del ahorro nacional que compró en la escuela primaria. La frontera está viva. Cambia y a la misma vez, las cosas no cambian. Es y luego existe. Se cuestiona y luego responde. La frontera es una paradoja humana del siglo XXI donde sus personajes intercambian mensajes por Facebook, chatean por MSN messenger, crean nuevas expresiones lingüísticas, culturales, socio-económicas, hasta mitológicas, para forjar de esta manera, la nueva identidad que todo mundo simplemente llama: La frontera. Ahí, vivo yo... © David Alberto Muñoz Un escribidor y una mañana Un cuento Por David Alberto Muñoz A la novela La tía Julia y el escribidor, de Mario Vargas Llosa, que inspiró este cuento Un escribidor se levantó temprano por la mañana para empezar a escribir su novela. Ya tenía cierto tiempo intentándolo, y esa mañana, se decidió a realizar tal fin. Preparó una taza de café bien cargado. Encendió su pipa, que de alguna manera le decía sí, tú eres un escribidor, pero de los prolíficos, no de los malos. Recordó la lección que le habían dado hace ya muchos años, algún profesor de literatura. —La primera oración de cualquier novela es vital para lograr mantener la atención del lector. Cuando vayan a las librerías o bibliotecas, lean la primera oración o el primer párrafo de cualquier libro, y pregúntense: ¿Quiero seguir leyendo esto? Bueno, pensó, primero tengo que decidir qué tipo de novela voy a escribir. Tal vez, una novela policíaca, donde la trama consiste en la resolución de un misterio criminal, y el protagonista, es por regla general un policía o en algunos casos, el mismo criminal, hasta la puedo convertir en una novela negra. —El detective Allan Pinkerton, llegó a la ciudad de México sin pensar, que descubriría el crimen del siglo detrás de una taquería en la colonia Roma. No está mal, se dijo así mismo. ¡Qué tal una novela erótica! Donde la temática gira alrededor del sexo y el erotismo. —Verónica, siempre deseó estar en un automóvil, con un total desconocido, con la blusa abierta y un pecho de fuera. Se acordó de Juan García Ponce, y se cuestionó, ¿será eso plagio? No creo que la gente se dé cuenta, ya casi nadie lee. ¿Entonces? ¿Por qué quiero escribir una novela? Además, no faltará ese alguien que sí ha leído y te ponga el dedo. Qué les parece una novela fantástica, donde vemos a personajes que en realidad no existen, en lugares mitológicos, fuera de un contexto verídico, pero sí con un mensaje, como la Caperucita Roja. —En medio de un imperio construido en su totalidad del maíz, los dioses concibieron a los humanos para satisfacer sus necesidades de esparcimiento. Así, surgió el Imperio de Malaz. ¿Le iba a gustar a Steven Erikson? Aunque pocos lo sabrán, no será palabra total, nacida de mi propia letra. Después de mucho pensar, y haber recorrido casi todos los géneros novelescos en existencia, el escribidor se resignó a no escribir nunca su novela. —Ya han surgido tantas palabras escritas, tantas tramas creadas, tantas fantasías casadas con la realidad que ya no parece haber nada más que escribir. De pronto, unas letras invaden su mente. —Vio la ropa que estaba colgada en su closet, había camisas de muchos fracasos, pantalones de algunos logros y corbatas de una total indiferencia humana. Así, tomó su saco de individualidad, y decidió escribir algo, aunque nadie jamás lo entendió. Así, empezó su día. Entonces, le pareció que escribir, no es tanto inventar cosas nuevas, más bien es la forma de acomodar las palabras, la manera de desnudar los sentimientos. Era simplemente un escribidor, durante una mañana de tantas. © David Alberto Muñoz |
David Alberto MuñozSe autodefine como un cuentero, a quién le gusta reflejar "la compleja experiencia humana". Viaja entre 3 culturas, la mexicana, la chicana y la gringa. Es profesor de filosofía y estudios religiosos en Chandler-Gilbert-Community College, institución de estudios superiores. Archives
July 2021
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