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Presencia

Así dice la Biblia

8/22/2016

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Así dice la Biblia
Un cuento
Por David Alberto Muñoz
 
Despertó bastante alterada.  Al abrir los ojos no recordaba dónde estaba.  Volteó varias veces a su alrededor, pero nada.  Se angustió.  Cada vez que bebía perdía la conciencia.  Siempre trataba, pero nunca lograba poner fin a la sed de su vicio.  No sabía detenerse.

—¿Dónde estoy?—se preguntó con mucha ansiedad.

De pronto, sintió un cuerpo junto al suyo.  Volteó casi de inmediato y pudo ver el cuerpo de su marido que roncaba como un oso hibernando, tenía su figura casi descubierta por la sábana de color azul claro, que de acuerdo con la filosofía de Feng Shui, una ideología China, decía que hay que armonizarlo todo con el medio ambiente, y el azul claro, representaba el agua, ya que la mayor parte de la superficie terrestre está cubierta de agua. 

—¿Y eso que chingaos tiene que ver con mi ansiedad?—se cuestionó ella misma—Mis sábanas bien pudieron ser rojas o amarillas o negras y ¿qué?  Me asusté… no sabía dónde estaba…

Se percató de que estaba desnuda.

—¿Hicimos el amor anoche?—murmuró suavemente.

Se levantó de la cama cubriéndose con la mentada sábana de color azul claro. Se sentó en una silla que tenían discretamente colocada frente a la única ventana de la recamara, y encendió un cigarro, que tomó de su buró junto con el encendedor de su marido.

—O a lo mejor nada más cogimos.  No recuerdo.  ¿Cuál es la verdadera diferencia entre coger y hacer el amor?  A veces pienso que es lo mismo, todo está en la mente.  Andaba muy tomada.  ¿Qué le dije anoche a Juan Carlos?  No me acuerdo…  Siempre pasa esto, salimos, tomamos de más, y yo hablo de más, y luego vienen unos pleitos.  ¡Chingada!  Espero no haberle dicho que ya no me satisface.

El hombre se movió levemente lanzando un fuerte ronquido que sacudió la recamara entera.

—No sé qué nos pasó Juan Carlos.  Éramos tan distintos hace algunos años.  Tal vez la rutina, no sé.  Me excitaba solamente el sentir tu respirar sobre mi nuca, ahora la verdad, quiero que acabes rápido para no tener que pretender que a mí también me gusta… Y créeme que te quiero mucho, mucho más que cuando nos casamos… pero es solamente que… no sé… ya no platicamos, ya no hacemos locuras como las de antes, eras un loco empedernido, ahora todo te aburre; hemos caído en un no sé qué… Mírame cómo estoy, gorda, ya con arrugas, la ropa ya no me queda, cuando me maquillo siento que parezco payaso… y tú… ¡Mírate nada más!  Viejo, panzón, ya casi sin pelo… ya no tienes ese carisma que tenías… esa sonrisa que derretía a cualquiera… estamos viejos Juan Carlos, estamos viejos…   ¿Qué te dije anoche?   No me acuerdo…

Aquel hombre despertó súbitamente.  Enderezó su cuerpo.  Se sacudió el rostro mientras aclaraba su garganta, y se estiró levemente para finalmente sentarse en la cama, y poder ver de frente a Mariana.

—Hola—dijo con voz dormilona.

La ansiedad de Mariana creció, se multiplico mil veces.  Quedó literalmente paralizada.  Sólo se cubría su cuerpo con aquella sábana de color “agua”.  El hombre la miraba con rostro de sorpresa.  De alguna manera rara, se parecía a Juan Carlos, pero no era él. 

—¿Quién puede ser?—gritaba ella por dentro en medio de su ansiedad.

—¿Qué te pasa?  ¿Estás bien?

—¿Quién es usted?  ¿Dónde está mi marido?

Respirando profundamente el varón responde.

—Mariana, eso ya lo hablamos hace mucho tiempo, incluso anoche.  Todo está bien.  Acuérdate lo que me dijiste.

El corazón de la mujer palpitaba a miles de kilómetros por hora, la ansiedad la consumía, no recordaba absolutamente nada.  ¿Quién era ese señor?  ¿Dónde estaba Juan Carlos, su marido?  ¿Había estado con ese hombre?

—¿Qué pasa mujer?—habló con voz dulce.

No lo había visto bien.  Era un hombre bien parecido, alto, de cuerpo corpulento, delgado, hasta pensó que era mucho más joven que su marido.

—¿Qué te dije anoche?

—¿No te acuerdas?

—No… dime por favor.  ¿Cómo llegamos aquí?  ¿Tuvimos sexo?  ¿Dónde está Juan Carlos?

El hombre se levantó y se puso sus pantalones que estaban en el suelo del lado de la cama dónde él había dormido.  Se rascó la cabeza.  Sonrió de pronto como buscando algo que decir.  Cruzó los brazos y vio directamente a los ojos de Mariana.

—Juan Carlos murió hace cinco años Mariana, ¿no recuerdas?  Fue un golpe muy duro para ti, lo sé, creo que eso te llevó a tomar tanto como lo haces.  Yo nunca he tratado de impedir que hagas lo que quieres hacer.  Tú lo sabes.  Anoche fuimos a bailar como siempre, al mismo lugar donde vamos dese hace dos años cada quince días.  Estabas borracha como de costumbre.  Tú sabes que eso a mí no me importa.  Yo sólo quiero cumplir con mi deber.  Ayer me repetiste el acuerdo que tenemos.  Me lo repites cada vez que salimos, cada vez que te emborrachas, todos los días pero siempre lo olvidas, estás obsesionada con Juan Carlos.  Juan Carlos está muerto, acéptalo.  Todo va a estar bien.  Tú misma lo dijiste anoche. 

—¿Cuál acuerdo?

—¿Sabes quién soy?

—No…

La mirada de aquel individuo mostró frustración.

—Así dice la Biblia, si el hermano de alguno muere y deja mujer y no deja hijo, que su hermano tome la mujer y levante descendencia a su hermano.  Soy el hermano menor de Juan Carlos, Ignacio, y tú, eres mi mujer.

Entonces Mariana, lo recordó todo…

​© David Alberto Muñoz

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    David Alberto Muñoz

    Se autodefine como un cuentero, a quién le gusta reflejar "la compleja experiencia humana".  Viaja entre 3 culturas, la mexicana, la chicana y la gringa. Es profesor de filosofía y estudios religiosos en Chandler-Gilbert-Community College, institución de estudios superiores.

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