La ventana
Un cuento Por David Alberto Muñoz Joaquín la miraba desde la ventana de su cuarto, que estaba en el segundo piso. Todas las noches antes de irse a dormir, apagaba la luz para poder ver sin ser descubierto, según él. Ella, Judith, la muchacha más codiciada de toda la cuadra, dejaba abierta la cortina de su recámara de cuando en cuando, con una pequeña lámpara encendida, muy a sabiendas de que no sólo él, sino varios en toda la manzana la observarían. Eso lo provocaba mucho. —¡Ya déjate de andar de caliente y mejor ponte a estudiar—le gritaba su hermano mayor sorprendiéndolo—Te va a ver mi mamá y se te va arrancar! —¡Tú no te metas!—respondía con firmeza. El joven de escasos 12 años de edad no podía evitar quedársele viendo a aquella hermosa joven de 16 años. Tenía su pelo negro rizado hasta los hombros. Sus senos ya bien desarrollados, descansaban acariciando el aire a altas alturas, cuestión que hacía que incluso los hombres casados, intentaran ver más allá de esos escotes que pretendían mostrar un poco más de lo permitido. Su piel blanca en ocasiones la hacía literalmente brillar en dónde estuviera, y su bien formada figura no podía pasar por desapercibida. Es más, todos en la cuadra estaban interesados en la muchacha del número 22, a quién todos miraban con ojos de deseo. A ella, le divertía de vez en cuando coquetear con los niños de su fraccionamiento, aunque en realidad ella estuviese interesada en Enrique Cáceres Pulido, un joven ya de 26 años de edad, que estaba estudiando en la universidad, y que iba a visitar a su prima Araceli, que vivía en el número 19 de la calle Manzanillo, en la Colonia Roma Sur de la ciudad. —¿Cómo le digo que me gusta?—hablaba con él mismo el púbero Joaquín. Imaginaba en su mente, escenas al estilo de las películas que había visto en el cine, dónde el galán con cara de querer ser interesante, conquistaba a la muchacha con palabras simples y sin sentido. “Tengo que decirte algo. Me gustas, y quiero que seas mía”. De inmediato reaccionaba. —¡No seas mamón pinche Joaquín! Así va a pensar que nada más te la quieres coger… ¿aunque? Eso puede que sea cierto. Cuando salía todas las tardes a la calle a jugar, se juntaban todos los muchachos y muchachas de la cuadra, Pepe, el más grande de todos, siempre presumiendo sus músculos, que, junto con Raymundo, a quién nadie le ganaba a los golpes, eran los líderes de toda la palomilla. Maite, la niña popis del barrio, aquella que se creía toda una deidad, pero carecía de carisma, y la verdad, de acuerdo con todos en el contorno, no era la gran belleza que digamos. Leopoldo, el Pollo, porque estaba chiquito y era bien güerito. Margarita, la Coqueta, porque tenía un tic nervioso, o se le hizo de tanto cerrarles el ojo a los varones, y por supuesto, Judith, a quién los machos le decían Bomboncito, por lo linda y buena que estaba, y las mujeres, la apodaban la Chula, con cierto desprecio. Todos, jovencitos de no más de 17 años compartiendo una calle en una ciudad dónde el urbanismo en ocasiones ahogaba el simple contacto humano. Joaquín se le acercaba intentando hacerle plática. —¿Cómo te va en la prepa Judith? ¿Cuál es tu clase favorita? ¿Ya leíste El Periquillo Sarmiento? Yo lo estoy leyendo. La muchacha volteaba a ver a Joaquín y soltaba una carcajada. —¡Cómo eres pendejo! El Periquillo Sarniento. —Eso quise decir—respondía tan pronto como se daba cuenta de su error. —No entiendo por qué dices malas palabras Judith. Eso no está bien. Nuevamente una alegre carcajada de burla brotaba de los labios de la chica. —¡Ay Joaquincito! No nada más a veces eres pendejito, sino también medio mamoncito, dicho con el debido respeto. Cuestión a la cual, nuevamente, una fuerte carcajada de chasco brotaba del mismo diafragma de la joven. En ocasiones, la chiquilla lo abrazaba por detrás y jugaba con él. Joaquín se derretía literalmente. Le soplaba el oído, le hacía cosquillas en la cintura, le agarraba el rostro con las dos manos plantándole un beso de esos rápidos en los labios que lo hacían que tragara saliva sin saber cómo. Hasta en cierta ocasión, Judith se dio cuenta que, al pobre chamaco, se le había parado. —¡Lárgate de aquí, cochino! Mira nada más. —¡Discúlpame Judith! No quise hacer eso. No sé qué me pasó. De verdad… perdóname. —“No sé qué me pasó”…yo te voy a dar pasó—Y una vez más la risotada de la hembra hacía que el joven adolescente se escondiera detrás de aquella ventana de su cuarto. Una gran vergüenza invadía al jovencito, quien no sabía qué hacer para lograr que “el amor de su vida”, le hiciera caso. —Se me paró de repente, nada más—trataba de explicar ante las carcajadas de Judith. Por las noches, sólo se consolaba a verla de lejos por la ventana, esa ventana que reflejaba no solamente su pubertad, sino las inquietudes de una mujer ya hecha y derecha en busca de placer. Una noche caliente de verano, la vio casi desnuda totalmente. Pudo ver el contorno de su cintura, sus piernas bien formadas resguardando la entrada al templo pasmoso, pero mostrando su propia sexualidad. Lo único que pudo hacer Joaquín, fue, descargar el líquido blanco por medio de una escena creada totalmente en la imaginación. Ese día se decidió. Hablaría con Judith, le diría lo que sentía por ella. Que no era nada más deseo físico sino una verdadera conexión que iba más allá de su propio entendimiento. La amaba, sí, la amaba verdaderamente, y ya no aguantaba más, su cuerpo en pleno proceso de cambio, sus hormonas totalmente alborotadas, su rostro lleno de espinillas, y su cuerpo viviendo en carne propia el doloroso cambio entre la adolescencia y el ser un adulto, todo esto, le causaba que no existiera otra opción sino hablar con la mujer de sus sueños. Se bañó dos veces, asegurándose de limpiar cada milímetro de su cuerpo. Se lavó detrás de las orejas, porque su madre siempre le decía eso. Le robó a su padre loción y se puso casi media botella, porque pensaba que para cuando la necesitara, el aroma bien pudiese haber desaparecido. Así, con unos pantalones negros de algodón, una camisa hecha de tela Oxford, con ese trenzado geométrico, de color guinda suave, de mangas largas, y zapatos mocasines de charol negros, salió con una gran decisión de su casa. Caminó hacia el número 22. Judith, quién estaba en el jardín de enfrente de su casa, comiendo unas Canelitas y viendo a distancia a Enrique Cáceres Pulido, que platicaba con los papás de su prima Araceli, sobre política nacional, o sólo Dios sabe qué más. Ella, vislumbraba imágenes burdas de momentos eróticos. “Quisiera que me dijeras cosas sucias Enrique”. Pensaba. Judith, al ver llegar a Joaquín, se sorprendió. —¡Qué guapo Joaquín! ¿Adónde vas? ¡Quién lo hubiera dicho! No te ves nada mal eh. El muchacho se armó de valor. Tomó un fuerte aliento, y sacó todo lo que traía por dentro desde que había conocida a la susodicha. —Judith, desde que te conozco me gustas. De verdad, y me gustas mucho, yo sé que has de pensar que no entiendo las cosas, pero yo sé muy bien lo que mi corazón siente. Quiero pedirte que seas mi novia. ¿Quieres ser mi novia? Es en serio, nada de juegos, nada de una relación nada más así porque sí. Quiero una relación seria. Yo sé que estás más grande que yo, pero eso no importa, porque para el amor no hay edades, y además, yo te voy a demostrar con hechos que en verdad te amo, y te deseo, no… bueno sí te deseo… pero no es nada más para eso, sino para estar juntos… bueno…tú me entiendes… ¿verdad? Una larga pausa dominó aquel momento perdido en el recuerdo de un adolescente en busca de cariño por parte del sexo opuesto. —Me gustas Judith… ¿Quieres ser mi novia? La joven muchacha volteó de pronto y se percató que Joaquín había estado hablando. —¿Qué dices? Enrique Cáceres Pulido se acercaba a la casa de Judith. Ella lo vio y le latió el corazón. Estaba infatuada con el joven estudiante de ingeniería. —Vete para allá Joaquín. Ahí viene Enrique. —¿Qué?—responde el susodicho—¿No escuchaste lo que te dije? —Sí… sí te escuché…ahora vete por favor, vete, no tengo tiempo para pendejadas. —¿Para qué? Judith algo exasperada prácticamente le gritó al jovenzuelo. —¡No sé qué quieres OK! ¡Vete! Después hablamos. El mundo de Joaquín de desmoronó en ese preciso instante. Todo el valor que había logrado levantar se derrumbó ante aquellas palabras de ansiedad que brotaron de los labios de la joven hembra. —¡No sé qué quieres! Se fue, y desde su ventana vio la escena. La muchacha se levantó para recibir al joven Enrique Cáceres Pulido. Se desabrochó un botón más de su blusa. Se sentó sobre la barda que adornaba su hogar y cruzó la pierna permitiendo que su falda se levantase un poco más de lo debido. —Enrique, buenas tardes. ¿Cómo estás? —Muy bien, gracias Judith—sonrió con esas sonrisas de que necesito que hagas algo. —¿En qué te puedo servir? Cáceres Pulido suspiró, tomó del brazo a la muchacha y la alejó hacia un lugar dónde pensó nadie podría escucharlo. Por un segundo Judith pensó: “Me va a besar”. Joaquín tenía un lugar en primera fila desde su ventana. —Mira muchacha, necesito un favor. —Claro Enrique, lo que necesites nada más eso me faltaba. —Mira, mi prima Araceli, ¿sí la conoces verdad? —Claro, todos en la cuadra la conocemos, muy linda criatura. —No seas payasa y escúchame. ¿Tienes algo que hacer en dos semanas, el sábado? El corazón se le empezó a derretir. —Dime… ¿Tienes algo que hacer en dos semanas, el sábado? Judith bajó los ojos y con una coquetería muy femenina le dijo: —Tengo un compromiso, pero… ¿por qué me lo preguntas? —¡Por el amor de Dios! Pues vas a tener que cancelarlo. Una rara seguridad tomó control de la muchacha que al igual que Joaquín estaba enamorado de ella, ella estaba enamorada de Enrique. —Me caso en dos semanas, con una muchacha lindísima que conocí en la universidad, se llama Natalia; Araceli va a ser dama de honor, y pensamos que quizás tú y Joaquín pudieran ayudarnos a cuidar a los niños de los invitados durante la fiesta. Les pagaríamos algo claro, pero como tú eres de confianza, y lo que tú le digas a Joaquín, él lo hace, por eso vine de inmediato a proponértelo. ¿Cómo ves? Al igual que el mundo de Joaquín se derrumbó ese día, el universo de Judith perdió todo su colorido. Joaquín presenció todo aquel drama desde aquella ventana que ya se había convertido en su amante y confidente. Esa noche, ella, despechada, abrió totalmente su cortina, con la intención de que todo mundo la viera, totalmente desnuda, seduciendo a todo varón de la cuadra. Pero todos simplemente lograron verla llorar. Él, con el mismo despecho, la vio por detrás de sus propias cortinas, con un solo ojo y sin el deseo de ser descubierto. Esa ventanilla fue el único testigo de dos amoríos que nunca sucedieron, y que se cruzaron en el andar de la vida. Fue lo que vio Joaquín, a través de aquella ventana. © David Alberto Muñoz
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El miedo de Amalia
Un cuento Por David Alberto Muñoz —¡Tengo mucho miedo! Algo va a pasar, algo muy feo, mamá, papá…tengo mucho miedo… Los padres de Amalia corrían con desesperación cada vez que la niña pasaba por sus pesadillas. —¡Cálmate mija, todo va a estar bien! —Tranquila corazón. Amalia gritaba mientras se tapaba la cara con las sábanas de su cama. —¿Miedo de qué?—le preguntaba Brígida, la muchacha que habían traído hace apenas unas semanas sus papás para que trabajara como sirvienta en su casa. —¿Estás seguro de que sabe limpiar la casa y cocinar? —Claro que sí, es muy trabajadora. Además, ve bien cuánto nos va a cobrar. Viene de un pueblito que ni nombre tiene creo yo. Viene de una familia muy humilde. Te hace falta la ayuda y también puede cuidar de Amalia. —¿De qué tienes miedo Amalia? La niña de 12 años de edad volteaba para todos lados buscando algo. Sus ojos grandes le brillaban con un terror que casi se podía oler al entrar a su cuarto. —No sé Brígida, abrázame por favor. —Nena tonta, el miedo es una emoción que destruye, te puede matar. —¿Quién me va a matar? —Tu propio miedo Nena, tu propio miedo… Los padres habían tratado de todo, doctor, psicólogo, medicina alternativa, acupuntura, la llevaron a la iglesia, un pastor de esos pentecostés dijo que tenía demonios y más la asustaron cuando quisieron hacerle un exorcismo, hasta llevaron a uno de esos estafadores que dice poder curarlo todo soplando alcohol en el rostro, y frotando unas ramas de algún raro vegetal sobre el cuerpo, pero nada, la niña Amalia Velarde Bravo, había pasado toda su breve vida asustada de algo que nada ni nadie podía lograr hacerlo desaparecer. —Ya no sé qué hacer con tu hija Amalia. —Ahora es mi hija, yo pensé que era de los dos Juan Felipe. ¿O nada más es mía? Nada más porque se llama como yo no quiere decir que su padre no tuvo que ver con su venida a este mundo. —Tú sabes lo que quiero decir. Brígida tomó a la niña en sus brazos, y comenzó a entonarle una canción en lengua náhuatl. Macochi pitentzin Manocoxteca pitelontzin Macochi cochi noxocoyotl. Manocoxteca noxocoyotzin Manocoxteca nopitelontzin Macochi cochi pitentzin Manocoxteca pitelontzin Manocoxteca noxocoyotzin Macochi cochi pitelontzin De alguna extraña forma, aquellas palabras y el tono suave de la voz de la muchacha lograron calmar a Amalia. —¿Qué le estará cantando esa india a mi hija? —Cálmate mujer, no le digas así a Brígida… es una canción de cuna en náhuatl. —¿Y desde cuando tú tan sabedor de lenguas autóctonas? —Se lo pregunte a Brígida ayer, y ella me dijo. No todo es en español mujer, deberías de leer un poco más sobre las gentes autóctonas, tienen una cultura, una forma de ser. —Pues yo te digo una cosa, con que sepa que le está diciendo algo malo, se me va de la casa la naca esa. —¡Ay Amalia! No seas así… Además, mira, sea lo sea lo que le dice, la niña se calma. —¿Qué me estás cantando Brígida? No entiendo tus palabras. —Es una canción de cuna de mi pueblo, mis abuelos y mis tátara buelos la aprendieron de sus padres, y generación tras generación nos la han enseñado. Es muy sencillo, mira, Cochi’ quiere decir dormir, ‘pitentzin, pequeño, ‘bebé’ se dice ‘coconeco’. ‘O xolotl’ es 'el pequeño', una sola palabra la puedes decir de varias formas. Y lo que dice la canción en sí, es duerme niño, duerme pequeño, no despierten tu dulce sueño, duerme mi pequeño. —Pero yo soy niña. —Lo mismo da mi nena, lo mismo da… pero di, ¿por qué tienes tanto miedo? Amalia alzó los hombros para ver más allá de la ventana de su cuarto, como pensando que alguien la iba a escuchar y un grave castigo vendría sobre ella. Se levantó de su cama y pudo ver un bello atardecer cuando el sol parece esconderse detrás de alguna montaña o quizás hundirse en la inmensidad del océano para dejar una oscuridad que la aterrorizaba. —A veces, cuando me quedo dormida siento la presencia de algo malo, está detrás de mí, yo estoy entre dormida y despierta, pero no me puedo mover, y siento que ese algo me va a hacer daño, es un terror horrible Brígida. ¿Tú nunca has tenido miedo? La joven mujer sonrió con una sonrisa llena de indulgencia. —Todos hemos sentido miedo mi nena. Miedo a vivir, a enfrentar los problemas de la vida. ¿Sabías que vivir no es fácil? La vida a veces puede ser injusta. Hay que luchar para ganarse el pan diario, para tener lo poco que tenemos. Tú has tenido suerte. Naciste en un hogar dónde tus padres te quisieron. Te han dado todo, pero ya estás en edad de ver la vida tal y cómo es. —No entiendo. —Mira, en tierras del norte hay una tribu, los Hopi, son gente trabajadora que viven prácticamente en medio del desierto. Ellos tienen una leyenda. Dicen que los humanos venimos del centro de la tierra, la madre tierra nos dio la vida, venimos de su vientre, y el dios todopoderoso simplemente nos dijo recuerden a su creador. Los humanos nunca recordaban a su creador entonces dios tuvo que destruirlos a todos y crear una nueva creación más arriba. En esa época, la corriente de los ríos iba en dos direcciones. El humano no tenía que esforzarse por remar y llegar a su destino. Pero los humanos al poco tiempo se olvidaban de su creador. Entonces, Dios decidió que la corriente de los ríos fuese solamente en una dirección, para que los humanos tuvieran que remar, esforzándose. Por eso la vida es a veces difícil, porque todo cuesta en esta vida, nada es gratis, y tenemos que vencer los obstáculos. Creo que ese es el miedo que tienes. Miedo a crecer, a tener que salir al mundo y enfrentarte a tantas cosas. Deja tu miedo mi nena, ser valiente no quiere decir que nuestros terrores desaparecerán totalmente, simplemente que, a pesar de ese miedo, enfrentaremos las cosas, y empezaremos a remar para alcanzar a llegar a dónde no los propongamos. Entiendes mi nena. Amalia sonrió con un mohín de sabiduría. —Creo que sí Brígida, sí entiendo. Desde aquella noche, el miedo de la niña desapareció, y el terror de los padres comenzó © David Alberto Muñoz Vicio
Un cuento David Alberto Muñoz Desde que amanecía, Armando se la pasaba en su computadora viendo pornografía de todas clases. Empezaba buscando la palabra “manoseando”, y pronto, encontraría videos de mujeres que eran manoseadas en los cines, en el trasporte público, en las esquinas de famosas avenidas, así como en las cocinas de sus casas. Estaba literalmente enviciado. Se masturbaba cuatro o cinco veces al día, aun sin tener erección. Su vida se había reducido a estar frente a la pantalla de su laptop buscando cosas de sexo. Ya lo habían corrido del trabajo porque descubrieron que en la misma empresa dónde trabajaba, pasaba tiempo en las páginas dónde se explota el sexo, de una infinidad de formas. Armando, ya corría peligro. Su familia, lo había prácticamente abandonado. Su esposa, una buena mujer le había aguantado muchas cosas, pero la gran adicción que tenía, lo llevaba a olvidarse de todo, y a querer estar simplemente frente a la pantalla del mentado ordenador. Ya ni siquiera le importaba tener sexo de verdad, todo lo quería ver en videos, en páginas XXX, en situaciones que de alguna extraña manera, lo excitaban a él sexualmente. —Armando, estás enfermo. Necesitas ayuda médica—le llegó a decir su mujer, Carolina. —Tú no entiendes nada Carolina. Yo sé muy bien lo que estoy haciendo. Es una investigación personal… digamos… académica, sobre las tendencias sexuales. Es todo…es un proyecto de trabajo. —Armando, ya llevas casi un año así, y vas de mal en peor. Ya ni tus hijos te importan. —No me vengas con eso. Yo quiero mucho a mis hijos. Mi familia es lo más importante para mí, tú también lo eres, pero esto es de amor propio, de quererse a uno mismo. ¿Entiendes? —¿Cuándo fue la última vez que platicaste con tus hijos? El rostro de Armando mostró preocupación, cierta duda que él mismo intentó borrar con una conjeturada seguridad. —Hace apenas unas semanas—expresó haciendo a un lado la pregunta—¡Yo qué sé mujer, hace poco! Carolina lanzaba un gesto de desilusión. Armando ni siquiera sabía dónde estaban sus hijos. Tenía meses de no verlos. —Mírate bien, tienes semanas sin bañarte, sin rasurar, casi no comes, vives en medio de un asco, y todo por estar viendo esos mugrosos videos. Esto no es normal, velo. —¡Déjame en paz! Yo sé lo que hago. —Hasta te propuse que si tú querías, yo podría hacer todas esas cosas que tanto te atraen, soy tu mujer, ¿o no? Por qué ni siquiera me dejaste complacerte. ¿Qué te pasó? Enloqueciste de la noche a la mañana. Armando de pronto se detuvo. Volteó a su alrededor como buscando algo. Se aclaró la garganta, vio a su esposa de frente, y dejó salir simplemente una lágrima de sus ojos rojos por tanto tenerlos abiertos y estar frente a una pantalla. —No sé Carolina. Toda la vida me había sentido atrapado, prisionero. —¿De qué? —De todo, del trabajo, de mis padres, de mi propia familia. Siempre haciendo lo que se supone es correcto. Nunca quise contradecir a nadie. Toda la vida me habían enseñado qué debo de hacer, qué es bueno y qué es malo, la iglesia, el estado, las instituciones de nuestra sociedad. No sé si sepas, pero la pinche sociedad es una sociedad hipócrita, que solamente sabe criticarnos, que es muy pronta a juzgarnos, pero nunca sabe olvidar nuestros errores. Me cansé, sí, tal vez me cansé de vivir así. Y cuando descubrí este mundo, me sentí libre, me sentí volar, nada ni nadie me limitó. Al contrario, por una vez en mi vida hice lo que me dio la gana, y ¿sabes qué? No quiero parar, no quiero detenerme. Así soy feliz. Me estoy queriendo a mí mismo. ¿Qué tiene eso de malo? La mujer lo observó no tanto con lastima, sino más bien con un extraño sentimiento de falta de comprensión. —Pues al hacer lo que te dio la gana, destruiste tu familia, y no te importó. ¿Cuántas veces intenté complacerte? Hasta hice cada locura solamente para satisfacer tu mente enferma de sexo y ¿de qué sirvió? De nada… Armando miró el rostro de tristeza de su mujer, y sintió un breve momento de congoja. —Yo te quise Carolina, y te quiero, pero esto es algo que tú no puedes entender. —En eso tienes toda la razón. No te entiendo. —Me estoy amando a mí mismo, dándome lo que deseo… es todo… ¿Es malo el amor propio? —Pues entonces tenemos una clase de amor muy distinto. El tuyo es más egoísta, más egocéntrico. El mío lo da todo, te dio todo, y no supiste cultivarlo. Carolina acarició levemente la barbilla de Armando para voltearse y despedirse sin decir una palabra más. Y entonces, Armando regresó a su vicio. El amor… dicen por ahí, también puede ser un vicio. © David Alberto Muñoz Por poco y me quedo con Carlos Manuel
Un cuento David Alberto Muñoz Si nada nos salva de la muerte, al menos que el amor nos salve de la vida Pablo Neruda —¿Qué pasó Susana? Estabas tan emocionada, tan contenta. Todo iba muy bien. ¿Te dijo algo o qué? —Tú no sabes Nayeli. —¿No sé qué? ¡Dime! Susana abrió su página del Facebook. Casi con desesperación busco la foto de Carlos Manuel, el hombre con quien había estado cuchicheando ya por varios meses. A pesar de no haberse conocido en persona, ya tenían toda una relación, e incluso, ya estaban hablando de vivir juntos. Se habían conocido por necedades del destino. Un extraño azar cubierto por la gran necesidad que tenía aquella mujer de 40 años, con dos hijos, y una completa carestía de cariño. Así era el mundo a principios de siglo. —Mira Nayeli. Le mostró la foto de Carlos Manuel. —¡Óyeme! No está mal el tipo. No será un jovencito, pero tú tampoco tienes 18 años. ¿Qué hizo? ¿No me habías dicho que era todo un tipazo? ¿Qué todo iba muy bien? Susana se encogió de hombros. Temblaba, como si tuviera un miedo horrible. Nayeli se preocupó, su amiga de tantos años ya había pasado por un divorcio, y desde hace meses le decía que había encontrado a un galán que le había prometido el cielo y las estrellas. Ella entendía que hoy en día las relaciones son muy complicadas, pero por lo que Susana le había contado, el tipo no era mala onda. —¡Por favor amiga! Dime qué pasó… —Por poco y me quedo con Carlos Manuel. —Eso ya lo sabía. Tienes meses diciéndome lo mismo. ¿Qué pasó? —Me dijo algo que me dio miedo. Nayeli lanzó los brazos al aire. ¿Por qué su amiga siempre tenía que ser tan miedosa? —¡Ah Susana! El tipo no está mal, se ve guapo en la foto esa que me enseñaste. ¿Qué pasó? ¿Ha engordado? ¿Se le cayó el pelo? ¿Qué? Susana miraba alrededor como queriendo esconderse de alguien. La voz le temblaba, escondía su rostro sobre sus manos cada cinco segundos. Estaba irreconocible. Nayeli, cobró calma, se sentó junto a su amiga, y de la mejor manera trató de que Susana escuchara sus palabras. —Por favor cálmate… y dime qué pasó con Carlos Manuel. ¿Resulto ser un violador en serie? ¿Te amenazó? ¡Habla mujer por el amor de Dios! Susana se puso de pie y fue a la cocina. Sacó una botella de vino que tenía en el refrigerador y se sirvió una copa que bebió casi de un trago. —Ayer Carlos Manuel y yo estábamos platicando, como todos los días. Él siempre se ha portado muy bien, muy caballeroso. Yo le dije la verdad, que estoy divorciada, tengo dos niños chicos relativamente y que tengo 40 años. Creo que lo único que no le dije fue que andaba buscando pareja. Tantos tipos me han dicho cada pendejada que para que te cuento. —Bueno ¿y? —Comenzó a hablar raro. Como que quería sacarme algo no sé. Me dijo, dime algo de ti. Ya le había dicho que soy abogada y que ejerzo ley corporativa. ¿Qué más quería, no? Soy una mujer inteligente, preparada. —Quería saber más de ti, eso es todo. —Le repetí lo que ya le había dicho anteriormente… y fue cuándo él me dijo… —¿Qué te dijo? —Soy maestro y escribo poesía. —¡Un poeta!—lanzó una fuerte carcajada Nayeli—Esos sí que están rete locos, pero al menos será romántico. —¡Nayeli por favor! —¿Qué? No entiendo, ¿qué más pasó? —Me dijo, soy poeta y tengo 63 años… 63 años Nayeli… Te das cuenta… Me lleva 23 años mujer…23 años… por el amor de Dios… yo no puedo amarrar mi vida a la de un hombre tan viejo. A lo mejor ya ni se le para. ¿Qué voy hacer cuando necesite que lo cuiden? Yo no quiero estar cambiándole los pañales. ¡Quién se cree! Yo todavía estoy joven, no seré ninguna jovencita, pero todavía me gusta coger. ¿Qué voy a hacer con un viejo de 63 años? Tú dime Nayeli… ¿Qué voy a hacer? Nayeli permaneció en shock. No sabía si reírse, o lanzar un grito de total incomprensión. Vio la foto nuevamente. —Pues un viejo así no me parece nada mal Susana. —Pues quédate tú con él. Nayeli suspiro largamente. —Te patina el coco amiga. —Por poco y me quedo con Carlos Manuel… por poco y lo hago… gracias a Dios me dijo su edad, que si no… santa madre de Cristo… voy a tener que empezar a buscar otra vez… Así de raras eran las relaciones a principios del siglo 21… Tal vez, siempre han sido raras… © David Alberto Muñoz |
David Alberto MuñozSe autodefine como un cuentero, a quién le gusta reflejar "la compleja experiencia humana". Viaja entre 3 culturas, la mexicana, la chicana y la gringa. Es profesor de filosofía y estudios religiosos en Chandler-Gilbert-Community College, institución de estudios superiores. Archives
July 2021
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