El péndulo
Un microrelato erótico Por David Alberto Muñoz Soñé que una mujer extraña tocaba mi cuerpo, jugaba conmigo a su antojo, hurgaba cada centímetro de mi miembro, lo estimulaba dejando una sensación de grato placer…yo…en medio de delicias y preguntas, acariciaba su piel, su rostro, besaba su espalda, su cuello, su boca…Ella, empapada de sudor se sentó en cuclillas sobre mi sexo, yo sentí el ardor de su vientre mientras ella derramaba todos sus fluidos sobre mi cuerpo…fue entonces…cuando el péndulo del deseo controló mis sueños…y apareciste tú… © David Alberto Muñoz
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Tóxico
Un relato Por David Alberto Muñoz El ambiente está muy tóxico. Un oleaje de egoísmo acapara el sentir de toda la gente. La ciudad se mira sudada, gotas de reproches caen por las mejillas hinchadas del mentado: me, myself and I. Nadie parece importar más que el pronombre “yo”. Yo necesito…yo deseo…yo crítico… Son tres listas puestas a la entrada de la ciudad mitológica, donde todos escribimos con la intención de logar simpatía para con nosotros, y destrucción para el prójimo. Así, camuflada de buenas intenciones, el suburbio se desliza con la presión alta en frustraciones, su rostro refleja a un niño haciendo berrinche mientras que otros la miran con cierta compasión. Es una ciudad tóxica, respirando gases venenosos provenientes de cada uno de sus propios habitantes. La contaminación es total, no hay escape, en el mismo momento del nacimiento de un nuevo ser, de su llanto proviene ese mal que ha destruido a la humanidad, me, myself and I. —No seas payaso, si tú no piensas en ti, a nadie más le importa. Todos somos egoístas, sí, quizás a distintos niveles, pero a cada uno de nosotros nos interesa ser los primeros en todo, a la hora de comer, a la hora de coger, de dormir. ¿Dime tú ni no es cierto? Además, hay que ser positivos. No todo es malo. La maestra de tecnología está enojada porque no le ofrecen contrato. El ebrio manager de Wal-Mart se estrelló por andar texteando y manejando pedo al mismo tiempo. A la muchachita que vive en la esquina le encanta ir a provocar a los viejos rabos verdes que se juntan todas las mañanas en el parque Oso a jugar ajedrez. Los gorditos que van todos los días al McDonald's siguen de metiches porque quieren saberlo todo, el cómo, el cuándo y el por qué. El ambiente está muy tóxico. Yo necesito cariño, respeto, amor… —Yo deseo una casa más grande, mejor sueldo, un carro nuevo… Yo crítico a Don Juan, porque es un sinvergüenza, nada más anda metiendo mano dónde puede… a Leopolda, porque es una presumida… ¿quién se cree que es la tipa esa tan coqueta? Nos mira a todos como si fuéramos sus sirvientas…Yo critico al volado de Narciso, que piensa que todas las mujeres andan locas por él…y tiene el descaro de creérselo, que es el tipo más hermoso sobre la faz de la tierra…y que me dices del al vanidoso de Adán que no hace otra cosa más que hablar de él, “soy el primer ser humano creado…”, me, myself and I…y la envidiosa de Eva que nada más se fija qué tiene uno o qué no tiene… —No seas así, es mejor dar que recibir ¿qué no? No, a nadie le importa las demás personas. Es la verdad, vivimos en grupito porque somos animales sociales, pero a la hora de la hora cada quién jala por su lado, hasta los familiares pueden hacer eso. Todos estamos concentrados en me, myself and I. Cuando nos acercamos a los demás con todo nuestro corazón, ellos nos rechazan, nos aniquilan antes de lograr cualquier acercamiento. —Todos tenemos problemas…tú no eres el único… Ya sé… —¿Entonces? ¿De qué te escandalizas? De lo tóxico que está el ambiente…sí…está muy tóxico…siempre andamos buscando a quién echarle la culpa de nuestros problemas. Los hombres culpan a las mujeres, las mujeres culpan a los hombres, los gays culpan al sistema patriarcal, las feministas culpan al machismo, el orden culpa al desorden, y debajo de cada pieza construida por nuestras propias imperfecciones, todo se vuelve mierda porque nadie quiere aceptar sus errores. —Tampoco…ya te pasaste… A lo mejor sí…pero me cuesta trabajo aceptar cuando veo a todo mundo nada más pensando en sí mismos…tan fácil que sería ayudarnos un poquito ¿no? —Sí hay gente que ayuda… Sí, pero al final de cuentas todo termina en el pinche me, myself and I. Es el tóxico venenoso que todos respiramos. © David Alberto Muñoz El daño
Un cuento Por David Alberto Muñoz En medio de copas y tabaco, Anabel esperaba pacientemente su turno para visitar al Obispo mayor de la diócesis de Chicago; ahí, en medio de un raro calor que dominaba a la ciudad entera, la hermosa mujer de más de cuarenta años de edad, pintaba su propia silueta como procurando bailar con la misma muerte. Cigarro tras cigarro sus pulmones respiraban un posible cáncer, mientras que sus sentidos gozaban del placer estético de la delicia. Cada fumada que tocaban sus labios, provocaba ese curioso sentir del deleite, lugar al cuál, Anabel prefería resguardarse en medio de un mundo que parecía no tener sentido. —¿Gusta más vino Sra. Bolaños?—era la secretaria del Obispo. El prelado siempre ofrecía un poco de licor a todos los que iban en busca de su sabiduría. Esto era un poco inusual, no ortodoxo, pero a la mayoría de los feligreses les encantaba beber. Además, todos eran gente pudiente, de recursos, personas que dejaban buenas donaciones, buena ofrenda, no solamente los domingos, sino también en común acuerdo con el Obispo Jones. —¿Sabes qué?—contestó la Sra. Bolaños—Tráeme un coñac por favor, del bueno, se me antojó. —¡Cómo no señora, en seguida! —A lo mejor borracha me atrevo a confrontar al pinche Obispo—susurró para sí misma Anabel López de Bolaños. Aunque de este lado de la frontera, simplemente era Mrs. Bolaños, cuestión que no le agradaba mucho, ya que su apellido materno desaparecía por completo. —¿Por qué siempre hacen a un lado a la mujer?—Su mente no paraba de pensar… Había pasado toda la noche dándose valor para enfrentar al Obispo. Luchando con ella misma para de una vez y por todas, terminar con ese calvario que había vivido ya por más de cuarenta años. —Tengo que enfrentarlo, decirle en su cara todo el mal que me hizo. Hace muchos años, ella, había sido victima de un hombre en temporada de celo, un individuo sin la menor capacidad de raciocinio, simplemente alguien que convenientemente había abusado de ella. Las manos de un sacerdote joven cayeron sobre una niña de escasos once años de edad. —Ven Anabelita…acércate…siéntate en mis piernas…no tengas miedo…no pasa nada…yo represento a Dios, y Dios no quiere que nada te pase…todo va a estar bien…¿qué tienes aquí? —Desgraciado cabrón…nunca se dio cuenta del daño que me hizo. Una extraña sensación dominaba su ser. El Obispo Jones, era un buen hombre, a excepción de lo que le había hecho; había ayudado a su familia en momentos de crisis, cuando aquella enfermedad casi se lleva a su marido, el Obispo estuvo todos los días con ellos; además, era el encargado del comité para levantar fondos del distrito escolar en donde Anabel trabajaba. Todo mundo lo respetaba. Era íntimo amigo de su esposo, por muchos años había sido el invitado de honor en su mesa, sus propias hijas ya parecían quererlo. Pero esa fue la copa que rompió el vaso. Sus niñas eran aún pequeñas, pero ya estaban entrando en cierta edad. Anabel se aterrorizó nada más de pensar que les pudiera hacer algo ese hombre. —Mejor cállate, y no digas nada mujer—le decía su amiga. —No me entiendes Magda, hay veces en las que no puedo ni verlo, me da asco. —Mira mujer, el bien que el Padre Jones ha hecho, sobrepasa lo que tú tienes en tu mente de adolescente frustrada. Yo la verdad no lo puedo creer. Tú eres la única que ha salido con esas babosadas de sexo y abuso, y yo no sé qué más. Todos queremos mucho al Obispo Jones, es un buen sacerdote, un buen amigo, un excelente guía espiritual. Una mancha ennegrecida enturbiaba la imagen de la santa iglesia. —El que esté libre de pecado que arroje la primera piedra. ¿A poco tú eres una santita? No te hagas…por el amor de Dios Anabel, sé justa. Anabel bebía con más rapidez, y encendía otro cigarro sin haber terminado el anterior. Las piernas le temblaban. Se miraba a si misma con un ojo crítico. —¿Por qué me puse una falda tan corta? ¿A lo mejor lo quiero provocar? ¿Y sí así es…qué? Es mejor que me abroche otro botón de mi blusa. Aunque si se acerca, no sé qué voy hacer…No, no quiero que piense que he venido otra vez para que haga conmigo sus porquerías. Minuto tras minuto la mente de Anabel se perdía entre la fantasía y sus propios sueños. Tantas veces había intentado enfrentar al cura, y tantas veces había sido derrotada por sus propias inseguridades. —¡Esta vez, tengo que decirle en su cara todo el mal que me hizo! ¡Cómo me dañó…! —¿Sra. Bolaños? Asustada, la mujer responde. —¿Sí? —El Obispo la puede recibir ahora. —Gracias señorita. Todo se tornó seco, lento. Anabel difícilmente podía respirar. No podía escuchar el sonido de sus propios tacones. Caminó con lentitud hacía la oficina del Obispo. Como deseando no llegar, como esperando que algo sucediera. Todo sonido desapareció, al igual que una película muda, solamente sus propios pensamientos le daban coherencia a su necio existir. —¡Hola Anabel, pasa, por favor! Saludó el cura efusivamente a la mujer. —¿Cómo está Padre?—pronunció ella después una pausa interminable. Ella besó su mano ya por costumbre, para después escupir aquel sabor que le provocaba nausea en sus venas. —¿Cómo está Carlos? Siempre le había impresionado la forma en la cual Jones hablaba su lengua. Él era un gringo que pareciese haber nacido en el lado equivocado de la frontera. Hablaba con mucho cuidado, con mucha certeza, intentando perfeccionarse a cada segundo. Con el paso de los años, había logrado conquistar el idioma de Cervantes. Lo detestaba más en en esos momentos. —Carlos está bien, le manda muchos saludos. Dice que lo espera el jueves para la partida de ajedrez. —Ese Carlos, a ver si esta vez sí puedo ganarle. —¡Padre!—dijo Anabel sorpresivamente. —Dime hija. ¿En qué puedo servirte? Anabel volteaba para todos lados. Aquel clérigo le ofreció asiento en una pequeña estancia que tenía en su oficina. Anabel de pronto cruzó la pierna mostrando cierta coquetería. El Obispo Jones se dio cuenta, para después mirar directamente a los ojos de su feligresa. —Tenemos que hablar Padre. —Pues adelante hija. Te escucho. El sudor empezó a caer sobre Anabel. La voz le temblaba. Las imágenes de ese hombre sentado frente a ella, tocando su cuerpo la inquietaban, la perturbaban quizás mucho más que antes. Tal vez por primera vez vio al Padre Jones tal y como era, un hombre viejo, con arrugas y su cabello casi blanco completamente. Simplemente un hombre en la antesala de su propia defunción. Tuvo repulsión de sí misma. —¿Por qué lo hizo padre? —¿Por qué hice qué hija? —¡Yo no soy su hija! —¿Qué tienes Anabel? ¿Estás bien? —¿Puede usted decirme solamente una cosa? —¿Decirte qué? —¿Es justo lo que usted me hizo? —No sé de qué me estás hablando. ¿Qué pasa? La mirada de Anabel se llenó de resentimiento. Tomó aire…y habló con una voz segura, pero a la vez dolida, como una pequeña de once años. —Usted abusó de mí Padre…yo era una niña…me sentó en sus piernas, ahí mismo dónde está usted sentado… y tocó mi cuerpo una y otra vez…traté de huir, pero no pude…lo odié desde ese momento con todas mis fuerzas…cada vez que lo miraba, cada momento que nuestros ojos se cruzaban, aquella escena se repetía en mi mente…¿cuántos años fueron?…¿por qué lo hizo? ¡Creo que nunca lo podré entender…es usted muy mala mierda…!—casi grita Anabel. El padre quedó paralizado, no entendía, o quizás, no deseaba entender, su rostro reflejaba una total incomprensión. Habló con voz quisquillosa. —Anabel, cálmate…¿por qué estás así? ¿Pasó algo? No entiendo… —¡No me oyó! ¡¡¡Usted abusó de mí!!! La mirada del Padre Jones estaba totalmente perdida. Respiró profundo. Trató de encontrar qué contestar, mientras la mujer lo observaba con un odio total. —No sé de qué me hablas Anabel…no entiendo…pero el mal existe, al igual que el bien. Todos estamos expuestos a ambos…Y muchas veces…aunque no lo deseemos, caemos ante la tentación…hija… —¡Qué yo no soy su hija! —Está bien…cálmate… La mujer se puso de pie súbitamente. El Obispo trato de acercarse a ella, pero de inmediato Anabel se alejó de él. —Yo no recuerdo lo que dices Anabel…no olvides todo lo que hecho por ti y por tu familia…ya tenemos muchos años de conocernos…es más…yo los casé a ti y a Carlos…he visto a tus hijas crecer… —¡A ellas ni las mencione puerco cochino! —¡Tampoco me insultes! Una sonrisa de venganza vistió el rostro de Anabel. —¡Pobrecito padrecito! ¿Lo están insultando? El Obispo Jones la miró con ojos de misericordia. —Está bien…¿qué quieres? Que te pida perdón. ¡Perdóname Anabel! ¿Eso querías? ¡Perdóname! Ahí está…¿eso querías no? Es todo lo que te puedo decir. La mujer levantó las palabras literalmente del suelo, dónde habían caído. —¿Perdón? ¿Qué fácil no? Usted me dañó tanto…no tiene idea cuánto me dañó…Los humanos no olvidamos…nunca podremos olvidar, sobre todo cuando se nos ha hecho algo así... Anabel suspiró profundamente. Levantó sus hombros y se dispuso a retirarse. El cura simplemente lanzó ese gesto de desagrado lleno de desavenencia. —No quiero volver a verlo en mi casa. ¿Está claro? El sacerdote afirmó con la cabeza en señal de enfado. Ella salió de aquel lugar satisfecha, llena de un extraño y curioso orgullo, la inmodestia de haber podido enfrentar sus propios fantasmas, sus propios secretos, sus propias verdades, o quizás, sus propias mentiras, mientras que el Padre Jones, quedó oculto en su propia sacristía. —Nadie puede saber el daño hecho. Todo está dentro de nuestros corazones hija, y nadie puede saber el verdadero daño hecho. *** Anabel de pronto despertó. Estaba en su recamará durmiendo junto a su marido. Se levantó y fue a ver si sus hijas estaban bien. No las encontró. Corrió por toda la casa. Finalmente se sirvió una copa y la bebió de un trago mientras su esposo llegaba con paso rutinario hasta ella. —¿Qué pasó mujer? ¿Otra vez ese sueño? —¿Dónde están las niñas Carlos? Carlos la miró con cierta lástima. —Mujer, las niñas ya son mujeres, la más grande se casó hace cinco años, y la chiquita, hace apenas tres años. ¿Por qué no puedes dejar de ver fantasmas? —Sí Carlos…él me daño…el Padre Jones me dañó… —Está bien Anabel…está bien…lo siento mucho…no entiendo, pero lo siento mucho…mañana iremos a verlo y a hablar con él...¿está bien?...ven…vamos a dormir… —Él me dañó Carlos…fue él, el que me dañó… La realidad había hecho el amor con la fantasía una vez más, y cada quién seguía su verdad a ciegas… —Nadie puede saber el daño hecho. Todo está dentro de nuestros corazones hija, y nadie puede saber el verdadero daño hecho. © David Alberto Muñoz Muros y paradojas
Por David Alberto Muñoz Recuerdo su mano puesta sobre el hombro de Diego mientras éste lloraba como niño chiquito inconsolablemente. No entendía con certeza qué pasaba. Llegaron unos hombres uniformados a su casa. Casi golpean a Diego, su esposa se asustó mucho. Sus hijos corrieron para resguardarse detrás de su madre y yo simplemente permanecí como testigo ocular de un común incidente. Sucede todos los días. Hoy por la mañana vi cómo dos carros de policía detenían un autobús que en apariencia era de una escuela. Traía impreso WEST ACADEMY. Pude ver que dentro del vehículo estaban personas escondidas dentro de los mismos asientos. El chófer, ya esposado, con cara de cólera maldecía su suerte mientras los oficiales de la ley se encargaban de hacer su trabajo. Sí, eran indocumentados. —¿Cómo sabes? Eso es algo que se sabe y punto. —¡Racista! Mujeres y niños fueron sacados de aquel autobús que se convirtió en cómplice del crimen de intentar ingresar personas “ilegales” al país. Algunos niños lloraban, las madres procuraban de la mejor manera acallar el temor de sus hijos. Los hombres presentes con rostro de gravedad simplemente observaban cómo su viaje había llegado a su fin. Me imaginé que algunos bien pudieran ser de Centroamérica, cuántos meses pasaron en una aventura la cual nadie sabía terminaría este día y de esta manera. Escuché por ahí, que el gobierno federal ha gastado billones de dólares en la protección de su frontera, más que cualquier otra de las agencias policíacas. ¿Te imaginas? Pese a todo lo que han intentado hacer, leyes anti-inmigrantes, ahora la mentada construcción del muro, redadas y demás, la gente tiene mucho miedo. Sin embargo, sigue viniendo a un país al cual todos critican. Eso es una verdadera paradoja. Todo el mundo habla mal de los Estados Unidos pero todos desean llegar aquí. —¡Óyeme! A mí no me incluyas. No todo el planeta desea vivir en los Estados Unidos. La población inmigrante ha cambiado. Ya existen profesionistas, doctores, abogados, empresarios, ingenieros, técnicos de comunicación, artistas de todas clases, músicos, actores, escritores que escriben en español y en inglés, seres que arrastran una herencia hispana. Algo curioso ha sucedió en los últimos 10 o 20 años. Si antes el hablar español era una afrenta al discurso oficial de los USA, hoy en día ya casi es un requisito. Los hispanos han invadido literalmente la cultura estadounidense. —Te recuerdo que antes del tratado de Guadalupe Hidalgo mi familia ya vivía en este suelo. Los que nos invadieron fueron ellos, no nosotros. Sí, tienes razón. Hoy en día la cultura hispana ya es parte del mainstream del país del tío Sam. Es curioso ver cómo la celebración mexicana del Cinco de Mayo ya es toda una institución estadounidense. Aunque no hay certeza en mucha gente cuál es el motivo de la misma, todos se unen con el colorido mexicano, se escuchan mariachis tocando música folclórica, se comen taquitos, enchiladas y las famosas chimichangas que yo no conocía hasta pisar suelo rojo azul. Se beben margaritas y existen tequileras locales que producen el brebaje que al menos cuando yo era niño era la bebida de los albañiles. Las distintas culturas se juntas para “celebrar”, ritual universal perteneciente a toda la raza humana. No podemos evitar que la gente continúe intentado pasar al otro lado. Tampoco podemos eliminar las injusticias y el alto grado de discriminación existente. No obstante, las culturas continúan bogándose, las nuevas generaciones brotan con nuevas mentalidades, con un aprecio muy particular para ambos lados de la frontera. Además, los mexicanos toman Bud-Light, los gringos prefieren Corona, la raza inmigrante ya se viste de shorts para ir al Mall de compras o va regularmente a los juegos de béisbol o fútbol americano, mientras que los anglos sajones organizan mariachis, hablan español como pueden y al menos intentan entender nuestra cultura. —¡Qué quede claro, algunos, no todos! Sí, es verdad, el nuevo emperador ha mandado todo su poder para arrestarnos y mandarnos al otro lado. No todos somos criminales, no todos hemos violado la ley de este ya, nuestro país. Nuestros hijos han nacido aquí, nuestra vida ya fue hecha aquí, ¿por qué se llevan a las madres de familia? ¿Por qué deportan a hombres cuya única falta ha sido trabajar para sostener a sus hijos? ¿Por qué se está portando el emperador tan mal? No se dan cuenta que así, con violencia, con ese odio que brota de sus rostros, sólo lograran la antipatía de muchos inmigrantes. ¿Qué es los Estados Unidos? ¿Qué representa este suelo rojo azul? Somos libertad, pero con condiciones. SI contradices la voz real del mandatario, no eres patriota, no eres estadounidense, eres un hijo de la mala vida y sólo quieres dañar y destruir a la nación. Somos gente de todos colores, de todas ideologías, de distintas maneras de vivir, pensar, y hacer y desplazarnos, pero todos creemos en algo: la justicia, y el respeto para el “otro”. ¿Qué va a pasar? Ojalá no nos matemos antes de darnos cuenta lo que realmente estamos destruyendo… © David Alberto Muñoz Entropía: deslices carnales
Por David Alberto Muñoz “El cuento, es un regalo de la literatura,” dice el maestro yucateco, Agustín Monsreal. El cuento literario está coligado con el cuento moderno, que, de acuerdo con las definiciones críticas, utiliza la economía en los recursos narrativos. La Real Academia Española, define el cuento como: …[el] relato indiscreto de un suceso, a la narración de un suceso falso o a un engaño. Por ejemplo: “Pedro vino con el cuento de que no encuentra empleo”. En términos más sencillos, el cuento puede ser una breve narración que presenta personajes, situaciones y un argumento sencillo. Aunque esto de lo sencillo, se complica, cuando nos damos cuenta que tal vez, un cuento posee un mayor nivel de dificultad para escribirse, ya que es en alrededor de no más de 20 páginas, cuando debe el escritor cerrar su historia, y presentar su final que por regla general tiene que ser sorpresivo. Guillermo Martínez, novelista argentino, escribe: “La dificultad principal del cuento antecede a la escritura, y es la de encontrar una buena idea, una idea, como diría Bioy, que uno casi tenga ganas de gritarla y a la vez, quiera resguardarla en secreto hasta escribirla.” En la colección de cuentos Entropía, de Iván Farías, publicado por Nitro/Pres, 2014, se conjuntan varios elementos que le dan un valor muy singular a esta obra. Personajes oscuros, provenientes de aquellos submundos a los cuales nuestra madre no nos permitía ingresar. Tramas creíbles, que definitivamente van más allá del descubrimiento literario, ya que estos personajes los hemos podido ver en nuestro andar diario, o quizás, hemos compartido momentos con ellos, cuando toda nuestra humanidad ha quedado desnuda, ante la realización de que todos estamos vivos y cada uno de nosotros padecemos de experiencias que nos van forjando día a día. ¿Quién fue aquel individuo que dijo?: “La vida está cabrona”. Entropía consiste en once cuentos, cada uno de ellos individual, no obstante, se entrelazan el uno con el otro, ya que los personajes principales bien pueden ser representativos de sentimientos como la venganza, mujeres de la noche que se desenvuelven en una atmósfera de peligro, atracción sexual, entrega, o asesinato. En las páginas de este libro, hay locura, traiciones, realismo, fantasía, ofensas, veracidad, gandallismo, y como dice Naief Yehya, en la contraportada: “Por supuesto no faltara quien tenga la tentación de acusar a Iván de misoginia, es un riesgo que viene con el atrevimiento de expresar el pavor al vacío que inspira la mujer…” Farías escribe con bastante fluidez, y con un extraño sentimiento de cabalidad. Esta cualidad, la vemos reflejada en sus personajes, que se deslizan en esos submundos con tanta naturalidad, y cuyas acciones y palabras nos hacen ver más allá de nuestra propia condición humana. Vemos a mujeres vengativas sin ningún sentimiento de culpabilidad. Leemos en el relato “La mujer del hotel”. “La mujer estaba sentada en el lobby del hotel cuando Tomás llegó. Vestía una falda de cuero y un top donde descansaban sus pezones tranquilamente. Más de uno la había visto, pero a ella no le importaba en lo más mínimo”. Sin desear echar a perder el final para el futuro lector, está mujer juega en espacios supuestamente prohibidos para las mujeres. Sin embargo, con esta actitud de “a mí me vale…”, logra el autor introducirnos en un juego psicológico, que nos adentra en la compleja psicología humana, y en específico, la psicología mexicana, donde los patrones culturales normales de nuestra sociedad están bien establecidos, muchos los siguen sin darse cuenta. Cuando encontramos una hembra como esta, nos sorprende la manera en la cual se comporta, incluso con tintes de bastante maldad, pero una maldad que no le afecta a ella en lo absoluto. Otro cuento que nos impresionó bastante, nuevamente sin el deseo de echarle a perder el final al futuro lector, fue: “Somos unos solitarios”, dónde un grupo de amigos se reúne después de varios años de no estar juntos, y comentan la importancia de la amistad, cómo cada uno de ellos han tenido un papel muy importante que jugar en la vida de los otros. Oscar, el personaje principal, tiene una novia, Marta, quien nos sorprenderá al final, cuando comete un acto de vulgar egoísmo mundano, con ciertas tendencias de putería, muy cuestionables, pero al final descubrimos que no todo es como lo mira el ojo humano. Entropía representa una colección de cuentos moderna, que refleja la llamada literatura negra actual del México contemporáneo. Iván Farías (1976). Es narrador y crítico de cine. Ha publicado dos libros de cuentos, dos de ensayo y una novela. Con el libro Entropía se hizo acreedor al Premio Beatriz Espejo de cuento en el 2003 y fue considerado por el Reforma como uno de los mejores de ese año. Ha publicado cuentos y artículos en diferentes revistas y periódicos en México como Reforma, La Jornada, Complot, Replicante, Gótica, Generación y Playboy. Es articulista de La Jornada de Aguascalientes y crítico de cine para Playboy.com.mx Este libro puede ser comprado en Péndulo, Fondo de cultura y sótano. http://nitro-press.com/?entropia © David Alberto Muñoz |
David Alberto MuñozSe autodefine como un cuentero, a quién le gusta reflejar "la compleja experiencia humana". Viaja entre 3 culturas, la mexicana, la chicana y la gringa. Es profesor de filosofía y estudios religiosos en Chandler-Gilbert-Community College, institución de estudios superiores. Archives
July 2021
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