El Escobas
Un cuento por David Alberto Muñoz Todas las mañanas salía de su casa para ir a trabajar. Sobre su espalda, un montón de escobas echas a la antigüita descansaban. Sobre su frente reposaba el complejo nudo que sostenía aquella curiosa, pero eficiente estructura. Él, un hombre moreno, de la raza del maíz, con aroma a trabajo, quién diariamente, y en muchas ocasiones, sábados y domingos también, se deslizaba por la ciudad de antaño vendiendo sus escobas a $5 pesos cada una. Parecía ser parte del mismo cuadro de una ciudad capital en proceso de desarrollo, lugar dónde sus habitantes caminan, marchan, hacen lo que tengan que hacer para sobrevivir en un mundo injusto y adverso. —¡Escobas baratas! Compre su escoba… ¡Escobas baratas! La voz resonaba al ritmo de autos transitando por el periférico, atravesando el viaducto, llegando al Zócalo, mientras Diana Cazadora supervisa el andar de millones de ciudadanos que a son de bolero, intentan escurrirse por entre las mismas alas del Ángel de la Independencia, mientras todavía existe el monumento a Colón en la glorieta ubicada en la intersección de paseo de la Reforma y avenida Morelos. —Colón era un asesino y explotador de los indígenas. Creo que deberíamos quitar ese monumento del paseo, a Colón me refiero. —¡Escobas, $5 pesos por su escoba! ¡Escobas baratas! Lo barato resonaba al golpear aquellas palabras contra el aire contaminando de la capital mexicana. Todo parecía extraviarse con narrativas inventadas hace siglos y trasferidas por aquellos que sí creyeron en la historia escrita. Unos dicen que Colón fue un héroe, no fue un cruel genocida, mientras otros enjuician al llamado descubridor de América, diciendo que fue un asesino cruel y despiadado. —¡Escobas por sólo $5 pesos! Lleve sus escobas. El sudor comienza a invadir el cuerpo del Escobas. Aquella época era un tiempo donde todavía el ciudadano podía trabajar, vender su mercancía, y comprar, al menos tortillas con frijoles para darle de comer a su familia. Mientras la gente tenga que comer, todo va a estar bien. —¿Escobas, oye? ¿Escobas? Ven por favor. —¿Qué quieres? —Tengo una pregunta para ti. —Déjame trabajar Cristóbal. Si no trabajo, no como, ni yo, ni mi familia. A lo mejor tú no entiendes esto. —Me tienes que contestar. Hay mucha gente hablando de que si Colón era bueno o malo. ¿Tú que piensas? El Escobas miró a Cristóbal como alguien totalmente apartado de la realidad. No lograba ver más allá de sus narices. —Déjame trabajar Cristóbal. ¿No me escuchaste? Si no trabajo, no comemos… —Es un mito eso de que Colón llegó al nuevo continente y esclavizó y abusó de los indígenas. Todo está basado en lo que escribió Fray Bartolomé De las Casas, él era un importante dominico que fue el primer Obispo de Chiapas en México, fue precisamente él, quién denunció los abusos que cometieron los colonizadores españoles contra los indígenas. Describe como los españoles: “…actuaban como bestias voraces, matando, aterrorizando, afligiendo, torturando y destruyendo a los pueblos indígenas, haciendo todo esto con nuevos, extraños y variados métodos de crueldad de los que nunca se ha visto o escuchado antes”. Relató también que cuando los españoles atacaban a los pueblos no tenían piedad de los niños, ancianos o embarazadas. Los acuchillaban y desmembraban “como si se tratara de ovejas en un matadero”. El Escobas nada más observaba a Cristóbal con ojos de piedad y cierto juicio. —Es verdad que existe un historiador británico, Roger Crowley, él escribe El mar sin fin, Portugal y la forja del primer imperio global. Discurre cuidadosamente, que cuando Colón pisó suelo americano el 12 de octubre de 1492, “abrió una era de asesinato masivo por parte de los conquistadores europeos”, por lo que “es el padre fundador del genocidio en el Nuevo Mundo”, aunque niega determinantemente, que hubiera intención de exterminio. Los indígenas tenían que defenderse, no fue solamente colonizador, fue conquistador y la conquista requiere súbditos. ¿Sí me entiendes? El Escobas lo miraba con más intensidad. Su pelo lacio, sus ojos negros, su aroma a maíz, y el oscuro color de su piel morena no podía entender con claridad los argumentos que Cristóbal le estaba proponiendo. —Dime, ¿qué piensas? El Escobas lanzó su mirada al viento, intentando decir algo, para luego levantar aire del mismo polvo que adornaba toda la ciudad. —Mira Cristóbal. Lo qué yo sé, es que todos los días tengo que levantarme temprano. Necesito tener por lo menos de 10 a 15 escobas listas, ya hechas, terminadas completamente para salir a venderlas. A veces, y me ha pasado, trabajo todo el día y no logro vender una sola. En ocasiones las bajo de precio para por lo menos tener con que comprar un kilo de tortillas. Camino por todo el centro de la ciudad. Voy a negocios que creo pudieran venderlas. Algunos me las compran, otros no. También a la gente que pasa a mi lado, me meto a las colonias, toco la puerta en cada lugar, ofreciendo a medio mundo en mi camino mi mercancía. Soy un hombre de trabajo, pero hay veces, en que no tengo ni en que caerme muerto, como dice el dicho. Simplemente tomo todo lo que tengo a mi alcance, y hago lo que tenga que hacer para sobrevivir. Pero sabes ¿qué? —¿Qué mi Escobas? —A mi qué chingados me importa si el mentado Colón era un asesino o no. Es irrelevante. Eso discútanlo ustedes. La gente más blanquita es a la que le encanta discutir esas cosas. —¡Óyeme! No me digas racista, también hay gente morena que estudia y le importan este tipo de debates. Por un momento, Cristóbal pensó ver, lágrimas de coraje brotando de los ojos de aquel hombre trabajador, nacido del maíz, quién simplemente intentaba sobrevivir, perdurar en medio de una sociedad injusta y abusadora, al menos con él. —Yo necesito comer Cristóbal, tengo familia, mi mujer, su madre, y tres hijos junto con una niña que es la única y la más chiquita. No sé si tú sepas, pero si no comes te mueres, el hambre es cabrona Cristóbal, no conoce clases sociales, ni educación, ni nada. A mí me tocó venir a este mundo y nací pobre. He tratado de salir de este hoyo por años. Pero no he podido, por lo que quieras. Mi único propósito ahora es que mis hijos no padezcan las mismas cosas que yo he padecido. Yo sé que estás defendiendo tu nombre, tu herencia, algo con lo que simplemente simpatizas. Yo digo que es por el color de tu piel, esa herencia eurocéntrica que traes por dentro. Pero luego me dicen que el racista soy yo. A mí, que me importa lo que hizo Colón hace ya muchos años. Mi realidad es el día de hoy, y si no trabajo, no como, yo, ni mi familia. ¡Que tengas un buen día! ¡Escobas! ¡Escobas baratas! —¡Pinche Escobas ignorante! Por eso el país está como está. Por gente como tú. —Así es Sr. Cristóbal Colón. Gente como yo, que sólo trabajamos para subsistir… No todo fue su culpa, es verdad, pero de que la tuvo, la tuvo; al menos a mi gente morena, nacida del maíz, los mestizos, los mulatos, a todos nosotros, sí nos afectó. Era el Escobas, así le decían a mi papá. Él siempre puso comida en la mesa. © David Alberto Muñoz
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Otro año más
Un relato por David Alberto Muñoz Navidad… hay tantas historias que contar …pero… de pronto, se me mezclan en la mente y no estoy seguro de cuáles son ciertas y cuáles son una simple invención mía. No ando de mucho humor. En ocasiones, siento que la sociedad presiona y nos quiere hacer sentir cosas que algunos de nosotros ya no queremos sentir, o tal vez nunca deseamos sentir. Todo a veces se me hace tan falso, tan nítido, ¿sí me explico? Sí, ya sé que falso y nítido son palabras que pueden significar cosas distintas… pues es precisamente lo que viene a mi mente. Figuras estampadas de colores brillantes, con papel de crepe para hacer figuritas. En el fondo, recuerdo que siempre ponían en la casa himnos de navidad. Éramos cristianos, no católicos, por mucho tiempo yo ni me daba cuenta. Era después de todo un niño, siguiendo las tradiciones de sus padres, jugando con juguetes del otro lado que tu papá les traía cada año. Mientras en la mesa no podía faltar el bacalao que siempre estuvo presente en estas épocas. Ahora… todo parece cambiar… los viejos ya no te acompañan, se adelantaron, te miras a ti mismo y es como si el tiempo se te ha ido de las manos. La vida parece venir en temporadas, tu temporada navideña parece haberse acabado. Los recuerdos son los únicos que permanecen. La cocina de tu madre oliendo a pavo, el mentado bacalao, ensalada de papa, relleno hecho de carne molida, romeritos, y una botella de vino blanco junto con el rompope que te gustaba tomar junto con tu hermano. A escondidas claro… Siempre hubo regalos en tu casa. Tus padres se encargaron de darles lo mejor en la medida de sus posibilidades. Llevabas a tus amigos a ver el árbol de navidad que por tantos años adornó tu sala. Era de color blanco, no verde, tu abuela se los regaló junto con una esfera de Santa Clous que permaneció por muchos años entre ustedes. En aquellos tiempos, no entendías de cultura, te asustaba ir a la casa de otro niño porque hacían cosas raras que a ti no te habían enseñado. Regresabas a tu casa asustado a decirle a tu madre, mamá, en la casa de Víctor ponen muñequitos bajo el árbol. Se me hace que son figuras católicas, y tu madre simplemente te decía, no son cristianos mijito. Todo parece ahora tan lejano, tan distante. Aquella foto donde estás junto con tus hermanos te trae recuerdos. Eso es lo que es la vida humana, recuerdos, momentos que de alguna manera quedan atrapados en tu mente, y en ocasiones ya no logras borrarlos. Se convierten en la espina dorsal de tu existencia, todos recordamos navidades pasadas, cuando las cosas eran distintas, cuando la voz de la inocencia reinaba en tu vida y sólo deseabas jugar, salir corriendo para enseñarles a tus amigos lo que te habían regalado de navidad. Hoy es navidad, ¿verdad? Sí, hoy es navidad… Un día común y corriente, todo mundo sale a gastar. En ciertas esquinas no puede faltar el grupo de cristianos con letreros diciendo, Jesús es la causa de celebración. A lo mejor son católicos, no sé por qué les tenías tanto miedo a los católicos, ahora la mayoría de tus amigos se identifican con ellos. Pues estos susodichos te dicen: Jesús, él te puede perdonar. ¿Y yo que hice? Siempre pensé eso, pero nunca lo expresé verbalmente. Ese pensamiento permaneció dentro de mi ser como muchos otros, cuando te dabas cuenta que en ocasiones, las palabras que brotaban de tus labios, no correspondían con tus sentimientos puros, desnudos ante un mundo adverso, en ocasiones quedabas sin palabra, simplemente con el pensamiento haciendo círculos en tu cerebro, porque aprendiste de joven qué decir, aunque ya no creyeras lo mismo. ¡Feliz navidad! Los automóviles andan a mil por hora. Por las calles la gente se molesta de todo. Se gritan, y hoy en día, todo puede ser una excusa para sacar el arma de fuego y disparar en contra del prójimo. Esos personajes raros, que aparecen de pronto en épocas navideñas, se mueven entre familias comprando su cena, niños pidiendo juguetes, jóvenes calenturientos buscando salida a su problema, hombres viejos en espera de la muerte, mujeres intentando mantener su dignidad en medio de esas cosas que pasan en la vida. Es simplemente otra navidad. Y yo, ya no quiero participar… no es que tu corazón se esté amargando, no, al contrario… pero todo te parece tan falso… todo ya ha sido dicho… y la falsedad… bueno, hay personas que nunca te dicen la verdad… ¡Feliz navidad! Es otro año más… © David Alberto Muñoz El Castillo
Un minicuento de David Alberto Muñoz —¿Te acuerdas de cuándo tenemos que llegar? —Creo que en tres días cuando mucho. —¿Ya has hecho tú este viaje? —Sí, varias veces. Ya ni siento nada. ¿Es tu primera vez? —Sí, ando nervioso. No sé qué esperar. —Tranquilo, deja que todo pase como tiene que pasar. —Bueno… tú nada más dime qué hacer… —Nada más no te vayas a asustar. ¿OK? —Está bien. Ambos entran por las puertas del Castillo. Un viento frío los abraza. Es como si los levantara a ambos para dejarlos caer sobre una nube inventada en los cielos para estas situaciones. El Castillo está bien arreglado e iluminado, con todo lo que sus asistentes pueden esperar, aunque no sepan qué es lo que harán en ese lugar mítico y misterioso. Una voz ronca, de esas que pueden atemorizar o dar calma hace acto de presencia. —Escucha con cuidado. La muerte ha desaparecido. Todos los humanos, eventualmente entrarán al Castillo, y ya estando dentro, su condena, o regalo, como cada quién lo mire, será el adornar la entrada al Castillo, sí, nada más adornar, que se vea bien, que esté limpio todo. ¿Me entiendes? —¿Qué hay en el Castillo? —Almas en busca de la muerte… —¿Pero? —Ya nadie va a morir. Nuestros destinos son y serán vivir eternamente buscando la muerte, algo que ya no existe, porque los muertos ya no pueden esconderse. PANTEÓN EL CASTILLO Aquí permanezco yo… llegué hace más de tres meses, y todavía no puedo entrar al mentado Castillo… y no puedo hacer nada más que esperar… tal vez eso es la muerte, esperar por algo que nunca va a llegar… © David Alberto Muñoz El teléfono
Un cuento de David Alberto Muñoz El teléfono no dejaba de sonar. Cada cinco segundos se escuchaba ese sonido tan característico de un receptor buscando atención. Era cierto, ya eran tiempos contemporáneos, todos teníamos un celular, y de una forma curiosa, los sonidos se adaptan mezclándose con absoluta seguridad, ya que todos sabían que era el teléfono de Alicia el que estaba sonando. Ella, estaba recostada en su cama, boca arriba, sudando a chorros. Cada vez que aquella resonancia se escuchaba, ella volteaba con ojos de enfado, en ocasiones terror, en otras, indiferencia. —¿Alicia? Es Rodrigo. Ya tengo los boletos para ir al concierto este fin de semana. Háblame por favor, para ponernos de acuerdo. Tengo muchas ganas de verte. Besos. — Miss Gómez? This is Mr. Shepheard, from work, your boss from work. We need the reports of the data you got from the children this week. It is vital that you give it to us. It is essential. Please, I don’t care how difficult your situation is. This is your job. You need to turn them in today, before 6:00pm. ¿Entender? Nada más se la pasan molestando. Conversaba con ella misma. ¿Por qué tienen que ser así en las escuelas? No te dejan enseñar. Nada más no la pasamos haciendo pruebas, los mentados assessments. Ni siquiera los van a leer. Nada más nos están fregando con el mismo asunto, todo el tiempo. No tenemos tiempo para hacer lo nuestro que es instruir. ¡Chingada madre! Repetía una y otra vez. —¿Alicia? Es Ramona. Necesito hablar contigo. Elías me dejó. Se fue con otra. No sé qué hacer. Por favor, háblame, estoy desecha y ya se me acabo el whiskey. ¿Podrías pasar a comprarme otra botella? Ya ando medio ebria, por no decir peda, no quiero que me agarre la policía manejando. No seas egoísta. ¡Me dejó el puto de Elías! Espero tu llamada… o vente para acá nada más. Los sonidos se fusionaban en su mente. —¿Señorita Gómez? Miss Gómez? I don’t know if you speak English or not. No sé si habla inglés o español, pero necesita venir a pagar su cuenta de Victoria’s Secret. Sabemos que probablemente se miraba usted muy sexy y su novio le encantó sus braguitas y los camisones that you bought, very sexy I must add. Pero por el amor de Dios, ya son más de tres meses sin recibir un pago. Si no viene, le vamos a cancelar su tarjeta y le vamos a poner una demanda por falta de payment. OK? Have a wonderful day! ¿Por qué será la gente así? Nada más se la pasan pensando en ellos mismos. A nadie le importa los demás. Cada uno de nosotros nos movemos por este mundo dónde cierto día aparecimos, sin saber exactamente por qué. Si tenemos suerte, y nacemos en un hogar dónde se nos da cariño, podemos vivir felices, contentos. Ya sé que la vida no es perfecta. Siempre va a haber problemas, obstáculos y demás. Pero podemos tener una especie de satisfacción al vivir. A veces, si no lo tenemos, lo podemos encontrar en una de tantas legendarias historias que escuchamos. —Yo andaba por el mundo solo, sin cariño, sin amor, y encontré a Jesucristo. No sabía que estaba perdido el susodicho. —Yo crecí dentro de una iglesia católica. Es más, quería ser sacerdote. Pero me di cuenta de toda la mierda que existe ahí adentro. Por eso salí, y ahora soy ateo gracias a Dios. —En esta vida es necesario tener conciencia política. Sí, estar conscientes de lo que está sucediendo en el mundo. Tantas injusticias, tantas historias perdidas detrás del ser humano que la verdad a veces son detestables. Debemos de luchar por la igualdad de derechos humanos, nuestros derechos civiles. La pobreza debe de ser eliminada. ¿Me estás escuchando Alicia? —Debemos de defender los principios capitalistas que se han establecido junto con la democracia. ¿Cómo vamos a permitir que el presidente de este país?, y creo que todos saben a quién me refiero, se crea el rey de la nación, y haga lo que se le dé su regalada gana. ¡Nadie está sobre la ley! —Debemos de eliminar esa actitud partidista que existe en el país. Instead of trying to impeach the president, deberíamos trabajar for our nation. —En estos precisos momentos, hay varios niños que se mueren de hambre. Alicia por favor… Hay lugares dónde la guerra está destruyendo las vidas de los locales. ¿Cuántas madres separadas de sus hijos? ¿Cuántos hijos desaparecidos? ¿Cuántas mentiras dichas? ¡Ayúdanos por favor! —¿Alicia? ¿Alicia? ¿Alicia? Alicia simplemente gritaba de repente. ¡Déjenme en paz! Estoy harta de tantos discursos, de tantos intereses. Yo no soy mesías, yo no puedo cambiar al mundo, ni a la gente… Todo el planeta está textualmente maniático, ido, loco. —¿Alicia? This is your brother Mark. Necesito dinero, por favor. Si no, me van a meter a la cárcel. No te hagas Sweetie, please, I need you, de verdad. Esta sí va a ser la última vez, por Dios, me cae que sí. Ayer por la noche vinieron los cobradores del Mr. De Luca. Ya sabes lo que me pueden hacer… — Miss Gómez? Have you notice how insurance rates have gone up in the last couple of years. We know we can give you a competitive rate. Please call us at 1-8000… — You got a n important call… ¡Ya, por favor! Alicia gritó. El corazón le latía a más de mil millas o kilómetros por hora, no importaba más. Estaba cubierta en sudor. Su mente, corazón y cuerpo estaba totalmente agobiados. No tenía ni el tiempo, ni el humor para contestar tantas llamadas que le estaban llegando a su teléfono. Al observar aquel aparato, lágrimas de frustración, coraje, impotencia, agotamiento, un raro sentir de infertilidad le vino a la joven mujer de apenas 27 años de edad. —Señorita Alicia Gómez. Es el Dr. Pulido. Me imagino que todavía está usted en shock, pero es vital que venga para poder hacerle los exámenes correspondientes. Siento mucho lo que le está sucediendo. Pero podemos por lo menos darle un poco de tranquilidad. Hay muchas drogas actualmente que la pueden ayudar, al menos a estar con menos dolor. Hábleme por favor, o vaya directamente al hospital. Que tenga buen día, señorita Gómez. Aquella mañana, habían desahuciado a Alicia Gómez, tenía leucemia, esa enfermedad que ataca los órganos productores de la sangre y que se caracteriza por una excesiva proliferación de leucocitos o glóbulos blancos en la médula ósea. Estas células se dividen reproduciéndose a sí mismas, lo que genera una proliferación neoplásica de células alteradas que no mueren cuando envejecen o se dañan, por lo que se acumulan y van desplazando a las células rojas. Cuando fumo mota, me siento más tranquila que con toda esa química que me dan. Se decía así misma. El teléfono no dejaba de sonar… ring… ring… ring… En un arranque de desesperación tomó el auricular, y lo aventó contra el piso. La gente solamente piensa en ella. A nadie le importa lo que me está pasando. Cada quién tiene sus intereses. ¡Qué me importa a mí todo lo demás! Y en la mente de Alicia, el teléfono no dejaba de sonar… © David Alberto Muñoz Jonás
Un cuento por David Alberto Muñoz Ella iba caminando por la calle, con paso fiable. Su andar era inequívoco, se desplazaba por la urbanidad de una de tantas ciudades contemporáneas, construidas en medio de alambres, piedra, madera, arcilla, metal y agua. Vestía elegantemente, con un traje de negocios color gris, una blusa blanca, y en su cuello una bufanda color azul pastel que adornaba su rostro cuidadosamente maquillado junto a unos aretes de perlas azuladas. Jonás, imaginó tres nombres: Rosalía, Carmen, y quizás, Maritza. Los apellidos no importaban. El nombre en ocasiones carga a la persona llevándola a lugares nunca antes conocidos, como aquella mujer que caminaba sin perder el ritmo de sus propios pasos. Rosalía era directora de una compañía que importaba piezas de arte europeas. Carmen trabajaba en su propio restaurante de comida mexicana, ¿cómo le dicen hoy? Comida fifi, de alto grado de sofisticación. O tal vez, era Maritza, senadora federal de la nación y casada con uno de los hombres más ricos de todo el país. Jonás, sonrió… —Y el SEÑOR dispuso un gran pez que se tragara a Jonás; y Jonás estuvo en el vientre del pez tres días y tres noches. Esos tres días Jonás los había escuchado toda su vida, junto con la idea de la resurrección. Se lo habían repetido hasta el cansancio, hasta el punto de que él, ya lo creía. —¡Acuérdate bien! Osiris, resucitado por su esposa la diosa Isis. Horus, que resucita al tercer día, sacrificado por Typhon, los dioses Mitra, de Persia, Dionisius, de Grecia, Attis, quizás el más alegórico de todos, en la región de Phrygia, Turquía actualmente, además esa fuerza oculta que ascendió a Nirvana a Siddharta Guatama, y claro, Yeshu, el Xristós, en griego, y por supuesto, la siempre bien ponderada resurrección después de tres días y tres noches. Y que me dicen del profeta del Mazdeísmo, Zoroastro, con su dios absoluto, su juicio final, su mesías redentor. Conjeturó de pronto, que todo era la misma historia dicha desde distintos puntos de vista. No todos hemos crecido en las mismas comarcas. Se nos han enseñado historias distintas. Cada uno de nosotros inventamos tal vez nuestra propia realidad. Nuestros dioses han quedado atrapados en historias de antaño, dónde nacen mitos y se les da poder sobre la vida y la muerte, porque esos mentados tres días, llevan siglos y siglos de existencia. Si no, pregúntenmelo a mí. Jonás miraba la vida de éxito en un plano humano, definió a la susodicha mujer como una hembra realizada, de carácter fuerte, con voz propia, con una narrativa bien presentada y expresada por un vocablo que ya sabía quién era y en dónde se encontraba. Lo miraba en Rosalinda, su presencia tal vez algo forzada todavía en una sociedad patriarcal, pero sí logrando romper los estereotipos de la mujer de antaño, dando lugar a los negociantes cuyo género realmente no importa. Aunque cuando ésta llegaba, todos los varones andaban a su alrededor como abejas en el panal. Pero en cosas del mentado amor, como decía aquel dicho, “afortunado en el juego, desafortunado en el amor”. Como nadie lo tiene todo en la vida, se dice que la fortuna le sonríe excepto en asuntos amorosos. Y aquella mujer, su éxito era demasiado para que ser aceptado por los demás, pero, sobre todo, por los hombres que siempre se sentían intimidados por ella. A Maritza, esto le encantaba. Maritza era simplemente el estereotipo de la mujer de éxito moderna. Todos a su alrededor no la miraban como mujer, más bien como uno más de los “cuates”, de los “miembros” del club, “otro”, que por algún motivo había alcanzado el mentado triunfo a base de esfuerzo y trabajo duro. Esto, a pesar de darle satisfacción, la hería como hembra. —A veces… me gusta que los hombres me miren con deseo… Pero también estaba el mentado marido de Maritza quien tenía otros intereses. Así somos los humanos. Carmen por su parte, estaba criada a la antigua, se le enseñó a ser mujer a la usanza mexicana, detrás de la cocina, medio escondida entre platos, verduras, cubiertos, granos, carnes, vajillas, aves, pescados y frutas, todos combinados para crear su propia identidad sacudiendo a todos los hombres que la buscaban, mientras ella simplemente decidía cuando su propia necesidad de hembra tomaba la batuta. Aunque a ella, sí, a Carmen, ya se le olvidó el placer de un varón. Ya no lo necesita. Supuso que aquella mujer bien pudiera ser una de estas tres creaciones mentales que hizo en su mente. Parte del motivo por el cual él tenía que estar dentro del estómago de ese pez gigantesco. Las podía mirar en su diario andar. Todas sus rutinas las definió en unos cuantos minutos. Al levantarse, quién tomaba café primero y quién se metía de inmediato a la ducha mientras de igual manera, la “otra”, encendía un cigarro y fumaba todo el día como chimenea. Así le decían a él. Maritza terminaba todos sus días en un bar, el nombre en este caso no importa. Sólo la imagen de la mujer política, que entiende que las decisiones se toman en la cantina, frente a un tequila. Elegida por su comunidad para representar los intereses de cada uno de ellos, aunque, el seguir luchando por sus intereses, ya no era la prioridad. Con el paso de los años, ya había caído en una enferma y rara rutina. Todo era simplemente el movimiento sin vida que algunos le dan a la existencia humana. Carmen por su parte trabajaba casi 24 horas al día. Dormía muy poco. Tenía unas ojeras grises que la hacían verse bastante mal. Pero a ella no le importaba. El trabajo se había convertido en su mejor aliado. Ya que la ayudaba a no pensar en su propia existencia, en su aislamiento total. A nadie le gustaba verse así mismos, solitarios, hundidos en una vida que nadie pidió tener, y envueltos en una infinidad de narrativas que solamente enloquecían a Carmen. Prefiero trabajar, se decía así misma, perderme en mis propios ritos de trabajo. No pensar en mi soledad, en mis problemas, porque siempre he sido muy melodramática, y caigo en ese hoyo de total depresión mental. No estoy segura porque nos sentimos así los humanos. Lo que sí sé, es que, si le hacemos caso, caemos en esa cueva oscura y algo tétrica, y nos puede llevar a la muerte en vida. Yo prefiero trabajar… Sí… trabajar y no pensar. Carmen, simplemente te entretenía siguiéndola a todos lados y viéndola laborar. El trabajo es quizás la mejor distracción que podemos tener. Porque incluso cuando no hacemos nada absolutamente, eso también aburre, te cansa. Carmen siempre sonreía. Aunque estuviera molesta. Había aprendido el valor de una sonrisa en medio de las adversidades. Asumió que, en ocasiones, a la gente no le gusta meditar, examinar, razonar. Prefieren perderse nadando en el río de la nada. Es como cuando te emborrachas o fumas mariguana o haces una línea de coca. Todo con la intención de que tu mente no escudriñe tus propios sentimientos de existir. Porque a personas como tú, y como ellas, el pensar es ir más allá de sus propias limitaciones, y no pueden estar satisfechos con esos pensamientos infantiles, creados por mentes sin la capacidad de ver más allá de sus propias narices. Cuando conociste a Maritza, se te hizo una mujer valiente. Es difícil que una mujer llegue a ser senadora federal. Pero ella lo logró. Al principio te cautivaba platicar con ella. Su inteligencia te llevaba a escrutar más allá de la superficie política y humana. Aquellos argumentos se convirtieron en juegos, aquellos juegos se trasformaron en deseos y aquellos deseos terminaron siendo simplemente pensamientos perdidos detrás de dos seres humanos intentando descubrir su propio lugar dentro de esta vida. Rosalía se te hacía una mujer capaz de vender la misma Mona Lisa a precio de oferta. Poseía una increíble habilidad para negociar, dar su precio, bajar o subir la demanda, las ofertas, las necesidades de tener una pieza de arte europeo dentro de tu casa, aunque te quedaras sin un quinto. Imaginaste nuevamente esa tarde cuando en medio de palabras, gestos e intenciones, Rosalía te vendió un pedazo de la misma cruz en la que Jesucristo fue crucificado. Lo curioso fue que, por momentos, le creíste. Pusiste ese pedazo de madera vieja sobre la mesa del centro de tu casa, y cada oportunidad que tenías, hablabas de aquella pieza como uno de los iconos religiosos más valioso en existencia, que había podido subsistir a pesar de tantos siglos trascurridos. Tú mismo te la creías por momentos. Pensó… ¿Cuál de las tres es real? Ninguna… todas… dos sí y una no… una sí y dos no son… No importaba. Todo era creado en la mente de Jonás, quién estaba dentro del estómago de un inmenso pez, en medio del océano de una humanidad en busca de algo que nos de eso que llamamos: “felicidad”. ¡Se carcajeó! Logró al menos sonreír cuando intentó darles vida a esos huesos humanos que descansaban en un sepulcro flotante. Eso era el gigantesco pez. Jonás estaba muerto, junto con Rosalía, Carmen y Maritza. Solamente se miraban detrás de sus propias cárcavas, e inventaban las vidas los unos de los otros para pasar el tiempo de la eternidad. —¿Jonás? —Dime Carmen. —¿Estamos muertos? Rosalía contesta. —¡Claro que estamos muertos! Vivimos simplemente mientras podemos ver la vida con optimismo. Con el paso del tiempo eso desaparece. Y todo queda, así como lo vemos, vacío, seco, fatuo, solamente lleno de lo que nosotros deseemos para nosotros mismos. Todos vamos al mismo lugar. —¿Tú qué piensas Maritza? —Yo pienso que la realidad existe dentro y fuera de nuestras mentes. Lo que pasa es que a veces no logramos reconciliar ambos polos. Somos, pero a la misma vez no somos. Estamos, pero también nos ausentamos. Estamos vivos, pero a veces se nos olvida que todos moriremos cierto día. Y quizás, ya hemos muerto sin darnos cuenta. Jonás, finalmente responde. —Entonces le dijeron: ¿Qué haremos contigo para que el mar se calme en torno nuestro? Pues el mar se embravecía más y más. Y él les dijo: Tomadme y lanzadme al mar, y el mar se calmará en torno vuestro, pues yo sé que por mi causa ha venido esta gran tempestad sobre vosotros. Y un gran pez me tragó, pero nunca me vomitó después de tres días. Todavía permanezco dentro de su estómago. Inventando vidas y personajes, y creo que así será por los siglos de los siglos. Porque no sabemos qué es lo que pasa después que nuestra mente muere. ¿A dónde van nuestros pensamientos? A lo mejor, ya estamos muertos desde siempre. Jonás vio a una mujer caminando por calles de una ciudad urbana, e imaginó tres vidas distintas, tres patrones de existencia, tres probabilidades, tres días, tres noches, el padre, el hijo y el espíritu santo… la trinidad adquirida del vientre de un inmenso pez, y por supuesto, esa nociva idea de la resurrección. Aunque él ya sabía, todo puede permanecer en el cerebro nuestro, aún la vida misma. Sí, es la historia de Jonás, a él se lo tragó un pez inmenso, y ya no pudo salir de ahí. Por eso todo se reduce a tres días y tres noches… y claro, se repite, esa disparatada esperanza que todos tienen de resucitar, para bien… o para mal… Y así, permanece Jonás dentro del estómago del pez por tres días y tres noches, que son eternas, y que nunca terminarán... Todo es un mito, y los humanos lo hemos creído. © David Alberto Muñoz |
David Alberto MuñozSe autodefine como un cuentero, a quién le gusta reflejar "la compleja experiencia humana". Viaja entre 3 culturas, la mexicana, la chicana y la gringa. Es profesor de filosofía y estudios religiosos en Chandler-Gilbert-Community College, institución de estudios superiores. Archives
July 2021
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