Jonás
Un cuento por David Alberto Muñoz Ella iba caminando por la calle, con paso fiable. Su andar era inequívoco, se desplazaba por la urbanidad de una de tantas ciudades contemporáneas, construidas en medio de alambres, piedra, madera, arcilla, metal y agua. Vestía elegantemente, con un traje de negocios color gris, una blusa blanca, y en su cuello una bufanda color azul pastel que adornaba su rostro cuidadosamente maquillado junto a unos aretes de perlas azuladas. Jonás, imaginó tres nombres: Rosalía, Carmen, y quizás, Maritza. Los apellidos no importaban. El nombre en ocasiones carga a la persona llevándola a lugares nunca antes conocidos, como aquella mujer que caminaba sin perder el ritmo de sus propios pasos. Rosalía era directora de una compañía que importaba piezas de arte europeas. Carmen trabajaba en su propio restaurante de comida mexicana, ¿cómo le dicen hoy? Comida fifi, de alto grado de sofisticación. O tal vez, era Maritza, senadora federal de la nación y casada con uno de los hombres más ricos de todo el país. Jonás, sonrió… —Y el SEÑOR dispuso un gran pez que se tragara a Jonás; y Jonás estuvo en el vientre del pez tres días y tres noches. Esos tres días Jonás los había escuchado toda su vida, junto con la idea de la resurrección. Se lo habían repetido hasta el cansancio, hasta el punto de que él, ya lo creía. —¡Acuérdate bien! Osiris, resucitado por su esposa la diosa Isis. Horus, que resucita al tercer día, sacrificado por Typhon, los dioses Mitra, de Persia, Dionisius, de Grecia, Attis, quizás el más alegórico de todos, en la región de Phrygia, Turquía actualmente, además esa fuerza oculta que ascendió a Nirvana a Siddharta Guatama, y claro, Yeshu, el Xristós, en griego, y por supuesto, la siempre bien ponderada resurrección después de tres días y tres noches. Y que me dicen del profeta del Mazdeísmo, Zoroastro, con su dios absoluto, su juicio final, su mesías redentor. Conjeturó de pronto, que todo era la misma historia dicha desde distintos puntos de vista. No todos hemos crecido en las mismas comarcas. Se nos han enseñado historias distintas. Cada uno de nosotros inventamos tal vez nuestra propia realidad. Nuestros dioses han quedado atrapados en historias de antaño, dónde nacen mitos y se les da poder sobre la vida y la muerte, porque esos mentados tres días, llevan siglos y siglos de existencia. Si no, pregúntenmelo a mí. Jonás miraba la vida de éxito en un plano humano, definió a la susodicha mujer como una hembra realizada, de carácter fuerte, con voz propia, con una narrativa bien presentada y expresada por un vocablo que ya sabía quién era y en dónde se encontraba. Lo miraba en Rosalinda, su presencia tal vez algo forzada todavía en una sociedad patriarcal, pero sí logrando romper los estereotipos de la mujer de antaño, dando lugar a los negociantes cuyo género realmente no importa. Aunque cuando ésta llegaba, todos los varones andaban a su alrededor como abejas en el panal. Pero en cosas del mentado amor, como decía aquel dicho, “afortunado en el juego, desafortunado en el amor”. Como nadie lo tiene todo en la vida, se dice que la fortuna le sonríe excepto en asuntos amorosos. Y aquella mujer, su éxito era demasiado para que ser aceptado por los demás, pero, sobre todo, por los hombres que siempre se sentían intimidados por ella. A Maritza, esto le encantaba. Maritza era simplemente el estereotipo de la mujer de éxito moderna. Todos a su alrededor no la miraban como mujer, más bien como uno más de los “cuates”, de los “miembros” del club, “otro”, que por algún motivo había alcanzado el mentado triunfo a base de esfuerzo y trabajo duro. Esto, a pesar de darle satisfacción, la hería como hembra. —A veces… me gusta que los hombres me miren con deseo… Pero también estaba el mentado marido de Maritza quien tenía otros intereses. Así somos los humanos. Carmen por su parte, estaba criada a la antigua, se le enseñó a ser mujer a la usanza mexicana, detrás de la cocina, medio escondida entre platos, verduras, cubiertos, granos, carnes, vajillas, aves, pescados y frutas, todos combinados para crear su propia identidad sacudiendo a todos los hombres que la buscaban, mientras ella simplemente decidía cuando su propia necesidad de hembra tomaba la batuta. Aunque a ella, sí, a Carmen, ya se le olvidó el placer de un varón. Ya no lo necesita. Supuso que aquella mujer bien pudiera ser una de estas tres creaciones mentales que hizo en su mente. Parte del motivo por el cual él tenía que estar dentro del estómago de ese pez gigantesco. Las podía mirar en su diario andar. Todas sus rutinas las definió en unos cuantos minutos. Al levantarse, quién tomaba café primero y quién se metía de inmediato a la ducha mientras de igual manera, la “otra”, encendía un cigarro y fumaba todo el día como chimenea. Así le decían a él. Maritza terminaba todos sus días en un bar, el nombre en este caso no importa. Sólo la imagen de la mujer política, que entiende que las decisiones se toman en la cantina, frente a un tequila. Elegida por su comunidad para representar los intereses de cada uno de ellos, aunque, el seguir luchando por sus intereses, ya no era la prioridad. Con el paso de los años, ya había caído en una enferma y rara rutina. Todo era simplemente el movimiento sin vida que algunos le dan a la existencia humana. Carmen por su parte trabajaba casi 24 horas al día. Dormía muy poco. Tenía unas ojeras grises que la hacían verse bastante mal. Pero a ella no le importaba. El trabajo se había convertido en su mejor aliado. Ya que la ayudaba a no pensar en su propia existencia, en su aislamiento total. A nadie le gustaba verse así mismos, solitarios, hundidos en una vida que nadie pidió tener, y envueltos en una infinidad de narrativas que solamente enloquecían a Carmen. Prefiero trabajar, se decía así misma, perderme en mis propios ritos de trabajo. No pensar en mi soledad, en mis problemas, porque siempre he sido muy melodramática, y caigo en ese hoyo de total depresión mental. No estoy segura porque nos sentimos así los humanos. Lo que sí sé, es que, si le hacemos caso, caemos en esa cueva oscura y algo tétrica, y nos puede llevar a la muerte en vida. Yo prefiero trabajar… Sí… trabajar y no pensar. Carmen, simplemente te entretenía siguiéndola a todos lados y viéndola laborar. El trabajo es quizás la mejor distracción que podemos tener. Porque incluso cuando no hacemos nada absolutamente, eso también aburre, te cansa. Carmen siempre sonreía. Aunque estuviera molesta. Había aprendido el valor de una sonrisa en medio de las adversidades. Asumió que, en ocasiones, a la gente no le gusta meditar, examinar, razonar. Prefieren perderse nadando en el río de la nada. Es como cuando te emborrachas o fumas mariguana o haces una línea de coca. Todo con la intención de que tu mente no escudriñe tus propios sentimientos de existir. Porque a personas como tú, y como ellas, el pensar es ir más allá de sus propias limitaciones, y no pueden estar satisfechos con esos pensamientos infantiles, creados por mentes sin la capacidad de ver más allá de sus propias narices. Cuando conociste a Maritza, se te hizo una mujer valiente. Es difícil que una mujer llegue a ser senadora federal. Pero ella lo logró. Al principio te cautivaba platicar con ella. Su inteligencia te llevaba a escrutar más allá de la superficie política y humana. Aquellos argumentos se convirtieron en juegos, aquellos juegos se trasformaron en deseos y aquellos deseos terminaron siendo simplemente pensamientos perdidos detrás de dos seres humanos intentando descubrir su propio lugar dentro de esta vida. Rosalía se te hacía una mujer capaz de vender la misma Mona Lisa a precio de oferta. Poseía una increíble habilidad para negociar, dar su precio, bajar o subir la demanda, las ofertas, las necesidades de tener una pieza de arte europeo dentro de tu casa, aunque te quedaras sin un quinto. Imaginaste nuevamente esa tarde cuando en medio de palabras, gestos e intenciones, Rosalía te vendió un pedazo de la misma cruz en la que Jesucristo fue crucificado. Lo curioso fue que, por momentos, le creíste. Pusiste ese pedazo de madera vieja sobre la mesa del centro de tu casa, y cada oportunidad que tenías, hablabas de aquella pieza como uno de los iconos religiosos más valioso en existencia, que había podido subsistir a pesar de tantos siglos trascurridos. Tú mismo te la creías por momentos. Pensó… ¿Cuál de las tres es real? Ninguna… todas… dos sí y una no… una sí y dos no son… No importaba. Todo era creado en la mente de Jonás, quién estaba dentro del estómago de un inmenso pez, en medio del océano de una humanidad en busca de algo que nos de eso que llamamos: “felicidad”. ¡Se carcajeó! Logró al menos sonreír cuando intentó darles vida a esos huesos humanos que descansaban en un sepulcro flotante. Eso era el gigantesco pez. Jonás estaba muerto, junto con Rosalía, Carmen y Maritza. Solamente se miraban detrás de sus propias cárcavas, e inventaban las vidas los unos de los otros para pasar el tiempo de la eternidad. —¿Jonás? —Dime Carmen. —¿Estamos muertos? Rosalía contesta. —¡Claro que estamos muertos! Vivimos simplemente mientras podemos ver la vida con optimismo. Con el paso del tiempo eso desaparece. Y todo queda, así como lo vemos, vacío, seco, fatuo, solamente lleno de lo que nosotros deseemos para nosotros mismos. Todos vamos al mismo lugar. —¿Tú qué piensas Maritza? —Yo pienso que la realidad existe dentro y fuera de nuestras mentes. Lo que pasa es que a veces no logramos reconciliar ambos polos. Somos, pero a la misma vez no somos. Estamos, pero también nos ausentamos. Estamos vivos, pero a veces se nos olvida que todos moriremos cierto día. Y quizás, ya hemos muerto sin darnos cuenta. Jonás, finalmente responde. —Entonces le dijeron: ¿Qué haremos contigo para que el mar se calme en torno nuestro? Pues el mar se embravecía más y más. Y él les dijo: Tomadme y lanzadme al mar, y el mar se calmará en torno vuestro, pues yo sé que por mi causa ha venido esta gran tempestad sobre vosotros. Y un gran pez me tragó, pero nunca me vomitó después de tres días. Todavía permanezco dentro de su estómago. Inventando vidas y personajes, y creo que así será por los siglos de los siglos. Porque no sabemos qué es lo que pasa después que nuestra mente muere. ¿A dónde van nuestros pensamientos? A lo mejor, ya estamos muertos desde siempre. Jonás vio a una mujer caminando por calles de una ciudad urbana, e imaginó tres vidas distintas, tres patrones de existencia, tres probabilidades, tres días, tres noches, el padre, el hijo y el espíritu santo… la trinidad adquirida del vientre de un inmenso pez, y por supuesto, esa nociva idea de la resurrección. Aunque él ya sabía, todo puede permanecer en el cerebro nuestro, aún la vida misma. Sí, es la historia de Jonás, a él se lo tragó un pez inmenso, y ya no pudo salir de ahí. Por eso todo se reduce a tres días y tres noches… y claro, se repite, esa disparatada esperanza que todos tienen de resucitar, para bien… o para mal… Y así, permanece Jonás dentro del estómago del pez por tres días y tres noches, que son eternas, y que nunca terminarán... Todo es un mito, y los humanos lo hemos creído. © David Alberto Muñoz
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David Alberto MuñozSe autodefine como un cuentero, a quién le gusta reflejar "la compleja experiencia humana". Viaja entre 3 culturas, la mexicana, la chicana y la gringa. Es profesor de filosofía y estudios religiosos en Chandler-Gilbert-Community College, institución de estudios superiores. Archives
July 2021
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