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Presencia

Fátima

12/19/2018

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Fátima
Un cuento
Por David Alberto Muñoz
 
—¿Cómo fue que te pusieron ese nombre?
 
—Pues tiene toda una historia. Mi mamá siempre me la ha contado.
 
—Pues cuéntame.
 
—Mira, cuándo yo nací, nací enfermita. La mera verdad no tengo el recuerdo ni la seguridad de qué tenía. Era una bebé de meses de nacida. Me han dicho que me dio una gripa muy fuerte. Otros me han compartido que nací con un tumor en el cerebro, y otros simplemente que tenía una de esas enfermedades peligrosas que les dan a los niños y punto. Pues mi madre como buena católica que era me puso en las manos de la Virgencita de Guadalupe, y le juró a la virgen que, si me salvaba, me pondría el nombre de Guadalupe. Pero, ¿qué crees?
 
—¿Qué?
 
—Pues que la oración no funcionó. No sé si te habrás dado cuenta de que a veces, Dios o la virgen no responden. Me cae que sí, eso es algo que al menos a mí me ponía mucha duda ya después que crecí y comencé a pensar por mi misma. ¿Cuánta gente no pone toda su fe en sus rezos a la virgen o a Dios y nada pasa? Mi madre es muy religiosa, va a misa todos los días, se reza no sé cuántos Padres nuestros y claro, le reza a la virgen, o las vírgenes debo decir. Me han dicho que todas son una representación de la virgen María. Por eso hay vírgenes negras, morenas, blancas y de todos sabores para satisfacer a toda la población mundial.
 
—No te burles, yo soy muy católica también.
 
—No me burlo, simplemente que así son las cosas. Hay que decir las cosas como son. ¿o no?
 
—Pero bueno, ¿dónde entra lo de Fátima? 
 
—Pues estaba yo muriéndome de plano, hasta mi papá ya había hablado con el sacerdote para que predicará en mi sepelio. Ya me daban por muerta. Todos en mi pueblo se enteraron. Nací en un lugar algo chico, se llama precisamente Nácori Chico, en el estado de Sonora, es un lugar muy bonito, pero de que todo mundo se da cuenta de lo que hace todo mundo, pues eso qué ni qué.
 
—¿Y qué pasó?
 
—Pues quizás, en un acto de desesperación, mi madre hizo una manda a la Virgen de Fátima, y le prometió lo mismo que a la virgencita de Guadalupe, que, si me salvaba, me pondría su nombre. Y aquí estoy.
 
—¡Óyeme! Está suave la historia.
 
—Mi mamá la cuenta mejor. Pero ¿sabes qué?
 
—¿Qué?
 
—Yo dudo mucho que los rezos en verdad lleguen al cielo.
 
—No seas sacrilegia, eso es pecado. Tú eres un ejemplo claro de que la virgencita de Fátima te salvó.
 
—Pues no lo creo, durante mucho tiempo estuve metida dentro de la iglesia. Tome un montón de cursos bíblicos. No sólo católicos, también anduve con los protestantes. Yo la verdad, quería mucho a ese Dios, era mi todo. Pero con el paso del tiempo me desilusioné de todo, la verdad de todo y de todos.
 
—¿Pero porqué manita?
 
—Te prohíben todo, todo es pecado delante de Dios. No puedes tomar, no puedes decir groserías, debes de cubrir tu cuerpo para no provocar al varón, nada de tener sexo fuera del matrimonio, eso sí es una condenación segura, tienes que dejarte que todo mundo te chingue la mera verdad, porque si no lo haces, estás pecando delante del Dios todopoderoso. No te has fijado que todas las mujeres se hacen bien cuachalotas en las iglesias. Yo sé que todas vamos envejeciendo, pero ya no se cuidan, no se arreglan, se dejan ir, según ellas se llenan del espíritu santo. Yo pienso que debemos de cuidarnos lo mejor que podamos, ¿no?
 
—Pues sí, quizás tengas razón.
 
—Me acuerdo que yo me maquillaba, me decían eso es vanidad. Me ponía un vestido nuevo, sobre la rodilla, me decían está muy corto, pareces ramera. Le decía a alguien se ve muy bien hermana, me decían no prediques el orgullo ¡Chingada madre, todo era pecado!  A mí me tenían bien amarrada, controlada completamente. Fue muy feo la verdad.
 
—Pues nunca lo había visto así.
 
—¿Sabes lo que significa mi nombre? Mi nombre viene del árabe, y quiere decir única. Y sí, soy única, rebelde, a veces medio terca.  Yo no puedo estar satisfecha haciéndole de comer a un hombre todos los días, ni lavándole su ropa, o sus calzones. No tengo la paciencia para estar metida en la casa y no salir al mundo. El mundo es tan inmenso, tan grande. Yo no sé quién fue el que nos puso a las mujeres dentro del hogar. Un día de plano me rebelé. Rechacé todo aquello que me habían enseñado. Y me dije a mí misma. Yo soy Única, si, única, y quiero vivir mi vida, deseo hacer lo que yo quiera sin frenos morales o religiosos. Sí, yo soy Fátima, hembra, mujer e individuo.
 
—¡Híjole manita! Suena chido, pero ahora entiendo por qué tu familia ha reaccionado cómo lo ha hecho. Se dice muy fácil, pero está cañón hacerlo.
 
—A veces no estoy segura de que si lo que estoy haciendo sea lo correcto. Pero sí estoy segura que lo que hago es lo mejor para mí. La vida es tan corta Isabel. Y bueno, dice mi mamá que ella rezó a Fátima, y resultó, y que la oración a la virgencita de Guadalupe no. Pues yo le agradezco a la virgen de Fátima, el nombre, yo soy única. Se me hace chistoso ¿no crees?
 
—¿Qué?
 
—Parece hasta competencia. ¿Cuál virgen responderá a las suplicas de sus hijos? Yo ya no creo en los santos ni en las vírgenes, yo creo en mí misma. Y sí, lo repito, me llamo Fátima, y soy única.
 
Isabel sonrió con una rara sonrisa impregnada con un poco de perversidad.
 
—¿Pero oye?
 
—Dime…
 
—¿Por qué te llamas tú Isabel?
 
—¡Híjole manita! Eso ya es otro cuento.
 
© David Alberto Muñoz
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    David Alberto Muñoz

    Se autodefine como un cuentero, a quién le gusta reflejar "la compleja experiencia humana".  Viaja entre 3 culturas, la mexicana, la chicana y la gringa. Es profesor de filosofía y estudios religiosos en Chandler-Gilbert-Community College, institución de estudios superiores.

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