Conversaciones
Un cuento Por David Alberto Muñoz “Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?” Jeremías 17:9 Cada mañana de su vida, José Andrés Escalante se levantaba de madrugada para ir a tomarse un café y desayunar en un restaurante que estaba en el centro de Azcapotzalco, el mentado Once28. Era una panadería, con pastelería, café gourmet, que servía desayunos, comidas y cenas. Siempre se preguntó porque le pusieron el Once28, pero la verdad la pregunta se le iba de la mente cada vez que olía el aroma de la mantequilla orneada con azúcar, o su pan de muerto, relleno de trufa de chocolate de leche con un chorrito de tequila, que él siempre pedía fuera un doble. Le gustaba sentarse a leer con su café a un lado. Desde chico había adquirido el amor por la lectura. Incluso, cuando era niño, no salía a jugar con sus hermanos, su madre siempre le decía vete a jugar, sal a tomar aire muchacho, pero él, prefería permanecer frente a un libro. Se la pasaba leyendo en la oficina de su padre, quién era maestro, y cuando se le acabaron los libros, fue a la biblioteca y se los robaba, porque tenía un verdadero vicio de leer. Poco a poco fue leyendo las grandes obras literarias de los grandes maestros. Le gustaba ser el primero en llegar al Once28, porque de esa manera tenía más tiempo de leer sin ser interrumpido. Por las mañanas la gran ciudad era como cualquier otra. Despertaba con algunas lagañas provocadas por las copas de más, que los rascacielos habían compartido con las alcantarillas, mientras escuchaban el paso de millones y millones de personas que iban caminando huyendo no del “otro”, sino más bien de ellos mismos. Era notorio aquella mañana, el aire fresco que se respiraba en medio del smog que literalmente se podía ver con el simple ojo. A él, no le importaba. Tomaba aliento permitiendo que sus pulmones sintieran la frescura de otro amanecer. —¡Buenos días José Andrés!—lo sorprendió una voz conocida—Como siempre, eres tú el primero en llegar. ¿Ya terminó con Marguerite Duras? Era Venancio Echevarría, el abogado aprendiz de filósofo, quién pensaba conocer todas las ideologías humanas, así como la literatura universal en todas sus dimensiones. Vestía como era su costumbre. Un traje negro, camisa blanca y corbata de cuadros, de color verde blanquizco, y su característica más peculiar, siempre llevaba puestos, unos guaraches. A José Andrés le causaba mucha risa, porque parecía ser una verdadera caricatura sacada de algún comic de antaño. —Buenos días Venancio, te amaneció más temprano hoy. ¡Joder! Echevarría siempre se las daba de ser de origen vasco, pero la verdad, era más mexicano que el molcajete, su nombre se lo dieron porque su abuelo, quién sí vino de España, era como el patriarca de la familia, y al santo niño de Atocha le tocó el nombre, pero ni siquiera tenía acento vasco, era más defeño que el mismo José Andrés, quién enseñaba en la UNITEC, comercio internacional, pero muy dentro de él, le hubiera gustado enseñar su verdadera pasión, la literatura. —No sé por qué no estudié literatura como mi padre. Siempre me gustó. En mi mente, al leer, creo metrajes enteros. Mi imaginación trabaja, logro ver no solamente los espacios geográficos de una novela, también en ocasiones, me adentro en el mismo corazón humano, y de esa forma logro al menos tratar de entenderme un poco más—se decía así mismo. Esa alborada, José Andrés estaba terminando El amante, de Marguerite Duras; le daba mucho coraje que Echevarría supiera que estaba leyendo, de alguna extraña forma, siempre le daba el nombre del libro antes que Andrés lo mencionara; no sabía cómo le hacía, trataba de ocultar el cuerpo del delito debajo de un periódico o algo así, pero el susodicho niño de Atocha, porque así le decían por los guaraches que invariablemente traía puestos, siempre descubría el título y el autor que deleitaba en esos momentos a José Andrés. —No empieces a joder Andrés. Mejor dime, ¿te gustó el amorío del chino con la jovencita bella? Es medio morbosa la novela ¿no? Escalante lanzó un gesto de enfado en medio del aire. —No te enojes, solamente deseo conocer tu perspectiva. A ti siempre te han gustado las jovencitas ¿no? Bueno, por no decir las niñas… —¡No empieces pinche niño de Atocha!—gritó bastante molesto José Andrés. —Tranquilo compañero, no te alebrestes, es guasa… bueno… eso digo yo. En realidad, no conocemos el interior de la mente de nuestro prójimo. Tú puedes tener una mente sucia, o una mente podrida. Echevarría soltó una burlona carcajada, sabiendo de antemano que sus comentarios molestaban bastante a José Andrés. —¡Mejor cállate Venancio! No sabes lo que dices. —¡Uy! ¡Qué genio! Nada más estoy jugando. —Siempre tienes que llegar con tus comentarios pendejos. ¿Qué sabes tú de la novela erótica? Venancio, se sentó en la mesa dónde estaba José Andrés. Llamó a la mesera para pedirle un café americano, para luego tomar el libro que estaba leyendo Escalante. —El erotismo es una expresión amorosa sexual, una emoción del que se siente atraído por otra persona que le produce placer, deleite, satisfacción. Se presenta como un amor físico, carnal, algo que es sensual. ¿Sabes? El texto erótico requiere un tipo particular de exhibicionismo, sí, así es, siempre busca sugerir más que mostrar, su propósito es el de estimular la imaginación y los sentidos del que lee. Y es que el erotismo suele adoptar dos procedimientos que conllevan dos estilos totalmente diferentes, por una parte, puede emplear la sobre determinación concreta, y pone de relieve la vertiente más baja de la sexualidad humana, sí, hablo de la pornografía. Por otro lado, puede seguir la tradición clásica y literaria para lo cual emplea un lenguaje refinado y distanciado de lo real. No es mi literatura favorita, pero eso ya lo sabes. La mirada de Escalante reflejaba disgusto, y esa común envidia de saber que el vasco niño de Atocha tenía hasta cierto punto razón. —¡Buenos días caballeros!—anunció una voz femenina—¿Tan temprano y ya peleando? Era Lilia Sandoval Zollino, diputada al congreso de la Unión, representando al partido Verde. Mujer relativamente joven, inteligente, de unos 43 años de edad a quién le gustaba vestirse sexy y provocar al varón para luego echarles en cara su comportamiento machista. A José Andrés… le gustaba. A Venancio, le caí muy mal. —Señores tranquilidad, ¿a qué se debe tanto escándalo? No creo que sea para tanto ¿o sí? La ciudad empezaba a cobrar vida. Murmullos adornaban la escena. Camiones cruzando, gente transitando, taquerías abriendo temprano, mujeres barriendo las entradas de sus casas o sus negocios, regando con la manguera la tierra acumulada, niños rumbo a la escuela, pordioseros en busca de comida, voces de una ciudad resucitando. —Ya llegó la licenciada Sandoval Zollino. Por cierto, Lilia, ¿de dónde viene ese apellido medio raro? ¿De la palabra zorrillo? Lilia simplemente sonrió sin parecer haberse ofendido. —No Venancio, Zollino es una pequeña población al sur de Italia. Te lo he dicho mil veces, pero a ti te encanta repetir tus propias pendejadas. —¿De veras? Algo me huele mal aquí. —Ha de ser tu aliento que nunca cepillas con un buen razonamiento. —¿Zollino? —Sí, de veras. Está casi en el tacón de la bota. ¿Sí sabes que Italia tiene la forma de una bota verdad? —¡No empieces pinc…! —¡No enfades Venancio! Ya mejor cállate—finalmente intervino José Andrés—No le hagas caso Lilia, ya sabes cómo es. ¿Cómo estás? ¿Qué dice la política nacional? La mujer, quien vestía un bello vestido color violeta, asimétrico, de manga larga tipo camisero, con detalle de listón a la cintura formando un moño que hacía lucir muy elegante a la licenciada, se sentó y cruzó la pierna subiendo su vestido a la altura adecuada, suficiente para que el varón vea, pero no demasiado para ser juzgada por la sociedad. —Cómo hemos de estar. Sin gasolina, con personas muertas, yo no entiendo a esa gente que nada más se metió a querer llevarse la gasolina, y bueno… también con individuos como el licenciado Echevarría diciendo pendejada y media. —Silencio, que la gallina va a hablar. —¡Ay corazón, el gallo será muy gallo, pero la de los huevos es la gallina! Todos rieron casi al mismo tiempo. De pronto, se pudo sentir un ambiente de verdadera amistad entre estos tres individuos que una mañana tomaban café en un lugar céntrico de Azcapotzalco. —El profesor Escalante me estaba diciendo que a él le gusta las jovencitas, las niñas prácticamente. ¿Has leído El amante Lilia? Un chino rico de 26 años, que se mete con una jovencita de 15. Hoy en día eso lo llamamos pedofilia ¿no? —A ti nada más te gusta enfadar a la gente Venancio. Marguerite escribe con un estilo refinado, y definitivamente plasma la hipocresía de la sociedad colonial, cuestión que bien puede ser nuestra propia sociedad de principios de siglo. Venancio la observa con recelo, haciendo gestos de tú lo has de saber todo. —Esa adolescente no deja de ser una niña de 15 años. ¿No tienes tú una hermanita de esa edad? ¿Te gustaría que se metiera con un hombre de 26, vivido, con dinero y demás? —No reduzcas los argumentos a la simplicidad Venancio. El hecho de que a mí me guste eso o no, no le quita el propósito y el valor a la escritura de Duras. —¡Uy! ¿Cuál fue ese propósito? —¿No has leído la novela? Cito: “Muy pronto en mi vida fue demasiado tarde… A los dieciocho años envejecí”. Es una historia de amor y odio, de cómo una familia se desgarró, y todo esto en medio de una apasionada relación sexual. Es pseudoautobiográfica, una niña que quedó permanentemente marcada por la madurez a corta edad. ¿Me vas a decir que tú no tenías deseos sexuales a los 15 años? —¡Tú qué sabes Lilia! Venancio se levantó y se alejó de José Andrés y la licenciada Sandoval Zollino, éstos dos, simplemente se miraron a los ojos para sonreír con mucha complacencia. —¿Qué piensas tú de verdad Lilia? Como mujer que eres. No voy a negar que hasta cierto punto es verdad lo que Venancio dice, a mí me gustan las mujeres jóvenes, pero eso es lo que hace la literatura por mí, vivir idilios prohibidos, nunca imaginados, crear personajes abstractos que se muevan a su antojo, provocar reacciones en la gente de enojo, atrevimiento, escándalo, asco o dulzura. ¿Me explico? Lilia sacó un cigarro de su bolsa. Andrés de inmediato se lo encendió con un encendedor que siempre cargaba, aunque él no fumaba. Permitió que la mujer meditara brevemente en su respuesta. Ella, alzó los ojos para ver a Venancio que estaba obviamente molesto y platicando con una mesera que simplemente escuchaba las palabras quizás vanas del mentado abogado, aprendiz de filósofo, a quién le decían el santo niño de Atocha porque siempre traía guaraches puestos, y además, les llevaba comida a sus clientes que estuvieran prisioneros. —Mira José Andrés, todos los humanos tenemos un despertar sexual. Quince años es más o menos la edad en la cual todos descubrimos la atracción que podemos sentir por el sexo opuesto, o por el mismo hoy en día. Nuestros cuerpos están cambiando, las hormonas nos vuelven locos. Es esa época difícil cuando no somos niños ni adultos. A ustedes les cambia la voz, a nosotras los pechos comienzan a crecernos. Pero lo que yo veo, sobre todo en El amante, es que es muy difícil separar a la niña de la dama del sombrero de ala plana. El deseo llega y no pregunta, en ocasiones te controla, y sí, es verdad que muchas cosas no las hacemos por el freno que nos pone la sociedad, pero sí hay algunos que se entregan al deseo sin medir consecuencias. Eso es una desgracia, ¿no crees? —¿Por qué desgracia? —Préstame ese libro. Escalante le da la copia de El amante que ha estado leyendo. —Escucha: “Su desgracia es evidente. Abocadas las dos a la difamación debido a la naturaleza del cuerpo que poseen, acariciado por los amantes, besado por sus bocas, entregadas a la infamia del goce hasta morir, dicen, hasta morir de ese amor misterioso de los amantes sin amor. De eso es lo que se trata, de esas ganas de morir”. Tal vez, ese es el tema del libro… Todos quisiéramos tener cuerpos jóvenes, sólidos. Desearía que mis pechos nunca hubiesen caído, que las arrugas jamás hubiesen invadido mi rostro. Poder experimentar el placer sexual a la luz de la experiencia, y la juventud de mi cuerpo a la misma vez. Pero no podemos, ya que maduramos, ya que entendemos el placer mucho mejor, lo abrazamos con fuerza, o quizás los rechazamos. Duras, era ya una mujer anciana cuando escribió este libro. Es una voz del recuerdo, de aquello que le hubiera gustado verdaderamente vivir. Y aunque se dio cuenta a corta edad, sólo ya estando en la vejez podemos realmente reflexionar en lo que nos hubiera gustado sentir, experimentar, conocer, saber... ¿Me entiendes? José Andrés suspiró profundamente. —¿Entonces qué Escalante? ¿Vas a aceptar que eres un depravado?—interrumpió nuevamente Venancio. Andrés lo miró con misericordia. —Sí Venancio, soy un depravado que por lo menos ha aceptado su condición, mientras que tú, solamente buscas contradicciones. Me despido. Buen día compañeros. Voy ahora a leer Estrategias del deseo de Cristiana Peri Rossi. Pero antes, tengo que dar mi cátedra de comercio internacional. Lilia lanzó una alegre y contagiosa carcajada. —Cuídate José Andrés. La vida sigue… —Yo me voy a trabajar, soy abogado pasante, y consultante jurídico, y me gusta llevarles comida a mis clientes a la prisión, como el santo…. —¡El santo niño de Atocha!—exclamaron José Andrés y Lilia a la vez. —Ya lo sabemos Venancio, ya lo sabemos. Cada mañana la escena se repetía, y la vida, parecía quedar atrapada entre recuerdos, deseos, nefastas acciones, locas perversidades morbosas, momentos incongruentes de existencia humana, dónde todos somos deseados, y dónde todos deseamos algo más. Es verdad, engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso, ¿quién lo conocerá? © David Alberto Muñoz
0 Comments
Leave a Reply. |
David Alberto MuñozSe autodefine como un cuentero, a quién le gusta reflejar "la compleja experiencia humana". Viaja entre 3 culturas, la mexicana, la chicana y la gringa. Es profesor de filosofía y estudios religiosos en Chandler-Gilbert-Community College, institución de estudios superiores. Archives
July 2021
|