La cita perdida
Un relato Por David Alberto Muñoz Siempre me dijiste ¿por qué no nos cocimos antes? Yo qué sé. Te conocí en el momento preciso, o tal vez simplemente ignoré esa cita que el destino me tenía preparada. Recuerdo tu rostro cuidadosamente maquillado, tu cutis fresco y juvenil, ante la mirada recia de tu madre, que parecía cortarme las venas con la mirada, mientras yo intentaba acercarme. Habíamos quedado de vernos a las doce medio día. Enfrente de la escuela, dónde el señor Ruperto vendía licuados y panes dulces. ¿Recuerdas? La primera vez que te invité un licuado, pediste uno de mamey, con un chorrito de jerez y poca canela. Me impresionó tu atrevimiento, te atrevías a beber ya un poco de alcohol mientras que yo apenas me escapaba de mi casa a media tarde para verte detrás del árbol que estaba plantado en el parque a media cuadra de tu casa. La señora Ocejo, la perfecta de la escuela, nos cachó una vez, ¿lo recuerdas? A mí me puso una regañada de los mil demonios. Tú poco a poco nada más te fuiste, desapareciste de la escena, fue como si nunca hubieses estado; mientras que aquella mujer me decía que yo no la miraba a ella con el amante, y lo puedo hacer decía, porque no tengo marido, pero no me vez ¿o sí? Sra. Ocejo, yo solamente me salí a tomar un licuado con Beatriz. Creo que así te llamabas… Ese día, cuando debí de haberte conocido, me enfermé, me dio temperatura y estuve ausente por varios días. Lo único que pensaba era en decirte lo que me había pasado, no quería que pensaras mal de mí; pero en esa época no había celulares, ni mensajes de texto, sólo teníamos un teléfono en la casa, y eran nuestros padres los que por regla general contestaban… Y tu mamá nunca me quiso, ni yo a ella, no sé por qué. Creo que fue ella la que impidió aquella cita. Cada vez que te hablaba y contestaba ella, podía oír ese respirar de enfado, coraje, casi odio para conmigo. ¿Qué le hice señora? Yo solamente quiero hablar con su hija. Me gusta mucho y a lo mejor podemos ser novios. Porque en esa época era el deber del muchachito pedirle a la jovencita si quería ella ser su novia. Yo inventaba un sinfín de escenas en mi mente y hablaba como los actores de cine que había visto y según yo era el gran conquistador, pero a la hora de la hora me quedaba mudo ante tu presencia. Tal vez por eso no asistí a la cita. Años después nos conocimos. Ya siendo adultos, yo estaba terminando la carrera en la universidad mientras que tú aprendías contabilidad para llevarle las cuentas al negocio de tu padre. Él tampoco me caía bien. Sé que son tus padres, pero tú tenías tu destino y de alguna manera la providencia determinó que finalmente nos conociéramos años después de salir de la misma escuela secundaria. Ya nos habíamos visto, ambos simplemente pretendimos no conocernos, nos hicimos tontos, porque ya sabíamos que nuestros destinos estaban enlazados, aunque hubiésemos perdido aquella cita. Tú lo sabías muy bien. Es raro cómo termina uno con gente que quizás jamás se imaginó. Yo cada vez que conocía a una mujer inventaba en mi mente, esta es con la que me voy a quedar, pero no… no era así… ¿Tú qué pensabas? ¿Imaginabas igual que yo que estaríamos juntos? ¿Repasabas la escena de la primera vez en el lecho? O quizás simplemente te decías a ti misma ¿a ver qué pasa? Fue precisamente aquella fecha, la primera vez que nos miramos a los ojos directamente, ¿te acuerdas? El cuerpo se me puso de gallina y la voz no me salía. Tú no parabas de hablar y yo simplemente afirmaba con los ojos llorosos y las muecas de mimo que siempre he tenido. Fue una escena boba. Dos adultos jóvenes conociéndose casi 10 años en que en verdad debieron haber platicado el uno con el otro. Creo que desperdiciamos 10 años de vida, 10 años de aprender más el uno del otro, aunque ya sabes lo que dice la gente, al final de cuentas, con el paso del tiempo, las parejas deciden simplemente solventarse el uno al otro. ¿Has logrado desenredarme? Te miro, y te veo igual como aquella tarde, o mañana, o noche, o madrugada, cuando te toqué por primera vez, y reaccionaste como cualquier otra mujer… No, no es ofensa, es mi verdad, la tuya ya la conozco, aunque la conocí diez años después de que debimos habernos encontrado. ¿Tuviste miedo? Yo sí, creo que todos sentimos miedo. ¿A qué? Yo qué sé… a la inseguridad, al verme humillado ante los demás, a no querer que vean realmente al niño que quiere ser muy hombre pero que llora en la oscuridad porque le dijeron que hay que dormir con la luz apagada. ¿A que le tienen miedo las mujeres? Mi tía Alicia me decía que cuando empezó a vivir sola, ella tenía miedo a que la fueran a violar al entrar a su casa, ya que trabajaba por las noches. No entiendo por qué hay gente así, mala, solamente buscando hacerle mal a los demás. Tal vez por eso no nos cocimos cuando debimos. Ambos no sabíamos lo malo que puede ser la gente. Yo no quería que tú pensaras mal de mí. Creo que todos somos así ¿no crees? Pero el miedo es una emoción horrible, te paraliza, te hace temblar, tus mismos adentros se congelan, y es simplemente el imaginar lo que la demás gente te pude hacer. Puede ser una emoción aterrorizante. Después con el tiempo, todo eso se borra. Nos acostumbramos a estar el uno con el otro. Ya sin pleitos de niños, sin reproches, solamente viéndonos envejecer el uno al otro. Ya casi sin deseo, ¿cómo dice el Eclesiastés?, porque en esos días ya no hay complacencia, o algo así. El cabello se pone blanco. Recuerdas esa vez cuando comíamos en un restaurant en Las Vegas, y vimos una pareja ya grande frente a nosotros, y estaban totalmente callados, sin decir una sola palabra. Y nos dijimos, o están tan conectados que no hay necesidad de hablar, o cada uno de ellos vive su propia realidad. A veces pienso que es cierto, cada uno de nosotros nos refugiamos en nuestros pensamientos, en nuestras esquinas solitarias, negras, llenas de maldades que siempre quisimos hacer pero que nunca nos atrevimos. ¿Qué hubiera pasado si lo hubiéramos hecho? ¿Nos hubiésemos conocido? ¿Hubiésemos compartido momentos el uno con el otro? No sé… el tiempo no perdona. A mí me gustaría poder vivir la vida nuevamente, y no necesariamente para cambiar mis decisiones, sino para repetir los momentos de placer que he vivido. Dice Platón que el comportamiento humano deriva de tres fuentes, el deseo, la emoción y el conocimiento. Yo le agrego una, la ignorancia, y mi ignorancia al no tenerte es la prueba más grande de mi estupidez. ¿Sí me explico? Cuando los infiernos dejan de ser de entregas en los hoteles, con amantes perdidos, mordiscos y cuerpos metidos uno con el otro en las sábanas de una cama, sin tiempo siquiera para comer, posesionados simplemente por el deseo de poseerse mutuamente, aunque sea sólo en la imaginación, es cuando descubro que nunca realmente nos hemos conocido. No, al contrario, somos carne encontrada en lienzos de carnalidad que se rehúsan a pensar, y solamente desean sentir. Como aquella película que nunca vimos, pero sí entramos al cine, para pasar las siguientes dos horas besándonos y acariciado nuestros cuerpos en total perdición. El tiempo pasa, pasó, ya no me gusta pensar qué pasará. Descubrimos que la vida es cruel, que suda dolor y sangre, y aunque desprende también sonrisas de sus entrañas, deja tu cuerpo acabado, arrugado, sin la virilidad poseída hace ya algunos años. De pronto, te descubres simplemente meditando, reflexionando, la vida se convierte en recuerdo, y ya no puedes salir de ahí, pasas días enteros añorando, evocando esos momentos que siempre quisiste tener, y que ahora son simplemente remordimientos, pesadumbres que ya no puedes resolver. Siempre me dijiste ¿por qué no nos cocimos antes? Yo qué sé… porque, aunque tenemos libre albedrio, la vida te lleva y hace contigo lo que le dé su regalada gana… y lo qué pasa, ya nunca lo podremos cambiar. El motivo por el cual no fui a aquella cita que teníamos, fue porque tenía fiebre y estaba enfermo de temor. No era nuestro tiempo, teníamos que conocernos 10 años después… ¿Qué hubiese pasado si nuestros tiempos no hubiese concordado? Creo que nunca lo sabremos… Ayer fui nuevamente a la escuela dónde ambos asistimos. Y el señor Ruperto todavía vende licuados a la salida. Ya es un hombre viejo. Le tiemblan las manos cuando atiende a la gente. Pero posee una especie de dignidad que le cubre todo su cuerpo. Cuando me vio, se sonrió y me dijo: —Joven Néstor—creo que así me llamo—¿no trajo a Beatriz? ¿Le preparo su licuado de mamey con un chorrito de jerez y canela? La última vez no vino, no vino a la cita con la joven Beatriz. Se acordó, él se acordó de esa maldita cita a la cual yo no asistí. Me tomé el licuado y te recordé. Ya no estabas presente… desapareciste de pronto, sin explicación alguna… ya no estás… unos me dicen que ya estás muerta… ¿Por qué no nos conocimos antes? Siempre solías decirme… © David Alberto Muñoz
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David Alberto MuñozSe autodefine como un cuentero, a quién le gusta reflejar "la compleja experiencia humana". Viaja entre 3 culturas, la mexicana, la chicana y la gringa. Es profesor de filosofía y estudios religiosos en Chandler-Gilbert-Community College, institución de estudios superiores. Archives
July 2021
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