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El concurso

7/31/2018

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El concurso
Un cuento
Por David Alberto Muñoz
 
Su padre le hablaba todos los días para desearle buenas noches. Desde que ella era chiquita, cuando le leía un cuento, o jugaba con ella a la comidita, siempre tuvo esa buena intención, dirían algunos, de estar en contacto permanente con su hija. Aunque después de muchos años, aquel detalle se hubiese convertido en una verdadera tortura para Amalia Contreras Tapia, hija de uno de los más ricos empresarios de México.
 
—Nunca llené las expectativas de papá. Traté, pero no me gustaba hacer lo mismo que él.
 
—Debiste de haberlo hecho Amalia, ya conoces a tu padre. Además, sé inteligente, todo su dinero será para ti. Lo único que tienes que hacer es complacerle, aunque lo hagas nada más por interés. Él mismo ha dicho eso.
 
La madre de Amalia hablaba con voz de aristócrata y señora de sociedad sin dejar duda alguna. Era la típica mujer de empresario, aquella que se juntaba tres veces por semana a jugar canasta con sus amigas, que pasaba el tiempo organizando actividades para levantar fondos para los niños huérfanos, la gente en África que se está muriendo de hambre, o cualquier otra cosa que le beneficiara no solamente a ella sino también a su marido.
 
Cuando Amalia lo pensaba bien, no había sido sólo su padre, sino casi toda su familia, la que se empeñó en destruir sus sueños de escribir, sí, a ella le gustaba contar historias fantásticas que se le venían a la mente desde muy temprana edad.
 
—Yo quiero escribir papá, de todo corazón, escribir, contar historias, es algo que no sé, me llena el corazón, el alma, no puedo explicar cómo.
 
El padre la miraba con ojos de enfado.
 
—Cómo se le ocurre a esta chamaca pensar tal pendejada. ¿Escribir? Con eso no se come muchacha, necesitas tener dinero y posición dentro de la sociedad para lograr no sólo el éxito económico, sino también el éxito moral de la admiración de las personas.
 
Hasta ya había pensado en el muchacho que debería de ser su esposo. Adalberto Núñez Posada, hijo del Lic. Núñez, posible candidato a la gubernatura del Estado de México, además de ser padrino de la joven Contreras Tapia.
 
—Mira bien muchacha, te dejé que estudiaras esas cosas de literatura nada más para complacerte. Pero yo necesito alguien que ocupe mi lugar cuando ya esté viejo o me muera. ¿No quieres quedarte con toda mi empresa? Con todo el poder y las prestaciones que tengo. A mí me costó mucho trabajo llegar a dónde estoy, pero a ti, se te va a regalar, solo necesitas tener experiencia y conocimiento en los negocios, para poder administrar la empresa como se debe. No me vas a negar que hasta he hecho a un lado mi machismo porque deseo que mi hija mayor, la única hembra que Dios me dio, sea la primera en beneficiarse de todo mi trabajo. Tus hermanos son un par de pendejos que nada más andan de niños chillones sin entender las cosas. Pero tú, tú eres una mujer inteligente, hermosa, capaz, ya me lo has demostrado, por eso quiero que te encargues de mi empresa. ¿Entiendes?
 
Amalia lo miraba con expresión de culpabilidad. Nunca había podido entender por qué siempre sintió culpa al no hacer la voluntad de su padre.
 
Rodrigo, su novio, era la única persona que la entendía. Al padre le caía el tipo como un ladrillo a la cabeza. Era un simple trabajador sin escuela, de una familia humilde, eso sí, muy trabajador, pero no llenaba nuevamente las expectativas del Sr. Contreras Gallardo. Pero la muchacha, se entercaba más solamente para llevarle la contra a su padre.
 
—Yo cogo con quién yo quiera, y punto—se decía ella misma.
 
—Amalia, escucha por favor, tu padre solo quiere lo mejor para ti. Ese muchacho es muy corriente, no es de tu clase.
 
—A lo mejor lo que ustedes quieren es que sea igual que tú mamá. Una mujer sumisa que abre las piernas cada vez que el jefe lo desea.
 
—¡Chamaca grosera! ¡Seré eso pero no ando de puta como tú!—gritaba su madre mientras le daba una fuerte cachetada a la joven mujer, quién ya estaba acostumbrada, y no le dolían los golpes tanto como la indiferencia de sus padres.
 
En ocasiones se cuestionaba intentando comprender por qué su papá siempre la criticaba. Se sentía que nunca iba a poder llenar las expectativas de su progenitor. Todo lo que hacía no satisfacía los deseos del susodicho Sr. Contreras Gallardo.
 
—Lo hiciste bien, pero fíjate, es mejor así… Pon atención chamaca, ya deja de pensar en ese tal Rodrigo que nada más te está llenando la cabeza de idioteces.
 
—¡Pues hazlo tú entonces! Si tanto sabes… Rodrigo es el único que ve lo bueno en mí, porque todos ustedes nada más saben ver lo malo—reaccionaba con cierta furia en algunas ocasiones.
 
Todo, absolutamente todo estaba mal hecho.
 
—No te vistas así, estás provocando, ese escote muestra mucho; traes la falda muy corta y cuando cruzas las piernas todo mundo se te queda viendo. Córtate el pelo un poco más, hoy en día las mujeres deben de verse profesionales. No te pintes tanto, pareces payaso y no una ejecutiva. ¿Por qué entregaste los reportes así de rápido? ¿Los revisaste?
 
—Sí papá, revísalos tú, están correctos. Tenía un compromiso nada más, por eso en lugar de entregarlos a las 7 de la noche como es costumbre, los entregué a las doce medio día, es todo.
 
—De seguro andabas con el tipejo ese de Rodrigo. Además, traes esa loca idea de que te publiquen un libro ¿verdad? Ya te dije, yo te lo publico, pero solamente has tu trabajo bien aquí en la empresa.
 
—No, así no papá, quiero lograrlo por mí misma.
 
—¡Chamaca estúpida cuándo vas a entender!
 
***
 
Aquella noche, Amalia había ganado un concurso de escritura. Los jueces expresaron en relación a su escrito:
 
—Contreras Tapia ha logrado proyectar el sentimiento de orgullo que muchos hijos sienten por sus padres por medio de una apología escrita magistralmente en su relato. Mostrando de esta forma, que en ocasiones los padres, a pesar de amar mucho a nuestros hijos, carecemos de una mentalidad profunda, sabia, dónde ofrecemos la oportunidad para que sean ellos los que creen su propio futuro, sin juicios dogmáticos por parte de nosotros, ni por parte de la sociedad. Una verdadera muestra de honestidad en busca de comprensión. ¡Felicidades Amalia Contreras Tapia!
 
La muchacha corrió literalmente a su casa para informarle a su padre de su logro. Iba emocionadísima. El corazón se le salía del pecho.
 
—Tal vez, por primera vez mi padre sepa lo que realmente necesito, lo que realmente quiero. Creo que esta vez sí va a estar orgulloso de mí. Lo sé.
 
Llegó a su casa. Su padre estaba en el despacho personal que tenía en su hogar. Al entrar, la vio con ojos de asombro. Ella corrió hacia él para abrazarlo con mucho cariño.
 
—¿Qué pasa Amalia?
 
—¡Papá, gané, gané, gané!
 
Totalmente sorprendido, el Sr. Conteras no pudo más que emitir un sonido que pareció ser el eco de una duda jamás explicada.
 
—Papá, gané el concurso de escritura. Me dieron el primer premio. Mira… ¡Papá gané!
 
—¡Lo qué te vas a ganar son unas buenas nalgadas, aunque ya no tengas edad para eso! ¡Dejaste la empresa sola todo el día! ¿Y por esto? —señaló el diploma que hacía a Amalia ganadora de una beca para estudiar en España, escritura creativa por todo un año.
 
—¡Mejor vete… que si no de verdad te voy a dar tus buenas nalgadas por ser tan irresponsable! Y vete olvidando del dinero que te doy todos los meses. Trabaja si quieres tener coche y ropa. Yo ya me cansé de estarte nada más consecuentándote. ¡No es justo Amalia, no es justo!
 
***
 
Nunca llené las expectativas de papá… traté… pero no pude… Cuántas veces quise decirle, pero él no escuchó. Todo era él nada más, él sí sabía, él sí entendía, él sólo lo hacía porque deseaba lo mejor para mí, y yo era solamente una jovencita loca, acelerada, caliente, que no tenía paciencia para hacer las cosas como a él le gustaban. Por eso me quité la vida. Para no fastidiarlo más, para dejar de ser una molestia en la vida de mi padre. Él lloró, claro que lloró, de pronto me convertí en la mejor hija del mundo. Pero, aun así, mi padre siempre dijo esas palabras que escuché desde que era una niña hasta el último día de mi vida:
 
—¿Amalia, por qué no puedes aprender a hacer las cosas bien?
 
A veces la gente no sé da cuenta del poder de sus palabras, sobre todo los padres, si le decimos a nuestros hijos que no saben hacer una cosa, tal vez, les vamos a creer.
 
¿Era tan difícil darme un poco de aliento papá? ¿Hacerme sentir que lo que yo quería valía la pena? Sólo una vez, solamente una vez deseé escuchar esas palabras. Pero nunca lo hiciste...
 
—Deseo expresar en esta ocasión, que yo, el Sr. Contreras Gallardo, dueño de la empresa que son los líderes del sector financiero y minero en nuestro país. Estaba muy orgulloso de mi hija, de mi niña Amalia, que pereció a una joven edad.
 
Ya es muy tarde papá. Ya no estoy… ya no soy… preferí irme… ojalá hubieras escuchado antes.
 
Y fue precisamente con este cuento, el que le dio a Amalia el primer lugar en aquel concurso de escritura.
 
Descanse ella, finalmente en paz.
 
© David Alberto Muñoz
 
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    David Alberto Muñoz

    Se autodefine como un cuentero, a quién le gusta reflejar "la compleja experiencia humana".  Viaja entre 3 culturas, la mexicana, la chicana y la gringa. Es profesor de filosofía y estudios religiosos en Chandler-Gilbert-Community College, institución de estudios superiores.

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