Regresar a casa
Por David Alberto Muñoz Rufino Fonseca caminaba con cierta desesperación. Eran las tres de la mañana. Sus coyunturas le dolían más de la cuenta. Tenía esa terca costumbre de levantarse temprano y según él, ir a hacer ejercicio. En tiempos de antaño, esta costumbre lo había mantenido en buena condición. Hoy, a la edad de 67 años, con trabajos avanzaba cuatro pasos, mientras un fiero dolor lo detenía aun cuando él, hacia el intento. —Ten mucho cuidado Rufino—le decía su mujer todos los días—Hay mucha inseguridad en la ciudad. Las cosas no son como antes. Hace un año había mucha gente que iba a la Alameda a correr, a caminar, me acuerdo que incluso iban equipos completos de atletismo, acuérdate, hasta yo iba contigo, había mucha actividad. Pero hoy en día, ya no, las cosas han cambiado. Ten mucho cuidado. Rufino, solo refunfuñaba lanzando aquellos comentarios al viento. La ciudad se miraba sombría, con ese manto de misterio, esa sensación de miedo que todos los humanos han experimentado, cuando sientes que la sangre te hierve y como si alguien te va a atacar por detrás. Rufino iba caminando a paso lento, no podía tener otro, en aquel momento, la lentitud era su única aliada. Dio vuelta en Luis Moya, casi enfrente del monumento a Benito Juárez. —Cuántas veces no he andado por acá—se decía así mismo. De pronto, a lo lejos vio las luces de un coche. Era un taxi, podía ver el letrero sobre el carro. El automóvil se acercó a él y se detuvo. Por unos segundos el susto invadió a Rufino. —Si me quieren hacer algo puedo correr… aunque corriendo voy a dar risa… hijos de la chingada… les puedo dar unos buenos madrazos para que aprendan… ¿por qué nos hemos vuelto así?… ya no puede uno ni caminar en su propia ciudad… El coche se detuvo. —Disculpe señor, ¿cómo llegamos al Paseo de la Reforma? Rufino pensó: “Cómo eres pendejo. Eres taxista y no sabes cómo llegar a Reforma”. Revisó sus alrededores con sumo cuidado. Acercó su rostro hacia el interior del auto, eran dos individuos, con una cara de perdidos que no podían. —Síguele aquí derechito hasta que llegues a la avenida Juárez, das vuelta a tu derecha hasta llegar a esa calle ¿cómo se llama?, la que hace mucho tiempo era San Juan de Letrán, ah sí, Eje Lázaro Cárdenas, ahí le das a tu izquierda y por ahí vas a dar a Reforma. De inmediato Rufino se retiró del automóvil. Yendo a paso rápido, intentó alejarse lo más pronto posible. Aquellos dos hombres se bajaron del carro y empezaron a seguir a ese hombre de 67 años que todos los días al menos pretendía salir a hacer ejercicio. Al verlo correr, apresuraron sus pasos. Rufino casi se cae y al no poder más, simplemente se detuvo y volteó para ver de frente a sus asaltantes. —¿Señor? Por poco se nos va. La mirada de aquel hombre ya descansaba en la resignación. —¿Qué chingaos quieren?—pronunció con voz de enfado. —Se le cayó su cartera señor. —¿Cómo? —Su cartera, mire, que bueno que lo alcanzamos. Aquí tiene. Rufino quedó mudo, ya no de temor, sino de una envidiable sorpresa. Todavía hay gente honesta en nuestra pinche capital. Y regresó a su casa. © David Alberto Muñoz
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David Alberto MuñozSe autodefine como un cuentero, a quién le gusta reflejar "la compleja experiencia humana". Viaja entre 3 culturas, la mexicana, la chicana y la gringa. Es profesor de filosofía y estudios religiosos en Chandler-Gilbert-Community College, institución de estudios superiores. Archives
July 2021
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