Hibridad
Un cuento de a de veras por David Alberto Muñoz —Lo que debería de hacer esta nación, es regresar a toda esa bola de wetbacks que se metieron de ilegales al país. —Pero Tom, eso a mí se me hace que no es muy ético, no es muy moral que digamos. Además, piénsalo un poquito. ¿Quién trabaja la tierra? ¿Quién pizca los tomates y la lechuga? ¿Quiénes trabajan de meseros en los restaurantes o de conserjes en los hoteles y oficinas? —¿De qué? —¡De Janitors! —Pues mira José María, eso de moral, a mí me suena como que un ministro o un rabino me lo está diciendo. —¿Y qué quieres que haga? ¿No es esa la verdad? Estoy hablando en serio. —¿Y yo no? I’m serious man! No podemos seguir absorbiendo a medio mundo. Mira nada más cuánta gente está no sólo enfrente del Home Depot, sino en la frontera queriendo entrar al país. —Toda esa gente nada más está buscando refugio, trabajo, un lugar donde vivir en paz, y eso tú lo sabes. A veces, no nos ponemos en los zapatos de las demás personas. Imagínate nada más, tu familia y tú, están siendo amenazados por gangas, paramilitares, que ya ni sabes a quién representan, puede ser el mismo gobierno. Te llegan amenazas de muerte, que te van a matar frente a tu familia, que van a violar a tu esposa y a tu hija, y te van a ser testigo ocular del acto. Eso no está bien Tom. Y luego, llegan acá, y ¿qué pasa? Muchas veces se los llevan a trabajar, y no les pagan. En ocasiones esas mismas personas que los contrataron supuestamente, le hablan a inmigración para que se los lleve. Además, ¿nunca has visto a esos tipos que se paran en las esquinas con un letrero pidiendo limosna? Lo que dieran unos indocumentados por los papeles de esos cuates. ¡Hay que ser justos! — How would you feel if I just come into your backyard, and decide that it is going to be my new home? Dime José María… ¿No te gustaría verdad? —¿Y qué vamos hacer? ¿Deportar a más de doce millones de personas? —No, eso nunca va a pasar. I don’t think so. Pero tampoco podemos darles amnistía nada más, así como así. Entraron al país ilegalmente. ¿Qué no? La voz de Tom resonaba en mi cabeza cada vez que discutíamos. Él era un verdadero Mexicoamericano, porque ni Chicano se consideraba. Algunos lo consideran un vendido. Sí, un miembro de los hijos del maíz que había traicionado a los suyos. Trabajaba para el departamento de inmigración, de agente, y les tenía mucho coraje a los mexicanos. Nunca entenderé por qué. De recién llegado, me di cuenta que los “pochos”, como les decíamos a esa gente morena nacida en tierras del tío Sam, eran más discriminadores que los mismos gringos. Y la mera verdad, eso me costó mucho trabajo digerir. ¿Por qué si eran morenos, su manera de ser era más blanca que los mismos güeros? Unos ni siquiera hablaban español. ¡Cómo me caían gordos esos que estaban más prietos que yo, y les hablas en el idioma de Cervantes y te responden! --No speko Spanish… Pero ahora, ya entiendo cosas que antes no comprendía. Muchos de ellos, sobre todos los que ya tienen 50 años o más, les pegaban en la escuela si hablaban español. Tampoco me parece justo eso. Eso de hablar dos idiomas sin vergüenza alguna, con orgullo, ya es de las nuevas generaciones. Pero en mis tiempos, si hablabas español, todo mundo te miraba feo, y te gritaban, te exigían que hablaras el idioma del tío Sam. Y tampoco quiero decir que no existan gabachos que son a toda madre. Gente sincera que sabe apreciar el valor de los hijos del maíz. Son gente buena, sin ninguno de esos prejuicios de odio que mucha gente tiene. ¿Qué les he hecho para que me traten así? Además, yo llegué legal a este país, pero eso parece no importar. Tom y yo nos conocimos un día en San Diego, California, cuando yo estaba estudiando el colegio, como le dicen también aquí a la universidad. Y todo parecía estar muy bien, pero pronto descubrí que la actitud de ciertas personas para conmigo no eran muy favorables que digamos. Cuando llegué a estas tierras del tío Sam, me di cuenta que era cierto eso de las oportunidades. Existe un sinfín de posibilidades, es verdad, pero se discrimina en contra de ciertos grupos. Me di cuenta que los hijos del maíz éramos uno de esos grupos, en especial la gente morena. Y sí, no niego los beneficios que recibí, si llenaba nada más una solicitud, el gobierno me daría dinero para poder estudiar. Y aunque a mí siempre me ha caído bien gordo llenar las pinches solicitudes, o aplicaciones como les dicen por acá, pues tuve que hacerlo, y de esa forma logré entrar a la universidad. Fue una época medio difícil para mí, bueno, todo ha sido difícil, desde que dejé mi nación, mis amigos, mi idioma, mi tierra, mi familia, todo, absolutamente todo lo dejé, para venir a aventurarme al país que estaba al norte de la frontera, las tierras del tío Sam… Y sí, este país ya me adoptó, ya no soy el mismo que era hace muchos años, pero eso no cambia mi experiencia como inmigrante. Recuerdo que todo me parecía ser como una neblina que infestaba mi camino, súbitamente, sin preámbulo alguno, sentía yo esas fuerzas ajenas, enemigas, rivalidades que han existido desde hace muchos siglos, esos murmullos que todo mundo escucha pero que de la misma manera todos pretendemos no oír. Todo poblador del barrio de Aztlán a principios del nuevo siglo, experimentó quizás el mismo sentimiento de odio, aunque sea posible, que las cosas hayan cambiado un poco. — Go back to where you came from? Había un nuevo emperador lleno de antipatía y rencor, lo único que lograba era separar a la gente en nombre de la justicia, la verdad, y la llamada democracia. Pero todo debería de ser como él lo planteara. Desconocía la verdad, mentía a cada momento, y si tú no estabas de acuerdo con él, te tachaba de traidor, de no tener el verdadero patriotismo, te convertías en un enemigo de la nación, alguien a quién él puede y debe insultar, te aminora completamente, y trata de eliminarte. Es un ser cuyo interés mayor es el yo primera persona singular, lo demás es inconsecuente. La presencia de las mismas sombras de mis abuelos, compartían un territorio común en tiempos de antaño, antes de que llegara el conquistador europeo y separara a los hermanos de color café, convirtiéndolos en enemigos; uno siendo simplemente un extranjero dentro de su propia tierra, y al otro, en un simple observador detrás de la barda. Sobre cada uno de los cartelones que adornaban la cuidad del nuevo imperio, los dialectos se perdían en medio de torpes expresiones que ya estaban dando lugar a una nueva jerga. De pronto, una nueva cultura parecía surgir. —Vamos al Food City a comprar alimento for the week. —¿Oye? ¿Ya pagaste la seguransa del carro? —Después voy pa’tras no te apures. Nada más tengo que cobrar and pay mis workers. —Sí, ¿ya ves cómo son las cosas…you know what I mean? —Yo soy Joaquín, perdido en un mundo de confusión… Fightin for justice… — Do you mean finding or fighting? —Ya vas a empezar otra vez. Nos echas en cara a los hijos del maíz nuestra mala pronunciación. Tú sí te puedes burlar de mi acento, pero yo no del tuyo. Así hablo, qué quieres. Pero permíteme decirte, cuando hablas español suenas igual que cualquier gringo, dicho con el debido respeto. Tom representaba el ciudadano estadounidense, cuya identidad fragmentada parecía caer más sobre el lado americano. Descansaba entre dos banderas, entre dos culturas e idiomas, entre lealtad a un país que lo utiliza cuando lo necesita, y que al mismo tiempo lo rechaza por no pertenecer a la aristocracia contemporánea de color blanco. Había estado en el Army. Teniente coronel de las fuerzas armadas estadounidenses. Criado a la forma de ser americana, legalista, oportunista, ventajoso en ocasiones, pero eso sí, con un corazón todavía con aliento a nopal y a trabajo de campo. Yo por mi parte, era el mexicano por excelencia. Al menos en aquellos años. Hombre moreno, macho, masculino, las tres “M”. Engendrado por Arturo de Córdova y Marga López, teniendo de abuela a Sara García, contrayendo matrimonio con Silvia Pinal, y, por si fuera poco, gozando sus aventuritas con Fanny Cano, Julissa y Angélica María, así me enseñaron. Mi carta de presentación eran mis buenos modales, mi amabilidad. Esa herencia chilanga que hasta este momento poseo. Mi identidad estaba postrada ante un México ya desaparecido. Folclor tocado en medio de una borrachera en el Tenampa dentro de la Plaza Garibaldi a son de mariachi, copas y gritos muy mexicanos. —La ley del estado no se hizo para romperla José María. Si no nos gusta, la podemos cambiar. Pero mientras esté vigente, hay que respetarla. —Pues ahí está el punto maestro, esta nación que dice ser cristiana está violando la ley de su propio dios. Todos dicen ser muy cristianos, muy entregados a la palabra de Dios y toda esa verborrea que nada más saben repetir. Pero a la hora de comprobar con hechos sus sentimientos cristianos, éstos, simplemente desaparecen. El viento se levanta y los avienta a la fosa de la falsedad, porque una cosa es decir yo amo a mi prójimo, y otra muy distinta, es poner condiciones para ese mentado amor. ¿Dónde está entonces el susodicho Cristo? Lo que están haciendo los indocumentados es simplemente emitir un grito de un hasta aquí. Ya no vamos aguantar más humillaciones. Nos necesitan, aunque digan que no. —Yo no estoy hablando solamente de la ley moral, I’m talking about la ley del estado, hay que aprender a respetarla, a guardarla. Para eso se hizo, ¿qué no? No has leído que la Biblia dice también al Cesar lo que es del Cesar y a Dios lo que es de Dios. We have to obey the law! That is the problem with many like you that come into the United States, you think you can break the law. —¿Entonces en nombre de la ley debemos de separar familias, encarcelar a hombres que trabajan por seis dólares la hora en los fields, llegan a laborar hasta 12 horas seguidas, se les niega educación a sus hijos para que en el futuro se conviertan en criminales, y entonces sí, poder matarlos bajo el manto de la ley? — Then, you are saying that my tax payer money should be spend on individuals that have no right to be in this nation? No estoy de acuerdo José María. —No Tom, eso no está bien. La gente vale más que el dinero. Nacemos sin nada material en lo absoluto, morimos, y no nos llevamos nada. Pero en el camino de la vida, no la pasamos tratando de acumular riqueza material por algún extraño motivo. Pero al morir, no nos llevamos nada, y vuelvo a repetir, absolutamente nada. Valemos por lo que somos por dentro, por nuestros sentimientos, por nuestras acciones, no por lo que decimos. La gente vale mucho más que el dinero. — But in this life, money sometimes helps! Right? La mirada de Tom se encontró con su propia realidad, y su propia quizás, confusa manera de pensar, mientras que José María, elevaba una sonrisa a los cielos en busca de los dioses del maíz. -- Money can be good. ¿Qué no? Look, it seems as if this problem really has no solution. Los mexicanos aparecen como cucarachas por todos lados. Everything was fine, until all those beaners came into this nation! —¡Óyeme! Don’t insult me please! Is this coming from you? Aren’t you a beaner too? — Shut up! —Me permito recordarte, que fueron los europeos los que invadieron nuestras tierras, destruyeron nuestras culturas, nuestros dioses, nuestros idiomas, nuestra forma de ser. Y eso no quiere decir que los pueblos autóctonos fuesen perfectos. Pero no se les mostró ningún respeto. Esa idea que probablemente viene de los griegos, de pensar que todo lo que proviene de Grecia es perfecto, y que las culturas asiáticas y cualquier otra cultura, de alguna manera es una cultura bárbara, salvaje, inferior a la nuestra. Tal vez esto no tenga solución, pero algo se tiene que hacer, no podemos seguir culpándonos, matándonos unos a otros. ¿O sí? ¿Qué no somos hermanos? — I don’t know! We need to continue talking about it. Me tengo que ir a trabajar. Me dijo el Placa, que tenía información sobre una nueva redada. El Placa era un expolicía que trabajaba de detective privado para la agencia de ICE, Immigration and Customs Enforcement. Siempre estaba metido en eso de las redadas. Al menos Tom me decía más o menos dónde y cuándo iban a suceder. Y quizás yo, también ya estaba dividido entre dos naciones inclinado hacia una, entre dos discursos, dos perspectivas, tal vez también había en mí, separación cultural, física, y en algún momento, emocional también. —No sé qué va a pasar… pero las cosas están muy feas. Todo parece ser hibridad…. Solamente hibridad… pero es una hibridad mezclada con odio y no con afecto. —A ver qué pasa… a ver qué sucede con toda esta pinche hibridad. A lo mejor esto sí es el fin del mundo, aunque el mundo se está acabando desde el principio de los tiempos. Todo es simplemente un absurdo, la vida es una locura inventada por alguien que no entiende su propia existencia… —No sé qué va a pasar… pero las cosas están muy feas. © David Alberto Muñoz
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David Alberto MuñozSe autodefine como un cuentero, a quién le gusta reflejar "la compleja experiencia humana". Viaja entre 3 culturas, la mexicana, la chicana y la gringa. Es profesor de filosofía y estudios religiosos en Chandler-Gilbert-Community College, institución de estudios superiores. Archives
July 2021
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