Adentro
Un cuento Por David Alberto Muñoz Me había pedido que le llevara tres mil pesos, pero que se los diera a él directamente. Eso no se puede hacer Federico, ya sabes cómo son estrictos con el dinero allá adentro. Te lo puedo poner en tu cuenta y los puedes usar, pero no te puedo dar tres mil pesos en efectivo, ¿estás loco? Tú te enojaste un chingo. Me dijiste que era porque te habías metido en un problema de esos de vida o muerte. Todo era de vida o muerte para ti. Desde que te conozco has andado metido en líos. Es más, desde hace ya más de dos años, no sólo eres tú, sino yo también la que está metida en un montón de problemas. Que si el Negro ya recibió su renta mensual, que la Chula necesita ropa para seguir trabajando, que el Gordo ya no quiere cuidarme a menos que le demos más lana. ¡Es demasiado! Ya no puedo Federico, es demasiado. ¿O tú piensas que es tan fácil estar acá haciendo todas tus tranzas mientras tú estás metido en el bote? Pues fíjate que no lo es, no, no es nada fácil. A veces me pregunto por qué sigo aquí de pendeja haciendo todo lo que me pides. Y ahora, eso de que me meta los pesos en la panocha, ni que fuera una mula, y no quiero decir que fuera terca, sino mula de esas que había o hay en Colombia. ¿Cómo te gustaría a ti meterte lo mismo en el culo? ¿Verdad qué no? Ya no puedo Federico. Al principio para mí todo era un juego de adolescente. Me enamoré de ti porque estabas preso, porque en la cuadra se decían tantas cosas de ti, que sabías tratar muy bien a las mujeres, que escribías poesía bien bonita, que podrías ser fiel hasta la madre, que una vez que le dabas tu amistad a alguien, era de por vida, y pues yo me aluciné. Porque me gustabas mucho, pero no por guapo, sino por interesante, por misterioso, por esa masculinidad tan tuya. Pero ahora, que me he convertido solamente en tu criada, ya ni las cogidas me satisfacen. Además, tengo miedo de quedar también atrapada. Como quedó la Motosierra, sí, esa que no dejaba palo parado por andar ayudándote, la agarraron, y ahora también está en el bote. No Federico, yo no quiero eso. Apenas tenía 16 años cuando nos conocimos. Y pues tú, ya eras un hombre de 28. Acuérdate que hasta estaba estudiando la prepa. Me iba muy bien en mis clases, sacaba siempre las mejores calificaciones hasta que llegaste tú. Hasta tenía un buen novio, el Muñeco, ¡y sí ya sé que tú te burlas porque dices que es bien fifí! Pero es buena onda el chavalo. Y me quería bien, pero yo de volada me dejé atrapar por ti y por tus palabras de poeta de mierda. ¡Sí! No me digas que no, poco a poco fuiste acorralándome, y al final de cuentas acabé haciendo todo lo que tú me decías. No sé por qué las mujeres hacemos eso siempre. Nos atrae lo peligroso, lo prohibido, ¿cuántas veces mis papás me advirtieron? No te metas con el Kiko, porque es mala onda. Así me decían, y yo siempre les contestaba. Yo puedo hacer de mi vida lo que se me dé la gana. Mientras vivas en esta casa vas a hacer lo que te digamos, eres menor de edad, si no, lárgate. Y pues me largué. Les dije, déjenme en paz. Y así, solita, me abrí camino, pero no para superarme, sino más bien para estar ayudándote a ti con todas tus pendejadas. Y mírame ahora, estoy formada en la línea de visitantes para poder verte el día de visita en la cárcel. Y traigo metido en mi panocha, 3000 bolas que necesitas, porque según tú sin ellas, te van a matar. Tú me dices, no te apures, que no es cocaína como la que se metían las mulas colombianas. Si se rompe la bolsa no pasa nada. Es más, los perros ni lo van a oler, porque están entrenados a oler coca nada más, droga pues, pero no billetes. La primera vez que vine a verte fue porque tu hermana Belinda me pidió que la acompañara. La segunda vez, vine por curiosidad, y por gusto propio. Y ya la tercera, porque te me antojaste y te traía muchas ganas. Ya han sido dos años de visitas, celebramos mis 18 abriles cogiendo en el cuarto con olor a sexo que te prestan en el bote. ¿No te da asco a veces? Ya faltan nada más tres personas antes de que me toque a mí. No sé si voy a poder. Hay que pasar por el detector de metales. Sí, ya sé, ya me lo dijiste, el dinero no es metal y la bolsa es de plástico. Ya te vi a distancia, estás parado dónde siempre, con esa mirada de padrote que tienes. Siento las miradas de todo mundo, las manos de las oficiales que me van a revisar, varias veces esas mujeres me han tocado ahí, y hasta el dedo me han metido, porque dicen que mucha gente ha tratado de meter pistolas a la cárcel. ¡Están locas! ¿Cómo te vas a meter un arma allá adentro? ¡Sí señorita, más de tres lo han intentado! Y no queremos decir que no se las han metido bien adentro, sino que no han logrado introducir el arma a la cárcel. Una de ellas hasta falleció por cometer tal imprudencia. Tengo miedo Kiko, no quiero hacer esto. No es fácil, nada fácil. Tú siempre haces que las cosas parezcan ser tan sencillas, pero no... Yo no puedo… *** —¿Entonces, qué hiciste Grabiela? —Me fui corriendo… no pude hacerlo… más tarde me vino una infección en la vagina por traer eso adentro tanto tiempo. —¿Adentro?… No debiste haberte metido eso mujer. —¡Ya lo sé! —¿Y el Kiko? ¿Qué le pasó? Una prolongada y morbosa pausa se dejó escuchar. —La verdad nunca supe. Se decían tantas cosas, ya ves cómo somos de chismosos los humanos. Decían que lo mataron a los tres días. Dicen que fue una cuestión de deudas de narcos. —El Kiko no era un narco, sí la vendía, pero era más bien un usuario ¿o no? —Eso lo sabemos todos, pero dicen que si le robas a uno de esos tipos te mata y punto. Hay otros que dicen que solamente se rio de lo lindo y les decía a todos que casi logra meter efectivo adentro, pero se le cebó. —Tuviste suerte mujer… tuviste mucha suerte… Eso me dice todo mundo, y yo también creo que sí, pero este pinche sentimiento de culpa, es algo que me hace sentir como que cometí un gran error, un gran fallo, ¿sí me explico? Esto que siento, muy adentro de mí, creo que nunca voy a poder quitármelo… —Tú hazlo Gabriela, así me vas ayudar, luego vienes a visita conyugal, y yo te pago. Nunca debí haberte hecho caso Federico, nunca debí haberme metido contigo… pero si soy sincera conmigo misma, esa última vez…esa última vez…quizás sí, debí haberlo hecho… —¿Qué crees que hubiera pasado si lo haces? Eso nunca lo sabré… © David Alberto Muñoz
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David Alberto MuñozSe autodefine como un cuentero, a quién le gusta reflejar "la compleja experiencia humana". Viaja entre 3 culturas, la mexicana, la chicana y la gringa. Es profesor de filosofía y estudios religiosos en Chandler-Gilbert-Community College, institución de estudios superiores. Archives
July 2021
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