Alan y Jazmín
Un cuento Por David Alberto Muñoz El cementerio estaba callado. Uno que otro visitante perdido caminaba en medio de sus tumbas, mausoleos y urnas. Era raro, pero se sentía una paz muy particular. No el conocido barullo medio colorido y atemorizante de los panteones mexicanos, donde la muerte literalmente descansa posada sobre las cruces, fotos, o imágenes moldeadas al gusto del cliente. Alan la buscaba. Ella parecía no estar. Se aparecía de pronto, como deseando provocar, o buscando atención, o quizás, simplemente por capricho. Él, siempre la buscaba. Recordó de pronto la última vez que estuvieron juntos. Su pequeño cuerpo sensual se pegaba a él casi con desesperación. Sus senos bien formados, bailaban al compás de sus manos, mientras aquellas piernas que tanto le gustaba ver, se abrían invitándolo a entrar al templo mayor. Además, ese aroma… ese aroma a hembra, ya se había impregnado por toda su piel. Finalmente la vio a distancia. Estaba sentada sobre la banca de aquella rara tumba. Se miraba como siempre, una niña atrapada en un cuerpo de mujer. —¿Qué haces ahí Jazmín? Te he estado buscando todo el día. Me habías prometido que íbamos a platicar. Me gusta platicar contigo. Me encanta sentirte cerca. Tú ya lo sabes. Al verlo sonrió y corrió. Siempre lo hacía. Alan, ya estaba acostumbrado, la perseguía desde el día en que se conocieron. Desde el momento en que ella le dijo: —Ve mi cuerpo ahora, porque ya no lo vas a ver más. —¿Por qué corres?—le preguntó—Siempre te la pasas huyendo. ¿De qué tienes miedo? ¿Quién te espera? ¿Adónde vas con tanta prisa? Mejor ven… siéntate junto a mí, y platiquemos. Ella nada más se reía con esa sonrisa de niña traviesa y corría por todo el cementerio como buscando dónde esconderse. Algo dentro de ella le provocaba esa rara forma de ser, esa especie de malestar que parecía nunca dejarla. A veces se deprimía, lloraba mucho, otras veces su alegría era una total euforia, y de cuando en cuando, desaparecía completamente para esconderse sólo Dios sabe dónde. Así era ella, Jazmín, así se llamaba, igual que esa flor blanca, que proporciona un intenso olor, y cuyo significado se dice es, belleza y pureza en el amor. Pero en ciertas ocasiones, Jazmín se marchitaba, hundiéndose en ella misma, sin saber cómo salir. Había una lápida frente a él. Decía: —Aquí yace una mujer, que, por correr toda su vida, perdió la oportunidad de vivir. —¡Eso no es cierto!—Grito ella bastante molesta. Pero era verdad. Aquella sombra permanecía dentro de aquel cementerio huyendo de algo que Alan simplemente no podía entender. Huía como todos lo hacemos, de ella misma. Y al igual que todos, no podía darse cuenta, que es imposible escapar de nosotros mismos. Aquella noche se amaron una vez más en medio del cementerio, para después regresar a sus respectivas tumbas. No sin antes despedirse con una mirada que ni los mismos dioses podían descifrar. Eran Alan y Jazmín... dos almas pérdidas detrás de un cementerio… © David Alberto Muñoz
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David Alberto MuñozSe autodefine como un cuentero, a quién le gusta reflejar "la compleja experiencia humana". Viaja entre 3 culturas, la mexicana, la chicana y la gringa. Es profesor de filosofía y estudios religiosos en Chandler-Gilbert-Community College, institución de estudios superiores. Archives
July 2021
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