Confesiones de un profesor universitario
Un cuento Por David Alberto Muñoz Siempre me ha gustado enseñar. Ya tengo más de 30 años enseñando en un salón de clases, y hoy en día, con eso de los desarrollos tecnológicos, también por el Internet instruyo. Recuerdo que cuando empecé, mi mayor problema era el tener suficiente material para dar mis cátedras. Hoy en día, me sobra. Con el paso de los años he aprendido a ir mejorando mis lecciones. Las he hecho más profundas, más de pensamiento crítico. Me encanta leer y descubrir cosas nuevas sobre quizás el mismo tema que llevo enseñando por todos estos años. Me apasiona la cultura humana, las religiones, las sociedades y su comportamiento, todo esto guiado en ciertas ocasiones por ideologías que nos ha llevado a la guerra, a destruirnos unos a otros. Veo, como el ser humano ha logrado alcanzar cierta madurez en el siglo XXI, para luego desilusionarme de inmediato con los comportamientos de algún estúpido líder que se cree la mamá de Chita y simplemente comete pendejadas. Dicho siempre con el debido respeto, sin el ánimo de ofender. Recuerdo mucho a la Dra. Jordan, una mujer oriunda de Uruguay, alta, de pelo rizado, corto, con un porte de intelectual que no podía con él. Ella, a cada momento me platicaba de la mentada tragedia de Maracaná. Cómo los uruguayos les ganaron la final de fútbol a Brasil, dentro de su propia tierra. Lo decía con un orgullo increíble. La Dra. siempre nos decía: —¡Hay gente que de plano no está capacitada para estar en la universidad! Y ahora que lo pienso, creo que tenía razón. Hay cada estudiante que sale con cada cosa, y todos los años, y eso que ya tengo tiempo con esta cuestión de la enseñanza. No puede faltar el estudiante que llega a clase siempre a tiempo, pone cara de interés, para salir del salón de clases a eso de los 15 minutos, sólo Dios sabe a dónde, para después de 20 minutos, regresar, y hacer una pregunta casi al mismo tiempo de su regreso, con toda la seriedad de cualquier muchacho interesado en la materia. —¿Cómo podemos entender la división del universo para Aristóteles a diferencia de Platón? —Eso es precisamente lo que hemos estado comentando chamaco pendejo. Aclaro, que tal respuesta que le doy en vivo y a todo color, se detiene antes de la palabra disonante. Ésta, solamente la pienso. Porque no podemos los profesores reaccionar de tal manera. En este país, de supuesta democracia, debemos de darle el respeto suficiente a nuestros colegiales, aunque algunos de ellos, nunca tomen el tiempo para leer los textos, y repasar el material, lo único que desean saber, es: —¿Va a estar eso en el examen? Algunas veces, no puede faltar el iluso que no ha venido en todo el semestre, no ha entregado tareas, no tomó dos exámenes, y se aparece durante la última semana de clases, pensando que algo mágico va a suceder, y su problema de no estar pasando la clase de alguna extraña forma desaparecerá. Te pregunta: —¿No hay algo que pueda hacer para subir mi calificación? Una vez más respondo: —Debiste haber venido desde hace cuatro semanas, haber entregado tus trabajos a tiempo, y haber estado presente en los exámenes requeridos, muchacho menso—aclaro nuevamente, esta palabra que significa una persona que es tonta, boba o pesada, permanece solamente en el imaginario de mi cerebro. Cómo puede faltar aquel que se siente agredido en forma personal, porque de alguna manera el profesor no le presta atención, no le da las respuestas para el examen. Cuando lo está tomando te llama y te dice: —¿Cómo se llama la escuela que estableció Aristóteles? —Eso es precisamente lo que quiero que tú me digas—esto sí se los digo de frente--¿no tomaste nota cuando hablábamos de eso? ¡Y cómo puede faltar el sábelo todo! Aquel estudiante que cree que sabe más que tú, que te la pasaste años y años estudiando, no solamente tu materia, sino pedagogía educacional, aquel que solamente desea que cometas un error para echártelo en cara. Y lo curioso, es que todos se levantan como si fuera un motín, se sienten con la seguridad, con el derecho, porque en ocasiones lo único que sabe uno hacer es contradecirlos. ¡Chingada madre! Dicho con el debido respeto. No quiero que mal interpreten estas confesiones de un profesor universitario. Ya que siempre habrá alguien que surja de la nada, ya sea un muchacho o una muchacha, que demuestren con su trabajo y su inteligencia que sí desean aprender. Quizás uno entre cien, o mil en ocasiones, que va más allá de las expectativas que puede tener el profesor, y que te sorprende con su trabajos altamente académicos, y no sólo eso, te busca no para que le subas la calificación, sino más bien para que le compartas de lo poco o nada que has aprendido. Como dijo el sabio Sócrates: “Yo sólo sé que no sé nada”. No quiero que estas confidencias suenen como quejas, simplemente deseo expresar que, como todos los humanos, los profesores también sentimos, anhelamos, nos desilusionamos, y a veces, esperamos mucho de los alumnos. En ocasiones, nos sentimos aislados porque nadie, al menos en apariencia, nadie desea estar en el salón de clases. Todos se sientan con la cara de pocos amigos viendo el reloj cada cinco minutos mientras el susodicho educador intenta terminar de dar todo el material que demanda la materia. Sobre todo, al finalizar el semestre, mientras el profe califica, prepara exámenes finales, y trata de alguna manera de balancear las responsabilidades de la enseñanza con las expectativas de los administradores que también, en ocasiones nada más parecer querer joder. Pero ese es ya otro cuento, el estudiante parece no desear estar ya más metido en el salón de clase. Al final del día, ya cansados, con los ojos empequeñecidos de tanto leer, descubrimos una notita que alguien dejó en nuestro casillero, y que simplemente dice de una manera muy sencilla y honesta: —Muchas gracias Profe, por todo lo que enseñó este semestre. Un alumno agradecido. Siempre me ha gustado enseñar, y con todo y todo, todavía me gusta, aunque siempre nos quejemos los profesores al final de semestre. Siempre valdrá la pena… P.S. Cualquier semejanza con personas y situaciones de la vida real es pura chiripada. © David Alberto Muñoz
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David Alberto MuñozSe autodefine como un cuentero, a quién le gusta reflejar "la compleja experiencia humana". Viaja entre 3 culturas, la mexicana, la chicana y la gringa. Es profesor de filosofía y estudios religiosos en Chandler-Gilbert-Community College, institución de estudios superiores. Archives
July 2021
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