Cotidianidad
Un cuento Por David Alberto Muñoz A Laura Restrepo Todas las mañanas era lo mismo. Despertaba de mal humor, con ojeras que descubrían no haber dormido lo suficiente la noche anterior. Se levantaba tambaleándose, como si estuviese borracho, apenas podía ver en medio de la oscuridad. Todos los días despertaba exactamente a la misma hora, las 4:00 de la mañana. No importaba que tan tarde se hubiese ido acostar, sus ojos se abrían automáticamente antes de que el gallo cantara. A veces, le decía su mujer, tú despiertas a los gallos, y les dices ya es hora de levantarse, canten desgraciados. Mientras que tú, solamente te reías y te ibas de inmediato a caminar con tu libro en la mano, porque decías, si ahora la gente tiene los ojos metidos en su teléfono celular, yo los puedo tener metidos en mis lecturas. ¿O no? Cuando regresabas de tus caminatas mañaneras, que ocasiones bien podían ser hasta más temprano, como las 3 de la mañana, te dabas un baño, a sabiendas que con lo escandaloso que eres, se iba a despertar media vecindad. Desististe de salir tan de madrugada de tu casa, porque el vecindario dónde vivías, se había puesto peligroso, y hasta algunos de tus vecinos, como Oscar Montoya, dueño de su propio restaurante, lo habían asaltado y te previno, no ande usted tan temprano en la calle Daniel, es peligroso. Pero a ti te valía madre todo, porque poseías esa habilidad de ser tan terco que, si un ángel del cielo descendía a decirte que no hicieras algo, lo mandabas al mismito infierno pensando, a mí nadie me va a decir lo que tengo de hacer. Preparabas tu café, leías todavía por lo menos una hora más, y pensabas en todas tus cosas, tu trabajo, tu familia, tus amantes, tus locuras, tus problemas, tus racionalidades convertidas en frases perdidas que ya ni tú mismo entendías. Te estás haciendo viejo Daniel. ¡Cállate! Respondías. Toda tu vida ya era una rutina perfecta. Te movías a paso seguro, no porque tuvieras seguridad de ti mismo, sino más bien porque la cotidianidad, provee una rara certeza. Repites tanto las mismas acciones, que ya sea pierden su significado, o cobran uno que, de alguna manera tonta, da coherencia a la existencia. Esos colores no te quedan Daniel, repetía tu mujer casi todos los días. Tú te preguntabas, yo sabía cómo vestirme bien, combinaba no solo mis colores, sino los estilos, las telas, y ahora vienes tú a decirme que ¿no sé cómo vestirme? De pronto, te sentías como niño chiquito frente a tu madre, y sacudías toda esa sensación de inseguridad que tu mujer te provocaba. Recordabas en esos precisos momentos, la muchacha que vino a pedirte trabajo, jovencita, de no más de 21 o 22 años, vestida con una minifalda color gris, una blusa azul marino, y peinada con un chongo muy mono. Cruzó la pierna muy coquetamente, y no pudiste evitar el deleitarte viéndola a todas tus anchas. Daniel, se dan cuenta de lo que haces, no seas tonto, trata de disimular un poco. Te estás haciendo más lento, ya sé que se miraba muy chula la condenada, ¡qué lindas piernas! Pero por el amor de Dios, ¿de verdad tú crees que le puedes interesar a esa jovencita, a tu edad? No te miras a ti mismo, te mueves por inercia solamente, en tu mente, crees que eres idéntico a ese de hace más de 60 años, pero no. Recuerdas la primera vez que te dijeron señor, cómo te molestó. Estabas acostumbrado a que te dijeran joven, pero eso ya fue hace mucho tiempo. Mejor apúrate, que se te hace tarde para el trabajo. Tienes que entregar esos reportes que te pido el Mr. Jones, ¿qué nombre no crees? No solamente es gringo, sino que se apellida Jones, y aunque a veces puede ser muy buena gente, en ocasiones te molesta esa prepotencia que tiene todos los americanos. Y no me digas que no es cierto, porque bien que lo sabes. Saldrás de tu casa y manejaras 20 minutos hasta la empresa dónde laboras. Tu secretaria, con quién te acostaste hace ya casi 3 años, te tratará igual que siempre, porque ambos estuvieron de acuerdo en dejar la cosa ahí, aunque la otra noche, en la fiesta de cumpleaños de Rosario, la directora de personal, se les pasaron las copas y hubo algo que a nadie le van a revelar jamás. Trabajas todo el día, llegas a tu casa y tu mujer te da un beso rutinario. Toda aquella pasión que al menos tú piensas existía, desapareció. Se sientan a comer y platican lo de siempre, ¿cómo te fue? Bien, ¿y tu trabajo? Lo mismo de siempre te dice ella, porque hoy en día las mujeres ya trabajan, no como en los tiempos de tus padres, dónde las mujeres, se quedaban en casa a cuidar a los hijos y a preparar los alimentos mientras limpiaban la casa y lavaban la ropa. Tu esposa y tú, son gente moderna, sin ataduras, saben darse espacio el uno al otro. Terminan de comer, y tú te vas al patio a fumarte tu cigarro diario, mientras que ella le ordena a la muchacha que trabaja con ustedes que limpie la cocina. A ver si no nos agarran Daniel, María es ilegal, y lo que le pagamos realmente es poco. Tú respondes, que está bien, ni modo que vaya a llegar el mentado ICE Immigration and Custom Enforcement, y los vaya a arrestar, así como así. Nosotros somos ciudadanos Sofía, yo nací de este lado de la frontera, es más, ya déjate de cosas y vete a platicar con tus amigas. Ella también hace lo mismo igual que tú todos los días. Después, con el paso de los años, te preguntas, ¿por qué todo me aburre? Ya nada ni nadie te sorprende, vives en una completa cotidianidad, donde tu misma mente ya quedó atrapada. Ya no sientes absolutamente nada. Incluso, cuando tratas de hacerle el amor a tu mujer o a alguna de tus amantes, ya no puedes, has perdido ese destello que tenías, esa curiosidad, ese deseo de llegar al orgasmo y sentirte pleno, al menos por unos cuantos segundos. Todo lo que haces es por automatismo. Y cuando te preguntas ¿qué carajos estoy haciendo? ¿Por qué ya no siento nada? Es el recuerdo, lo único que te da un poco de vida. Estas viejo Daniel, no te hagas tonto. Trata de hacer tus ejercicios, si no al rato no vas a poder moverte. Hace ya más de tres meses que no sales a caminar. Te la pasas sentado detrás de la computadora, o viendo películas bobas, no me habías dicho que cuando te jubilaras, o retiraras, como dicen acá, íbamos a viajar, a ir a todos esos lugares que me habías prometido. ¿Bueno, y ahora qué? Muévete Daniel, muévete, porque si no, entonces sí, te va a llevar la chingada sin ninguna clemencia. Así pasan tus días, con una extraña rapidez, apenas amanece, y la noche te cubre. Ya no hay fiestas dónde asistir, porque, aunque te inviten ya no puedes ir. Tu cuerpo está completamente destrozado. Tus músculos ya no responden, tus huesos te duelen con sólo pensar en levantarte de esa silla dónde has quedado prisionero. Dices que al menos tienes todavía tu mente, y sí, tal vez eso sea cierto, pero al final de tus días, toda tu vida se reduce a una mugrosa cotidianidad… ¿Daniel? ¿Señor Álvarez? Coma… si no después le va a dar hambre. Acuérdese, hoy es domingo, y vienen sus hijos a verlo. También eso es rutina… todo se ha reducido a eso… ya no hay nada sorprendente… y si lo hay, ya no te llena cómo te llenaba hace algunos años… ¡Estoy harto de la cotidianidad! Yo también Daniel, yo también, pero ahora, ya no puedes hacer nada al respecto. © David Alberto Muñoz
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David Alberto MuñozSe autodefine como un cuentero, a quién le gusta reflejar "la compleja experiencia humana". Viaja entre 3 culturas, la mexicana, la chicana y la gringa. Es profesor de filosofía y estudios religiosos en Chandler-Gilbert-Community College, institución de estudios superiores. Archives
July 2021
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