Defunción
Un cuento Por David Alberto Muñoz La muerte estaba sentada frente al ramo de rosas que él le había comprado en su cumpleaños. La había ido a ver. La muerte también cumple años. Su mirada era fría, claro, era la muerte. Todos coincidían en que la calaca era cruel y fría. Pero él, al verla, como esperando a alguien, le causó mucha ternura. La vio como una mujer atrapada en un cuerpo de niña. Desde hace ya algunos años empezó a pensar en su propia muerte. ¿Qué pasa exactamente? ¿Por qué tenemos que envejecer y morir? No lograba entenderlo. Pensó de pronto en sus seres queridos que ya lo habían dejado, sus abuelos, algunos de sus tíos, uno que otro primo, amigo, y por supuesto, su madre, la más reciente pérdida que había sufrido. ¿Qué se sentirá no respirar? Dejar todo tu aliento de vida volando en el aire. Varias veces casi se ahoga, metido en el mar, o en aquel lago, al que se lanzó como loco, pensando que podría nadar, ya que así lo había visto en las películas de Tarzán. No le gustó en lo más mínimo, cuando sientes que el aire sale de tu cuerpo vivo, es una desesperación que controla todo tu cuerpo. —¿Qué se sentirá morir? Dejar este cuerpo material y volar por los aires… Había ciertas explicaciones que escuchó durante su corta vida. La religión le dijo que, si aceptaba a Jesucristo como su único y suficiente salvador, tendría vida eterna. —¿Qué no todos vamos a vivir eternamente? Al menos eso me han dicho. Unos en el cielo, otros en el infierno, y hay algunos que creen en el purgatorio. Aunque la ciencia me dice, toda la materia cambia de forma, pero no desaparece. La religión también, le impuso un sinfín de reglas morales, que ni el mismo santo San Agustín, hubiese podido cumplir en toda la extensión de la palabra. No hagas esto, no hagas aquello, no te agarres ahí, no tengas malos pensamientos, no mires a las mujeres con deseo, no digas malas palabras, lee la Biblia nada más, olvídate de todo, sólo piensa en Dios, y cántale mucho. En otras palabras, todo es pecado delante de Dios, si solamente piensas mal, ya estás condenado. —¡No manchen! Ese dios es un dictador. Había otros que le compartían, que todos al morir, dependiendo de nuestro comportamiento, regresábamos en otro cuerpo. De pronto le gustó la idea. Saber qué pasará en 300 mil años en este nuestro planeta, le causó mucha curiosidad. Ya que, si logramos vivir 77 años, eso sería una larga vida, pero que son 77 años en la dimensión del tiempo, pos nada. —¿Pero oye? —¿Dime? —¿Nos vamos a acordar? —Eso no importa, lo importante es saber, que cada vida debe de ser mejor que la última. La religión lo defraudó. Los filósofos argumentaban uno con el otro. Séneca decía que no hay nada tan seguro como la muerte. —Eso ya lo sé, aquel día cuando desperté y cobré conciencia de mí mismo, me di cuenta que estaba vivo, y que, desde el momento de nacer, estuve condenado a morir. Heidegger expresó: “El hombre se asegura del supremo poderío de su libertad cierta y temerosa para morir, en la muerte". —Ah cabrón, ¿entonces la muerte es como algo que se presenta en el ahora de la vida del hombre? —Así es. Sartre dijo: “Todo lo que existe nace sin razón, se prolonga en la debilidad, y muere por casualidad". Para Jean Paul, lo más seguro es que el hombre muera antes de haber cumplido con su tarea, con su responsabilidad en la vida. Ya que la vida no tiene sentido, si acaso lo tiene, está fuera de nuestra realidad. No encontraba respuesta, halló algo de refugio en la literatura. Octavio Paz escribió en su famoso Laberinto de la soledad: “Dime cómo mueres y te diré quién eres”. La manera de morir de pronto parecía importar. —Al menos es más poético. De repente, recordó aquella joven con la cual había tenido un amorío. No recordaba ni su nombre, ni su edad, ni su condición social, ni nada de su físico que él pudiese haber palpado. Lo único que recordaba, era el aroma a muerte que se desprendía de ese cuerpo humano a punto de fallecer ante esa terrible enfermedad del alma, la soledad. —¿Tienes miedo a morir?—le preguntó. —No—respondió con una increíble calma. —La muerte no existe, es otro de tantos mitos creado por los seres humanos. —¿Cómo puedes decir eso? ¿Cuántos seres queridos ya se nos han ido? No sabemos qué pasará, no entendemos si existe un destino para nuestro espíritu, si realmente existe el alma, o si la vida en el más allá será mejor, o peor, lo único que existe es la esperanza de poder ver a nuestros seres queridos una vez más. —Lo único que te pido es que me recuerdes. Él, quedó anonadado… —Recuerda los buenos momentos que pasamos juntos. Nunca olvides nuestros momentos de risa, ni tampoco los de llanto. Recuerda cada día lo qué pasó entre nosotros. Porque mientras tú me recuerdes, yo no moriré. Segundos después, ella expiró, dejando su cuerpo muerto… La muerte se levantó, envolvió el cuerpo en un extraño manto, acarició el rostro de él, y desapareció al igual que como había llegado. No sé qué es la muerte, pero algún día, todos lo sabremos. Descanse en paz… © David Alberto Muñoz
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David Alberto MuñozSe autodefine como un cuentero, a quién le gusta reflejar "la compleja experiencia humana". Viaja entre 3 culturas, la mexicana, la chicana y la gringa. Es profesor de filosofía y estudios religiosos en Chandler-Gilbert-Community College, institución de estudios superiores. Archives
July 2021
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