Demetrio, el Lechero… un recuerdo
Por David Alberto Muñoz Los recuerdos de la niñez son como fantasmas que aparecen de repente, sin avisar, sin decir absolutamente nada. Simplemente se hacen presentes brotando de la nada y circulando por las venas del cuerpo, hasta llegar al cerebro y alterar el corazón, ya sea con alegrías, melancolía o un verdadero terror. Me cae que sí. En veces, te pueden hacer temblar sin saber tú por qué. Porque llegan como cosas que siempre has sabido, pero que en realidad siempre has ignorado. Es una especie de mentira mal deseada, convertida en verdad, y verdad práctica, real, conocida, lo que nunca quisiste saber de tus padres, lo que no quieres se sepa de ti, o aquello que siempre has querido decir, pero nunca has tenido el valor de decirlo. Tal vez nunca he deseado recordar mi niñez, o quizás, la he recordado demasiado. Pero es algo muy curioso, porque te meten tantas historias en la cabeza que hasta te las crees literalmente, y cuando creces y le preguntas a tu amigo ¿qué pasó realmente? Su respuesta te sorprende; o te puede parecer tonta, inocente, devastadora. Como cuando le pregunte al Camiseta, así le decíamos porque según nosotros estaba tan gordo que no tenía cuello, ¿por qué se llevaron a tu jefe al bote? Yo recordaba que él nos dijo: —¡Ay mi Lechero! —así me dicen a mí, porque no me parezco a ninguno de mis hermanos. Todos son güeritos, con ojos de color, y yo soy más negro que el chapopote, y nunca me di cuenta. Siempre pensé que yo me miraba igual que los demás, como todo un angelito, hasta que crecí, bueno tenía yo 12 años, y me le declaré a Yolandita, la niña que vivía a un lado en el número 10. Ella, se rio en mi cara de niño tonto. —¡Cómo eres pendejo Lechero! ¿A poco crees que a mí me va a gustar un prieto feo como tú? Estás loco, vete a pedirle mejor a Brígida, tu sirvienta, que ella sea tu novia, porque ¿sabes?, a lo mejor ella sí te dice que sí. Pues como decía, yo pensaba que el Camiseta nos había dicho la verdad. —Se lo llevaron por equivocación. Me cae, andaban buscando a un tipo con el mismo nombre y las mismas características de mi papá. Pero todo va a estar bien. No se apuren. Yo siempre le creí a todo mundo. No sé por qué. Hasta hace tiempo empecé a preguntármelo. La mera neta, cuando eres chico no te das cuenta de muchas cosas. No quiero decir que seamos una bola de niños pendejos, nos damos cuenta más de lo que los adultos piensan. Pero si analizamos las cosas con cuidado, se nos van tantos incidentes, tantos detalles malos como buenos, que para cuando nos damos cuenta, ya es muy tarde. ¿Sí me explico? Ya que crecí y me junté con los muchachos de la cuadra, Luis, Mila, José, Raquel, y Antón, supe que fue realmente lo qué pasó con el papá del Camiseta, bueno y con todos, incluso conmigo mismo. —¿A poco de verdad no sabes que hizo el viejo García? Sí, el papá del Camiseta—Raquel siempre me habló como si fuera yo un total idiota—¿Pues no hasta andabas detrás de Yolanda, la hermana del Camiseta? No me acordaba de ese detalle. Es verdad… Yolanda era la hermana del Camiseta. Eso es precisamente a lo que me refiero, ya ven, los recuerdos de nuestra niñez aparecen de pronto. —Mira Lechero, te voy a decir que fue lo que pasó realmente, pero no sé si te vaya a gustar. —¿Por qué? La mirada de Raquel me mostró que ella tampoco había cambiado, era la misma chamaca, prepotente, mamona, que se creía la gran chingadera simplemente porque su papá trabajaba para el gobierno estatal. ¿De qué? Nunca supimos. Pero ella siempre nos decía de sus viajes a Europa, al otro lado, nos hablaba de Disneylandia, siempre nos presumía de que iba cada verano, que traía regalos para toda su familia y amigos de la escuela. Ella asistió a una escuela privada. Y total, era la “divina garza”. —Te puede hacer daño mi Lechero. —Ya no me digas así. —Es de puro cariño, me cae. Yo sé que eres hijo de tu madre. —¡Mejor ya cállate! Raquel soltaba esa carcajada que tuvo desde niña, una risa nerviosa, de burla de todo, un nerviosismo que la delataba, porque era tan insegura como cada uno de nosotros. —¡Mira Demetrio! El papá del Camiseta, violó a Yolanda, sí, a su propia hija. Lo encontraron metido en un hotel de mala muerte con Yolandita que no ha de haber tenido más de 11 años de edad y se la estaba cogiendo. ¿Entiendes qué quiere decir coger? ¿O quieres que te lo explique? Dicen que le metió un vibrador por atrás, que la pobre estaba sangrando, ya casi muerta, y el cerdo animal ese, seguía y seguía. ¡Qué bueno que le dieron un tiro y lo dejaron cojo de por vida! Por eso cuando regresó a la colonia, no caminaba, se arrastraba, y por eso nadie quería hablarle a él y a su esposa, que yo no sé por qué se quedó con semejante basura. A veces los recuerdos abren el baúl donde están otros tantos guardados, y te pueden hacer daño. La gente hablaba del señor García. Era un tipo mal encarado que trabajaba para la panadería de la colonia, se llamaba, Lo Real del Pan. Era él, quién llevaba el pan a distintos lugares. El susodicho era el mentado cuate que con una canasta en la cabeza, llevaba bolillos y teleras por regla general, a expendios de pan. También pasaba a distintos barrios a venderle a la gente directamente. Le hacía su lucha como todos. Pero la gente decía malas cosas de él. —¿No han oído que el señor García quiso tocar a Doña Esther? —¡En serio! —No lo creo, el señor es todo un caballero. —Pues Doña Esther no es ninguna santa. A lo mejor lo provocó. —Dicen que la otra tarde cuando andaba repartiendo su pan, Doña Esther lo invitó a pasar a su casa. Que a dizque tomarse un cafecito. —Ya ven, la señora Esther misma lo provocó. Es una mujer sola, y tiene sus necesidades también. —Fíjate bien lo que dices, porque cuando una dice que no, es no y punto. —Eso dicen todas, pero a la hora de la hora, todas quieren. —¡Pues no! El señor García se le acercó por detrás y la agarró sus senos y empezó a querer hacer sus cochinadas. La pobre Doña Esther gritó y como pudo salió corriendo. Fue cuando mi esposo la vio y fuimos los dos corriendo a su casa. Estaba el mentado señor García que recogiendo su pan. —¿Y qué dijo? —Que ya se iba. Que la Doña gritó porque se le hacía que el pan estaba muy caro. —Cuéntenme una de vaqueros. —Lo que yo oí es que el señor García le gusta meterse con niñas. —¡Jesús María y José! Ahí era dónde yo me refugiaba en mis juegos, mis fantasías y mi propio despertar. No me gustaba oír hablar mal de la gente, y, sobre todo, que nos metieran a los niños. Yo siempre dije que era tan suave ser niño. Lo único que realmente nos preocupaba era salir a jugar con los cuates y nada más. Aunque de que la gente hablaba, hablaba. Y ya que lo recuerdo bien, yo vi cuando salieron de su casa el señor García y su hija Yolandita. Ella era una niña muy bonita. Güerita, de pelo rizado. Su piel a mí se me figuraba que resplandecía. Siempre quise darle un beso, pero nunca tuve el valor. Con trabajos le pedí que fuera mi novia. Ambos tomaron en dirección al centro del pueblo, ahí dónde hay hoteles. Ella se miraba como que no quería ir. Me acordé que corrí y me les puse enfrente. —¿Adónde vas Yolandita? —¡Quítate chamaco pendejo! No estorbes—me gritó su papá. Casi me avienta a un lado. —El Camiseta está en la casa ve y habla con él. Hasta su papá le decía el Camiseta. Ahora me pregunto ¿por qué? Corrí rápidamente hacia la casa del Camiseta y Yolandita. Encontré a mi amigo casi llorando, sentado en un rincón de la sala. —¿Qué te pasó Camiseta? Te está saliendo sangre de la nariz. Aquella mirada, ahora me doy cuenta el por qué no deseaba recordarla. Era el rostro de un niño en completo terror. De pronto, oí el llanto de su madre, provenía de la recamara. El Camiseta me detuvo cuando intenté entrar a la recamara. Tomé por los hombros a mi amigo, lo abrasé. No sabía qué estaba pasando. —¿Qué pasó Camiseta? ¿Están bien? ¿Es tu mamá? ¿Qué onda carnalito? Entonces llega a mí un recuerdo de mi niñez. Una memoria que no he querido recordar. Un olvido preferido porque no sé cómo lidiar con él. El padre de Yolanda golpeando a su esposa, porque ella lo encontró con las manos debajo de las pantaletas de la niña. El Camiseta intentando pelear con su padre quién lo golpeó a gusto, con mucha saña. Y la pobre niña gritando de desesperación. Yo no podía hacer nada… no pude…por más que deseé hacer algo, tenía miedo, vi sangre entre las piernas de Yolandita, sangre en el rostro de mi amigo, y la cara de su madre totalmente irreconocible, y aquel hombre, simplemente tomó a la criatura y se la llevó a un hotel de mala muerte como dijo Raquel para terminar de hacer sus cochinadas. Este recuerdo no quise recordarlo… preferí enterrarlo en aquel baúl que alguien abrió y que ahora todos estamos viendo. Sí… Los recuerdos de la niñez son como fantasmas que aparecen de repente, sin avisar, sin decir absolutamente nada… y a veces nos pueden dañar… © David Alberto Muñoz
0 Comments
Leave a Reply. |
David Alberto MuñozSe autodefine como un cuentero, a quién le gusta reflejar "la compleja experiencia humana". Viaja entre 3 culturas, la mexicana, la chicana y la gringa. Es profesor de filosofía y estudios religiosos en Chandler-Gilbert-Community College, institución de estudios superiores. Archives
July 2021
|