El banco de Don Iván
Un cuento Por David Alberto Muñoz Don Iván Cermeño Castro, se llamaba el guardia del banco que asaltaron ayer. La gente a veces se preguntaba por qué sus apellidos empezaban con la misma letra. Sólo Dios sabe, no ha de ser el único. Tal vez por eso del otro lado de la frontera solamente se usa el apellido paterno, cuestión también que puede significar un machismo gacho, ¿por qué el padre nada más? ¿Qué pasa con la madre? Total, era un hombre ya de edad. Ha de haber tenido casi sus setenta años. Caminaba muy lento y su rostro reflejaba un cansancio casi total, de esos que te cuesta trabajo respirar y comes humaredas de aire para seguir viviendo. Varias veces se escuchó decir: —Si alguien llega a querer asaltar, ¿qué puede hacer el pobre de Don Iván? Y pues tenían toda la razón. No era falta de valor, porque el hombre era veterano de la guerra de Corea, y, además, ya que regresó de dar servicio, fue oficial de policía por varios años. En los Estados Unidos, la policía al menos en los tiempos de Don Iván, tenía una reputación de ser gente muy honesta, muy buena onda. Hoy en día, las cosas han cambiado, cada rato se escucha de policías matando a gente sin armas o a gente de color y demás. Pero en fin, yo llegué a ver A Don Iván tlaceando a varios mocosos que nada más estaban dando lata en el banco. Todavía tenía lo suyo. —¡Buenos días Don Iván! Le decían los empleados y los clientes por igual. A todo mundo le caía bien. Así, gordito, con su panza de cervecero, con poco pelo, lentes redondos de fondo de botella. Bigote lampiño, de piel blanca. Su nariz era grande, parecía de payaso, sobre todo los lunes después de haber bebido todo el fin de semana. Le amanecía roja roja, y ese grano junto al labio inferior, le daba un tono grotesco. Los niños se reían de él. —¡Nariz de payaso tiene Don Iván! ¡No vaya a estornudar que la vida se le va! Don Iván nada más correteaba a los niños que salían disparados con mucho temor, para después nada más reírse a carcajadas. Las mujeres lo miraban con ojos de dulzura. —Se parece usted tanto a mi papá Don Iván. Déjeme le dé un beso. Y el susodicho señor solamente se dejaba querer. Los señores hablaban con él sobre pistolas. Ya que cargaba una vieja pistola beretta, de 25 centímetros, de esas hechas en Italia en el año de 1975. —¿Quién le dio esa arma? No sé, quizás la persona que lo contrató y le puso ese uniforme de pantalón negro y franja dorada, con camisa blanca, corbata negra, y una cachucha con el logo del banco. Muchas veces yo mismo le pregunté, qué haría si de verdad llegará un ladrón a querer robar el banco. Don Iván simplemente sonreía, con ese rostro de abuelo consentidor que tenía. —Cuando eso suceda, ya veremos…ya veremos—respondía con un tono de mucha seguridad. De cuando en cuando, Don Iván se paraba muy cerca de algunos clientes que por algún motivo se le hacían sospechosos. La mirada del viejo podía intimidar. Al menos que fueras un hombre joven, de buenos músculos y con la prepotencia cargando tu cuerpo. —No me mire así jovencito, no estoy jugando, respete su lugar en la línea. --Crazy old man!—le decían algunos, pero por regla general, Don Iván controlaba casi, cualquier situación. Así vivía el anciano, porque no era ningún jovencito. Tenía a su esposa Margarita, sus hijos Ivancito, Jr., así le decían al hombre que ya era un adulto de más de 40 años, Leopoldo el maestro de primaria, y Sarita, la más chiquita, que llegó por accidente sin esperarla ni pedirla hace unos 19 años. —¿Cómo le hizo Don Iván? —Pues yo no sé, yo pensaba que mis cartuchos ya eran de salva, y ve tú a ver. Todavía tengo munición y es de la buena. Y el viejo reía con muchas ganas. Ese día…del que estoy hablando, un ladrón de adeveras llegó a robar el banco. Entró corriendo, como si el mundo se estuviese acabando; traía una ametralladora AK-47. El rostro cubierto por una capucha. Era un cuerpo delgado, rápido, pero se miraba frágil, iba todo vestido de negro. —¡Arriba las manos! ¡Nadie se mueva!—gritó con una voz algo suave, medio femenina. —Debe de ser un pinche jovencito—sentenció Don Iván, quién sin dudarlo, desenfundó su pistola para que antes de prepararla y disparar, fuese baleado por más de seis balas provenientes de la ametralladora. Todos quedamos paralizados. Don Iván había trabajado en ese banco toda la vida. Hasta le decíamos el banco de Don Iván. Fue como que todo mundo dejó de respirar por varios segundos, para luego tomar aire porque todos sentimos que la vida se nos iba. Y fue entonces cuando algo inaudito sucedió. El ladrón, sí, el ladrón que le disparó a Don Iván, con su AK-47, soltó de pronto un llanto que nos dolió a todos dentro de aquel lugar. —¡Papá, no! Así no era la cosa. ¡Papá! Se quitó la capucha y todos pudimos ver su rostro. Era la hija menor de Don Iván, Sarita. La que de acuerdo con él, no hallaba su lugar en esta pinche vida que nos tocó a todos vivir. —Así no era la cosa Viejo, tontín, solamente debías sacar la pistola y ponerla en el piso. El viejo de Don Iván tenía esa enfermedad de Alzheimer, y no recordó el plan que había hecho con su hija menor…de robar el banco…sí…robar el banco de Don Iván… —¿Cuál era el plan Don Iván? Todos nos preguntamos: ¿Por qué disparó la muchacha en contra de su padre? Eso fue una verdadera locura. Descubriríamos después que ella también padecía de Alzheimer…aunque estaba muy joven, pensamos todos. ¿Qué fue lo que se le olvidó a ella? —Estás loca Sarita… ¿Por qué lo hiciste?—preguntó Margarita, su madre. —Porque de vez en cuando tengo que hacer una locura, para darme cuenta de que todavía estoy cuerda. Y después, todo se le olvidó. Sarita permaneció encerrada en un manicomio desde aquel día en el cual ella fue a robar el banco de Don Iván, su padre. Y hasta la fecha, nos cuesta mucho trabajo entender lo que pasó ese día. A lo mejor nunca hubo un plan, es posible que todo haya sido una locura de la chamaca. No sabemos… Todo esto creo que tan sólo comprobó, prueba, lo absurdo que realmente puede ser la existencia humana. Todavía no lo podemos creer, mataron a Don Iván, el guardia del banco, en el banco de Don Iván, y fue Sarita, sí…Sarita su hija…todo es un absurdo total… © David Alberto Muñoz
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David Alberto MuñozSe autodefine como un cuentero, a quién le gusta reflejar "la compleja experiencia humana". Viaja entre 3 culturas, la mexicana, la chicana y la gringa. Es profesor de filosofía y estudios religiosos en Chandler-Gilbert-Community College, institución de estudios superiores. Archives
July 2021
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