El Colmillos
Un cuento por David Alberto Muñoz Era un día común y corriente. Me levanté de malas. No quería hablar con nadie. Me sentía el ser más despreciado del universo. Las quejas en el trabajo del patrón. Mi mujer y su constante hablar, que no sabes hacer las cosas, que siempre andas con tus amigotes, que ya no te importa la familia, ni tus hijos, ni yo. Los mismos vecinos andaban de pleito conmigo porque en ocasiones estacionaba mi carro demasiado frente a sus casas, y eso cómo les molestaba. Los gringos son muy peculiares para esas cosas. Si es su propiedad, es su propiedad y se acabó. No había podido dormir bien, traía un dolor de cabeza, así, como si anduviera crudo, pero no, no había tomado ni una gota de alcohol. Me estaba quejando con el dios que me inculcaron de chico. ¿Por qué nada más a mí me chingas eh? ¿Qué te he hecho cabrón? ¿Qué acaso merezco esto? Ya ni la friegas, eres un desgraciado. Por eso la gente ya no cree en ti, porque nada más nos mandas problemas, disgustos, pendejada y media. Total, así empezó mi día aquella mañana cuando mi destino simplemente me decía irás a tu trabajo, aguantaras a los compañeros mamones, el patrón te gritara una vez más, y tú simplemente le dirás, sí señor yo me encargo, no se apure. Tal vez, lo único que te dará algo de satisfacción es el verle las piernas a Eleonora, la nueva secretaria del mentado jefe. Ya sé que a lo mejor eso es medio machista, pero es nada más un taco de ojo, no sean gachos, yo respeto a las mujeres, tengo madre, hermanas, esposa e hijas. Pero no dejo de ser hombre, me gusta ver a las mujeres. ¿Es pecado eso? No creo, digo yo, aunque hoy en día ya ni sé. Pues esa mañana cuando me iba a subir a mi carro, que veo que adentro estaba un perrito. ¡Sí, un perrito! Quién sabe de qué raza era, nosotros les decíamos a los perros callejeros en la cuadra, es corriente cruzado con de la calle. Estaba bien bonito, con esa cara de piedad que a veces tiene los perritos. Movió su colita al verme. Cómo que le dio gusto. No sé. Me acerqué y comencé a acariciarlo. Me di cuenta que era macho. Me hizo sonreír. Lo bajé del auto, era casi un cachorro prácticamente. Le dimos de comer no sé que cosa. Dialogamos en mi hogar quizás por primera vez en mucho tiempo. Mis hijos querían que nos quedáramos con él. Mi señora no estaba segura, pues ni yo tampoco. Había que cuidarlo, alimentarlo, y pues no andábamos tan bien económicamente que digamos. La mera verdad no sabíamos qué hacer. Fue entonces cuando Elián, mi hijo mayor nos dice. —Pues si no nos vamos a quedar con él, hay que llevarlo a la perrera. De inmediato se armó una discusión entre nosotros. ¿Cómo lo vamos a dejar en la perrera? Eso no se hace. ¿Y tú desde cuándo tan defensor de los derechos de animales? Ahí por lo menos lo van a cuidar, no sólo le van a dar de comer, lo pueden poner en adopción. Acuérdate que ya no estamos en México papá. Aquí las organizaciones protegen a los animales de verdad. Es uno de los beneficios de vivir de este lado de la frontera. Es más, llévalo a la Sociedad Protectora de Animales. —¡No empieces a darme tus lecciones de civismo chamaco! ¿Y por qué lo tengo que llevar yo? —Pues tú lo encontraste ¿no? —Chistosito… —Además, aquí no dan civismo papá. Es simplemente servicio a la comunidad. Pues lo que sea le dije al chamaco. Y pues, finalmente llegamos todos a una decisión. Iba yo a llevar al perrito a la asociación protectora de animales. Que por cierto estaba casi a una hora de nuestra casa. Iba a perder tiempo en el trabajo, y ya ves cómo pueden ser a veces en las chambas, Como no trabajo por contrato, más bien por hora, pues me van a quitar todo el tiempo que no esté ahí literalmente trabajando en esa pinche fábrica de tornillos. Total, voy a hacer una labor humanitaria. Me subí con el cachorro al auto. Tenía un rostro muy dulce. Le vi rasgos de un Pastor Alemán, pero con las orejas como de Gran Danés. Pero al querer imaginarme a esas dos razas apareándose, lo único que logré fue reírme de lo lindo. Poco a poco el cachorro se me fue pegando. Comencé a acariciarlo. El perrito nada más volteaba su panza para que lo acariciara. Comencé a platicar con él. ¿Qué te paso? ¿Dónde está tu mamá? ¿Cómo fue que llegaste a mi carro? ¿Cómo te llamas? Bueno se me hace que todavía no tienes nombre. O si lo tienes no lo sabes. Se me hace que te debes llamar Colmillos, mira nada más que colmillotes tienes. Siempre me han gustado los perritos, pero ahorita no podemos cuidarte. Con trabajos sacó dinero para alimentar a la familia, que los gastos de la comida, de ropa para los muchachos, uno que otro vestido para la nena, y bueno, mi mujer también se merece uno, ¿no crees? Ella no trabaja, se encarga de atender el hogar. Además, los libros de la escuela, los cuadernos, que lápices de colores que yo sé qué. Y pues la verdad, un perrito nos iba a traer problemas ¿no crees? El ya llamado Colmillos, nada más me miraba con sus ojos grandes, y torcía su cabeza hacia un lado tratando de entender mis palabras. Creo que sí podía comprender, a veces pensamos que los animalitos no nos entienden, pero lo que pasa es que hablan otro idioma. Tiene otra forma de comunicarse. Y yo creo que los perritos, son verdaderamente fieles. Más fieles que los humanos, que podemos fallar en cualquier momento, me cae de madre. Ya me sentía yo tan cómodo con el animalito, que iba haciéndole cariños, diciéndole cosas, pendejada y media pues, pero lo cierto es que me abrí como si fuese él mi mejor amigo. Y tal vez en ese momento sí lo fue, porque le conté todas mis tragedias y pude sacar todo aquello que traía bien enterrado dentro de mí. Llegamos al lugar destinado. Lo levanté sin pensar en que era lo que iba hacer. Entré al lugar. Había una muchacha en la entrada que estaba recibiendo a la gente. Me miró con ojos de sorpresa. ¿Será que como casi nunca voy a lugares como esos se me nota? Me preguntó qué deseaba. Le dije, vengo a dejar a este perrito, me lo encontré en mi carro y no es mío. Tal vez ustedes lo puedan ayudar. —Póngalo en aquella jaula. Volteé en dirección hacia donde me dijo, y pude ver una pequeña jaula sobre unas ruedas. Con trabajo lo metí y el pobre Colmillos me miró con ojos de piedad. ¿Por qué me estás dejando aquí? ¿Qué no éramos ya amigos? ¿No me habías contado cómo tu mujer ya no te hace el amor? ¿Cómo tus hijos ya ni te respetan tanto? Nada más se la pasan pidiéndote dinero. Ya no te piden permiso para salir, nada más se van…No es justo, ¿por qué me dejas aquí? Lo miré por última vez detrás de aquellas rejas. E imaginé el dejar a mi mejor amigo en la cárcel. A sabiendas que, si no lo encontraba su dueño y nadie lo adoptaba, la eutanasia sería su destino. Me sentí el ser más despreciable del planeta. Elevé mis ojos hacia el cielo y con mucho coraje le dije a ese dios del cual me habían hablado toda mi vida. ¿Por qué eres así? Este perrito ¿qué te hizo? Yo sí he sido un desgraciado hijo de la chingada, castígame a mí no a este pobre animal, que no ha hecho nada más que existir. ¿Dónde está el supuesto amor que todos me han dicho que tienes? No, ya te olvidaste de nosotros. Nos dejaste, te fuiste porque te defraudamos. No fuimos los seres que tú esperabas, por lo tanto, te desapareciste del mapa, y todas las peticiones nuestras rebotan en la entrada del tercer cielo del Hades, dónde todos dicen está el mentado paraíso. ¿Sabes? Puede que sí crea que existes, pero te olvidaste de tu creación, porque no te salió como tú lo deseabas. Eres un verdadero cabrón. Igual que yo, porque yo soy peor, yo sí deje al Colmillos en aquella jaula, y él está sentenciado a morir, y no puede hacer nada para cambiar su destino. Seis meses después, me dejó mi mujer. Ya no te aguanto Emiliano. Ya no existe nada entre nosotros. Y se fue… lo único que permanece en mi mente, es el Colmillos, ese perrito que quizás debí de haber salvado. Pero no lo hice, y no estoy seguro del por qué. Era un perro corriente, cruzado con de la calle, y se llamaba el Colmillos. Hasta este momento, ha sido mi mejor amigo. © David Alberto Muñoz
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David Alberto MuñozSe autodefine como un cuentero, a quién le gusta reflejar "la compleja experiencia humana". Viaja entre 3 culturas, la mexicana, la chicana y la gringa. Es profesor de filosofía y estudios religiosos en Chandler-Gilbert-Community College, institución de estudios superiores. Archives
July 2021
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