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Presencia

El deal de Raymundo

5/1/2019

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El deal de Raymundo
Un cuento
Por David Alberto Muñoz
 
Raymundo había regresado de comprar la comida. Mamá lo mandó al súper. Pero él tenía la maña de tardarse de más, siempre se iba para otro lado. Hubo veces, en que tuvimos que ir a buscarlo. En ocasiones se metía en la cantina de Don Gregorio, ahí lo encontrabas con todos los borrachitos del barrio. Otras, por raro que parezca, llegaba a la biblioteca de la ciudad, la que está a un lado del colegio de Glendale, acá, les decimos a esos colegios, comunitarios, en México no entienden bien este concepto. Yo le pregunté a mi profesor de la uni, y me dijo que son instituciones de estudios superiores. Ofrecen un título universitario en dos años, es como un papelito extra. Pues a Raymundo, a veces, bien pudieras encontrarlo metido in the library, leyendo una novela de García Márquez o una de Laura Restrepo. Decía él, que los dos eran colombianos, y que por eso eran buenos escritores. Yo a veces le alegaba que también había writers no sólo mexicanos, sino Chicanos, Mexican-American, que escribían muy bien sobre la experiencia nuestra, pero él nada más se burlaba. Le gustaban las descripciones eróticas que hacían ambos autores. A Raymundo siempre le gustó estar viendo a las mujeres, no importa qué edad tuvieran. Mientras estuvieran enseñando las piernas, las chichis, o en una actitud sensual, a él le encantaba echarles piropos. No importa cómo estuvieran, jovencitas, grandes, delgadas o pasadas de peso, mientras fueran hembras, Raymundo le entraba. Yo en ocasiones me levantaba la falda para que me viera los calzones, no porque me gustara él como hombre, sino más bien porque a las mujeres como que nos gusta llamar la atención. ¿Qué no? Él se hacía el menso, soy su hermana, y pues, aunque algunas veces uno puede sentir algo raro, pero no, no se trataba de eso. Raymundo siempre fue mi hermano menor, siempre lo vi así, y pues, eran puros juegos tontos, pero bien que se me quedaba viendo el desgraciado.
 
Yo creo que los hombres se cogen a su propia madre si esta se los permite.
 
—¡Ya traje los chiles Flaca! Apúrate a hacer la comida. Hurry please, I’m hungry!
 
Ese día se le antojaron chiles rellenos, y mi mamá me pidió que se los hiciera, ella tenía que trabajar, trabajaba en una casa de gringos, de ayudante doméstica, aunque si vamos a hablar como hablaba la gente de antes, se ocupaba de sirvienta, and I think working doing that no tiene nada de malo. Es un trabajo digno como cualquier otro. Por lo mismo nos decían nuestros padres que deberíamos de estudiar para no acabar como ellos. Precisamente por eso nos venimos para el otro lado, para mejorar. Y bueno, de cualquier manera, yo casi siempre cocinaba. Éramos cuatro en la familia, mi mamá, mi papá, mi hermanito Raymundo y yo. Mi Dad works de lavaplatos en un restaurante que está en la Bell avenida. Es un buen lugar, se llama Manuel’s Mexican Restaurant and Cantina. Es un lugar que dizque con mucha tradición. Mi padre tuvo suerte de conocer a uno de los cantineros que ahí trabajaban, y pues él le consiguió la chamba. Algunas veces íbamos a comer ahí, creo que le dan a mi papá descuento por ser worker. Es bien curioso ver cómo mi padre se desenvuelve en ese lugar. Llega como si fuera el mismito dueño, bueno, hasta que el manager aparece, y baja la guardia mi jefe, y simplemente le dice: Thank you very mooch sir! Pero en fin, Raymundo regresó con todos los ingredientes para que le hiciera yo sus chiles rellenos. Y fue precisamente antes de que empezara yo a tatemar los chiles, cuando sonó el teléfono.
 
—Alo… ¿Aurelio? What happened?
 
La cara de Raymundo se puso blanca. Fue como si hubiese visto al mismito Diablo.
 
—¿Cómo supieron? ¿Quién les dijo? ¡No! Yo no soy rata Aurelio, chale. Don’t say that ese. What? ¿Estás loco? No puedo hacer eso. She is my sister. Está pedo ese güey. ¡Que se vaya a la chingada!
 
De inmediato le pregunté qué pasaba, escuché que mencionó a su hermana. La mera verdad no reconocía a Ray, estaba como loco, como poseído. Yo me asusté mucho, nunca lo había visto así, me dio miedo. ¿Qué pasa Ray? Dime, please, ¿qué pasa?
 
Me dijo que unos hombres iban a ir a buscarlo a la casa, que querían matarlo. What! ¿Cómo? ¿Qué hiciste? Eso no es posible. Raymundo me dijo que estaba metido en un santo lío, que había ido a comprar droga para un amigo, y que de alguna manera se quedó con el dinero, y ahora lo buscaban por haberle robado al dealer. Eso no tiene sentido Ray, ¿a poco no les entregaste el dinero cuando te dieron la droga? No Flaca, no lo hice. I didn’t do that! No sé qué va a pasar, me decía.
 
De pronto, se detuvo, y se puso muy serio. Me tomó de la mano y me sentó en el sofá de la sala. Volteaba, como para asegurarse que nadie fuese a escuchar lo que me iba a decir. Le temblaban los labios, la voz como que se le iba, eran un total desastre. Yo no sabía que hacer…
 
—Mira Flaca, listen to me very carefully. OK?
 
OK, le contesté.
 
—Hay una forma de sacarme de todo esto—De inmediato le dije, ¿cómo? No te andes por las ramas, habla, por favor, habla.
 
—¿Te acuerdas del MeroMero?—¡Claro! Grité. El tipo ese odioso que se cree que es pura chingadera. ¿Ese te dio la droga?
 
—Sí…
 
¡Hijodeputa!, ¿qué vamos a hacer Ray?
 
Se miraba que mi hermano quería decir algo, pero como que no se atrevía. Elevaba la mirada, lanzaba los brazos al aire, tosía limpiándose la garganta cada tres segundos. Sacudía su cabeza y se tallaba los ojos como intentándose darse valor. Se levantó y fue al bar que mi papá tenía al lado del gabinete del comedor. Se sirvió casi medio vaso de whiskey y se lo tomó de un trago. Respiró calmando sus nervios de la mejor manera que pudo. Se sentó frente a mí nuevamente, tomó mis manos en las suyas y con una voz que nunca antes le había escuchado me dijo:
 
—Flaquita, el MeroMero dice que me perdona el robo…—¿Cómo? ¡Dime! Le gritaba yo en su rostro.
 
—Se olvida de todo, si tú te acuestas con él.
 
¡HIJO DE LA PUTA CHINGADA! ¿Estás loco Ray? ¿Qué te pasa? Soy tu hermana, no soy un mueble que puedes usar, así como así. ¿Para qué te metes en esos líos? De seguro sí le robaste el dinero y ahora a la hora de los trancazos ya no tienes ni el dinero ni los huevos para hacerle frente a todo lo que has hecho. Siempre has sido así, todo el tiempo terminamos ya sea yo, o uno de mis papás sacándote de todos tus pinches líos. No jodas Raymundo, eso no es justo, arréglatelas como puedas. Y me fui corriendo a mi cuarto.
 
Permanecí parada por varios minutos en medio de mi recámara. Miré las fotos que tenía de mi hermano, cuando caminó por primera vez, la primera vez que me dijo Flaca, la vez que fuimos juntos a bailar a un night club. No estaba segura que estaba sucediendo. Mi corazón latía a más de cien kilómetros por hora. ¡Pinche Raymundo! ¿Cómo se le ocurre? De pronto, sentí su presencia detrás de mí. No quise voltear. Estaba loco, ¿cómo puede imaginarse que yo pudiera acostarme con ese gordo asqueroso?
 
Él se acercó lentamente, puso sus manos sobre mi cintura, me abrazo con mucho cariño, y puso su cabeza sobre mis hombros como siempre lo hacía.
 
—Me van a matar Flaquita, le robé más de mil bolas al MeroMero. No sé qué voy a hacer.
 
                                                                                ***
 
Estábamos en un cuarto mugriento, olía a mierda. A Raymundo, le dijeron que tenía que ver cómo me cogían. Lo hicieron que se parara frente a mí. Yo estaba acostada en el piso, con las manos hacia arriba, me ordenaron estar en esa posición y me sentenciaron. ¡No te muevas! Si no te va a ir peor.  Me desnudaron completamente, y sobre mi cuerpo, el asqueroso olor de ese tipo cayó metiendo su sexo dentro de mí… sentí que se metía hasta lo más profundo de mi alma…
 
Todo lo hubiese aguantado, por él, por mi hermano, porque lo quiero mucho, a Raymundo, al Ray, a ese niño que he cuidado desde que era chiquito, desde que nació, él es mi carnal, mi hermanito de sangre… pero de pronto, al verlo directamente a los ojos, y aunque él lo negó toda su vida, pude ver una leve sonrisa plasmada en sus labios. Era como si él disfrutaba con lo que el MeroMero me hacía. He tratado de borrar aquella imagen de mi mente ya por muchos años, pero no he podido. Permanece enterrada en mis recuerdos, y por las noches se convierte en pesadilla, y no importa cuantas veces se lo haya echado en cara a mi hermano, él nunca lo va a aceptar. Yo ya ni sé, no quiero saberlo, chingada, preferiría olvidarlo todo y no tener memoria. Porque a veces creo que el deal de mi hermano, fue precisamente ese, entregarme a mí, a cambio de su pinche droga.
 
A veces los hermanos pueden ser malos… a veces son buenos… pero el mío… no estoy segura qué será…
 
No fue nada, sólo un deal más…
 
© David Alberto Muñoz
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    David Alberto Muñoz

    Se autodefine como un cuentero, a quién le gusta reflejar "la compleja experiencia humana".  Viaja entre 3 culturas, la mexicana, la chicana y la gringa. Es profesor de filosofía y estudios religiosos en Chandler-Gilbert-Community College, institución de estudios superiores.

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