El Fredy
Un cuento Por David Alberto Muñoz Sobre el escritorio había dejado la taza de café a medias, porque no había podido acabarla. En sus labios todavía podía sentir el sabor amargo del café negro y bien cargado que tanto le gustaba. Toda la semana tenía que trabajar. Estaba cansado, pero eso a nadie le importaba. Su deber era el estar al pie del cañón en aquel escritorio, recibiendo llamadas de clientes inconformes con el servicio que la compañía de limpieza Maria’s Cleaning Company, ofrecía. —¡No limpiaron bien los baños de la oficina! —Mire señor, I might be Hispanic, but I do speak English, and I do have papers. I can sue you. —La señorita que vino ni siquiera saludo. Antonio Ortiz trabajaba de coordinador de quejas, sí, ese era su título, pero en realidad su función era simplemente escuchar las quejas de todo mundo y decirles con una voz segura y de seriedad: —En este mismo momento arreglamos ese asunto, se lo prometo personalmente. Tenía ya más de 20 años de vivir en suelo del tío Sam, y casi 15 de trabajar en esa empresa que contrataba gente hispana para que limpiaran las casas, las oficinas, de no sólo las personas que lo solicitaran, sino también de las grandes empresas. Contrataban a veces gente “ilegal”, cuestión que en ocasiones les causaba problema con el departamento de inmigración, pero al dueño eso de plano le valía madre. No que fuera el gran defensor de los indocumentados, sino que simplemente le costaba menos dinero pagarles a estos, que contratar gente con papeles. —Mire usted, ¿cómo dice que se llama? —Mi nombre es Antonio Ortiz para servirle. —Pues Mr. Ortiz, yo estoy muy a disgusto con la gente que mandaron a limpiar la casa de mi padre. —¿Qué sucedió? —Pues encontré la casa más sucia de lo que estaba. And I mean worst, terrible. I am very upset. Día tras día Antonio escuchaba quejas de gente que parecían ser la misma. Nadie estaba contento con el servicio, desde que no usaban suficiente jabón para limpiar los baños, hasta que no utilizaban pinol para trapear, y como la mayoría de los clientes eran hispanos, el olor a pino representaba el olor a limpieza de todos aquellos seres urbanos crecidos en tierras aztecas. Pero esa mañana, recibió una llamada muy extraña que lo dejó perplejo. —¿Sr. Ortiz?—era una voz femenina, sensual, de esas voces que a veces utilizan en los aeropuertos para anunciar los vuelos. Antonio se sorprendió. Por regla general las mujeres que hablaban no deseaban seducirlo. Pero el primer pensamiento que vino a su mente al escuchar aquella voz fue precisamente ese, esta mujer me quiere seducir. Al final de cuentas, Antonio era sólo un hombre. —¿Dígame señorita? En que puedo servirla. — Do you mind if we speak Spanish? —Por supuesto que no. Aquella voz era dulce, suave, mas a la misma vez muy segura. En su mente, Antonio imaginaba el ideal de mujer que le gustaba, alta, de buen cuerpo, con curvas, como a él le gustaban, de cabello café oscuro, ojos de color ámbar y maquillada elegantemente mostrando unas pestañas rizadas y una hermosa sonrisa. —No quiero ser grosera Sr. Ortiz. —No se preocupe, de seguro tiene una queja sobre los servicios que ofrecemos. Adelante, no se apure. Recibir quejas de los clientes y resolverlas es precisamente mi trabajo. —El jovencito que vino a limpiar, muy lindo, por cierto, era precisamente el que yo quería. Todo iba muy bien, hasta que… —¿Qué pasó señorita? Antonio pudo oír que la mujer había empezado a llorar. Algo malo había sucedido. ¿A quién mandaron? Ella mismo lo pidió, bueno, fue lo que dijo. ¿Jovencito? Y, además, hombre. No hay muchos, a lo mejor es Fredy, sí, tiene que ser él. —¿Señorita? ¿Le hizo algo el joven Fredy? ¿Sí fue Fredy el que le enviaron, ¿verdad? —Sí…—respondió la mujer ya hundida en el llanto. —Por favor, dígame ¿qué pasó? La mujer habló finalmente, una vez que pudo hacerlo. —Fredy llegó muy puntual. Con su uniforme, y todo el material listo para hacer la limpieza de mi casa. Hasta iba perfumado. Traía una de esas camisetas bien ajustadas y tiene unos bíceps preciosos. Lo llevé al segundo piso para que empezara con las recamaras, la mía primero, claro está. Lo dejé trabajar por un buen rato, no quería que pensara que yo era una cualquiera, pero la verdad nada más de verlo se me antojaba más. —Disculpe señorita, ¿Cómo dijo? ¿Qué se le antojo? —¡Pues el Fredy, quién más! Está bien chulo el canijo. Una amiga mía me lo recomendó. Te va a satisfacer, me dijo. Lo tiene bien grandote, además, a pesar de estar joven, sabe esperar a que nosotras lleguemos. Bueno, aunque conmigo puede que sea algo diferente. Antonio, no concebía lo que le estaba diciendo aquella mujer, que no perdía su tono sensual al hablar. —Pues para hacerle el cuento corto, me quité el camisón que traía puesto, que estaba muy sexy, por cierto, y me quedé en ropa interior. El Fredy nada más me miraba los pechos que están bastante grandes es la verdad. Y pues le dije, adelante papi, a lo que te truje. Y se me dejó venir encima con un deseo que tendría usted que verlo para poder entenderlo. Antonio estaba totalmente incrédulo. No creía lo que estaba escuchando. En más de 15 años de trabajar en la empresa Maria’s Cleaning Company, nunca antes había escuchado lo que aquella mujer le estaba contando. “Está loca”. Pensó. —Usted disculpe, señora—de pronto ya no era señorita, y quizás aquella voz tan sensual que había escuchado, ahora se le hacía una voz medio ronca y muy rara—Este es el departamento de quejas. Por lo que cuenta, usted se la pasó muy bien con nuestro empleado llamado Fredy. Le puedo preguntar, ¿cuál es su queja? —¡Ah muchacho! Pues que el Fredy me pegó. —¿Le pegó? Usted disculpe, pero eso me cuesta mucho trabajo creerlo. El Fredy será un sinvergüenza, pero no es golpeador de mujeres. —Lo mismo creía yo, pero no fue así. —La mera verdad no le entiendo. —¡El Fredy me pegó a puño cerrado, en la cara! —¿Cómo? —Así como lo oye. —Eso no puede ser señora… —Mire Sr. Ortiz, that is your name right. —Sí, my name is Antonio Ortiz. —Hablas el inglés muy bien chulo. Antonio ya perdiendo la paciencia le grita a la mujer. —¡Señora, Fredy no pudo haberle pegado! —Yo pensé lo mismo, la cuestión fue que él se enojó cuando se dio cuenta. —¿Cuándo se dio cuenta de qué? —¡Ah papito! ¿No sabías? —¿Saber qué? —Pues soy varón, hombre de nacimiento, y me voy a cambiar el sexo, pero todavía no me cortan… eso … tú sabes ¿verdad? Antonio quedó totalmente mudo, y lo único que pudo hacer fue colgar el teléfono. —No tengo nada en contra de los trasgéneros, de verdad—pronunciaba el mentado Fredy ante el cuestionamiento de Antonio—pero por el amor de Dios. ¡Eso no se le hace un hombre! Fue hasta entonces, cuando ambos pudieron simplemente sonreír. © David Alberto Muñoz
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David Alberto MuñozSe autodefine como un cuentero, a quién le gusta reflejar "la compleja experiencia humana". Viaja entre 3 culturas, la mexicana, la chicana y la gringa. Es profesor de filosofía y estudios religiosos en Chandler-Gilbert-Community College, institución de estudios superiores. Archives
July 2021
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