El padre
por David Alberto Muñoz Todo fue tan inesperado. Un día te despides dándole un beso en su frente, y al siguiente recibes esa llamada telefónica que nadie desea recibir. Sabíamos que iba a suceder tarde o temprano, pero nunca estás preparado. Al final, su figura parece permanecer dentro de nuestras mentes y nuestros corazones. A veces, creo que lo puedo ir a ver en el mismo lugar donde estuvo viviendo por varios meses, ese sitio al que tantas veces acudí a mirarlo y a platicar con él. Su cuerpo ya estaba cansado, pero su mente siempre activa, se convulsionaba en medio de las mentalidades que le tocaron enfrentar, médicos haciendo exámenes, enfermeras mal encaradas, pacientes insatisfechos, simplemente la edad, ese fantasma que al final de cuentas nos alcanzará a cada uno de nosotros. Mi padre murió el pasado fin de semana. Cómo duele la muerte de un ser querido. Por más problemas que hayas tenido con la persona, cuando se nos va, quedamos atrapados en esa línea que en ocasiones ahoga, tritura, lastima, y daña nuestro ser. Preferimos recordar lo bueno. Aquellos instantes de felicidad que sí existen. Mientras quizás sin saberlo, simplemente vivimos dando vuelo a esa fuerza que llamamos vida, ese espíritu que se mueve dentro de nuestros cuerpos. Al menos, siento que ya está descansando. Lo miro y lo puedo ver de lejos, retirado, apartado con su mirada de pensamiento profundo, con su voz de predicador, con su presencia buscando narrativa, una forma de expresión que formule su manera de pensar, su manera de ser, su forma tan peculiar de existir. Mi padre era un hueso duro de roer. Cuando era niño, recuerdo que cuando andábamos en campañas, mi padre se detenía a comprarnos sodas y dulces que queríamos, y él, se compraba un litro de leche, y se lo tomaba literalmente casi todo de un trago. Sí, recuerdo que eran los tiempos cuando vendían la leche en tubos de vidrio. Yo me preguntaba, en qué pensará mi padre cuando aquel líquido blanco entra por su boca. Yo deseaba llamarme igual que él. Les reclamaba a mis papás, el por qué me pusieron otro nombre, si yo era el mayor, y la tradición mexicana decía, al menos en esos tiempos, que el más grande debería llevar el nombre del padre. Ya que crecí, de adulto, desistí, partí de aquel pensamiento infantil, descubriendo lo que todos descubrimos en ciertos momentos de nuestra vida, que somos individuos, que nuestros padres no son perfectos, y aunque nuestros genes se heredan y no podemos hacer nada al respecto, la vida de las personas de las cuales nacemos, nos deslizan con cierta autoridad, y quizás lo único que podemos tener es ese libre albedrío para decidir, para argumentar, para entregarnos a nuestros propios arbitrajes, y permitir que nuestra herencia se convierta en una nueva narrativa, en una nueva forma de ser y de pensar. Recuerdo muchas escenas de niño, mi padre jugando con nosotros, a los soldaditos, al balero, al yoyo, o con un balón de soccer, que a mí siempre se me hizo muy duro; una vez, jugando con mi padre y con mi hermano Alfonso, le tiré un balonazo a mi hermano, y él lo paró, y mi padre dijo: el paradón del gordolobillo. Él decía que mi hermano era la esperanza de la familia. Fue precisamente Alfonso, quién bautizó a mis papás como el padre y la madre. Pasamos la mayor parte de nuestra niñez en la ciudad de México, fue una época muy bonita, dónde el Hno. Muñoz fue un gran padre. Creo que estos son los recuerdos que permanecen de nuestra infancia en cada uno de nosotros, los Muñoz. Y hay algo que tengo mencionar, cuando mi padre expiró, una de las enfermeras del lugar se acercó a mi hermana, la Mita Muñoz, cómo creo mi padre le puso, y le dice a mi hermana, tú eres la mejor hija del mundo, porque durante todos estos meses no dejaste de venir ni un sólo día, dos veces por día, en la mañana, y en la tarde. Y estoy en total acuerdo, eres la mejor hija y la mejor hermana, siempre preocupada por tus hermanos y por tus padres. Te ganaste siete cielos y uno extra por si acaso. Todas estas son simplemente remembranzas, momentos que al menos han quedado en mis memorias las cuales atesoraré y llevaré conmigo hasta que el aire deje de fluir en mis pulmones. Porque todos nos vamos a morir. Cuando la gente muere, no desaparece, simplemente pasa a una nueva dimensión de la existencia humana, y a mí me gusta pensar, que miraré a mis seres queridos una vez más. Con una nueva dosis de vida, que tal vez por el momento no puedo entender. También recuerdo los alegatos con mi señor padre, la forma en la cual nuestros entes se apartaron por pensar de manera distinta. Discutíamos en ocasiones a cada momento, por terquedad mutua, cayendo quizás dentro de lo absurdo, lo paradójico de nuestra propia existencia humana, el no querer ceder simplemente por ser él, el padre, y yo, ser el hijo. Pero al final de cuentas, caemos todos rendidos ante nuestras propias comparecencias, ante nuestros propios entes, perdidos en un mundo incomprensible, dónde las cosas parecen pasar por relatividad, y dónde puedes encontrarte a ti mismo en busca de tus propias deficiencias, cualidades o mañas, porque todos las tenemos. Mi padre se fue el pasado fin de semana. No sé cuándo, pero espero verlo otra vez, y poder platicar con él al igual que lo llegamos hacer en vida, de filosofía, de su autor favorito Kierkegaard, de todas sus interpretaciones bíblicas. Su voz permanecerá dentro de nosotros. Su existencia continúa por medio de la sangre que sus hijos y sus nietos llevan en las venas. Me acuerdo también que en ocasiones, ya había predicado por una hora y media más o menos, y decía: No queremos tomar mucho tiempo, para luego predicar por media hora más o cuarenta minutos. Siempre fue un rebelde, en contra del status quo, en contra de lo establecido, su voz era la voz de un revolucionario medio izquierdista, quién no recibió el mensaje adecuado, y al encontrarse ante el evangelio de Jesucristo, cayó con una furia impresionable, ya que Jesús, cambió literalmente toda su vida. ¡Cómo duele la muerte de un ser querido! Descansa en paz padre, lo mereces, ya hiciste lo que tenías que hacer. Si no es así, tendrás tiempo más adelante, porque tu vida siempre descansó en la esperanza de vida eterna que Jesús el Nazareno te ofreció. Descansa en paz… Tu hijo, David © David Alberto Muñoz *** En paz Muy cerca de mi ocaso, yo te bendigo, vida, porque nunca me diste ni esperanza fallida, ni trabajos injustos, ni pena inmerecida; porque veo al final de mi rudo camino que yo fui el arquitecto de mi propio destino; que si extraje las mieles o la hiel de las cosas, fue porque en ellas puse hiel o mieles sabrosas: cuando planté rosales, coseché siempre rosas. ...Cierto, a mis lozanías va a seguir el invierno: ¡mas tú no me dijiste que mayo fuese eterno! Hallé sin duda largas las noches de mis penas; mas no me prometiste tan sólo noches buenas; y en cambio tuve algunas santamente serenas... Amé, fui amado, el sol acarició mi faz. ¡Vida, nada me debes! ¡Vida, estamos en paz! De Amado Nervo
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Elmira Cadena
11/21/2019 18:49:23
Profundidad y sensibilidad en este artículo para homenajear a un gran personaje. Mis condolencias para la familia.
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David Alberto MuñozSe autodefine como un cuentero, a quién le gusta reflejar "la compleja experiencia humana". Viaja entre 3 culturas, la mexicana, la chicana y la gringa. Es profesor de filosofía y estudios religiosos en Chandler-Gilbert-Community College, institución de estudios superiores. Archives
July 2021
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