El secreto
Un cuento Por David Alberto Muñoz Nunca antes había pensado qué callar. Bueno, tal vez sí, pero ahora todo es distinto. Creo que ya tengo un secreto, sí, un secreto el cual no debo revelar nunca, ni a nadie. —¿Por qué? No lo entenderías. La última vez que estuve con ella se portó distante, alejada. Aunque me despertó a media madrugada como pidiendo atención. Se miraba ya grande y cansada. Pero detrás de sus ojos medio borrosos, parecía ser una niña ilusionada. Me decía, ¿qué quieres? Yo le respondía, quiero tu lengua dentro de mi boca. Se volteaba y permitía que mis manos le dieran unas nalgadas, brotadas del inmenso deseo que yo sentía por ella. —¡Estás enfermo! Es algo muy raro, cuando la pasión se muere, te das cuenta que tienes que vivir con una persona extraña a tu lado. Despiertas y la observas cuidadosamente, moviéndose entre rutinas y enfados diarios. Esa vida de la cual siempre huiste. De pronto, la ves sentada frente a una taza de café, y te sonríe mientras tú estás pensando, ¿qué diablos hago aquí? Pudiese ser una obra de teatro escrita por Eugene Ionesco, Jean Genet, o Harold Pinter. ¡Sí ya sé! ¿Por qué no uso nombres como Paz, Borges, Mariátegui o José Luis González? ¡Yo qué sé! No empieces con tu mente de conquistado. Tengo muy presente la primera vez que estuvimos juntos. Salimos de la casa de un tipo que ni siquiera sé cómo se llamaba. Ya no recuerdo con exactitud cómo llegamos ahí, era una fiesta tal vez. Creo que él, había sido novio de ella o algo así. Un peloncito que fumaba puro y que nos llevó en un Volkswagen sin parabrisas en medio de una lluvia de esas de aquellas. Había gente muy rara en esa casa. Estaba muy oscuro, aunque ya era tarde. Tuvimos que subir algunas escaleras. Era como un condominio situado en la parte central de la ciudad. Una pareja madura que estaba en la fiesta nos miró con ojos de juicio. La señora y yo no simpatizamos. Me cayó muy gorda la vieja. Se creía la mamá de chita. Él era un gringo. Me acuerdo que me la pasé hablando inglés con el susodicho, y todos los demás, nada más nos miraban, y se sorprendían de que un prieto como yo, pudiese hablar la lengua del colonizador. —¡Ya deja de presumir! ¿Qué chingados estoy haciendo aquí? Fue lo que pensé. Ella de repente se levantó como enojada. No quisieron darnos nada más de beber. Bueno, a ella, y por lo tanto a mí, porque íbamos juntos. Me presentaba como un amigo. ¡Todos en esa casa eran “amigos”! Ya andábamos borrachos. Salimos como almas en busca del Sheol. Nos detuvimos en una licorería para comprar una botella de tequila. Quería seguir tomando… Luego se peleó con el taxista, y no le dio todo el dinero que le estaba cobrando. El tipo se encabronó, yo le iba a decir que yo pagaba, pero estaba de terca, se tenía que hacer su voluntad. Yo nada más la observaba después de haberla besado en los labios…y me daba mucha risa porque ella estaba peleando una verdadera batalla. ¿Contra quién? Quizás con ella misma… —Ven…—me decía. Ya no recuerdo cómo llegamos a la cama. De lo que sí me acuerdo es que tuve que ir al baño a la mitad del acto. No para mear, más bien porque de repente un olor a mierda dominó el ambiente…no sé cómo, ni por qué… El sexo puede ser muy raro. ¿A poco no? Se siente muy rico. Pero hay que bañarse a la mañana siguiente si no permaneces con un aroma a libido, sangre, concupiscencia. —¡Pecado! Todo es pecado para ti…nunca has aprendido a disfrutar del placer innato. A la mañana siguiente con una sonrisa de niños bobos, lo volvimos hacer. Nos revolcamos desnudos en la cama jugando a no sé qué. Ese fue para mí el mejor momento. Cuando llegué, su expresión era de confusión. Como que me decía, ¿cómo te atreves a dejar esa inmundicia dentro de mi cuerpo? Pero a ella también le gustó. Desde aquel momento sentí el peso de lograr complacerla sexualmente, no sólo a ella, sino a mí mismo también. Cada vez que lo intentas, deseas reproducir esos segundos de infinita delicia. Creo que en esa ocasión ella no llegó. Ese es el eterno problema de los hombres. A veces no sabemos cuándo hemos complacido a la mujer. Hay orgasmos del espíritu, del alma, y del cuerpo… Como decía mi tío Lencho, si tu mujer se duerme después de hacer el amor, puedes descansar tranquilo. Pero si lo que quiere es hablar sobre las condiciones sociales, políticas y económicas de la nación, ya te llevó la chingada. —¿Cómo a ti te llevó hace mucho tiempo? ¡Cállate! Entramos en una rutina. Nos emborrachábamos todas las noches. Ella me reprochaba que tomara tanto. Yo hacía lo mismo. A veces, simplemente le daba por su lado, o buscaba la manera de herirla… ¿Qué curioso no? De nuestros labios puede salir tanta ponzoña venenosa, e inmediatamente después de hacer el amor…no, ella me enseñó, el amor no existe…es un mito creado por la sociedad para entretener a los seres humanos, para después, acabar en el lecho a la menor señal de necesidad. Sí, todo es solamente una necesidad... —¡Farsante! Una vez la abracé por detrás y sostuve sus senos en mis manos con bastante fuerza. No me aprietes me dijo. Después me besó, como que esperaba algo más audaz de mi parte. Lanzó los hombros para arriba, como diciendo, todos los hombres son iguales. Me llevó a su recamara, se quitó la ropa, y ambos caímos nuevamente en el curioso placer estético de la carne. Nunca antes había pensado qué callar. Lo curioso es que ahora todo parece ser un simple recuerdo. La rutina nos ha subyugado. Somos seres que vivimos dentro de las páginas de un libro mal escrito y lleno de expresiones coloquiales, impuestas por los demás. Nos decimos que nos queremos mucho, pero cada quién ya tiene su vida, sus pecados, sus secretos, sus intimidades, sus amantes. ¿Qué rara es la vida no? Hay gente muy aburrida. Personas que tienen miedo a sentir. Individuos que caminan fastidiosamente sobre la acera de la existencia. Son como almas en pena que no aprovechan la oportunidad que los dioses nos han dado. Después de todo, es lo único que podemos hacer, vivir…sí…vivir y sentir placer… Nunca antes había pensado qué callar… Lo cierto es, que nunca podré decir la verdad. —¡Tu secreto es que quedaron atrapados dentro de su propio placer! ¡No saben querer! No…nuestro secreto es no haber escapado la hipocresía de una sociedad enferma… —¡Calla! No digas nada…es mejor así… Sí…calla…es mejor así… Ese es el secreto que no puedo revelar…aunque todo mundo ya lo sabe… © David Alberto Muñoz
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David Alberto MuñozSe autodefine como un cuentero, a quién le gusta reflejar "la compleja experiencia humana". Viaja entre 3 culturas, la mexicana, la chicana y la gringa. Es profesor de filosofía y estudios religiosos en Chandler-Gilbert-Community College, institución de estudios superiores. Archives
July 2021
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