Fragmentation
Un relato Por David Alberto Muñoz La primera vez que regresé a México después de estar ausente por varios abriles, me di cuenta que algo raro había pasado. No sólo en mí, sino también en el país que me vio nacer. Las cosas eran distintas. Tendría alrededor de 10 años de haber emigrado al otro lado como le decimos a Gringolandia. Según yo, era el mexicano más escueto que pudiese haber, pero de pronto, me di cuenta que todos mis amigos de la infancia, me miraban distinto. Incluso mis familiares de pronto me reprochaban cosas. Yo no podía entender por qué. —¡Eres un malinchista! —Ya se te subió nada más porque vives en el otro lado. —Hasta hablas diferente. —Eres un vendido. Pinche Alejandro, te olvidaste de dónde eres. Me dolió la mera verdad que me dijeran todas esas cosas. Nunca imaginé ser tratado así por mi propia gente, mi propia raza, mi propia familia. Descubrí de pronto una especie de barrera que no lograba derribar. Ya no era parte de la pandilla de la cuadra. Ya no me era permitido jugar con ellos, hacer chistes. Todo mundo me trataba con desconfianza, con escama, con mucho recelo. —¿Malinchista por qué? ¿Qué hice?—respondía. —No te hagas pendejo, tú bien sabes por qué. Empecé a cobrar conciencia de mi comportamiento. Mi propia forma de hablar había cambiado. Tanto criticaba yo a los mentados “pochos”, que me convertí en uno de ellos sin saber exactamente cómo. —Vamos a ver una movie. Tú troca está nice. Háblame pa’ atrás cuando tengas time. Yo mismo recuerdo cómo me frustraba escuchar el español mal hablado, mal pronunciado. Andaba corrigiendo a medio mundo. Me jactaba de venir de la capital azteca, y de haber asistido a la máxima escuela de estudios, y profesar que mi español era mejor que el de los llamados Chicanos de las tierras rojo azul. Pero, a no más de 10 años de vivir en suelo del tío Sam, ya estaba atrapado en otra cultura, en otra forma de ser. —¡Qué! ¿Ya no sabes hablar español? —Claro que sé… Me vi de pronto en mi terruño. Con una voz cambiada, sin la misma soltura al hablar mi propia lengua. Me concentraba para lograr repetir palabras, dichos, expresiones y demás, que me hicieran ser lo que yo pensaba que era, un chilango de verdad, alguien nacido en tierras aztecas, de Tenochtitlán, del suelo dónde el águila devoraba a la serpiente sobre un nopal en medio del Lago de Texcoco. Pero no, ya era otro. Cambiado, distinto, trasformado. —¿Tú eres del norte verdad? Me preguntaban. Yo de inmediato respondía con un acento norteño bien fuerte. —¡No, yo soy de la ciudad de México, síeñor! Cuestión a la cual, risotadas brotaban de todos aquellos que estaban frente a mí. Mis propios amigos me presentaban de otra manera. —Déjame que te presente a Alex, bueno se llamaba Alejandro, pero como se fue a los Estado Unidos, se cambió de nombre. —¡No manches!—respondía yo de inmediato. Y hacía lo mismo que muchos Mexicoamericanos, presumir mi inglés a veces mal pronunciado, para hacerles ver que tenía algo que ellos no poseían. — I was born in Mexico. I left ten years ago but I have not forgotten my Spanish; it’s only the fact that I speak another language. Todos se reían en mi cara y casi me gritaban. —¡Ay sí, que mamón! —¿Qué dijo el güey? —Yo qué sé. Creo que experimenté lo que todos los Chicanos sienten cuando nos burlábamos de ellos. Pero también la experiencia fue gacha del otro lado. Fueron precisamente los Chicanos los que se burlaban de mi inglés. Los que me trataban muy mal al principio. Se sentían superiores a mí porque hablaban el inglés perfectamente. Yo miraba a algún moreno y asumía, este cuate es mexicano, habla español, le puedo preguntar a él. —¿Oye carnal? ¿Pudieras decirme dónde queda el departamento de tránsito? Tengo que sacar mi licencia. En México, nunca saqué una. Simplemente daba mordida. Pero me dicen que aquí es necesario tenerla para al menos tener una identificación, ¿no? Entonces aquellos tipos con piel de color café, hechos por los dioses del maíz, elevaban una voz de enojo y vociferaban palabras que herían mi orgullo propio. — I don’t speak Spanish! Estaban más prietos que el chapopote y no sabían hablar español. Cómo se los eché en cara. —Se avergüenzan de su raza, de su color. Son unos vendidos, no han sabido apreciar su cultura, sus orígenes, su pueblo. Sentí lo mismo que ellos cuando en mi México lindo y querido me decían lo mismo. —¡Eres un vendido! ¡Chingada madre! Con que facilidad nos juzgamos los humanos unos a otros. Después comprendí que era verdad. A muchos de ellos les pegaban en la escuela si hablaban el idioma de sus padres. Y la única salida que tuvieron para escapar esa frustración fue ignorar el idioma de sus antepasados, y adoptar el English, y de esta manera sentirse mejor ante la forma tan indigna en que eran tratados de este lado de la frontera. A muchos de ellos, la frontera los saltó. De la noche a la mañana les cambiaron su bandera, su idioma, su misma forma de ser. Entonces entendí al pocho. Es más, no todos se consideran Chicanos, unos prefieren llamarse, Mexicoamericanos, otros son Tex-Mex, y existen también aquellos que prefieren perder su herencia étnica con tal de ser aceptados dentro de una sociedad que hasta la fecha no nos quiere. Cuando te das cuenta de todas estas cosas algo pasa en ti. Te trasformas. Es imposible evitar que veas las cosas de la misma manera. Así me pasó a mí. This how my transformation happened. He cambiado, pero nunca dejaré de ser mexicano, aunque es verdad que en muchas cosas sí me he trasformado...ahora no solamente soy mexicano, también soy Chicano, y hasta llego a ser gringo en toda la extensión de la palabra. Chingada madre…esto es lo que yo llamo fragmentación… © David Alberto Muñoz
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David Alberto MuñozSe autodefine como un cuentero, a quién le gusta reflejar "la compleja experiencia humana". Viaja entre 3 culturas, la mexicana, la chicana y la gringa. Es profesor de filosofía y estudios religiosos en Chandler-Gilbert-Community College, institución de estudios superiores. Archives
July 2021
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