Gracias…
Un cuento Por David Alberto Muñoz A todas las madrecitas, incluyendo a la mía Mi madre ya está viejita. Tiene 98 años. A veces la miro, y me parece increíble que cierto día fue una mujer joven, hermosa, llena de energía, y con el mundo por delante. ¿A veces me pregunto por qué tenemos todos que envejecer? Sería bueno si pudiéramos permanecer en una edad fija. ¿No crees? Sin el temor que la piel se nos arrugue completamente, que nuestros huesos pierdan su fuerza, y que en ocasiones la misma mente nos traicione y no deje percatarnos de qué es realmente lo que está pasando a nuestro alrededor. Ayer llevé a mi viejita al doctor. Ya camina con un andador, y lo hace muy lentamente. Le operaron unas cataratas recientemente y creo que eso le ayudó a ver mejor. Pero el otro día, le amaneció un ojo completamente rojo. Se miraba muy impresionante. Era como un derrame. Vinieron a mi mente tantas cosas. Pudo a ver sido su presión alta, o quizás, se le desprendió una venita dentro de su ojito y eso causó el derrame. En fin, hoy decidí llevarla con el médico, porque, aunque ella decía que no le dolía nada, y que podía ver bien, yo me preocupe, soy su hija, y quedé a cargo del cuidado de mi madre. El doctor es un jovencito de aproximadamente 35 años de edad, si tiene 40, es mucho, digo yo. Tiene el pelo chino, y sus ojos grandes de color caoba. Es muy agradable, y le gusta platicar con mi madre, ya que ella fue enfermera hace muchos años. Y es cierto lo que dicen, las enfermeras y los doctores, son los peores pacientes. Mi madre estaba melancólica, recordando a sus nietos, a cada uno de sus hijos, a mi padre, que en gloria esté, y de pronto levantaba su brazo derecho para enseñármelo. —Mira mijita, tengo los brazos arrugados, el pellejo de mi piel, nada más cae por completo. Mis senos ya han desaparecido, están todos caídos, mira, mi rostro, ya ni yo misma lo reconozco. A veces mi madre me frustra. Cada vez que come hace un cochinero, cuando estoy haciendo algo importante, me habla, para decirme ya que llegó, que se le olvidó lo que quería decirme; no tiene ya conciencia de lo que es la prudencia, al contrario, cada vez que habla temblamos todos porque pensamos que va a decir algo que no es apropiado. Ya tiene problemas de incontinencia, cuando ve televisión, le sube bien fuerte al volumen, y en ocasiones se pone tan terca, que me canso, la mera verdad, nunca pensé que llegaría el día en el cual tendría que batallar la vejes de mi madre linda. Pero ayer, cuando estábamos con el doctor, ella digo algo que cambió mi modo de ver las cosas. —¿Oiga doctor? —¿Dígame señora? —¿Cómo me encuentra? —Pues la verdad está usted muy bien. Su presión es normal, su aparato digestivo está funcionando a la perfección, la artritis, aunque yo sé que la molesta, no es una enfermedad peligrosa, se la estamos controlando con medicamento, y los más importante Doña, su mente está trabajando a la perfección. —¿Yo quisiera preguntarle algo? —¿Sí, dígame? —¿No me puede quitar lo viejita? Una sonrisa de ternura se postró en el rostro del doctor y en el mío. —No señora, me temo que eso no lo podemos curar. Es parte de la vida. En ese preciso momento le di gracias a la vida por haberme dado a mi madre y por tenerla conmigo, aunque esté viejita. Gracias a la vida que todavía puede respirar, y tengo el privilegio de acariciar su rostro y besarla y decirle que la amo mucho. —¿Mija? —¿Sí mamá? —Ya no me pueden quitar lo viejita. —No mamá, ya no pueden, pero sí podemos darle gracias a la vida por tenerte con nosotros. Mi madre moriría 3 días después, en su casa, mientras dormía, con mucha tranquilidad. Gracias a la vida… © David Alberto Muñoz
0 Comments
Leave a Reply. |
David Alberto MuñozSe autodefine como un cuentero, a quién le gusta reflejar "la compleja experiencia humana". Viaja entre 3 culturas, la mexicana, la chicana y la gringa. Es profesor de filosofía y estudios religiosos en Chandler-Gilbert-Community College, institución de estudios superiores. Archives
July 2021
|