Historia amarillista (un crimen pasional)
Un cuento David Alberto Muñoz La imagen de su zapato izquierdo se podía ver en el espejo que tenía enfrente, detrás de la silla, dónde estaba el reporte policíaco que lo denominaba como sospechoso principal, del crimen de fraude y asesinato. Mientras que, en sus manos, la confesión de los mismos actos criminales esperaba su firma con los ojos acusadores de dos policías más cansados de vivir que interesados en hacer su trabajo. —Firma de una vez. Será mejor, si vas a juicio te arriesgas a que te den la pena de muerte. --Please for Christ’ s sake! What is the matter with you? —Yo no maté a López Rodea. Lo del fraude es cierto, fui yo, eso lo confieso, pero no tengo nada que ver con su muerte. El agente Calderón, inspector de la división de homicidios y crímenes financieros, lo observó como burlándose totalmente de él. Era un tipo medio alto, de cabello rizado, negro, con un bigote muy abultado, grueso y medio lacio, quien no podía dejar de tocar su pistola que estaba enfundada de su lado izquierdo. —Mira chamaco de mierda. Tus huellas digitales estaban en el arma. Se te encontró junto al cuerpo con la pistola en las manos, todavía salía humo de la misma. Déjate de pendejadas y confiesa, si no quieres que te den la pena máxima. Or is that what you want? Ricardo Castillo, era un muchacho de apenas 23 años de edad. Trabajaba en una compañía que vendía negocios rentables, como asesor del CEO, quién le había dado trabajo cuando vio su forma tan amena y especial de hacer relaciones públicas. Se había enamorado literalmente de aquel jovencito de piel blanca y cabello café claro, con ojos verduscos, que tenía una sonrisa hipnotizadora. —Te ofrezco dinero, mucho dinero, te lo puedes ganar. Lo único que tienes que hacer es... —¿Qué? —Te voy a dar un departamento, y mil dólares a la semana para que los gastes en lo que quieras. Lo único que tienes que hacer... es ser mi amante... What do you say? Calderón, ya bastante aburrido elevó la voz intentando terminar con aquellas más de seis horas de interrogatorio. —¡Todo mundo sabían que tú y el mentado López Rodea era amantes! Pero el ser puto no es crimen, el crimen fue el dinero que se han estado robando de gente inocente que les ha creído su palabrería. Y además, ¡tú mataste a López Rodea! You are guilty God damn it! Ricardo se levantó y con mucha seguridad casi le grita en su cara a Calderón. --I did not kill anyone! ¡Yo no mate a nadie! El otro agente, era un güero de ojos azules y mirada de sospechoso que casi anunciaba con su simple presencia el hecho de ser policía. Él, interrumpió de pronto la conversación. —Nos puedes explicar entonces ¿cómo fue que tus huellas llegaron a la pistola? —¡López Rodea me la dio! —Y tú lo mataste. —¡NO! Todos en aquel pequeño lugar estaban a punto de explotar emocionalmente. Ricardo respiró profundamente. Tomó uno de los cigarros de la cajetilla que el Güero había dejado sobre la mesa central. Lo encendió y le dio dos fumadas intentando cobrar calma. Suspiró profundamente, elevó los hombros, y como que de pronto se dio por vencido. —Está bien... López Rodea y yo habíamos terminado hace apenas unas semanas. Yo ya sentía que nos iban pisando los talones. Y presentí de alguna manera que nos podían agarrar en cualquier momento. Decidí irme de la ciudad. Le informé a López Rodea de mis intenciones y el hombre se desplomó prácticamente, no sé qué le pasó, literalmente se volvió como un niño. Con llanto en los ojos me suplicaba. --Please don’t do that! No te vayas Ricardito, por favor, no te vayas… te doy más dinero, te consigo un carro del año, lo que quieras, de verdad, pero no me dejes, por favor. Please, don’t leave! —La verdad me sorprendió, estaba muy atado a mí. Él para mí era simplemente una manera de hacer dinero. Me acostaba con él por lo mismo. No era tanto que me gustara, estaba viejo, y además, no me atraía. —Entonces eres un marica delicado—dijo de pronto Calderón. —¡Déjalo que hable Calderón! No lo insultes…ya no son tiempos para eso, ya estuvo bien. El ser homosexual no es un crimen, ni una enfermedad. It is what it is…period. El muchacho siguió fumando y continuó su narración. —Unas dos o tres noches después, el día de su muerte, se apareció en mi departamento. No me puse a pensar que en cualquier momento, podría llegar. Él lo pagaba, él tenía llaves, hasta ese momento me había dejado solo, en paz, cada vez que quería verme simplemente me hablaba y yo lo esperaba para satisfacerlo. Pero esa noche, así de la nada, de la noche a la mañana, se apareció., y pues... pues yo estaba con… —Con otro puto… —¡Calderón! —No señor agente, estaba con su esposa, con la esposa de López Rodea. Un silencio gritó de repente, sorprendiendo a todos los presentes. Finalmente, el Güero preguntó: —¿Pos no que eras homosexual? El jovencito lo miró con ojos de sorpresa. Sonrió con cierta altanería, y habló con sinceridad. —Esas etiquetas ya son del siglo pasado oficial. De aquella época dónde todo lo medían ustedes y lo dividían en dos. Hombre y mujer, blanco y negro, el bien y el mal, razón y pendejada. Vivimos en un nuevo siglo, yo me acuesto con quién se me da la gana, por lo motivos que a mí bien me parezcan, todo lo demás son puras definiciones mal construidas. —Pues será lo que sea jovencito, pero eso no te excusa de haberle quitado la vida a López Rodea. —No fui yo, fue su esposa. Llegó y entró por la puerta de atrás. Le disparó al susodicho señor, y no sé ni cómo, pero puso la pistola en mis manos, mientras corría como liebre asustada. Yo quedé paralizado por un buen rato. Para cuando llegaron ustedes yo tenía la pistola en mis manos. ¿Quién los llamó? Ella, ¿verdad? ¿Quién les contó la historia de que era yo el amamante pasional ofendido? ¿Quién propuso que López Rodea y ella, eran un matrimonio muy unido? Por favor, todo mundo sabía que el patrón y yo éramos amantes. Sí, soy un ladrón, defraudé a mucha gente, pero no soy ningún asesino. La ofendida fue ella, no por López Rodea, sino por mí, cuando lo supo, todo terminó. Alguien tenía que pagar por la ofensa, y el que pagó fue López Rodea. El Güero y Calderón voltearon a verse directamente a los ojos. —Calderón, ya sabes lo que tienes que hacer... Si es verdad lo que dices, te salvaste de una inyección letal. Pero si no, esto no es nada más que otra historia de esas amarillistas que publican en el Alarma, un crimen pasional. Ricardo soltó una fuerte carcajada que creo se escuchó en todo el departamento de policía. Se acercó y levantó su zapato izquierdo. Se lo puso. Encendió un cigarro más y se sentó con una envidiable paciencia. —Sea como fuere, esto no es más que otra historia amarillista que su departamento pondrá a la luz pública para justificar el sueldo que les pagan. Todo era solamente otra historia amarillista…todos los humanos somos nada más eso…un crimen pasional… © David Alberto Muñoz
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David Alberto MuñozSe autodefine como un cuentero, a quién le gusta reflejar "la compleja experiencia humana". Viaja entre 3 culturas, la mexicana, la chicana y la gringa. Es profesor de filosofía y estudios religiosos en Chandler-Gilbert-Community College, institución de estudios superiores. Archives
July 2021
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