La abuela Adolfa
Un cuento por David Alberto Muñoz Las abuelas vivieron en esa época dónde todo se guardaba en secreto. Me acuerdo que varias veces llegué a escuchar a mi abuela Adolfa decir, esto me lo voy a llevar hasta la tumba. Y todas mis tías afirmaban con la cabeza y me sacaban del cuarto porque no querían que supiera de qué estaban hablando. Mis tías se sentaban con ella. Era como un curioso matriarcado dónde la abuela era la mera mera, y sus hijas, mis tías, incluso mi madre, eran como guardianes de algún secreto que todas conservaban en su corazón. Era como un extraño ritual que juntas realizaban de cuando en cuando. Creo que hasta las mismas miradas se compaginaban una y otra vez ya con el paso del tiempo. Se sentaban a eso de las 11 de la mañana, frente a la casa de mi abuela. Se bebían un tequila, y según ellas platicaban de los quehaceres de a diario. Pero en realidad, todas se mantenían en un silencio perturbador. Incluso llegué a ver lágrimas en los ojos de algunas de ellas. Todas vestidas a la forma de antaño, un ayer lejano a mi generación, pero tan cerca porque eras los vestidos de mi abuelita, de mis tías, de mi madre, la única que era diferente era mi tía Natalia, ella siempre fue la rebelde de la casa, se vestía atrevidamente, se pintaba toda la cara y usaba incluso falditas cortas que escandalizan a todos en la familia. A mí me gustaba verle las piernas, es la verdad, no lo digo con malicia, lo digo con gusto. Más de una vez me dieron una buena cintariza por ser tan sincero. Mi tía Natalia siempre me defendía. —¡Déjenlo en paz por el amor de Dios! Al final de cuentas es hombre. ¿Me van a decir que a nosotras las mujeres no nos gusta llamar la atención? Cuando uno es niño mantienes un poco de inocencia, hasta que… bueno, hasta que la pierdes y empiezas a ver con malicia todas las cosas. Te vas enterando de todo, los grandes piensan que porque somos niños, no nos damos cuenta de qué está pasando. Y puede que hasta cierto punto tengan razón, pero han quedado en mí, tantos recuerdos, que ya que crecí, me di cuenta de que en mi familia existía un gran secreto que nunca se compartió. Cada vez que le preguntaba a mi abuela por su familia, por mi abuelo, por detalles que uno desea saber; la abuela me contestaba muy bruscamente, si es qué me contestaba. Bien me acuerdo como nada más elevaba la cabeza y se iba sin decir una sola palabra. Mi tía Ofelia, me miraba con ojos de lástima. Se me acercaba y me sentaba en sus piernas para decirme con voz de sabiduría: Hay cosas que son mejor no decirlas Gabrielito. ¿Sí me entiendes? Hay cosas que es mejor callar. ¿Cómo qué tía? Le preguntaba, y ella nada más me daba un beso y me mandaba a jugar para afuera. Mi abuela Adolfa tenía unos retratos puestos en su recámara. A mí me gustaba mucho ir a verlos. Eran todos en blanco y negro. Eran de tiempos muy antiguos. A mí se me figuraban ser de la época de la revolución, y pues sí, sí eran de esos tiempos. Mi abuela siempre vestía muy elegante. De vestido largo con encajes, sombrero amplio, y casi siempre traía una sombrilla a su lado. Todo le combinaba. No era como las soldaderas. Se miraba mujer de sociedad. Con el paso de los años me di cuenta de que en realidad, mi abuela tuvo ciertos privilegios durante aquel período de guerra en México. Lo qué a mí siempre me impresionó, fue la imagen de aquel señor al que todos en la casa de mi abuela Adolfa le decía, el señor Agapito Flores. Todas mis tías hablaban de él con mucho cariño. Se miraba que era un hombre importante, con dinero, con prestigio. Sin embargo, nunca supieron explicarme bien, ¿quién era ese señor? ¿De dónde salió? ¿Cómo fue que tuvo que ver con la abuela Adolfa? Cada vez que preguntaba se salían todas por la tangente. Ni siquiera de mi abuelo podían decirme mucho. Todo terminaba con la abuela Adolfa diciéndome que ella había conocido a Zapata y a Villa y que de ahí nada importaba. Con el pasó de los años y la muerte de mi abuela, pude ir un día a encontrar ese secreto que ya me imaginaba en mi mente perversa. Encontré a Doña Estelita, una vecina de mi abuela que vivió por muchos años junto a la casa de ella. Ya era una mujer grande, de movimientos torpes, y mente algo atrofiada. Sus pensamientos en ocasiones iban de la racionalidad a la fantasía y de regreso, muchas veces uno no sabía hasta que punto la verdad era realmente dicha. La descubrí en el rincón de un asilo de ancianos. Estaba escondida entre recuerdos y vidas ya ignoradas por los demás. Es increíble como olvidamos los humanos aun a nuestros seres queridos. Cuando envejecen, ya no parecen servirnos para mucho. Los colgamos en algún cuarto dónde se nos promete que los cuidaran y por lo menos nos conformamos de saber que alguien les estará dando de comer. Así me topé con Doña Estelita. Ya cansada, pero eso sí, con su mente todavía en su lugar. Si a veces a mí se me va la onda, que le puedes pedir a una mujer de más de 98 años. Ella me vio con ojos de recelo, pero cuando descubrió que era nieto de Adolfita le dio mucho gusto. Me sentó y comenzó a platicar conmigo sobre su vida, sus recuerdos, sus logros, incluso sus tristezas. Cuando eres viejo parece que lo que más deseas es que alguien te escuche y reconozca tu presencia como ser humano en esta vida a veces de mierda, la verdad. —Nadie nunca te dijo nada de tu abuela ¿verdad mijo? Ya me lo imaginaba. Adolfa siempre fue una mujer muy adelantada. Muy fuera de su tiempo. Muy hecha a su manera y punto. Jamás le pidió disculpas a nadie por ser como era. Al contrario, siempre discutió sus derechos y los juicios de una sociedad machista, enfermiza, que hasta este día te juzga por lo que haces y por lo que no haces. Yo nada más me le quedaba viendo como un idiota, estaba anonadado. La anciana pausó como sabiendo que su próxima confesión tenía que ser revelada. —Agapito Flores fue amante de tu abuela Gabriel. Todo el mundo lo sabía. Pero era un secreto a voces. Algo que nadie se atrevía a decir en voz alta, porque caían sobre ellos unos juicios despreciables que toda la sociedad porfiriana ejercía sobre los suyos. Tu abuela conoció a tu abuelo por ahí, no importa dónde. Se amaron, vivieron un romance. No lo digo con la intención de lastimarte hijo, es la verdad. Tu abuela decidió siendo aún muy joven, que iba a tomar control de su vida sexual. Ella y Agapito se conocieron jóvenes, pero él ya estaba casado. Y en aquella época los matrimonios no se separaban, punto. Si te casas es para siempre, aunque te vaya mal, como me dijo mi propia madre. Pero Adolfa y Timoteo Agapito Flores se amaban. Tanto, que vivieron por años su romance. Nadie decía nada, todos en su casa y las de sus vecinos lo comentaban de vez en cuando, pero ella era tan fuerte, tan decidida, que callaba cualquier crítica de inmediato. Cuándo murió el pobre de Timoteo, Dios lo tenga en su santa gloria, su mujer se hizo cargo de destruir cualquier lazo que existía entre Agapito y tu abuela. Y hijo… mírame a los ojos y escucha con cuidado. Tú eres nieto de ese señor. Agapito Flores es tu abuelo. ¿No te has fijado cuánto te pareces a él? No se trata de llorar y decir tonteras gritando, ¡por qué nunca me lo dijeron! Eso nunca lo sabremos, fue decisión de tu abuela. Y bueno, de tu madre también, pero esa ya es otra historia. Por eso casi nunca quería decirte cosas de tu abuelo. Pero él, siempre estuvo frente a ti. No supe qué pensar ni qué decir por varios días. Me imaginé a la abuela y al mentado señor como amantes. Pero nunca pensé en descubrir ese secreto que me digo Estelita. O a lo mejor, son puras mentiras… palabrería de todas las mujeres de la vecindad, chisme de viejas… las mujeres pueden ser muy crueles la una con la otra… o a lo mejor es la puritita verdad… Las abuelas vivieron en esa época dónde todo se guardaba en secreto… y la verdad yo creo, que tal vez, nunca sabré qué fue lo que realmente pasó… O a lo mejor no quiero saberlo… la verdad es tan difícil como el fuego, siempre parece cambiar, y a veces, es tan difícil de entender… Doña Estelita falleció hace tres días… y con ella, se fue la verdad de mi abuela Adolfa. © David Alberto Muñoz
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David Alberto MuñozSe autodefine como un cuentero, a quién le gusta reflejar "la compleja experiencia humana". Viaja entre 3 culturas, la mexicana, la chicana y la gringa. Es profesor de filosofía y estudios religiosos en Chandler-Gilbert-Community College, institución de estudios superiores. Archives
July 2021
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