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La firma

2/27/2019

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La firma
Un cuento
Por David Alberto Muñoz
 
Tenía dudas en su mente. No recordaba cuándo le iban a traer aquellos papeles de los que tanto le habían hablado.
 
Sentado en el sillón de la sala, tomaba café, al cuál siempre le ponía su piquete, porque decía que el tequila era bueno para dar energía durante el día. El problema era que Jacinto se seguía y para las doce mediodía ya estaba ebrio.
 
Su mujer le había dicho que tenía que firmar unos papeles muy importantes, que era de vida o muerte. Jacinto no entendía bien de qué le hablaban. Era ya un hombre relativamente viejo, y aunque no era nada tonto, simplemente él dejaba las cosas en las manos de su mujer, que por cierto se llamaba María Jacinta.
 
—Cuando me di cuenta que te llamabas casi igual que yo, fue cuando me dije, esta tiene que ser mi mujer.
 
—¡Ah Jacinto! Tú y tus cosas. Mañana sí te traigo esos papeles. Es muy importante que los firmes. ¿Oíste?
 
Jacinto seguía sentado en la sala de su casa, esperando, sí… simplemente esperando a que su mujer le trajera los mentados papeles para firmar. A él, eso lo hacía sentirse importante, porque nunca había podido sacar una tarjeta de crédito, siempre jugaba a firmar pretendiendo que los demás tomaban el valor de su firma con mucha importancia.
 
—A lo mejor tiene que ver con las escrituras de la casa. Ya tenemos muchos años viviendo aquí, es posible que sea el título de este hogar en el cual hemos vivido María Jacinta y yo por tantos años. Aquí nacieron nuestros hijos. Debe de ser eso, o quizás es un seguro que me están comprando mis chamacos porque, aunque no lo quiera aceptar, ya no soy un jovencito y bien sé que al rato me voy a morir, y cuando uno se muere pues uno qué, ya se fue para el otro lado, y no hablo de Gringolandia, pero los que se quedan son los que sufren, y la verdad, a mí no me gustaría hacerles gastar dinero en mi funeral. A mí que me cremen, es más, que regalen mi cuerpo a la ciencia, total, ya muerto uno qué. ¿O no?
 
La mente de aquel hombre vagaba por los laberintos de sus propias respuestas.
 
Recordaba de pronto, que María Jacinta ya tenía cierto tiempo de no dormir con él, como hace muchos años se enfermó y pues él asumió que simplemente se iba a descansar en la otra recamara, la que estaba frente a la suya. De vez en cuando aparecía por ahí una mujer vestida de azul, ha de ser la sirvienta pensaba Jacinto, porque entra y me limpia el cuarto y hasta en ciertas ocasiones, me ha dado a mí un baño de esos que les dan a los viejitos, pero él no le había mencionado nada a María Jacinta, era una mujer muy celosa. Como buen varón, simplemente se dejaba querer, pensaba.
 
—En cierta ocasión por poco nos divorciamos. La historia de siempre, algo pasa en los matrimonios y todo el fuego que sentíamos el uno por el otro como que va desapareciendo. Aunque ya después descubrimos los dos que es mejor simplemente tolerarse mutuamente, porque nadie quiere estar solo en la vejez, ha de ser muy feo. ¿No crees María Jacinta?
 
—Así es señor Maldonado, exactamente como usted dice.
 
Aquel hombre pensaba mientras observaba con detenimiento su sala. Estaba llena de libros que su padre siempre le enseñó a valorar. Un piano color caoba, casi escondido en una de las cuatro esquinas de la habitación. En las paredes la inevitable foto de matrimonio en blanco y negro, que él y su esposa se habían tomado hace ya más de 50 años.
 
—A lo mejor ya estoy más viejo de lo que pienso—se decía así mismo.
 
Un aroma a cansancio se podía respirar. Era quizás el poco aliento que respiraban las paredes, cuando se prendía el calentón automático y podíamos escuchar a la maquina entrar en acción.
 
—Tengo que tener cuidado, que no me vaya a dar a firmar algo, donde ceda mis bienes. Todo lo tenemos dividido a la mitad, ¿cómo se dice?, bienes mancomunados. Me acuerdo que una vez, mi hijo me hizo firmar un papel, y luego él puso esa firma en su boleta de calificaciones. No sé si seguirán haciendo lo mismo, pero cuando mis hijos fueron a la escuela, tenían que firmar los papás, para darse cuenta de qué tan bien le estaba yendo.
 
—¡Jacinto!
 
Entró la mujer del hombre en cuestión.
 
—Finalmente tengo los papeles. Por favor, fírmalos antes de que otra cosa vaya a suceder.
 
Jacinto tomó el bulto de papeles que su esposa le había traído. Pretendió leerlos con mucho cuidado, pero con trabajos miraba las letras que ya no tenían ningún sentido para él.
 
—¿De qué es esto mujer? No recuerdo…
 
—Son cosas que tienes que arreglar, y sólo tú tienes el poder de hacerlo. Firma Jacinto, por favor.
 
Observó a su mujer con cariño, le pidió un beso, al que ella acudió casi de inmediato, para después darle la pluma y hacerlo firmar en cada página que requería su firma.
 
Ella, tomó y revisó cada una de las firmas hechas por Jacinto para después sonreír y lanzar un suspiro de tranquilidad.
 
—¡Por fin! Bueno Jacinto, nos estaremos viendo.
 
Le da un cariñoso beso en la frente y sale rápidamente del cuarto de sala, para que a los pocos minutos entren tres hombres con uniformes de enfermeros y se lleven a Jacinto al asilo de ancianos Casa Inmaculada.
 
***
 
—¿Cómo llegué aquí?
 
—Usted mismo lo solicitó señor Maldonado.
 
—¿Yo?
 
—Así es, usted firmó los papeles voluntariamente, y de esta forma cedió la patria potestad a nosotros.
 
—Me quiero ir a mi casa.
 
—Lo siento mucho señor Maldonado, eso no es posible. Mire bien aquí, esta es su firma.
 
Jacinto observó los papeles que aquel médico le mostraba, y era verdad, él había firmado.
 
—¿Dónde están mi esposa y mis hijos?
 
—Desafortunadamente, no lo sabemos señor.
 
Un largo y gris letargo, saturado de tristeza al darse cuenta de su realidad, penetró dentro de las mismas venas del señor Jacinto Maldonado.
 
—Tome su medicina, y enseguida le traen su desayuno.
 
Silencio…
 
—Yo mismo firme… no es justo…
 
Nadie dijo que la vida fuese gusta Jacinto.
 
© David Alberto Muñoz

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    David Alberto Muñoz

    Se autodefine como un cuentero, a quién le gusta reflejar "la compleja experiencia humana".  Viaja entre 3 culturas, la mexicana, la chicana y la gringa. Es profesor de filosofía y estudios religiosos en Chandler-Gilbert-Community College, institución de estudios superiores.

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