La leyenda de Xochipilli y Xochiquétzal
Un cuento mítico Por David Alberto Muñoz Un embute de grasa de carne, intentaba penetrar por su sistema digestivo, mientras la mirada de él, no podía despegarse de la joven muchacha que sentada frente a él, con la pierna cruzada, mostraba los delirantes encantos de la juventud. —Sí, ya estoy viejo—se decía a él mismo y a su acompañante, que solamente lo observaba con rostro de lástima—mis músculos ya no tienen firmeza, al contrario, descansan sobre el aire que parece gritarme a cada rato, quejándose del peso que dejo caer sobre su ente. —¿Por qué eres tan dramático?—preguntó. Era Xochiquétzal, decían las malas lenguas, que fue ella, la mujer del hombre inicial, aunque otros afirmaban, que era mujer de Tláloc, señor de las lluvias, hasta que Tezcatlipoca, la robó, y se la llevó a los nueve cielos, convirtiéndola en diosa del bien querer. La nena que estaba a cierta distancia provovando, como toda mujer, deseosa de ser el centro de atención, simplemente jugaba con su cuerpo, sacudiéndolo ante aquel divisar tan común, pero tan prohibido en nuestros tiempos, bueno, en todos los tiempos. —Ponte a pensar nada más. La chamaca esa, cuando mucho tendrá 18 o 19 años. No tiene experiencia. Tú mismo me lo has dicho. En ocasiones, esa dureza que posee, se pierde ante la falta del saber, no comprende cómo usar su deseado cuerpo. No sabe tratar al varón, son pocos los años de su vida, y aunque digas que hoy en día, las muchachas saben más, y hacen más que nosotras en nuestro tiempo, no sé…no hay como tener experiencia. El mesero, un apuesto jovencito de piel morena clara, pelo chino y ojos medio azulados, llevó el platillo que la joven había pedido. Camarones a la veracruzana, bien fritos en mantequilla, y un poco de sal, cocinados una vez que se les quitó la vena, y están rosaditos de color, con ajo, tomates y chile. El jovenzuelo le habló con la mirada, ese atisbo lleno de carnalidad, sin ningún peso emotivo. —¿Por qué todos los hombres son así? —¿Cómo? —Nada más quieren coger, después, si les interesa verdaderamente la hembra, intentan conocerla, pero al principio, es nada más su cuerpo lo que desean. Xochipilli, divinidad erótica, con capacidad para enviar enfermedades a quienes ensuciaban su ayuno, con actividades sexuales, estaba comiendo en un restaurante contemporáneo del siglo XXI junto a Xochiquétzal. Xochipilli era patrono de aquellos que moraban en las casas de los señores o en los palacios de los principales, probablemente dedicados a la escritura. Esos demonios que andan sueltos entre el aire, el cielo y los mismos infiernos, esos que dicen escribir. —La primera vez que tuve a una mujer fresca, me fascino sentir la firmeza de su cuerpo. Fue como la flor o como el trabajo de hilanderas y costureras, como el acto de introducir el huso en su base, de enrollar el hilo que va creciendo como el hijo en el vientre de la madre después del coito. Así, el acto de hilar se vuelve sexo y fecundación, es la expresión de la “fábrica de la vida”. La párvula hembra, solamente sonreía, mostraba su cuerpo, alzaba sus ojos buscando letras dentro del mismo aire. Levantaba su brassier de color rojo, para mostrarlo a todos los presentes. —Eso, nosotras no lo hacíamos en nuestros tiempos. ¿No se te hace muy infantil? Xochipilli la observo tal vez con más cuidado. —Sí…es una tierna manceba que provoca toda mi perversidad divina…es una especie de paradoja, se contradice a ella misma, su cuerpo está firme, listo para ser usado, pero su mente no alcanza a comprender sus propios deseos. ¿Sabes? Los camarones son hermafroditas. Poseen ambos sexos, son varón y hembra. En las primeras etapas de su vida, se comportan como machos, seres que sólo quieren tener a la hembra debajo de su sexo. Cuando envejecen, menguan, y sus cuerpos se comportan como hembras. Muchas veces muestran más deseo al igual que la mujer en la madurez, mientras el varón pierde la firmeza de su miembro. Otra contradicción, quizás, no supimos crear a los humanos de la mejor manera. Tú y yo, somos dioses de antaño, leyendas que han quedado sepultadas entre pirámides, rituales olvidados dentro de cánones no descubiertos u olvidados, perversidades hechas divinidades. Lo único que ambos hemos logrado mantener, es el deseo de la sensualidad, ese erotismo quizás convertido en hedonismo, esa necesidad que aun siendo dioses tenemos. Esos segundos de éxtasis dónde nos perdemos en el abismo del deleite, el hechizo de un arrebato, el delirio húmedo de la perversidad convertida en concupiscencia, ese desorden tan deseado, pero también tan temido por los humanos. Aquella adolescente se levantó una vez que simplemente probo esos camarones a la veracruzana. Se acercó a los dioses, acarició con dulzura el rostro de Xochiquétzal, y besó los labios de Xochipilli con pasión casi animalesca, para soltar una enorme carcajada que los dioses todavía no comprenden. —Esa herencia que nos dejaron, ya no les pertenece—pronunció—Ahora, ya es nuestra… Por eso la leyenda dice que sólo el recuerdo del placer permanece dentro del pensamiento de los dioses, sí, dentro de Xochipilli y Xochiquétzal. Esta es la leyenda. © David Alberto Muñoz
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David Alberto MuñozSe autodefine como un cuentero, a quién le gusta reflejar "la compleja experiencia humana". Viaja entre 3 culturas, la mexicana, la chicana y la gringa. Es profesor de filosofía y estudios religiosos en Chandler-Gilbert-Community College, institución de estudios superiores. Archives
July 2021
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