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Presencia

La lucha de Esteban

1/11/2017

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La lucha de Esteban
Un cuento
David Alberto Muñoz
 
El verano empezaba a calar con su ardiente sol.  La temperatura subía a cada momento.  El sol acariciaba a todos los pobladores del valle del sol con ese peculiar ardor de astro de desierto.  Era ese constante calor que quema el rostro sin pedir permiso.  El sudor no se hacía esperar.  Por el contrario, las axilas desprendían el preciado liquido que a cada momento todo habitante de la capital arizonense bebía como deseando saciar su afán.
 
La vida continuaba al igual que siempre.  Llena de inexplicables paradojas, perplejas propuestas, y curiosas conclusiones; viajaba entre encrucijadas que desviaban al viajero hacia el nopal, hacia las víboras y lagartijas, hacia el perdido laberinto de la existencia humana, ésta, saturada por entes rutinarios, se detenía en medio de imágenes ilusorias en las mentes condescendientes. Aquellos espejismos dibujados por un rostro de enfado, sed y hambre.  La vida simplemente era, existía, vivía, estaba anclada en el muelle de una realidad nunca conocida. 
 
Ahí, en medio de este desértico panorama, estaba Esteban, hijo del maíz y heredero de una lengua que no fue de sus padres.  Al hablar torcía la boca desprendiendo esa rara actitud del ser poblador de la tierra prometida del nuevo siglo.  
 
—Can you please bring me a beer?
 
Acariciaba con su misma sombra el lado izquierdo de su cuerpo.  Los contornos de su espalda se doblaban suavemente, como intentado seducirse él mismo en medio de una música posmodernista; tocada en un cabaret a las once de la mañana.  
 
—Who plays in a cabaret at 11 o’clock in the morning?
 
Respiraba humos de aire, como si estuviera fumando un cigarro, inhalaba al compás de un ritmo latino, como queriendo detener el aliento de vida, sin la menor intención de alimentar el cerebro.    
 
Ya había caminado por tres días, igualito que el Mesías, redentor de los hombres. Siempre se preguntó si las mujeres eres incluidas. 
 
—Technically yes, they are, but realistically, no, a female is only that, a woman.
 
Pinche discriminación, hasta en la religión aparece.
 
Así, iba rumbo al norte, o tal vez hacia el sur, no importa, lo importante es que al igual que muchos, él, decidió probar suerte en suelo extranjero.
 
—Salí de mi pueblo un día, no porque quisiera, sino porque no había trabajo, ni comida, y la pobreza amargó a mi gente.  Esta tierra fue de mis abuelos, de mis padres, la frontera los saltó a ellos, no ellos saltaron la frontera—se decía así mismo con el deseo de animarse—Nuestra tragedia fue y es ser vecinos de este condenado imperio, que tiene más dinero, más poder, y en el cual yo mismo vivo.
 
Levantó su mirada buscando apoyo.
 
—El hombre blanco nos desplazó, nos hizo creer que la tierra es del conquistador, no de quien la trabaja. Un día llegaron y cambiaron todo, nos dijeron este ya no es tu país, ya no deben de hablar su lengua, vas a tener que obedecer si no te vamos a mandar a tu país. ¿A mi país? Si yo soy de aquí, solamente que no sé ni cómo acabe allá, y tú me dijiste que no era de aquí.
 
Se crearon feudos modernos; el águila real fue remplazada por el águila calva, deseaban controlar el oro negro, ese espeso líquido productor de un nuevo dios en el nuevo siglo: la moneda verde, el money.  
 
—Si la posees, tendrás el mundo a tus pies, si no, se te castigará sin piedad alguna.
 
—No sabía que la pobreza era pecado.
 
La ciudad entera se miraba solitaria.  Cascadas de hierro caían sobre el soñoliento individuo parado en una esquina en espera del cambio de luces. Recintos de asfalto surgían del mismo infierno; era una metrópolis bañada por envidias, chismes, resentimientos, y dos amantes haciendo el amor en el tercer piso de un antiguo hotel, localizado en el centro de la urbe,
cuyo dueño ya los conocía, y les preparaba cada viernes el cuarto 307 a las dos de la tarde.
 
Las imágenes se confundían en la mente de Esteban.  No sabía de donde era, que rumbo seguir, que dirección tomar.  Cascadas de urbanidad descendían sobre su mente sin identidad, todo parecía ser un paradigma existencial saturado por placer y dolor, las dos grandes fuerzas que controlan al humano de acuerdo con uno de esos locos que dice ser filósofo.
 
—Tú ya te hiciste gringo—le decían sus amigos.
 
—Es que he vivido ya por tantos años en este suelo de Aztlán.   
 
—¡Eso de Aztlán es un pinche mito y nada más!
 
—Pero es el mito de mi pueblo, de mi raza, de todos aquellos que de la noche a la mañana aparecimos en el centro del imperio rojo azul—la voz de Esteban sonaba cansada.
 
Por los aires volaban los pájaros de la curiosidad.  Sus alas se desplazaban elegantemente por la avenida de la imaginación, mientras que su cántico resonaba en los oídos de Esteban, como himno nacional, tocado en el saludo a la bandera todos los lunes en las escuelas del país de sus ayeres.
 
Todo permanecía igual.  Nada cambiaba, todo persistía, mientras que los tiempos, las modas y los intereses se adaptaban a la vida del nuevo milenio, Esteban, simplemente procuraba seguir viviendo su loca realidad. 
 
Incluso la vida, esta rara, hermosa y compleja experiencia humana, que era lo único que Esteban poseía, cobraba matices de fábula, de leyenda urbana, de historia bíblica, de cuento contado oralmente por los abuelos quienes lo trasmitieron a las nuevas generaciones.
 
—Érase una vez, en tierras lejanas, cuando los dioses del maíz eran los reyes de Aztlán…
 
—¿Me recordaran mis descendientes?  ¿Sabrán quien fui?  ¿Les importará? ¿Recordarán nuestra historia?
 
El verano empezaba a punzar con su caliente sol.  Y en medio del mismo, Esteban todavía estaba ahí, viviendo, soñando, luchando, y sintiendo.
 
Y la lucha parece que continuaba…es esa precisamente, la lucha de Esteban.
 
© David Alberto Muñoz
 

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    David Alberto Muñoz

    Se autodefine como un cuentero, a quién le gusta reflejar "la compleja experiencia humana".  Viaja entre 3 culturas, la mexicana, la chicana y la gringa. Es profesor de filosofía y estudios religiosos en Chandler-Gilbert-Community College, institución de estudios superiores.

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