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Masacre

10/22/2019

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Masacre
Un relato
por
David Alberto Muñoz
 
Sabía el significado de la palabra, pero nunca lo había visto en vivo y a todo color. No dejaba de ser un chamaco calenturiento de segundo de secundaria, quién jugaba a ser el gran médico cuando teníamos laboratorio de biología, y nos poníamos esas batas blancas que todos los doctores se ponían, al menos en mis tiempos; hoy en día algunos usan el color azul o verde, aunque todavía puedo ver algunos que caminan con un pasito de orgullo, luciendo ese emblema que no tengo la menor idea de dónde salió. Aunque dicen por ahí que originalmente los médicos utilizaban una bata de color negro, porque hasta el siglo XIX, el negro representaba seriedad, mesura, formalidad, por eso los curas visten de negro, y pues hay que decirlo, la medicina de aquella época representaba la antesala de la muerte.
 
¡No manches!
 
Además, la medicina no era una ciencia, era pura charlatanería, no se consideraba a los llamados médicos como individuos que utilizaban la ciencia para sanar las enfermedades. Con el paso del tiempo se descubre que la mejor forma de curar es prevenir, por lo tanto, surge una cultura de antisepsia, y eventualmente se elige el color blanco como símbolo de la medicina en general. La limpieza, la higiene, el blanco pasa a ser símbolo de la pureza.
 
Pero yo no iba a eso, sino a contarles la masacre que la misma maestra de biología nombró, el día en que nos pidió que cada uno de nosotros lleváramos un animalito a la clase.
 
El día de mañana vamos a tener una verdadera masacre, pero, es necesaria para su aprendizaje. 
 
¡Ahí están todos los pelos de ombligo, que quieren ser pendejos, pero no llegan!
 
¡Ya cállate Radiador! Que a ti se te pegan todos los bichos. 
 
Pues como decía, la maestra de biología cuyo nombre ya no recuerdo, nos pidió que lleváramos una paloma, una rata o ratón, un hámster, o un cuyo, un animalito para poder ver huesos verdaderos y compararlos con el pinche esqueleto que teníamos enfrente del laboratorio de biología en la secundaria.
 
Me acuerdo muy bien que dijo la maestra. Vamos a tener una masacre, pero es necesario para que todos puedan aprender cuales son los huesos, sus nombres propios, su función, y compararemos los esqueletos de todos estos animalitos con los huesos humanos.
 
Ya dijiste eso, ¿por qué lo repites?
 
Para crear suspenso güey, ¿para qué más?
 
¡No mames!
 
¡En la madre! Grité yo.
 
¿Y cómo le vamos hacer teacher? Habló el sabelotodo del Felipe. Qué nada más se la pasaba presumiendo que hablaba el inglés, junto con el francés, y que su papá lo iba a mandar a Europa en el verano porque tenía el plan de que eventualmente asistiera a una escuela francesa, de Francia, como diría Vicente Fox, si usted es mexicano me va a entender. Y a mí, cómo me caía mal el susodicho. Nada más lo veía y la sangre se me alebrestaba. Siempre ponía la atmósfera en tensión. Todo lo que tú hubieras hecho o dicho, él ya lo hizo, y lo repitió centenares de veces y mejor, sí, mucho mejor que tú. ¡Pinche mamón!
 
Lo que pasa es que ustedes no conocen los valores de la cultura mundial, nos decía. Y todos nada más lo mandábamos a la chingada.
 
Pero, en fin, como decía, literalmente se convocó a tener una masacre de alrededor de 20 animalitos más o menos, para la clase de biología del segundo año de secundaria de la escuela Sara Alarcón, en la ciudad de México. La maestra dijo con mucha seriedad. Vamos a dormirlos primero con cloroformo, y luego tendrán ustedes la oportunidad de ver un corazón latiendo en vivo, para después darle suficiente cloroformo para que descansen en paz, y luego disecaremos la piel o más bien les quitaremos toda la piel para ver los esqueletos.  
 
Ahora me pregunto si realmente sabían los maestros lo que estaba haciendo.
 
Todavía recuerdo lo salvaje que podemos ser los seres humanos. La mayoría de mis compañeros riéndose vulgarmente, haciendo chistes de barrio, alusiones a las partes privadas del cuerpo, sugestiones de muy mal gusto para con las muchachas. Yo siempre fui medio pendejo, por no decir un total pendón, pero no me parecía lo que estábamos haciendo. Siempre he sentido en mi corazón algo por los animalitos, cuando decía esto, todos se burlaban de mí. ¡Cabrones! Pensaba. Aunque dicen por ahí que también nosotros somos animales y eso lo pude comprobar aquella mañana cuando se llevó a cabo una matanza sin piedad alguna. Una que otra muchachita lloraba al ver aquella escena, en la que muchos les cortaban la cabeza a las palomas, las abrían del pecho y el corazón seguía latiendo, a los roedores, les enterraban un bisturí en la mera médula que nos hace existir a todos, algunos los envolvían en servilletas o toallas y los estrellaban contra la pared para que murieran y poder abrirlos.
 
Lo más curioso de todo, fue que los maestros no intervinieron para nada. Solamente al principio nos dieron cloroformo, unas toallitas y nos mostraron como hacerle con un cuyo doméstico que trajeron. Pero una vez que todos empezaron con sus crueldades, todos, absolutamente todos los maestros permanecieron en silencio y observando, en ocasiones me pregunto si no fue en realidad una especie de prueba psicológica o algo así.  La verdad, ha sido una de las más crueles escenas que he vivido en toda mi vida. Todos los maestros de biología quedaron anonadados. Nunca imaginaron, o si lo imaginaron nunca lo vieron en sus mentes, así tal cuál, cómo se llevó a cabo. Fue como que de pronto todos nos convertimos en adultos, dejando ya la supuesta inocencia de la pubertad, ya que todos en un momento dado, recurrimos a transformarnos en seres salvajes, seres con la única intención de destruir, de dejar salir esa especie de frustración o ansiedad que todos traemos por dentro. Esta vida nuestra, que bien puede llevarnos a la locura, al éxtasis, a la desgracia, al monte mismo de la transfiguración, e igualmente hundirnos en el profundo pozo de nuestra propia humanidad.
 
Busqué la palabra masacre en el diccionario de la Real Academia Española y decía: Matanza de personas, por lo general indefensas, producida por ataque armado o causa parecida.
 
No, no eran personas, pero sí, seres vivientes que estaban indefensos. No, no fue un ataque militar, pero sí, con la causa de lograr su muerte para satisfacer un proyecto de clase.
 
Recuerdo que recién sucedido aquello, yo no sentía nada. No lograba entender las ramificaciones de los hechos, de lo que yo había hecho con mis propias manos. Matar, quitar la vida, pero no sólo eso, sino que ayudé a quitarles la vida a esos animalitos por medios crueles, salvajes. Cómo que me decía a mí mismo, entre más pronto lo hagas sufrirán menos. Entonces tomaba a las palomas y le reventaba el cuello con mis propias manos, es más, le arranqué la cabeza a varias, según yo, ayudando a mis amigas que no podían hacerlo, mientras su mirada fija en mis ojos me hacía sentir poderoso, eficaz, una tonta ilusión de haber logrado algo, aunque no supiera que fue aquello.
 
Con el paso de los años, eventualmente lo descubrí. Fue mi propia crueldad humana. Esa fuerza que llamamos vida que fluye dentro de nuestros cuerpos físicos, que nos hace movernos, correr, detenernos y observar, imitar, realizar las acciones que los demás nos dicen hacer, y que quizás, al menos en su momento, ignoramos sus consecuencias.
 
Hoy desperté, y el primer pensamiento que vino a mi mente fue ese… la masacre en la cual yo participé…
 
De alguna manera, todos somos culpables de algo… yo soy culpable de haberles quitado la vida a esos animalitos... y la mera verdad, creo que desde aquel día me siento culpable…
 
¿Qué llevaste tú Enrique?
 
Yo llevé un pescado cocido, y me lo comí… por lo menos así, según yo, me sentí menos culpable…
 
¡No mames!
 
Sí, eso fue lo que hice, engañarme a mí mismo… así somos los seres humanos…
 
© David Alberto Muñoz
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    David Alberto Muñoz

    Se autodefine como un cuentero, a quién le gusta reflejar "la compleja experiencia humana".  Viaja entre 3 culturas, la mexicana, la chicana y la gringa. Es profesor de filosofía y estudios religiosos en Chandler-Gilbert-Community College, institución de estudios superiores.

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