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Presencia

Ni yo, tampoco…

1/19/2017

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Ni yo, tampoco…
Un relato
Por David Alberto Muñoz
 
No sé por qué a la gente le gusta tanto matarse.  Y no hablo solamente de quitarse la vida, del mentado suicidio, también estoy hablando de que nos encanta matarnos los unos a los otros. Todos los días, surgen en los noticieros noticias, de que encontraron un cuerpo, en su propia casa, en algún escondido departamento, en medio de la calle, lleno de disparos, muerto pues, y ya tienen un sospechoso, cuya foto podemos ver, y se nos dice que es muy peligroso y que probablemente esté armado.
 
Es verdad, estas voces surgen de entre las paradas de autobús, los centros comerciales, los
vecindarios, ya sean éstos ricos o pobres, en su mayoría siempre parecen ser voces de
guerra, odio y combate.  
 
No sé por qué el ser humano es un ser tan raro, tan peculiar, tan representativo, ya que mata simplemente por el placer de hacerlo.  Porque le gusta hacerlo…
 
Siempre ha estado obsesionado con la sangre.  Sangre derramada por los pecados, sangre vertida por la nación, sangre desperdiciada por necios caprichos de algún individuo que
decidió mostrarle al otro que él, era mejor.
 
Recuerdo que cuando era niño, asistía a las funciones de Lucha Libre en la Arena que al menos en aquella época se llamaba Naucalpan, enfrente del seguro social, unidad Cuauhtémoc, en el estado de México; la gente gritaba con voces que sonaban casi de desesperación:
 
—¡Yo quiero ver sangre!  ¡Yo quiero ver sangre!
 
Asunto al cual yo simplemente me reía con una estúpida sonrisa de mancebo, me llevaba las manos a los labios y lograba disfrutar de un espectáculo de furia. Cuando la sangre finalmente brotaba, todos los presentes nos emocionábamos a lo grande.  Nos gozábamos de ver el líquido rojo que nos mantiene vivo a todos.
 
— Por eso, los judíos creen que la vida está en la sangre.
 
Un amigo de mi padre, que era luchador, me contaba que lo que en realidad producía la sangre era unos pequeños artefactos llamados "palomas".  Eran navajas de rasurar cubiertas con cinta adhesiva, a excepción de una de las puntas; los luchadores se cuarteaban el rostro, y posteriormente le pasaban la paloma al referee, ya que era peligroso traerlas mientras luchaban.  
 
Ahora que lo pienso, no sé por qué se le ocurre a un ser humano cortarse el rostro, y dejar salir el líquido rojo por mano propia. 
 
— Lo que deseaban era alborotar a la raza. 
 
Y lo lograban.
 
No entiendo cómo las personas tenemos esa estúpida necesidad de destrucción. En unos cuando segundos podemos destruir lo que nos ha costado tantos años edificar. Con unas cuantas palabras lanzamos al abismo nuestras relaciones intimas, nuestras amistades, nuestros empalmes, todo lo que somos, lo podemos perder en un momento de ira.  Y lo curioso es, que tenemos conciencia de lo que hacemos.  Incluso en ocasiones hacemos alarde de la forma en la que nos enojamos.
 
—¡No me hagas enojar, una cosa sí te digo, tú, no me quieres ver enojado, no me hagas perder la cabeza! 
 
Cuando lo miras cuidadosamente, se pueden ver dos niños peleando inmaduramente por salirse con la suya.  No sé por qué, pero pienso que lo que mueve en sí a la humanidad, es el deseo de poder.  Todos lo queremos, en ocasiones parecemos necesitarlo, y pues si no lo tengo en mi trabajo, tal vez pueda obtenerlo en mi hogar, si no lo encuentro ahí, saldré al mundo exterior, y aunque sea lo impondré sobre el niño que vende chicles en la estación del metro Tacuba.
 
¡Que rara es la gente! Más bien…qué raro somos los humanos…tenemos una gran capacidad de amor, de misericordia, de dar incluso nuestra vida por otro ser, por un ideal, pero a la misma vez, somos capaces de ser sádicos, brutales y sanguinarios. Las mentes humanas se pierden por verdaderos laberintos mentales sin salida, dónde la susodicha crueldad, controla literalmente nuestra mente y todos nuestros sentimientos, y sólo podemos pensar en odiar, en aborrecer y en rechazar al otro, porque no es igual que yo, porque es un tonto que no me entiende, porque me cae mal, porque yo soy mejor que él, ¡porque quiero chingada madre! 
 
Pensamos:
 
—¿Y si pensó eso de mí?  ¿Qué soy un pendejo…? No puedo permitir que piense de mí de esa forma. ¿Quién se cree que es?   No puedo permitir que todo el mundo piense que yo soy un cualquiera, un idiota.  
 
—¿Eres un idiota?
 
¡No!
 
—¿Entonces?
 
Es verdad, aunque preferimos jactarnos de inteligentes, de valientes, de sabios, de yosoyelmáschingón.  Pero la verdad, la mayoría de las veces construimos verdaderas catedrales de la ficción, novelas quijotescas donde todos los personajes están en contra de nosotros. Pero eso sí, al menos en nuestra mente, nos convertimos en el Guzmán de Alfarache, en el Amadís de Gaula, y a la Cervantina, salimos adelante como verdaderos caballeros de una aventura urbana y contemporánea de principios de siglo.
 
No sé por qué no podemos vivir en paz.  No sé por que tenemos que mentirnos unos a otros.  No sé por qué deseamos aprovecharnos del más débil, no sé por qué preferimos gritar con odio, que gritar en contra de las injusticias. No sé por qué somos seres humanos…
 
Y en medio de este cuadro tragicómico, lo único que tenemos en realidad, es la vida, estamos vivos nos guste o no; y por eso nos aferramos a ella, a esta incomprensible y compleja experiencia humana.
 
¿No sé, por qué?
 
—Ni yo, tampoco…
 
© David Alberto Muñoz


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    David Alberto Muñoz

    Se autodefine como un cuentero, a quién le gusta reflejar "la compleja experiencia humana".  Viaja entre 3 culturas, la mexicana, la chicana y la gringa. Es profesor de filosofía y estudios religiosos en Chandler-Gilbert-Community College, institución de estudios superiores.

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