Palabras…
Un cuento Por David Alberto Muñoz —No seas hablador. Tú nada más te la pasas prometiendo y a la hora de hora no cumples. Si hay algo que te sobra es verbo. Tienes una habilidad de enredar a la gente con lo que dices pero al final de cuentas, nada, entiendes, nada. —Lo que pasa es que tú no me entiendes. Quieres que todo sea de acuerdo con tus intereses, de acuerdo con lo que tú quieres. Nunca piensas en los demás. Yo sé que no soy perfecto pero tampoco soy tan mala onda. —¡Ya cállate Miguel! Ya me tienes harta, ya no te aguanto. A través de los poros de la pared que los rodeaba, Miguel y Jimena parecían bailar con la misma sombra de la existencia humana. Al son de un danzón tocado por músicos de tercera, la pareja pretendía hacer el amor en medio de una cansada rutina. Rodeados de un raro automatismo, sus movimientos parecían ser los mismos cada vez que se veían. Aquel cuarto donde se encontraban, estaba sudando literalmente reproches. Miguel se sacudía la nuca con frustración. Jimena se ponía las medias que se había quitado hace solamente unos cuantos minutos, mientras que él se ponía los pantalones y se subía el cierre. Ambos se miraban con aquella mirada de hábito. Eran los mismos ojos que una vez a la semana se reunían en el Hotel 6 de la avenida pecado, contra esquina de la ley. —Mira Miguel, esto no puede seguir así. Estoy cansada. Ya no somos unos adolescentes que se meten en un pinche hotel para hacer sus cochinadas. Te estás haciendo viejo, no te das cuenta. Mírate nada más la panzota de cervecero que te traes. Te estás quedando pelón. No me decías el otro día que te dolían las rodillas. ¿Cuántos años tenemos de estar juntos? ¡Juntos! Más bien, ¿cuántos años tengo de ser tu amante? —Jimena... La mujer lanzó un llanto a la usanza femenina. Con todo su digno porte, se sentó en la cama, cruzó la pierna y encendió un cigarro, mientras se servía una copa de Brandy que ambos habían estado bebiendo. Miguel, parado a distancia, la observaba, como pensando. —¿Qué tengo que decir para mantenerla? ¡Qué complicadas pueden ser las mujeres! Se acercó a la ventana del cuarto que estaba localizado en el tercer piso. Pudo ver a través de la ventana pequeñas figuras de hombres y mujeres enfrascados en el eterno dilema de los géneros. Cada uno de ellos se desplazaba con aire de torpeza, cansancio, desprendían de sus cuerpos un raro aroma a lascivia asediada. Gritos de histeria se escuchaban, reproches por cosas hechas hace medio siglo, fuertes golpes de una vana cordura disfrazada de egoísmo. —Jimena, las cosas no son como tú crees. Tengo hijos… — Palabras, palabras, palabras—respondió ella. Al igual que un animal en celo, Miguel rodeó a la hembra con movimientos litúrgicos, arrebatos, creados por la misma naturaleza humana, por la necesidad de sentir el cuerpo del sexo opuesto junto a él. Levantaba las manos en son de guerra. Discursaba palabras incomprensibles, combinaba poesía con narrativa, ensayo con cuento, novela con crónica. Así, dándole matices de seguridad a su propia voz, intentaba conquistar aquella mujer que había sido su amante ya por tantos años. La complexión de su voz cambiaba dependiendo de qué frase utilizara. Sus cuerdas vocales eran tocadas al igual que un instrumento musical, con la única intención de conquistar a la hembra que estaba sentada frente a él, molesta con él, en aquel cuarto de hotel, donde una vez a la semana se reunían para hacer el amor ya por costumbre. En un momento dado, ella hizo la decisión, y sin razón, se entregó a él. Dio su cuerpo para ser acariciado por un varón. Lanzó sus brazos violentamente ante la sorpresa de Miguel que tardó en reaccionar como buen hombre. Ella desnudo su propia alma cediendo a una gran necesidad de sentir calor humano, olor a carne, deseo sexual. A cada momento, sus ojos gemían al sentir las caricias bruscas de un hombre ya en estado de descomposición. Al terminar, él la miró con ese vano orgullo masculino. Continuó disertando pendejada y media. Ella, simplemente lo miró directamente a los ojos y le dijo: —Palabras, Miguel, palabras, palabras, son simplemente palabras. Del libro: El Santo Don Patricio y otros demonios, Editorial Garabatos, 2007. © David Alberto Muñoz
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David Alberto MuñozSe autodefine como un cuentero, a quién le gusta reflejar "la compleja experiencia humana". Viaja entre 3 culturas, la mexicana, la chicana y la gringa. Es profesor de filosofía y estudios religiosos en Chandler-Gilbert-Community College, institución de estudios superiores. Archives
July 2021
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