Piel
Un cuento Por David Alberto Muñoz Mi mujer me dice Canelo. ¿Y eso qué tiene que ver? No sé… no lo había pensado hasta el día que descubrí que no soy del mismo color que los demás. Tendría unos seis o siete años. En la escuela donde iba era una escuela de paga, todos eran de piel blanca, bueno, a excepción mía y de Alfredo, mi mejor amigo. Pero nosotros pensábamos que éramos iguales a los demás. No te miento, creíamos que nos mirábamos como los blancos, los güeros, ¿sí me entiendes? Ya sé que es una locura pero en nuestra mente de niños no lográbamos vernos a nosotros mismos. No sé si eso le pase a todo mundo. La vida de por sí es difícil, y a eso agrégale el no poder verte a ti mismo. Cuando nos dimos cuenta casi lloramos…no sé por qué…todo seguía igual, la única diferencia fue que nos dimos cuenta de pronto del verdadero color de nuestra piel. El “Tío”, como le decíamos a Arturo, era más blanco que la nieve con una nariz de águila, y caminaba ahora que lo pienso como viejito, ese cabrón, nos dio una madriza a Alfredo y a mí. Si hubiese sido años después, me canso que le hubiera partido todita su madre, pero en ese tiempo era un niño, y el desgraciado de Arturo era ya un adolescente. Me acuerdo que nos agarró a los dos y nos llevó frente a uno de los espejos que tenía la maestra de corte y confección, y nos gritó literalmente en la cara: —¡Miren bien pendejos, están más prietos que Don Nicho! Don Nicho era el conserje que trabajaba en la escuela. Era un hombre muy trabajador pero sí, muy moreno. Y bueno, eso qué tiene que ver, ¿no? Mi abuela me decía: “mi Prieto”. ¿Por qué? Porque ha de ser. No sé…de pronto te haces viejo y te das cuenta de muchas cosas que antes ni siquiera observabas. Cuando descubres que tu gente no son los dioses que habías imaginado, que simplemente son seres humanos con cualidades y defectos, miras las cosas muy distintas. Mi abuela nunca me platicaba de mi abuelo, es más, ni siquiera lo conocí. Cada vez que hablaba de él era como si escondiera algo. Años después descubrí que fueron amantes y se quisieron a escondidas en un tiempo prohibido donde eso meramente no se hacía. Era un pecado imperdonable. Tal vez todavía lo es… Ahora comprendo su mirada dura, su risa coqueta, el gran cariño por sus hijos y sus nietos. Cada vez que me miraba me decía: —¡Mi Prieto! Si hubieras sido blanco hubieses sido un mangazo. Ahora pienso que detrás de esas palabras se escondía algo mucho más profundo que tal vez nunca sabré. A mí no me gustaba que me recordaran el color de mi piel. ¿Qué valor puede tener? ¿No? ¿O sí? No sé… ¿por qué le damos tanta importancia a las cosas que la gente piensa y dice de nosotros? Todos en la sociedad nos escandalizamos de todos. Y aunque digan que hemos avanzado mucho en cuestiones de raza, todavía seguimos con ese modelo de que la güera de ojos azules es más bonita que la morena de ojos negros. Eso todo mundo lo sabe. Y no que no haya güeros que son a toda madre… pero ¿sí me entiendes? Me acuerdo mucho de unos comerciales de la cerveza Superior, “la rubia que todos quieren…”. Mi patrón me dice Sr. Moreno. Y no que Moreno sea mi apellido. Él simplemente decidió jugar conmigo apodándome así. No sé si lo hizo con mala intención o no. Ya no me importa… pero de pronto no puedo evitar que todo esto se estrelle en mi rostro. Yo soy el Canelo, Prieto, Moreno, para servirle a usted. ¿Y eso qué tiene que ver? Es simplemente el color de mi piel… © David Alberto Muñoz
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David Alberto MuñozSe autodefine como un cuentero, a quién le gusta reflejar "la compleja experiencia humana". Viaja entre 3 culturas, la mexicana, la chicana y la gringa. Es profesor de filosofía y estudios religiosos en Chandler-Gilbert-Community College, institución de estudios superiores. Archives
July 2021
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