Picture by Mirita Muñoz
Reflexiones a primera estancia Por David Alberto Muñoz San Francisco, California.- Navegando en medio de cubículos privados que revolcándose intentan pasar al de al lado, llegamos a la ciudad de San Francisco, California a eso de las 5 de la tarde. Atravesamos por el Oakland Bay Bridge, quién nos recibió con los brazos abiertos, dejando en nuestra mirada esa actitud de asombro que nos llega a los seres humanos al ver su grandeza física, y eso, que todavía no pasábamos por el ya famoso Golden Gate Bridge, cuyas elevadas manos acarician y juegan con las nubes del cielo literalmente, y constantemente, haciéndonos ver, nuestra pequeñez como seres humanos, aunque hayamos logrado levantar tales pedazos de hierro para unir la bahía de San Francisco y el océano Atlántico. Esta ciudad cosmopolita, con la reputación de ser una de las más liberares de todo el país, abrió sus entrañas por el distrito financiero, para dejarnos ver infinidad de edificios uno tras otro con más de 30 pisos cada uno. La zona contiene La Pirámide Trasamérica, edificio más alto de San Francisco, reconocido como uno de los rascacielos más altos de los Estados Unidos de América, midiendo alrededor de 260 metros (853 pies de altura). Pudimos ver a jóvenes milenarios saliendo de su trabajo, ya no vestidos como hombres de negocios, más bien preparados para irse al gimnasio a hacer ejercicio. Atravesamos la zona central de este distrito muy cerca del famoso Chinatown, para encontrar un pequeño restaurante italiano, lugar de tradición regional, donde compartimos con ciudadanos locales de una suculenta cena con vino y cerveza. Además, fue el lugar en el que descubrimos a un italiano-salvadoreño, quién huyó a Italia en tiempos de la guerra en El Salvador, para finalmente llegar a esta ciudad que es carísima, donde la renta de un apartamento de estudio principia alrededor de los $3000 dólares mensuales. Caminamos por Golden Gate Park, área bellísima con una impresionante zona verde, donde se esconde un museo de botánica, y pudimos ver a cienes de personas corriendo, trotando o caminando, algunos con sus perros, e incluso, nos detuvimos a comer unos hot-dogs, en un puesto donde el que lo atendía, era un irlandés que tenía un vaso con un letrero que decía: —I’m Irish, please tip me. Intentamos ir a la famosa prisión de Alcatraz. Al llegar al Muelle 33, lugar de donde salen las lanchas para ir a la susodicha prisión, se nos informó que había que hacer reservaciones con un mes de anticipación. —¡Me lleva la chiquita! Aun así, pudimos comer en The Franciscan Crab Restaurant, donde pudimos por lo menos ver a distancia la isla llena ya de fábulas y leyendas, que junto con el turismo, y todas esas fotos de artistas como Jack Nicholson, le dan al lugar un aire de mito hollywoodense. San Francisco es una ciudad llena de un soplo universal. Se escuchan muchos idiomas en las calles, esas avenidas que suben y bajan, donde se pueden ver construcciones casi todas de tres pisos, con sus escaleras de metal en la parte trasera o frontal, que me recordaron a Richard Gere, subiéndolas al final de la película Pretty Woman, para conquistar totalmente a Julia Roberts. Caminando por esas calles tan difíciles de cruzar, vimos a seres que se asemejan a un ente casi exclusivo, donde la mirada se encuentra con la tuya, y puede ya entablar un cálido saludo, o rechazar la presencia del otro, con ese esnobismo tan humano, que hace pensar a ciertos individuos, que son superiores a los demás. El Golden Gate impone, para alguien sin mucho conocimiento de la forma en la cual se construyó esta maravilla del mundo moderno, resultó el verse así mismo en nuestra verdadera condición humana. Nos creemos tanto, que pensamos somos los seres más importantes del universo, es más, debemos de ser muy inteligentes, ya que creemos incluso que somos tan importantes que el mismo Dios, creador de todo el universo vino a esta tierra, y se hizo humano, (por supuesto de acuerdo con el cristianismo solamente), para darnos salvación. —¿Salvación de qué?—me pregunto. No se enojen. Nuestra condición es de siglos y siglos, y no cambia, seguimos destruyéndonos igual que siempre, pero eso sí, ejercemos juicio los unos sobre los otros. Si acaso es verdad que dicha construcción fue hecha por seres humanos, no puede dejar de hacernos sentir muy pequeños, en comparación con la grandeza de su construcción, y ya haciendo una metáfora, con la magnitud del universo. Me sentí muy pequeño ante tal monumento. No sin antes dejar en claro, que al navegar en medio de automóviles y peatones, de paradas turísticas y calles perdidas, de personas homeless y mujeres haciendo ejercicio mostrando sus pezones a través de sus camisetas súper delgaditas, la conclusión a la cual llego, es que el ser humano es muy poca cosa, y lo digo sin al ánimo de ofender a nadie, ni a mí mismo, porque somos y podemos ser grandes homo sapiens, pero a la misma vez, somos y podemos ser tan miserables como nuestro propio egoísmo. San Francisco es una hermosa ciudad, poblado por entes humanos, que intentan al igual que todos nosotros, darle un sentir, a nuestra compleja experiencia humana. © David Alberto Muñoz
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David Alberto MuñozSe autodefine como un cuentero, a quién le gusta reflejar "la compleja experiencia humana". Viaja entre 3 culturas, la mexicana, la chicana y la gringa. Es profesor de filosofía y estudios religiosos en Chandler-Gilbert-Community College, institución de estudios superiores. Archives
July 2021
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