Rutina
Un relato Por David Alberto Muñoz Todos los días se levantaba a las 5 de la mañana para ir a hacer ejercicio en un parque que estaba cerca de su casa. Le gustaba correr por lo menos 3 millas diarias. En ciertas ocasiones, cuando se sentía inspirado, lograba correr hasta 5 millas. Tenía la precaución de estirar su cuerpo cuidadosamente antes de correr, y además, vigilaba su postura con sumo cuidado. Una vez que regresaba a su casa, se bañaba y se preparaba para su día de trabajo. Era manager en una tienda de computadoras. Supervisaba a cuatro empleados. Todos en la tienda, procuraban tener los últimos productos técnicos de la cultura del nuevo siglo, ya que la tecnología viajaba a 100 millas por hora, y si no lograban deshacerse de la mercancía, podían perder dinero. Todas las mañanas, Robert Pérez, nacido en tierras del tío Sam, desayunaba con su esposa de 34 años de edad, mujer estadounidense, de costumbres distintas a las de su familia. --If you want breakfast, you will have to take what I am giving you. I work you know; I don’t have time to cook for you, your…how do you call it? Oh yes, your chelaqueles. OK? Era una güerita, súper rubia, de ojos azules, con algunas pecas en el rostro, además de poseer un hermoso cuerpo que lo había cautivado hace ya algunos años. Sus amigos le hacían burla. —¡Tu mamá no te daba Corn flakes de breakfast Robert! Your Mom, was como mi amá, she used to cook chilaquiles, y memelas, because she was from Puebla. You have been there ese. Pero tu mujer…She doesn’t even know what is a tortilla ese. Robert, quién se cambió el nombre de Roberto a Robert nada más entro en la Jr. High, solamente movía la cabeza como diciendo: “Así son las cosas”. --It is what it is. Salían ambos de su casa hacia sus trabajos. Todos los días peleaban en contra del maldito tráfico de cualquier ciudad urbana capitalina dentro de la nación rojo azul. Carros que van muy aprisa. Individuos a quienes parecen los van matando. Insultos de gente que ni siquiera conocían. Policías metidos en carros civiles, con la única intención de agarrar a los choferes miembros del volante rápido y darles un ticket. Se tardaba en ocasiones hasta una hora y cuarenta minutos de viaje, cuestión que era normal para una ciudad como Los Ángeles, que es donde vivían Robert Pérez y su esposa, Jennifer Jones, quién no usaba el apellido de su esposo por obvias razones. --In America, we do things our way. El señor Pérez pasaba todo su día en su lugar de trabajo que se llamaba: COMPUSTORE Sales & Service. Por la tarde, recogía a Jennifer que era secretaria ejecutiva de un alto funcionario de WALMART, y de quién Robert sospechaba haber intentado sobrepasarse con su mujer. Pero al preguntarle a la susodicha, ella simplemente sonrió diciendo: --Don’t be stupid! Have you ever try to flirt with a woman? Llegaban a su casa y si no compraban algo para comer Jennifer sacaba T.V. dinners y las ponía en el Microwave, sin poder faltar nunca, una botella de vino tinto que a ambos les encantaba. Si era fin de semana, hacían el amor una o dos veces dependiendo de su ánimo. Ya no se decían nada, simplemente se quitaban la ropa y hacían el acto como si estuvieran haciendo ejercicio o cocinando algo para comer. Generalmente pasaban la noche viendo televisión mientras se entretenían mucho más con sus teléfonos celulares; cada cual ya tenía sus amantes virtuales, y se observaban directamente a los ojos, con miradas de niños traviesos haciendo diabluras. Al día siguiente continuaban con su misma rutina… Un día… Descubre que él y Jennifer se mueven simplemente como robots sin sentido alguno. Parece ya no haber nada dentro de sus almas. Existen simplemente como dos troncos con extremidades y una cabeza que ya no dirige absolutamente nada. Viven como átomos construidos al azar para llenar un universo perdido dónde el ser humano se encuentra intentando ser, y darle significado a su existencia. Hay quienes dicen haber encontrado la verdadera felicidad, en el trabajo, en la familia, en la iglesia, en la lógica, en el vicio, en la política, en los ideales, en el placer, en los amantes, qué sé yo…en la mierda misma que brota de nuestro cuerpo. En esos precisos momentos, Robert deseó poder huir, correr de su rutina diaria, escapar de esa esa pinche sensación de estar repitiendo las mismas acciones una y otra vez…sin saber si realmente existe un final, un hasta aquí…anheló evadir todos esos movimientos que no provocan pensamiento, esas acciones hechas incluso sin saber por qué, arrebatos que no razonan, pero ni siquiera sienten. Se dio cuenta que no le gustaba pensar…porque pensando se percataba de cómo eran las cosas verdaderamente. Él estaba sólo, incluso su mujer, también estaba sola, todos los seres humanos estamos solos, metidos en una rutina que no nos permite deliberar, porque el pensar es peligroso, puedo llegar a darme cuenta de cosas que tal vez será mejor mantenerlas en silencio, en el anonimato, detrás de aquel muro inexplicable de la locura humana. Robert y Jennifer eran una psicosis, un anudamiento de emociones que ni nosotros mismos comprendemos. Y muchas veces pretendemos haber encontrado eso que buscábamos. Somos furor, manía, delirio, rabia, frenesí, alienación, estamos privados del juicio de la razón, y la razón se nos da, cuando descubrimos que la locura que más se lamenta, es aquella de no haber hecho, de no haber tomado aquella loca oportunidad porque era una total demencia. Al día siguiente, Robert y Jennifer se levantaron al igual que todos los días. Y simplemente continuaron con su rutina. —Esto es para volverse loco… Así se vivía a principios del siglo XXI. © David Alberto Muñoz
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David Alberto MuñozSe autodefine como un cuentero, a quién le gusta reflejar "la compleja experiencia humana". Viaja entre 3 culturas, la mexicana, la chicana y la gringa. Es profesor de filosofía y estudios religiosos en Chandler-Gilbert-Community College, institución de estudios superiores. Archives
July 2021
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