Saliendo del trabajo
Un cuento Por David Alberto Muñoz Caminaba a paso cansando, sobre la acera de una de las calles principales de aquella ciudad desértica. Varias veces se preguntó, ¿por qué vivo aquí? Nadie lo sabía, era tal vez debido a la relatividad de todas sus decisiones, que había llegado a la capital arizonense. No era la primera vez. Ya estaba acostumbrado cada vez que salía del trabajo. Trabajaba de guardia de seguridad en un JCPenney’s. Todos los días era la misma rutina. Él se paraba con cara de pocos amigos en la entrada, y con los brazos cruzados se enfadaba a más no poder al tener que estar simplemente ahí, parado, sin realmente hacer absolutamente nada. De vez en cuando un joven quería robarse algo, incluso personas adultas que parecían de buena posición económica intentaban llevarse cosas sin pagar. Pero en realidad todo era como un montón de polvo guardado en una mesa sin sacudir. Mauricio observó que, a lo lejos, un para de hombres caminaban hacia donde él estaba. Al principio no prestó mucha atención. Lentamente esos seres que, se miraba distantes, llegaron a paso rápido ante el propio andar de Mauricio Delgado Monterde, hombre de 53 años de edad, casado, con 3 niños de edad corta, separado en esos momentos de su mujer por cosas que pasan, durmiendo en el sillón de su casa porque ya no se le permitía pernoctar en la cama del hogar. Sólo deseaba llegar pronto, abrir una botella de cerveza, y tirarse a descansar después de haber trabajado todo el día hasta las 12 media noche, desde la tres de la tarde. No tenía documentos, por lo tanto, no podía exigir ni más salario, $5 dólares la hora, ni beneficio alguno. — Go around him! I am going to stop him from the front. Mauricio escuchó las voces de sus ahora, supuestos asaltantes. Dos varones de más de 6 pies de altura, musculosos, vestidos de criminales. ¿Y cómo se visten los criminales? No estoy seguro. Pero estos lo parecen nada más de verlos ya más de cerca. Dicen por ahí que todos asumimos lo peor de los demás, siempre. Pero en este caso, no estoy asumiendo nada. ¡Mírenlos nada más! Mauricio sintió miedo. Intentó cruzar la calle para evitar verlos frente a frente, pero fue inútil. Ambos, lo rodearon y lo detuvieron sacando una pistola, que a él se le hizo una pistola de detective, de esas que usan los policías en la televisión. Uno de los hombres lo agarró de los brazos por detrás, mientras el otro lo golpeaba en la cabeza con la pistola. — Shut up! Tú queto… Give us all your money! Dienero… ¿entender? Give me el dienero… Or I am going to kill you. ¿Entender? Aquel individuo no dejaba de golpear la cabeza de Mauricio, quién temblaba de terror. Toda su existencia de pronto, apareció frente a él. Sus logros, sus fracasos, sus retos, sus verdades, sus mentiras, todo su ente posado frente a él por medio de dos seres que lo único que querían era joderlo y robarle todo su dinero. — ¿Por qué son así? ¿Qué mal les he hecho? ¿Por qué siempre hay gente que nada más te quiere hacer daño? ¿No pueden dejar a la gente en paz? Es quincena de pago. Traigo mi cheque conmigo. ¿Me lo van a quitar? ¿Me van hacer que lo firme? No es justo… es el resultado de mi trabajo. ¿Por qué estos tipos nada más se lo van a llevar así? ¿Si les peleo? Me matan… se me sale la meada nada más del miedo que tengo. Es curioso, todo parece no tener importancia en estos momentos. Mis problemas como que desaparecieron. Lo más importante es que estos tipos no me vayan a matar… Cuando morimos todo desaparece. No nos llevamos nada. Pero creo que el alma permanece, vive… dicen unos que vamos al cielo y otros al infierno. ¡Qué infierno más grande que esto que estoy viviendo! No me maten por favor… no me quiero morir… Aquellos dos seres le robaron, su cartera, todo su dinero que traía en la bolsa del pantalón, y aparte de hacer que endosara su cheque para poder ellos, los asaltantes, cobrarlo y disfrutar de las ganancias obtenidas. Antes de irse, le dan un fuerte golpe en el estómago, Mauricio cae adolorido y gime con un profundo dolor. — If you talk, we will come back! Después de varios minutos. Mauricio se levanta… sacude su cabeza… y se va a su casa. Su mujer, Citlali, lo recibe igual que siempre. — ¿Por qué llegaste tan tarde? ¿Te fuiste a tomar con tus amigos? Claro que te fuiste. ¿Y esa cara de espanto que traes? No me vengas con cosas Mauricio. Dame el cheque, que mañana tengo que pagar la luz y el agua, si no, nos lo van a cortar, todo. Anda… no te hagas… — ¿Citlali? La mujer solamente lo vio con ojos de coraje y lastima. Alzó los ojos al aire y simplemente lo dejó parado, totalmente solo, todavía con las palabras saliendo de sus labios. —Me asaltaron Citlali, me robaron todo… —Mentiroso… Mauricio se sentó en su sillón. Y recordó todo lo que había sucedido aquella noche. Le habían robado todas sus pertenencias, incluyendo su reloj. Pero parece que a nadie le importó… — Me robaron, me pusieron una pistola en las sienes, tuve miedo… y no pude hacer nada… Me robaron… chingada madre… Citlali, ¿entiendes? Me asaltaron y no pude hacer nada… Todo sucedió aquella noche en medio de rutinas y desusos anormales. Todo siguió igual, solamente que nadie se dio cuenta lo qué le pasó a Mauricio, saliendo de su trabajo, además, a nadie le importaba, solamente a su mujer quién pensó, ya se gastó todo este jijo de la chingada… A nadie le importó… © David Alberto Muñoz
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David Alberto MuñozSe autodefine como un cuentero, a quién le gusta reflejar "la compleja experiencia humana". Viaja entre 3 culturas, la mexicana, la chicana y la gringa. Es profesor de filosofía y estudios religiosos en Chandler-Gilbert-Community College, institución de estudios superiores. Archives
July 2021
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