Saltándose la barda
Un cuento Por David Alberto Muñoz Recuerdo muy bien, como de chiquita, te saltabas la barda de tu casa para irte a la calle. Era como si te tuvieran encerrada. De pronto, como si un raro animal te picara y te diera comezón, tú salías corriendo lo más rápido posible. Siempre te quise alcanzar, pero nunca pude. Ya sabías que cuando regresaras tu mamá te iba a dar unos buenos cintarazos, a calzón quitado y enfrente de todos, para que te diera vergüenza, pero a ti parecía darte más orgullo que nada. Te aguantabas el llanto lo más que podías, y aun cuando lo soltabas, tratabas de darle un aire de risa porque tú decías, a mí me gusta salirme a la calle, y a mí, nadie me dice que haga y qué no haga. No, no te importaba, te ibas, andabas por todos lados. Todos en el barrio sabían de Araceli. Jugabas con los muchachos más grandes, aprendiste a mentarles la madre al tú por tú, eras como una yegua salvaje, nadie podía controlarte. Yo siempre traté de seguirte. Me gustaste desde la primera vez que me viste directamente a los ojos mientras tu madre te daba bien duro con el cinto y te reíste conmigo, sí, te reíste en medio de unas lágrimas que creo fueron una especie de pacto entre los dos. Bien que me acuerdo que esa noche me enseñaste tus nalgas desnudas, te las había dejado rojas tu madre, y tú me dijiste, mira, es todo lo qué pasa, nada más se me ponen rojas, pero para mañana ya están listas para otra reatiza. ¿Quieres ir conmigo? Y yo siempre te dije que sí. Salías en chinga, te saltabas la barda no sé ni cómo, y yo iba detrás de ti, siempre, sin poder alcanzarte. No sé cómo terminaste la escuela si casi nunca ibas. Has de ser muy inteligente, porque a mí sí me costó mucho trabajo. La primera vez que me diste un beso, más bien me mordiste, me sacaste sangre, y te reíste de lo lindo, para luego besarme con tanto cariño que me confundiste totalmente. Siempre fuiste así, dos polos opuestos, dos personalidades distintas, ibas del mar a la montaña en segundos, y yo… yo siempre tratando de alcanzarte. Las pocas veces que tuvimos intimidada fueron simplemente una especie de juegos tuyos, dónde me enseñabas partes de tu cuerpo y me decías tócame y a los tres segundos salías corriendo, diciendo, ya, se acabó. Y yo siempre detrás de ti… Cuando me llegó la noticia de tu muerte, no lo pude creer. Araceli se quitó la vida. Yo sé que siempre estabas hablando de eso, pero la verdad yo pensé que era nada más una forma de llamar la atención. Siempre quisiste ser el centro de la atención. Bueno, creo que todos deseamos serlo, pero tú de veras que te pasabas. A veces con tus platicas inteligentes, o tus chistes medio albureros, o la forma en la que te levantabas la falda, todo con la intención que todo mundo te prestara atención a ti nada más. Nunca cambiaste Araceli, siempre corriendo, siempre como si estuviese alguien o algo detrás de ti. Una vez te pregunté, ¿no tienes paz mujer? Y tú te enojaste, me gritaste y me mandaste literalmente a la chingada. Hasta me cortaste de amigo en el FACE, porque según tú, yo no entendía tu forma de ser y de ahora en adelante ya no me ibas a hablar, punto. Te rogué no sé cuántas veces. Y finalmente reaccionaste con esa rara ternura que al menos yo pensaba era provocada por mi persona. Ven para acá niño bueno, así me decías, tú puedes decirme todas las groserías que quieras, no importa, al cabo no soy tuya ni de nadie. Y era verdad, nunca fuiste de nadie absolutamente. Hiciste con tu vida lo que te dio la gana, mientras que yo… yo nunca pude alcanzarte. Esa noche, cuando vino tu hermano a informarme de que habías fallecido, más bien, de que te habías quitado la vida, me trajo una carta que habías dejado para mí. Me sorprendió que no la hubieran abierto, era raro, todos en tu casa decían que eras una loca, una niña rebelde, que nunca supiste obedecer a nadie, pero de alguna extraña forma, todos te respetaban, todos aceptaban tu forma de ser, incluso tu padre, a quien le diste un montón de dolores de cabeza, por la forma con la que te ibas de un día a otro de tu casa, y no regresabas hasta meses después. Se decían tantos chismes sobre ti. Que te habías ido de puta, que te habías casado con un gringo rico y que vivías en Nueva York, que te habías embarcado en un buque al otro lado del charco, que para estas fechas, ya andabas en Australia, que te habías metido en la política y que eras senadora en España, o que simplemente te ocultabas en un pequeño pueblo de la sierra Tarahumara porque no querías ver a nadie. Cuando todos te vimos regresar, algo raro pasó. Te mirabas tan linda, tú siempre fuiste muy hermosa, aunque siempre me dijeras que no, que todo estaba en mi mente, que tú no eras esa mujer a quién yo había creado en mi imaginación, pero tu belleza cautivaba a medio mundo, eso no lo puedes negar. Te mirabas tan mujer, tan hembra, que te deseé quizás más que nunca. Esa fue la única vez que estuvimos juntos, la única vez en la que me permitiste tenerte, sí, muy a tu manera, pero fue la única vez que fuiste mía, aunque siempre negaste que no eras de nadie, que eras mala, y que te burlabas de medio mundo. Eso… sí es verdad, podías ser muy cruel, y te gozabas en ello. Jacinto, tu hermano, fue quien me entregó la carta. Querido Jaimito, (siempre me dijiste así) No quiero que te culpes a ti mismo de mi muerte. Tú ni nadie tiene la culpa de lo que me pasó. Simplemente cumplí lo que le había dicho ya por muchos años. Me cansé de vivir, me cansé de tener que batallar con esta enfermedad que me traía loca. Mi estado de ánimo cambia en segundos, tú lo sabes bien, voy de un extremo a otro sin hacer una pausa. Voy de la energía total, al desvanecimiento completo de mi alma. Siempre tengo la necesidad de salir corriendo. ¿Te acuerdas cuándo éramos niños? Yo brincaba esa barda a duras penas, y tú detrás de mí intentando hacer todo lo que yo hacía. Pobre niño bueno, había cosas que nunca pudiste entender. Esta vez no me sigas por favor. La vida es una nada más. Esta decisión que tomé, sea lo que sea ya no tiene vuelta atrás. Sigue vivo, haz lo que se te dé la gana, pero no me sigas, porque lo único que busco es poder descansar, y yo espero que detrás de la muerte exista realmente un descanso total. Cuídate mucho mi niño bueno, Araceli De eso ya hace más de 30 años. Y te he extrañado todos los días, Cada vez que veo esa barda, me imagino a ti intentando saltarla siendo todavía una niña, y yo detrás de ti, siempre anduve detrás de ti. Pero cuando te fuiste definitivamente, no pude seguirte, no me atreví. Creo que ya pronto voy a morir. Estoy viejo, y cansado también. Mis hijos ya casados, hasta nietos me han dado, pero muy dentro de mí, lo que deseo realmente es ir y buscarte. Ya sé que es medio loco eso de ir al más allá y buscar a un alma. Pero tú fuiste esa parte que siempre intentó alcanzar mi ser. No sé dónde estés, pero si puedo, te voy a encontrar, aunque sea sólo para seguir corriendo detrás de ti. Recuerdo muy bien, como de chiquita, te saltabas la barda de tu casa para irte a la calle… pronto veré, si todavía te puedo alcanzar… © David Alberto Muñoz
1 Comment
Yuliana Abarca
6/6/2019 04:37:27
Es la libertad de ser tu no seguir con los patrones impuestros por la familia ect. Es la rebeldia para muchos para mi es la independencia ser yo libre de prejuicios amo leer sus cuentos 😍😍😍
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David Alberto MuñozSe autodefine como un cuentero, a quién le gusta reflejar "la compleja experiencia humana". Viaja entre 3 culturas, la mexicana, la chicana y la gringa. Es profesor de filosofía y estudios religiosos en Chandler-Gilbert-Community College, institución de estudios superiores. Archives
July 2021
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