Sudor
Por David Alberto Muñoz Rosalía estaba sudando. El calor de verano quemaba a los pobladores del mentado Valle de Sol. Las temperaturas subían hasta los 118 grados. Todos los días era un calor de los mil demonios. —No entiendo cómo le haría mi mamá. En su época las mujeres se ponían medias, pantimedias o como se llamen esas cosas—pensaba la joven mujer—Me choca que me suden las piernas, sobre todo en medio de la entrepierna. Por la mañana se había levantado al igual que todos los días, para después de ir a caminar un poco, tomar un baño con agua bien fría, haberse puesto su vestido blanco para ahuyentar al sol, y con un coqueto maquillaje, salir a la calle para realizar su rutina diaria. —No me gusta que me sude la entrepierna—se repetía una y otra vez. Rosalía trabajaba de secretaria en una oficina de abogados. Era estudiante de leyes y había conseguido el trabajo, gracias a su amiga, Alejandra, quién también estudiaba leyes. Todos en la oficina la apreciaban bien. Bueno, en ocasiones tenía que padecer el continuo acoso sexual de los hombres, esos que dicen no darse cuenta de estar acosando a nadie. —¡Qué guapa te ves mujer! ¿Cuándo se me va a hacer verte en ropa íntima? ¡Es pura guasa Rosalía! —¡Pinche cerdo!—se gritaba a ella misma, sobre todo, cuando el jefe le hacía un comentario sucio, incomodo, cuestión a lo que ella simplemente sonreía intentando hacerlo a un lado como si no tuviese importancia. —¿Y esa gotita que dejó caer por en medio de las piernas? ¿No me va a decir que está excitadita Rosalía? —¡Ah licenciado Torres! Es usted un incorregible coqueto. Los ojos de Torres se llenaban de lujuria mientras la muchacha salía lo más rápido que pudiera de aquella oficina. El calor se sentía incluso dentro las paredes dónde tenían un poderoso aire acondicionado. Las entrepiernas de Rosalía seguían sudando y sudando, pequeñas gotas de traspiración caían de pronto sobre la alfombra de color azul, de ese que siempre ponen en las oficinas. —¡Pinche calor! --Good morning Rosalía! Era la Sra. Bruce, encargada de limpieza. A Rosalía se le hacía muy curioso que una mujer blanca trabajara de conserje, o de limpiadora de oficinas, como le decían de este lado de la frontera. En todos lados, siempre era una mujer que se apellidaba, López, Martínez, González, no Bruce, y lo más curioso todavía, era que la susodicha hablara español. —¿Cómo está señora Bruce? —saludo amablemente la chica. —Pues aquí mija, working, what else is there to do? Rosalía se le quedó viendo con ojos de curiosidad. La Sra. Bruce, vestía un uniforme de color caqui, de falda y blusa, traía su pelo recogido en una cola de caballo. La Sra. no era una mujer fea, pensó Rosalía, lo que pasa es que siempre anda trabajando cuando la veía. —¿No tiene calor Sra. Bruce? --Of course! Pero qué quieres que haga mija. Simplemente sudo. La miró directamente a los ojos, para luego observar sus entrepiernas. —Disculpe Sra., ¿le puedo hacer una pregunta? —Claro, ask me. —¿A usted no le sudan las entrepiernas? La Sra. Bruce dejó salir una alegre carcajada. —¡Ah mija! ¿De dónde viene eso? —Es que a mí por más que me baño, me ponga talco, y trate de no sudar de ahí, siempre termino dejando caer gotas al piso. No lo hago a propósito. Es que sudo mucho, nada más. Figúrese que el otro día el desgraciado del Sr. Torres se dio cuenta, y desde entonces no deja de hacer comentarios al respecto, el pinche…perdón, no quise decir eso. --Don’t worry…ese viejo es más que pinchi… —¿Sí me entiende? La mujer ya de edad madura miró con ojos de madre a una muchacha enfrentando su realidad de ser hembra en un mundo de machos. —Mira mija, los hombres muchas veces son unos desgraciados, no saben respetar. Creen que sus chistes y comentarios sexistas nos gustan a todas nosotras. La próxima vez que te diga algo, simplemente ignóralo, y hazle ver que su comentario no te gustó. —No es tan fácil señora…es mi patrón. —Eso no le da derecho a que te insulte y te diga todo lo que te dice. No tiene derecho. Mira, cada vez que sudes de la entrepierna, siéntete orgullosa de ser mujer. Las mujeres sudamos igual que cualquier hombre, sí, sudamos, y ¿sabes por qué? Porque trabajamos, como yo, más todavía, yo no me avergüenzo de mi propio cuerpo, del aroma a trabajo que bien dejo tirado por ahí. Soy hembra, y así como a veces me gusta vestirme bien, maquillarme el rostro y ser coqueta, a veces también me encanta sudar y oler a trabajo dentro de mí misma. ¿Entiendes muchacha? Ella afirmó con la cabeza. —No te dejes más. Habla, di lo que no te gusta, ya es demasiado. No te dejes de nadie. —¡Rosalía!—era el licenciado Torres. —¡Voy licenciado! Se acerca al oído de la Sra. Bruce. —Pinche viejo cerdo…me va a escuchar. Ambas ríen alegremente. Mi mamá me contaba esta historia siempre. Mi madre era Rosalía. Y cada vez que sudo de mis entrepiernas, me lleno de orgullo de ser mujer. Es olor a hembra trabajadora. Yo le quiero contar a todas mis hijas, la historia de su abuela Rosalía… © David Alberto Muñoz
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David Alberto MuñozSe autodefine como un cuentero, a quién le gusta reflejar "la compleja experiencia humana". Viaja entre 3 culturas, la mexicana, la chicana y la gringa. Es profesor de filosofía y estudios religiosos en Chandler-Gilbert-Community College, institución de estudios superiores. Archives
July 2021
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