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Presencia

Tlamanaliztli

11/14/2018

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Tlamanaliztli[1]
Un cuento
por
David Alberto Muñoz
 
Estaba sudando, las manos le temblaban, sus músculos parecían desligarse los unos de los otros. Le faltaba aire. Casi no podía mirar, sus ojos eran cubiertos por una extraña nube de polvo que apareció de la nada haciéndolo toser, y no ver. Sentía que se iba a morir, mientras que ella, ella resplandecía como un faro de luz en la noche.
 
—¿Qué está pasando Luisa? No entiendo.
 
—Cálmate, tranquilo, ven, acércate.
 
Luisa era una curandera a quien Ramón había acudido debido a su estado de salud, que de acuerdo con los médicos era una cuestión mental. Lo mandaron con el psicólogo, pero él, Ramón, fue educado a la manera de pensar que los psicólogos, eran para gente que nada más andaban haciendo berrinche, y no creía en ellos. A Luisa, se la había recomendado Sara, su prima.
 
—¡Me cae que sí primo! A mí me hizo una limpia. Y todo se arregló. Tiene mucho conocimiento de nuestros ancestros.
 
—¿De quién?
 
—Los aztecas, menso. Y te da a tomar algo que parece pulque y sabe a toda madre. Ve con ella.
 
Ramón, temblando ya casi sin control, se acercó a la curandera. Era una mujer en sus treinta años, más o menos, atractiva, con rostro de estrella de cine de los años 40, maquillada cuidadosamente para hacerle ver a los clientes que ella poseía algo. Se miraba misteriosa, provocativa, podía asustar con su simple mirada, al igual que seducir no sólo a los hombres, sino también a las mujeres.
 
—A ti, te metieron un hechizo en el cuerpo. Fue un teyollocuani, esos magos te pueden llevar a la locura. ¿Sabes lo que significa teyollocuani?
 
Ramón negó con la cabeza y se le abrieron los ojos con mucho terror.
 
—“Aquel que come el corazón de la gente”. En tu corazón encontramos una fuerza, teyolía, que es lo que te da la razón en tu mente. Pero alguien desea que te vuelvas loco, por eso te hechizaron. Necesito sacar esos gusanos que te hacen temblar y esa mierda que te está comiendo por dentro.
 
La mirada de Ramón estaba clavada en los ojos de la bruja, quien de pronto parecía haber crecido en estatura y en poder.
 
Sacó un cuchillo, y con el mismo se cortó la palma de la mano derecha, dejando derramar sangre en el rostro de Ramón.
Luisa comenzó a cantar.
 
—No nahual tezcapopoca in mani
Axcan nikan niqui mani
Axcan nikan niqui temo
 
Heya heya heya he heya heya
Heya heya heya he heya heya
Heya heya heya he
Heya heya heya he
 
 
Mi espejo mágico está humeando
En la noche lo veré.
En la niebla me veré.
 
Heya heya heya he heya heya
Heya heya heya he heya heya
Heya heya heya he
Heya heya heya he
 
Mis ancestros emplumados de negro
En la noche los veré.
Ahí los tengo que ver.
Yo mismo soy mi propio enemigo
y me tengo que vencer.
 
 
—Necesitas darte cuenta Ramón. Tú eres tu propio enemigo. Deja ya tus dudas, tus temores, déjaselos a la diosa Tlazoltéotl, señora de las lujurias, de los amores ilícitos, de la carnalidad, deja tu propia alma y sacrifícala ante los dioses para que puedas tener paz interna nuevamente.
 
 
Tomó su rostro y entregó su cuerpo a él.
 
 
***
 
 
Sara estaba tocando la puerta de la casa de su primo Ramón. Quería preguntarle cómo le fue con Luisa, la curandera, aunque había algunos que le decían bruja, hechicera. Era una mujer muy enigmática. De pelo negro, piel morena, y labios sensuales.
 
 
Finalmente, Ramón abrió. Se miraba otro completamente. Tenía un porte increíble. Su manera de moverse era totalmente distinta a la del primo nervioso, al que siempre le temblaban las manos, al que nunca estaba seguro de nada, al que todo le pasaba porque tenía la mente cegada por un hechizo oculto.
 
 
—¡Qué bien te ves Ramón! ¿Qué te hiciste? ¿Es ropa nueva? No te había visto nunca esos músculos. ¿Qué pasó?
 
Ramón, sonrió con una rara seguridad que lo sorprendía a él mismo.
 
—Fui a ver a Luisa. La curandera que me recomendaste.
 
—Pues te fue muy bien, porque te miras increíble. ¿Qué te hizo?
 
—Me mostró que la mejor manera de ser es simplemente siendo tú mismo. Me enseñó a dar lo mejor de mí, por medio de ella entregándose a mí totalmente aquella tarde.
 
—¿Te la cogiste? ¿En serio?
 
—No Sara, no se trata de cogedera nada más, ella, entregó su cuerpo para poder calmar el mío. Los aztecas creían en el sacrificio humano. Para ellos, los dioses requerían de sangre. Y cuando llegó Cortés con sus palabras de que la sangre de Cristo te limpia de todo pecado, perturbó mucho a nuestros antepasados. Le dijo a Moctezuma, déjame poner una cruz y una imagen de la virgen en este templo sobre tus dioses… Moctezuma no pudo. Los aztecas creían que habían existido cuatro edades, o “soles”, previas a aquella en la que ellos vivían, y para evitar la muerte del Sol, realizaban constantes sacrificios humanos, ofreciendo la sangre a los dioses, porque de esa forma, esa sangre les proporcionaba la energía vital para poder existir. Cuando Luisa me entregó su cuerpo, me di cuenta. Es necesario que entreguemos nuestros cuerpos en sacrificio los unos para con los otros.
 
***
 
CDMX.- Esta mañana se descubrieron los cuerpos de Ramón Martínez y su prima Sara Beltrán Martínez, dentro del apartamento propiedad del joven de apenas 27 años de edad. Ambos cuerpos mostraban señas de que alguien les sacó el corazón. El miembro vital no se pudo encontrar por ninguna parte. Una vecina de ellos, Luisa, quién no quiso dar su apellido, dijo que los jóvenes estaban obsesionados con la cultura azteca. Dentro del apartamento se descubrió infinidad de libros, videos y muestras de los sacrificios aztecas de hace mucho tiempo, dónde los seres humanos eran sacrificados a los dioses para garantizar la continua existencia. Dijo, además, que en los últimos meses habían estado muy sospechosos, y que incluso, un día trataron de invitarla a su departamento a que viera como repetían los sagrados ritos náhuatl de los aztecas.
 
 
***
 
— Mi espejo mágico está humeando
En la noche lo veré.
En la niebla me veré.
Mis ancestros emplumados de negro
En la noche los veré.
Ahí los tengo que ver.
Yo mismo soy mi propio enemigo
y me tengo que vencer.
 
Heya heya heya he heya heya
Heya heya heya he heya heya
Heya heya heya he
Heya heya heya he
 
Era Luisa.
 
—Descansa Ramón, junto con Sarita, ambos ahora entienden lo que es el verdadero sacrificio.
 
© David Alberto Muñoz


[1] Sacrificio u ofrenda en lengua náhuatl.
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    David Alberto Muñoz

    Se autodefine como un cuentero, a quién le gusta reflejar "la compleja experiencia humana".  Viaja entre 3 culturas, la mexicana, la chicana y la gringa. Es profesor de filosofía y estudios religiosos en Chandler-Gilbert-Community College, institución de estudios superiores.

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