¿Una boleada?
Un cuento Por David Alberto Muñoz En alguna esquina de la ciudad de México, se podía ver una estructura de metal cubierta por una manta llena de publicidad del Nacional Monte de Piedad. Tal armazón estaba compuesto por una silla cómoda, con un par de patas de acero para descansar los pies, mientras que una persona “acariciaba” los zapatos de quien cómodamente instalado en tal silla, leía el periódico, platicaba con el bolero, o simplemente disfrutaba del panorama frente a él, todo, con el propósito de hacer brillar sus zapatos. También, desde la ventana de su casa, Arnulfo, podía ver a individuos con su cajón de bolear, caminando, buscando clientes. Él, le preguntó a su padre en cierta ocasión: —¿Por qué les dicen boleros papá? —La mera verdad no sé Arnulfito, a ellos no les gusta que les digan así, prefieren que les llamemos, aseadores de calzado. Aunque ellos mismos cuando te ofrecen sus servicios te dicen, ¿no quiere una boleada? —¿Entonces? —Pues veras, en cierta ocasión leí en un diccionario raro de esos que te enseñan algunas variantes del español, que la palabra bolero se utilizó en un libro que se llamó El pajarero, escrito por un tal Ortega M, y ahí decía: “…en mis tiempos de la niñez fui bolero, trabajaba en una cantina…” —De ahí el uso que le damos en México. ¿Por qué preguntas mijo? —Yo quiero ser bolero. —¿Cómo? —Yo quiero ser bolero. —¿Qué te pasa Arnulfito, ¿qué estás diciendo? ¿Entiendes que es un bolero? —¡Claro papá! Un bolero es alguien que bolea los zapatos de la gente. Y hace ese ruido cuando le da bola a los zapatos, y los zapatos rechinan, mientras cobran un brillo reluciente. A ti y a mí nos han dado boleada infinidad de veces. Me gusta verlos cómo trabajan. Hoy en día hasta hay mujeres que bolean. Y pues bueno, a mí me gusta más que una muchacha me dé bola porque me gusta verlas, a mí me gustan las muchachas más que los hombres. —Pero, ¿de dónde sacas esa idea de querer ser bolero? —Los boleros siempre están en la calle, conociendo gente, haciendo dinero. Escuchan a los clientes, y los clientes les cuentan historias fantásticas, como Don Josué, el bolero de la esquina. Él siempre está dispuesto a bolearle los zapatos a ti, a mis tíos, a mí, y mi mamá, cuando quiere que sus botas brillen bien bonito, las manda con Don Josué, para que les de él una buena boleada. Y tanto sólo cobra quince pesos. —Arnulfo, ¿sabes los que estás diciendo? —Sí papá, quiero ser bolero. Desde la primera vez que me llevaste a darme bola, ese trabajo me fascinó. Además, tú siempre me has dicho que yo puedo ser lo que yo quiera ¿no? El padre del niño de apenas 10 años de edad, no sabía cómo reaccionar. —Pero mijo, esa no es una profesión. Es cierto que mucha gente ya lleva hasta 50 años trabajando de bolero, pero ellos mismos te dirán, que en un buen día se gana $150 pesos, y eso no es nada mijo. ¿Cómo vas a comer con esa cantidad? Arnulfito se quedó muy pensativo. En su mente de niño intentaba responder a la pregunta de su padre. A él, le fascinaba aquel trabajo. Ya sabía que tenía que eliminar el polvo del calzado utilizando un cepillo. Después, limpiar con jabón de calabaza para quitar impurezas de la piel del zapato, aplicar tinta en las zonas raspadas y las suelas. Posteriormente, con una brocha sería necesario distribuir la crema para dar color y nutrir la piel, y entonces, aplicar la grasa, con los dedos, para dar brillo y proteger el calzado del polvo y la humedad, cepillar y terminar dando brillo con un paño, haciendo rechinar cada uno de los zapatos. Para aquel niño de edad manceba, todo aquello era un verdadero arte. El padre suspiró…detuvo su respiración por unos cuántos segundos para después decirle a su hijo: —Tal vez tengas razón, bolear zapatos es un oficio, pero también tiene su arte, no cualquiera lo puede hacer. Está bien Arnulfito, si quieres ser bolero, tendrás que ser el mejor. Es más, puede que de esa manera, puedas pagar por tus estudios. En fin…la mera verdad, no desearía que perdieras todavía esa inocencia que puedo ver en tus ojos. El niño se emocionó tanto que salió corriendo casi gritando rumbo al lugar donde posaba aquella estructura de metal, con una manta de publicidad del Nacional Monte de Piedad. —¡Don Josué! ¡Don Josué! —¿Qué pasó Arnulfito? ¿Quiere grasa joven? —¡Mi papá me dio permiso de ser bolero! —¡Chingada madre! Jijiji… —¿No es fantástico? —Pues no sé Arnulfito, veme a mí. —Pos yo quiero ser como usted. —¡Ah Arnulfito, mira nada más qué dices! Detrás de la mirada de aquel niño, una total incertidumbre, al no poder entender las palabras de Don Josué, quién de pronto, sintió una gran dulzura por aquella criatura. —Arnulfo, Arnulfito…lleva siempre esa inocencia dentro de ti, así, nunca envejecerás. ¿Estás seguro de querer pasar el resto de tu vida boleando zapatos? —Sí Don Josué. —Bueno, pues a bolear se ha dicho… Años después, aquel niño se convirtió en adulto. Nunca dejó de bolear zapatos, aunque hubiese tenido la oportunidad de tener una carrera. Cada fin de semana, lo podías ver en el mismo lugar de entonces, con su estructura de metal, con su equipo para bolear, porque al menos él, descubrió, que en la vida hay más que el dinero, también existe el potencial del corazón, el disfrute de hacer algo que realmente nos gusta. Y para Arnulfo, las conversaciones que lograba tener con sus clientes, valían oro puro. A veces se sentía como sacerdote o un consejero, ayudando a la gente a sentirse mejor. Esto era lo que significaba para él el bolear zapatos. Nunca lo entenderé…pero eso ya no hace falta…lo que sí sé, es que ese niño, era yo. © David Alberto Muñoz
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David Alberto MuñozSe autodefine como un cuentero, a quién le gusta reflejar "la compleja experiencia humana". Viaja entre 3 culturas, la mexicana, la chicana y la gringa. Es profesor de filosofía y estudios religiosos en Chandler-Gilbert-Community College, institución de estudios superiores. Archives
July 2021
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