¡Ustedes son Aparicio García!
Un cuento Por David Alberto Muñoz Nunca imaginé serle infiel a mi marido. Lo juro por la virgencita. La idea ni siquiera me entró en la cabeza. Recuerdo como mi madre nos decía a mis hermanas y a mí. —Ustedes tienen que comportarse como mujeres decentes. No como esas mujerzuelas que nada más andan de ofrecidas con todos los hombres. Yo nada más pensaba si eso quería decir que solamente un hombre sería el que me gustaría a mí. Pronto descubrí que no. A mí me gustaban muchos muchachos. Desde Carlitos, el hijo de Amalia, vecina nuestra, Isidoro, ese pingo que nos levantaba la falda a todas en la escuela nada más nos descuidábamos, hasta Samuel, el jovencito que repartía los periódicos en el fraccionamiento. Él era mucho más grande que yo. Pero le gustaba platicar conmigo. Yo estaba muy mocosa. Pero si me hacía sentir como electricidad cuando me acariciaba la pierna mientras me entregaba el periódico de mi papá todas las mañanas. —No dejen que los muchachos las anden manoseando. ¿Entienden? Ustedes son Aparicio García, llevan los apellidos de su padre y el mío, nada de andar de putitas. Un día cometí el error de preguntarle a mi madre. —¿Y si a nosotras nos gusta que nos toquen mamá? Mi madre me levantó de la oreja y fue por un cinto de mi papá, y me ha dado una santa reatiza en frente de todas mis hermanas, que hasta la fecha me acuerdo. Desde entonces deje de preguntarle cosas que yo sentía. Nunca pude entender por qué a mi hermano Guido, sí le permitían hacer cosas de esas…me explico…de sexo…mi papá hasta se carcajeaba cuando Guido llegaba a la casa contando una historia de sus conquistas. Mis hermanas y yo, nada más nos mirábamos como preguntando ¿por qué él sí, y nosotras no? Era el único varón entre 3 mujeres en mi familia, sí, somos la familia Aparicio García. Y aunque Guido no era el mayor, mi papá le daba demasiada importancia, e incluso, le dio permiso de pegarnos si nos miraba platicando con algún muchacho en la calle. Eso nunca se me hizo justo. —Se tienen que dar a respetar. Los hombres nada más andan buscando una cosa, y óiganme bien, ellos nada más quieren sus piernas abiertas. Si en verdad las quieren, las van a respetar y a esperar, como su padre, que hasta el día de nuestra boda me tocó. “¿Y cómo aguantaste amá?” Pensé. Yo he sentido mariposas en la panza desde que estoy muy chiquita. No es a propósito. Todas lo hemos sentido. Quizás unas en mayor intensidad que otras, pero todas tenemos ganas. Yo leí en un libro que es lo más normal. Es más, a mí me gusta que me digan cosas sucias cuando me están haciendo el amor. El tonto de mi esposo no supo cómo reaccionar cuando le dije. —¿Qué quieres que te diga? ¡Estás loca! Eres mi mujer, te respeto. No eres una puta. No se trata de eso. Simone dijo que la mujer no nace, se hace. Pero cuando trate de explicarle eso, nada más me dijo: —Tú no entiendes nada. Así crecí, llegó el momento en el cual simplemente acepté el papel que mi familia, mi marido y todo mundo quería que yo jugara. A veces te olvidas de realizar tus propios deseos. Llegan los hijos, y tus apetitos se te van de las manos. Pero aquella mañana, cuando desperté, y me sentí tan satisfecha, fue la primera vez que Quique, así se llama mi esposo, me había complacido como nunca. Esa noche había logrado tener la paciencia para acariciar cada esquina de mi cuerpo, logrando llevarme al éxtasis. Lo juro por mi madre, creo que fue esa vez cuando alcancé un orgasmo de verdad; me sentí satisfecha totalmente. No fue hasta que volteé, y vi su rostro, que me di cuenta que le había sido infiel a mi marido. No estaba con él…estaba con alguien cuyo nombre ni siquiera recuerdo, cuyas manos podía sentir sobre mi piel todavía. Su aliento lo podía respirar dentro de mi propio paladar. Me humedecí completamente en ese preciso instante, y me entregué totalmente una vez más. Nunca imaginé serle infiel a mi marido. Lo juro por la virgencita. La idea ni siquiera me entró en la cabeza… Fue hasta que desperté que me di cuenta, no estaba con Quique…sólo vi ese rostro extraño, irreconocible, que me llenó de placer. Esta historia casi no la cuento, porque hasta la fecha mi madre nos dice a todas: —¡Ustedes son Aparicio García! Yo nada más pienso, seremos Aparicio García, pero primero que nada, somos mujer… © David Alberto Muñoz
0 Comments
Leave a Reply. |
David Alberto MuñozSe autodefine como un cuentero, a quién le gusta reflejar "la compleja experiencia humana". Viaja entre 3 culturas, la mexicana, la chicana y la gringa. Es profesor de filosofía y estudios religiosos en Chandler-Gilbert-Community College, institución de estudios superiores. Archives
July 2021
|