Ya casi no
Un cuento David Alberto Muñoz Audelio Vargas limpiaba su garaje con mucho cuidado. Desde que se había retirado se hizo el propósito de poner todas sus cosas en orden. Además, le daba algo qué hacer. Nunca pensó que se fuese a aburrir tanto después de su retiro. Aunque sus amigos le decían que en México, su país natal, no se dice así. —Mira Audelio, en Chilangolandia le decimos jubilación. —Pues como le digan…—respondía él. Las primeras semanas las disfrutó mucho. Ya no tenía que levantarse temprano para ir a trabajar. Pasaba sus mañanas leyendo esos libros que siempre quiso leer y nunca pudo. Miraba los programas de televisión matutinos de chismes, dónde miraba la verdadera condición en la que estaba la sociedad del nuevo siglo. Era consumido por un mercantilismo que le decía todos los días: -- Buy, buy, and buy…there might not be a tomorrow! Comenzó a conocer más a fondo a sus vecinos. Ya que vivía en una comunidad de gente más o menos de su edad. Todos los martes hablaba con Rigoberto Tenedor, cuyo apellido hacía reír mucho a Audelio, el susodicho, quién ya hace años, se había cambiado su nombre a Roger Tender, lo entretenía con su plática ya muy americanizada, sobre los deportes, las trocas, y cuánto dinero tenía. —¡Te digo que es verdad Audelio! Decían mis abuelos que a mi familia le pusieron ese nombre porque eran las personas que hacían los cubiertos de la mesa, los tenedores específicamente. Y con el paso del tiempo se quedó como apellido de planta. Audelio lo miraba y después de sonreír con muchas ganas le decía: —A lo mejor eso es cierto, pero eso de cambiarte el nombre por Roger Tender. No manches… — So what? I like that name!—respondía Roger. Audelio encontraba un sin fin de objetos y cosas en aquel garaje de las cuales ya se había olvidado. En una caja encontró sus boletas de calificaciones de la escuela primaria. Recordó como calificaban en México, con números, no con letras como lo hacen los güeros del otro lado de la frontera. Aunque ya no eran nada más los güeros, también los morenos, los negritos y hasta los asiáticos utilizaban el mismo sistema en un país que ya era el suyo, aunque él, todavía lo negaba. Le causó risa el darse cuenta que cuando tomó la clase de inglés en su país, en varias ocasiones había reprobado. Sacó 4 y 5, y en sus buenos meses, aquella boleta lucía un 6, con el cual él se ponía muy contento. Descubrió también revistas con imágenes de mujeres, artistas de su tiempo, con las cuales se masturbaba dejando salir ese animal raro, reflejado en un líquido blanco, que lo había dominado toda su existencia, y que él simplemente llamaba: mujer. Fanny Cano, Silvia Pinal, Verónica Castro, Ana Bertha Lepe, Raquel Welch, en fin, mujeres de otros tiempos. Encontró también algunas fotografías de amigos de antaño, de novias que había tenido en su vida, de escapes ocultos que nadie sabía más que él y uno que otro cómplice que lo acompañó. Tenía retratos de algunas de sus maestras de primaria, como la maestra Tere, quién le enseñó a creer en él mismo, y a valorar la verdad en lugar de la mentira. Era una mujer bien estricta, pero quién le tuvo mucho cariño. También localizó una foto de una de sus maestras de inglés de la secundaria. Se llamaba Miss Jessica, así le decían todos. Al mirar aquella foto de una mujer joven, entre los 20 y 23 años, sentada de pierna cruzada, vistiendo una minifalda, no pudo evitar el reírse con muchas ganas, recordando como todos los varones en esa clase, se querían sentar en las primeras filas para ver tal espectáculo. Todas las muchachas se enojaban y se juntaban del lado izquierdo del salón, para hacerle juicio a la pobre joven, que no sabía cómo controlar las hormonas de aquellos jóvenes en pleno crecimiento. Encontró sus títulos, desde la primaria hasta la universidad. Recordó un sinfín de gente que había conocido. Al profe Saldaña, que se parecía mucho a Jorge Saldaña, el que salía en televisión en ese programa de Anatomías; el mentado profesor era un alcohólico, y todos le llevaban sus botellas de tequila para pasar la clase sin tener que estudiar. Así como la Dra. Dolores Calles Villarreal, quién les hacía ver al mismo diablo de frente, cara a cara en su clase de literatura, pero al final de cuentas, todos aprendían. Evocó también sus años ya dentro del país del tío Sam, cuando no sabía más que dos palabras en inglés: -- Hi and hamburger. Además de repasar cuando estudió psicología, y como logró encontrar un trabajo dentro del gremio de la hospitalidad, dónde hizo carrera por más de 30 años. Todo parecía estar ahí, frente a él… De pronto, Audelio sintió una gran nostalgia. Era como si desde lo más profundo de su ser, una gran tristeza lo invadiera. Poseía como todo mundo, ciertos remordimientos, cosas que le hubiera gustado hacer o no hacer, eso ya no importaba, el punto era que había cometido muchos errores, y de pronto quería poder regresar y no cometerlos. También se vio con toda honestidad a él mismo, y se dio cuenta que tenía sus logros, que era un hombre que había vivido su vida como cada uno lo intenta, que había tenido que trabajar porque a corta edad se dio cuenta que las cosas no son gratis en este mundo. Y de la misma manera se percató que desafortunadamente, aunque todos los humanos pasamos quizás por el mismo tipo de experiencias, nos cuesta mucho trabajo desnudarnos ante el prójimo, por temor a ser juzgados. Y al final de cuentas, él, Audelio, era lo que era por lo que había vivido y nada más. Punto… —A lo mejor mis hijos querrán algo de aquí —platicaba consigo mismo —¿A veces me pregunto qué pasará con todas estas cosas? Todo esto soy yo, mi vida. Es posible que mis nietos sepan mi nombre, ¿pero después? Los hijos de sus hijos y los nietos de sus nietos… ¿A alguien le va importar dónde queda todo esto? Sacó un cigarro de su bolsillo. Lo encendió. Suspiró largamente mientras se levantaba para regresar dentro de su casa. Al entrar, vio a sus tres hijos esperándolo para darle una sorpresa. Eran Audelio Jr., Natalia, quien llevaba el mismo nombre de su mujer, ya fallecida hace varios años, y Oscarito, el más chico. Los tres, al unísono gritaron: —¡Feliz día del amor y la amistad Dad! Sonrió con cierta picardía. Los abrazó y se dejó abrazar por ellos. Dejó salir unas cuantas lágrimas sin estar seguro por qué. Para finalmente expresarle a sus hijos, desde lo más profundo de su corazón: —Por favor, por favor, please, cuando me muera… no vayan a tirar mis cosas… Audelio Vargas falleció un 14 de febrero del año 2018. Sus nietos llegaron a su casa para llevar su cuerpo a cremación. Y lo primero que hicieron fue tirar todas esas mugres que estaban en el garaje. — Do you remember abuelo? -- No, I don’t remember much… —No, yo tampoco…casi no… —Pobre Viejo…ayúdame a tirar esta caja… © David Alberto Muñoz
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David Alberto MuñozSe autodefine como un cuentero, a quién le gusta reflejar "la compleja experiencia humana". Viaja entre 3 culturas, la mexicana, la chicana y la gringa. Es profesor de filosofía y estudios religiosos en Chandler-Gilbert-Community College, institución de estudios superiores. Archives
July 2021
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