Reseña de “El latido de la tierra” de Luz Gabás publicado por Planeta
Un grupo de amigos reunidos tras mucho tiempo. Una mansión anclada en el pasado. Una mujer sacrificada a su legado. Un crimen con una víctima sin identificar, unos nuevos vecinos que llegan para trastocarlo todo. Secretos, mentiras, amores y traiciones. La fidelidad a la familia. Los pecados de los padres que recaen sobre los hijos. Un mundo antiguo que quiere resurgir de sus cenizas. La mansión Elegía sobrevive a duras penas frente a las ruinas del pueblo de Aquilare, expropiado y abandonado, como muchos otros, en los años 70. La familia de Alira fue la única que permaneció allí tras la despoblación, y ella ha seguido fuertemente arraigada a la tierra, a las obligaciones con el pasado, a la tradición. Todo lo ha sacrificado en aras del mantenimiento del legado de sus antepasados: el amor, los hijos... Su mundo consiste en una casa en decadencia, que ya no puede mantener, una madre que envejece, un hermano huraño y otro codicioso. Tras consultar a sus dos grandes amigas, Amanda e Irene, es Amanda quien le sugiere una solución: alquilar varias de las habitaciones de la mansión. Ella misma, que acaba de volver al pueblo tras su divorcio, será su inquilina, y le propone ofrecérselo a Adrián, el primer y único amor de Alira, que ha vuelto también al pueblo con su esposa, Dunia, para pasar unos meses. Aunque no quiere admitirlo, la cercanía de Adrián produce en Alira una inquietud difícil de controlar. Sobre todo cuando Adrián, consciente del deseo que aún despierta en su antigua novia, intenta varias veces romper sus barreras. Otro hecho viene a trastocar aún más el mundo controlado de Alira. Un grupo de repobladores ha decidido instalarse en las ruinas de Aquilare y darle nueva vida. Al principio Alira se aterroriza. Nada volverá a ser lo mismo. Sí, tendrá vecinos por primera vez en muchos años, pero también sabe que muy pronto empezarán los problemas. Entre los nuevos habitantes de Aquilare se encuentra Damer, enérgico e ilusionado, mucho más joven que Alira y completamente diferente a ella. Damer admira la fortaleza de Alira, su compromiso con el pasado, su vinculación a la tierra, su ternura. A ella le deslumbra el entusiasmo de Damer, su pasión, su honradez. Entre ellos surge una atracción que rompe todos los convencionalismos. Su relación hará que ambos se enfrenten a un dilema compartido: mantenerse fiel a unas convicciones que creían sólidas e inmutables o lanzarse a un futuro incierto pero lleno de posibilidades. Mientras, en la mansión, las cosas empiezan a complicarse. Amanda y Adrián tienen una relación clandestina; Dunia, la mujer de Adrián, cada vez bebe más y se encierra en sí misma y Gerardo, uno de los hermanos de Alira, Telma, su mujer, llegan dispuestos a conseguir la parte que les corresponde de la herencia. La aparición de un cadáver en la casa, un cadáver sin identificar, y la subsiguiente investigación por parte de la inspectora Esther Vargas, sacará a la luz la verdadera naturaleza de los personajes y precipitará los acontecimientos que cambiarán el mundo de Alira para siempre. Luz Gabás tiene un apego muy fuerte a la tierra y lo muestra en el paisaje emocional que crea como escenario de sus novelas. Sus obras siempre reflejan el espíritu del Romanticismo como actitud vital, como afirmación del individualismo, del deseo de libertad e identificación con el paisaje, con la tierra propia. En El latido de la tierra este espíritu aparece más que en cualquiera de sus obras anteriores. No es casual el nombre de la mansión que articula la novela: Elegía, el lamento por lo que ya no está. Porque, aunque la mansión siga en pie, lo que representa se ha perdido hace mucho, aun cuando la protagonista se niegue a aceptarlo. Tanto ese cadáver aparecido en las entrañas de la casa centenaria como la propia mansión son metáforas perfectas de un tipo de vida que se desbarata. «…Para ella no había más mundo que esa casa grande y bonita, situada a medio kilómetro del bullicioso y divertido pueblo Aquilare, y esas tierras que recorría junto a su padre escuchando sus explicaciones. Carrascas, enebros, tomillos, sabinas, bojes y aliagas. Tierras secas que para ella eran un vergel. Viñedos, olivares, almendros y campos de cereales…» La autora transita entre la nostalgia de un pasado irrecuperable y la esperanza de un futuro incierto. No nos habla de un mundo idealizado, cuenta sin ingenuidad las bondades de la vida rural y también sus retos. Habla de las contradicciones, de los desencuentros, de las dificultades. El latido de la tierra no es un canto acrítico por los viejos tiempos. Es un relato que invita a la discusión, a la reflexión sobre esa España vacía de la que tantos hablan, pero que a nadie importa. Nos habla la novela de esos intentos de recuperación que se dan de bruces contra una Administración rígida, de leyes que dificultan cualquier intento de reconvertir ese vacío en vida nueva. Es lo que ella llama el nuevo Walden, el regreso a la naturaleza ya no solo por la parte espiritual y romántica, sino también por necesidad económica. «…Un pueblo vacío es una historia truncada. Cada pueblo vacío es una historia por contar...» A través de la investigación de un crimen cuya verdad se va desvelando poco a poco, como una realidad oculta tras un sinfín de velos, Luz Gabás relata una historia que transita entre la novela de misterio, la novela generacional, una esperanzadora historia de amor otoñal y, en especial, una reflexión sobre la tradición, la herencia, la pertenencia, el amor a la tierra y el dolor por su pérdida. No es una novela negra, pero la autora, con gran habilidad, utiliza los elementos de este género para retratar los problemas morales y sociales de los personajes, para difuminar la división entre buenos y malos, para crear una intriga que potencia con la ruptura de la secuencia cronológica y que, además de argumental, es anímica. La búsqueda del culpable, en esta novela, es más el combate de cada personaje con sus propias culpas presentes y pasadas. La desaparición de Dunia, la mujer de Adrián, durante su estancia en la mansión de Alira, alterará la vida del grupo. Tras una búsqueda infructuosa orquestada por César, uno de los mejores amigos de Alira y sargento de la Guardia Civil, el caso quedará suspendido en un limbo de dudas y todos aceptarán sin tener ninguna prueba que la desaparecida se ha marchado voluntariamente, ya que su matrimonio con Adrián hacía agua por todas partes y ya que, además, arrastraba una fuerte depresión. Una experimentada subinspectora de la Guardia Civil, Esther Vargas, sacará a relucir muchos secretos, entre ellos, enamoramientos del pasado y celos insospechados. Finalmente, la agente será la encargada de resolver el caso e identificar al posible asesino. El latido de la tierra es también una novela generacional. La de los hijos de quienes dejaron los pueblos y llenaron las ciudades de todo el país. Hijos de obreros de la industrialización de los años 60, educados en la idea del esfuerzo, del sacrificio, de la responsabilidad. Hombres y mujeres que heredaron la forma de relacionarse con el sexo opuesto, una forma que ya no les servía y tuvieron que reinventar. Es una generación que ronda los cincuenta años, que empieza a envejecer, pero que aún tiene fuerzas para reaccionar, para no aceptar la decrepitud. Alira es el arquetipo de esta generación, una luchadora que se enfrenta a un nuevo reto: adaptarse o abandonarse a la decadencia. Un aspecto interesante de la novela es la importancia de la música. Los títulos de los capítulos remiten a canciones que ilustran la narración, que evolucionan con la acción de la novela. El heavy, dice Gabás, ayuda a expresar los sentimientos mejor que ninguna otra música, ya sea ira o euforia. Es una música que, como los personajes de la novela, tiene una inmensa capacidad de supervivencia, y es rebelde, marginal, una música de perdedores que hace mucho ruido y habla de frustración. Por otra parte, la autora nos habla de la amistad como fuente de cariño y lealtad. Reflexiona sobre el valor de la misma a través de los amigos de la época escolar de Alira y de su reencuentro muchos años después. Gabás pone en tela de juicio la firmeza de estos lazos y trata de averiguar si los vínculos que nos unen a las personas del pasado son realmente firmes. «…Alira no había olvidado ni un detalle. Cuando el presente la defraudaba, se refugiaba en los recuerdos del pasado, especialmente en aquellos que le reforzaban la solidez de materias tan incuestionables como la verdadera amistad…» Con un estilo sencillo y a la vez de gran belleza formal, con descripciones emocionales que remiten a lugares de la memoria colectiva, la autora utiliza el paisaje como un elemento fundamental de la narración. Las ruinas de Aquilare como testigos de un mundo desaparecido, fantasmas de otros tiempos. Y, en especial, la casa, la mansión Elegía, protagonista indiscutible de la novela. «La casa», esa razón de ser de tantas generaciones, lo más importante, lo que hay que preservar por encima de todo, y que ahora se desmorona, es una alegoría perfecta de ese pasado irrecuperable. Es el desencadenante y el consecuente de la acción. Luz Gabás (Monzón, Huesca, 1968) fue profesora de Filología Inglesa en la Universidad de Zaragoza. Persona de muchas inquietudes, durante algunos años simultaneó la docencia con otras actividades como la traducción, la investigación literaria y la participación en proyectos culturales. Desde hace años vive en el valle de Benasque, zona de sus orígenes familiares y a la que se siente muy vinculada emocionalmente. Además, fue alcaldesa de Benasque (Huesca) hasta 2015. Antes de El latido de la tierra, Luz Gabás escribió tres novelas de gran éxito que inició con Palmeras en la nieve (Temas de Hoy, 2012), de la que vendió más de medio millón de ejemplares y de la que incluso se hizo una versión cinematográfica con uno de los actores con más tirón mediático del momento (Mario Casas). Consiguió dos premios Goya: a la mejor dirección artística y a la mejor canción original (Pablo Alborán). En la novela narra la experiencia de su padre como emigrante a Guinea Ecuatorial para trabajar en la plantación de cacao. A este éxito de lectores y crítica le siguió Regreso a tu piel (Planeta, 2014), una novela sobre la brujería en el siglo xvi. Como fuego en el hielo (Planeta, 2017) fue la novela que cerró esta trilogía emocional con sus queridas montañas del Pirineo como protagonistas. Si la primera novela hablaba de su pasado familiar y la segunda presentaba una historia de brujería y delación, en la última se sumergía en el Romanticismo a finales del siglo xix y narraba una complicada historia de amor. ©Violant Muñoz ©Mediâtica, agencia cultural
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“La biblioteca de la luna” de Francesc Miralles
publicada por Espasa Una novela reveladora sobre el futuro de la humanidad en una colonia espacial. Desde que Moira trabaja como ingeniera en el primer complejo hotelero en la Luna, la vida de Verne languidece entre su empleo como tarotista online y los lamentos por no haber mostrado nunca sus sentimientos al amor de su vida. Cuando un giro del destino hace que sea contratado en la colonia lunar, Verne descubrirá que lo que le espera «allí arriba» no tiene nada que ver con lo que había soñado. Las extrañas aventuras que empezará a vivir en Exovillage, tras la misteriosa desaparición de su fundador, le revelarán aspectos desconocidos sobre Moira y sobre sí mismo. Autor traducido a cuarenta y ocho idiomas, Francesc Miralles nos ofrece una deliciosa y trepidante novela sobre el amor, el deseo y los enigmas de la existencia. En un futuro más o menos cercano, Kumar, un excéntrico magnate, crea la primera colonia humana en la Luna: Exovillage, centro turístico para grandes fortunas. Verne, lingüista que trabaja en un call center, está enamorado de Moira, ingeniera en telecomunicaciones, radicada en Exovillage y que sufre «melancolía espacial». El joven logra trasladarse allí para ejercer de bibliotecario (en la Tierra se prohibieron los libros impresos para evitar la deforestación) y encontrará textos que buscan la perfección intelectual. Cuando Verne logra salir a explorar la superficie lunar da con un raro eremita que se transformará en su maestro zen... La novela discurre en un futuro más o menos cercano, en el que la sociedad y la tecnología han evolucionado. Moira es ingeniera de telecomunicaciones y está trabajando en Exovillage, la primera colonia humana en la Luna. Se trata de un centro turístico creado por un misterioso magnate llamado Kumar, de coste desorbitado y con precios de visita y estancia también gigantescos, destinado a grandes millonarios que se puedan permitir tales dispendios. Su mejor amigo, y enamorado más o menos en secreto de la chica, es Verne, un joven licenciado en lingüística semita —una carrera casi sin futuro—que se gana la vida trabajando en una empresa “consultora existencial” de Los Ángeles, en realidad un gran call center cuyo negocio es echar las cartas de tarot a los que acuden a ese servicio telefónico. Ambos llevan muchos años siendo amigos íntimos, sin que Verne, llevado por su carácter introspectivo y algo pusilánime, se haya atrevido a dar el paso de declararle su amor; pero lo cierto es que desde que la muchacha partió a la base lunar, a la que la ata un contrato irrompible de 18 meses, se halla sumido en la desolación de no poder verla, limitando su contacto a mensajes electrónicos poco frecuentes, debido a las dificultades de comunicación con Exovillage. Ante la inminente apertura al público, una vez que la base está ya montada y su personal adiestrado, Verne ha presentado con pocas esperanzas una solicitud de incorporación para personal auxiliar de restauración valiéndose de un currículum falseado. Moira, por su parte, padece agudamente una especie de depresión que califican como “melancolía espacial”, que la hace sufrir mucho. Una noche, Verne traba contacto con una compañera del Call center, Lily, cuarentona en muy buena forma y atractiva, que demuestra inclinación hacia él y procura su compañía. Se trata de una pelirroja sin prejuicios y hedonista. Lily será despedida del call center por la disminución del negocio y la necesidad de reducir el personal, y el propio Verne es llamado a capítulo por la jefa del negocio, una sesentona llamada Marianne. Pero ante su estupor, no solo no le han citado para despedirlo, sino que le ofrecen un puesto de supervisor e instructor del personal; la razón es que, aunque Verne no es avezado en el tarot, sino todo lo contrario, en sus conversaciones con los clientes —necesitados de orientación y consuelo— se basa en su sentido común, su humanidad y su capacidad de empatía hacia el prójimo, lo que le ha convertido en el “consultor” más solicitado. Verne es citado a una entrevista para la empresa que gestiona el Exovillage lunar. Viaja a Ginebra para hacer la entrevista de trabajo: en ella va todo mal y en principio es desestimado, pero sorprendentemente en el último momento la situación da un vuelco. La segunda partetranscurre en la Luna, en Exovillage. Allí es recibido por la directora, Deborah. El complejo lunar está dotado de todo tipo de servicios turísticos, restaurantes, discotecas, centros lúdicos, y sobre todo tiene una atracción especial, la cueva de los aborígenes, un lugar profundo donde se conserva en un depósito transparente lleno de agua salada un gran pulpo con sus crías, puesto que ya ha quedado establecido sin dudas el origen extraterrestre de este animal, que además fuera de la Tierra ha multiplicado sus capacidades intelectivas. Un hecho fundamental en el relato es que, muchas décadas atrás, en la Tierra se prohibió la existencia de libros impresos, por razones de preservación medioambiental, para evitar la desforestación provocada por la fabricación de papel, y solo existen medios electrónicos de lectura; los libros han sido proscritos y perseguidos. Por ello, la sorpresa de Verne es descomunal cuando se le comunica que en Exovillage existe, como atracción también, un gran depósito de libros impresos de gran valor, y que su función es la de ejercer de bibliotecario de esa magna biblioteca de la Luna, un puesto de gran privilegio. Verne se entrega con entusiasmo a su tarea, preparando la biblioteca para su apertura a los turistas de inminente llegada, y descubre que el contenido de la misma es casi monotemático: libros de religión y de espiritualidad de todas las culturas humanas, sobre todo las orientales, hinduismo, budismo, zen, jainismo, taoísmo, es decir, la vía a la perfección espiritual de los humanos. Esto coincide plenamente con los intereses intelectuales de Verne, que empieza a comprender que su selección ha respondido a un criterio autorizado. Otra cuestión importante que el enigmático Kumar, el dueño del complejo espacial, personaje singular y extraño, está prácticamente desaparecido, y circulan rumores incluso sobre su muerte. La relación de Verne con Moira sigue siendo agradable y fluida, pese a la terrible decepción amorosa del primero. Descubre en la biblioteca una puerta situada al fondo que, ante su sorpresa, se abre al contacto con su pulsera electrónica; allí hay un vehículo exterior lunar, algo que está vedado terminantemente al personal, y dos trajes espaciales, todo ello en condiciones de uso. Así, abandona Exovillage y comienza a explorar la superficie lunar, hasta llegar a un cartel que prohíbe taxativamente el paso más allá; en su segunda salida decide traspasar este punto y llega a una especie de colina, detrás de ella hay unas edificaciones más pequeñas. Accede a ellas y penetra hasta una sala habitable en la que hay un extraño personaje eremita que le espera. Evidentemente todo ha sido preparado para propiciar este encuentro: su elección como personal de Exovillage, su designación de bibliotecario, la disponibilidad del transporte. Desde ese momento comienza una relación de amistad paterno filial entre ambos, Verne como aprendiz y Kumar como maharashi, maestro zen, que va abriendo la mente espiritual de Verne a nuevas perspectivas. Se trata de una novela de anticipación —no propiamente de ciencia ficción—, mezclada con un relato de evolución espiritual, muy influido por la doctrina zen, y también de una historia romántica. La novela propone un escenario futuro con dos características específicas: la prohibición del libro impreso y su persecución (influencia del Farenheit 451 de Ray Bradbury) y el establecimiento de una base lunar como zona de vacaciones para millonarios, que da lugar al autor para la recreación de un microcosmos humano aislado por las condiciones materiales de dicho lugar. Un factor mucho más presente en la novela es el de la espiritualidad oriental. En el texto demuestra un conocimiento amplio de obras de “progreso espiritual”, sobre todo de naturaleza orientalista. Se citan numerosos haikus y fragmentos de libros (incluido uno que, al parecer, era libro de cabecera de Elvis Presley). Este aspecto, en el que juegan un papel destacado Verne, el discípulo, y Kumar, el maestro, resulta ciertamente original, ya que no suele ser habitual como asunto literario en los tiempos actuales. Por último, la historia romántica versa en torno a las tribulaciones sentimentales de un hombre un tanto apocado, incapaz de decir que ama a Moira durante tantos años de intimidad amistosa, que se resigna cuando después de haber viajado a la Luna y comprometer su futuro por 18 meses en vez de dar la batalla por conquistar a Moira, e incluso se autocondena a la soledad cuando decide permanecer con Kumar en la base. Pero todo da un giro inesperado... Francesc Miralles (Barcelona, 1968) es escritor, periodista y músico. Es autor de varias novelas, como “Amor en minúscula”, “Wabisabi” y “Ojalá estuvieras aquí”, además de diversos ensayos en coautoría, como “Ikigai”,traducido a cuarenta y ocho idiomas, con un millón y medio de ejemplares vendidos en todo el mundo.Tiene un espacio semanal en RNE y es colaborador habitual de El País Semanal, MenteSana e Integral. © Violant Muñoz i Genovés © Mediâtica, agencia cultural |
Violant Muñoz i Genovés
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December 2024
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