Por Violant Muñoz i Genovés
EL SACRIFICIO DE UN HOMBRE, LA LUCHA DE UNA FAMILIA, LA CONCIENCIA DE UN PAÍS. El 5 de marzo de 2013, Nicolás Maduro, sucesor designado por Hugo Chávez, anunció la muerte del dictador, aunque —nos explica Javier Moro— luego se supo que había fallecido tres meses antes. Este secretismo sirvió para que Maduro manipulase la situación y se asegurase las elecciones presidenciales, concluye el autor. En 2014, tras liderar las manifestaciones de protesta contra el régimen de Maduro, el joven activista Leopoldo López tuvo que enfrentarse a una complicada: abandonar Venezuela y seguir luchando por la libertad de sus compatriotas en el extranjero, o permanecer en Caracas y correr el riesgo cierto de una durísima condena de cárcel. No lo dudó ni un instante. Se metió en la boca del lobo. Y se convirtió en héroe. En un juicio amañado, fue condenado a catorce años de prisión. Esta es la historia de cómo sobrevivió, de cómo sus padres y, sobre todo, su esposa, Lilian, movieron cielo y tierra para conseguir su liberación. Y, al hacerlo, desenmascararon ante el mundo la verdadera naturaleza del régimen. Con el estilo lleno de fuerza que lo ha convertido en uno de los autores actuales más respetados, Javier Moro ofrece en estas páginas el relato de unas vidas que tuvieron que pasar de la normalidad a la excepcionalidad y que, por ello, resultan tan apasionantes como ejemplares. Con Nos quieren muertos, Javier Moro firma una de las mejores novelas de no ficción periodística de los últimos años. Basándose en una profunda investigación en distintas fuentes y archivos, en una completa bibliografía —que ha incluido al final del libro— y en entrevistas personales con los protagonistas, ha construido una obra profunda, trepidante como el más interesante de los grandes reportajes y tan absorbente como sus mejores novelas históricas. Los hechos narrados abarcan un decenio, desde la proclamación de Nicolás Maduro como presidente de Venezuela, en 2013, hasta la actualidad. Hay, naturalmente, menciones a hechos anteriores, que ayudan a enmarcar los acontecimientos narrados y completan el retrato de los principales personajes. La novela sigue un desarrollo cronológico. Está dividida en tres partes, correspondientes a las tres fases de la aventura vital de Leopoldo y Lilian, y de la misma Venezuela durante el período 2013-2023. La primera parte, «EN LA BOCA DEL LOBO», describe el nacimiento de las protestas contra Maduro hasta el ingreso en prisión de Leopoldo. La segunda parte, «SALVAR A LEO», narra la dureza de su encierro, los esfuerzos de Lilian, los padres de Leopoldo y sus colaboradores por conseguir su libertad, y los momentos más importantes del proceso que acabaría con una condena de catorce años de prisión. La tercera parte, «¡LA LIBERTAD, HERMANO!», se inicia con su salida de prisión para cumplir un arresto domiciliario y los hechos que culminaron con su exilio en Madrid. LEOPOLDO LÓPEZ (Caracas, 1971) procede de una familia vinculada con la política venezolana desde principios del siglo XX. De hecho, el prólogo de Nos quieren muertos nos lleva a Puerto Cabello, en 1925, cuando el doctor Eudoro López —cirujano con un posgrado en la Sorbona— es liberado del castillo de San Felipe, convertido en prisión por el dictador Juan Vicente Gómez, un enemigo contra el que lleva luchando casi dos décadas. El combativo doctor López era el bisabuelo de Leopoldo. Leopoldo López estudió Economía y su primer empleo fue en la compañía Petróleos de Venezuela, en la oficina del Economista Jefe. Realizó, además, un máster en Políticas Públicas en la prestigiosa Escuela de Gobierno John F. Kennedy, de la Universidad de Harvard. En 2009, presentó el movimiento opositor Voluntad Popular. Fue alcalde del distrito caraqueño de Chacao entre 2000 y 2008. Su desafío al gobierno de Chávez le valió una continua persecución política. Dice de él Javier Moro: «...Leopoldo López se había distinguido por una gestión transparente y eficaz. Gran orador, se hizo rápidamente muy popular, tanto que las encuestas lo daban ganador a la alcaldía de la Gran Caracas y lo colocaban como rival de Chávez en unas eventuales elecciones. El comandante olió el peligro y echó mano del director del Tribunal de Cuentas, un dócil aliado, que inhabilitó a su adversario para cargos públicos bajo la falsa acusación de uso indebido de fondos estatales. Así fue como le cortó las alas. Ya Venezuela había dejado de ser una democracia...» LILIAN TINTORI (Caracas, 1978). Esposa de Leopoldo López y madre de sus tres hijos: Manuela, Leopoldo Santiago y Federica. Se graduó en Educación Preescolar en la Universidad Católica Andrés Bello y ejerció unos años como maestra. En 2002, obtuvo un certificado de locución en la Universidad Central de Venezuela. Durante seis años trabajó en diversos medios de comunicación, tanto radio como televisión. En 2009 se diplomó en Comunicación Política en su antigua universidad. Cuatro años después, en 2013, se graduó Coach por la International Couching Community. Es una destacada deportista, antigua campeona de su país en kitesurf y habitual corredora de maratones. Después de la detención de Leopoldo, en 2014, multiplicó su presencia pública en defensa de las víctimas y represaliados por el régimen de Nicolás Maduro. Tras sus entrevistas con varios dirigentes internacionales, entre ellos los presidentes en ejercicio de Estados Unidos, España, Argentina, Chile, Brasil y México, convirtiéndose en el rostro internacional de la oposición venezolana. Es imposible incluir en el dosier todos los personajes que cuentan con un papel importante en este drama venezolano. Además de los padres de Leopoldo López —DOÑA ANTONIETA MENDOZA y DON LEOPOLDO LÓPEZ—, amigos y colaboradores de Leopoldo López y Lilian Tintori, políticos venezolanos e internacionales, funcionarios, jueces y fiscales, militares, empresarios, diplomáticos, etc., Javier Moro recupera la memoria de estudiantes y de trabajadores asesinados y represaliados, y de otras víctimas del régimen de Maduro. La mayor parte de la narración de Nos quieren muertos está situada en diversas localizaciones del área metropolitana de Caracas. La otra ciudad con un peso específico importante en la novela es Madrid, en donde Leopoldo y Lilian viven en la actualidad con sus tres hijos. Viajamos, además, a otras ciudades venezolanas y capitales internacionales. Estos son cuatro de los escenarios con mayor presencia —real y simbólica— en el libro. Prisión de Ramo Verde. Centro penitenciario militar situado en Los Teques, capital del Estado de Miranda, y que forma parte —en el sudoeste— de la Gran Caracas. Es conocida por su estricta disciplina, reservada a militares y a civiles que, como Leopoldo López, el régimen considera un riesgo para la seguridad del Estado. La Tumba. Se llama así al quinto sótano situado bajo el edificio de la sede del Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional (SEBIN), en la plaza Venezuela, de Caracas. Se ganó una terrible reputación durante las protestas de 2014 y 2017. Dispone de celdas pequeñas en las que los detenidos son sometidos a un aislamiento controlado con cámaras y micrófonos. Residencia y embajada de España. Leopoldo y Lilian se refugiaron en la residencia de la embajada de España. Las oficinas de la legación se encuentran en la avenida Mohedano, en La Castellana. Ambos complejos están situados en el municipio de Chacao, el más próspero de la capital, del que Leopoldo fue alcalde. Palacio de Miraflores. Sede del Gobierno de Venezuela. Allí está ubicado el despacho oficial del Presidente de la República. Se encuentra en la zona centro-oeste de Caracas, no muy lejos del Palacio Federal Legislativo. Aunque comenzó a construirse durante la presidencia de Joaquín Crespo (1884-1886), no empezó a utilizarse como Palacio Presidencial hasta 1900, bajo el gobierno de Cipriano Castro. Javier Moro es uno de los autores más queridos por los lectores y valorado por la crítica del panorama literario en español. Periodista y escritor, también ha trabajado en el mundo del cine como guionista y productor. Entre sus libros, destacan Senderos de libertad (1992), El pie de Jaipur (1995), Las montañas de Buda (1998), Era medianoche en Bhopal (2001), en colaboración con Dominique Lapierre, Pasión india (2005), El sari rojo (2008), El imperio eres tú (Premio Planeta, 2011), A flor de piel (2015), Mi pecado (Premio Primavera, 2017), y A prueba de fuego (2020). © Violant Muñoz i Genovés © Mediâtica, agencia cultural
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Entrevista a Virginia Garzón Albiol por su novela "Un tesoro en el ovlido" publicado por Ediciones B11/22/2023 Por Violant Munoz i Genovés
«La baldosa hidráulica es un arte en peligro que debemos proteger» .- ¿Cuéntanos cómo nació la idea para escribir la novela? El artículo «Los Robin Hood de los suelos», de la periodista Ana Sánchez me descubrió una realidad que yo desconocía, la de los rescatadores de baldosas. Las recogen de los sacos de escombros y las salvan de la destrucción. Barcelona, como tantas otras ciudades, es objeto de una especulación urbanística salvaje y estamos perdiendo auténticas obras de arte. Gracias a los cazadores de baldosas, conservamos parte de este patrimonio artístico e histórico. El tema me fascinó y, cuanto más investigaba, más descubría la importancia que los pavimentos hidráulicos tuvieron durante el Modernismo. Algunos diseños contaron con los artistas más reputados del momento, como el dragón protagonista de la novela, obra de Lluís Domènech i Montaner y que figura en el catálogo número 6 de la fábrica Escofet (año 1900). Enseguida sentí la necesidad de escribir una novela sobre las baldosas hidráulicas para devolverles el lugar que les corresponde. La idea de relacionarlas con un tesoro surgió de forma espontánea, porque cada una de ellas es un pequeño tesoro. .- ¿Te costó adentrarte en el mundo de las baldosas y contactar con los expertos en el tema? El artículo de Ana Sánchez me descubrió a dos rescatadores de baldosas, Alberto Twose y Joel Cánovas, más conocido como The Tile Hunter. Primero curioseé sus redes sociales para ver lo que hacían, y luego los contacté para entrevistarme con ellos. En el transcurso de la investigación descubrí un libro fundamental para la escritura de la novela: L'art del mosaic hidràulic a Catalunya, de Jordi Griset, publicado hace dos años en castellano como El arte del mosaico hidráulico. Él y su libro fueron esenciales para comprender la belleza y la importancia de este tipo de suelos durante el Modernismo. Con el libro descubrí la existencia de Mosaics Martí, un taller de Manresa que continúa fabricando baldosas hidráulicas al estilo tradicional. Albert Martí, nieto del fundador, me abrió las puertas del taller y, con Jaume Torrejón, maestro mosaísta, fabriqué tres baldosas. Todos fueron encantadores y respondieron a mis preguntas, incluso las más extrañas. El personaje de Bernat se hace querer, da vida a uno de los cazadores de baldosas. .- ¿Cuánto de real hay en él? Bastante. Me inspiré en The Tile Hunter, con el que me he reunido en numerosas ocasiones. Es imposible hablar con él y no sentir su pasión por las baldosas hidráulicas. Hace poco me dijo una frase que resume muy bien su sentir: «no hi ha rajola lletja», «no hay baldosa fea». Siente una imperiosa necesidad de rescatar todas las baldosas posibles, porque la alternativa es su destrucción. Se desvive por salvarlas, a pesar del dolor de espalda que conlleva cargarlas, del estrés de no saber dónde guardarlas porque tiene muchas, miles. Le aprecio muchísimo y le considero un buen amigo. Bernat no existiría sin Joel. .- ¿Podemos encontrar en Barcelona los seis dragones idénticos? En Barcelona hay unos cuantos dragones idénticos, pero no los de la novela. Esos son producto de mi imaginación. O mejor dicho, de la de Florencio. Sí son reales las localizaciones del dragón original de Domènech i Montaner en el Ateneu, MNAC y Farmacia Bolós. .- ¿Ve la autora una Barcelona diferente una vez terminada la novela? Por supuesto. Veo una ciudad llena de arte por todas partes. Un arte que está en peligro y que debemos proteger. Es parte de la historia de la ciudad, de nuestra gente. También veo dragones en cada esquina, lo que resulta un poco inquietante. .- El personaje de Clara al inicio de la historia, es una figura desconfiada, que no cree en la fantasía. ¿Dirías que su relación con los cazadores de baldosas, con Gisela, ¿le abre las puertas a un mundo nuevo? Estoy convencida de ello. Gracias a la relación que mantiene con todos ellos, se abre al mundo, a la vida. Como en el mundo real, la relación con los demás es lo que la hace evolucionar. .- De los distintos barrios que mencionas en la novela, Galvany tiene un papel fundamental. ¿Por qué has escogido este barrio y no otro? Por un tema sentimental. Era el barrio de mi familia materna y, también, el mío durante muchos años. Que el domicilio de Clara esté en la calle Madrazo no es casual, como tampoco lo es que su abuela Teresa trabajara en el mercado Galvany o que haya escenas en la panadería Roura, el rápido Lodeiro, la perfumería Marta o la librería Casa Usher. Ha sido mi manera de homenajear al barrio y a su pequeño comercio. .- En la novela se trata con naturalidad el tema de las relaciones sentimentales entre mujeres. ¿Para ti era importante darle este enfoque? Sí, porque es un reflejo de nuestra sociedad actual. Durante décadas, en este país las mujeres lesbianas, y el resto del colectivo LGTB Q +, no han podido disfrutar de los mismos derechos que las parejas heterosexuales y, encima, han sido perseguidas, como refleja la historia de Teresa, la abuela de la protagonista. Me parecía importante señalar esta mejoría y, de este modo, celebrarla. .- ¿Tendremos pronto otro tesoro por descubrir? ¿Estás trabajando en otro manuscrito? Estoy a punto de terminar el primer borrador de mi siguiente novela. Todavía le falta trabajo, pero la historia ya está bastante dibujada. Por superstición, prefiero no desvelar todavía nada de la trama, aunque sí puedo adelantar que va sobre el mundo del cine. ¿Qué mensaje quieres trasladar a los lectores de tu novela? Espero que la novela les haga mirar de otra manera el suelo que pisan. También me gustaría que la historia de Clara, Florencio y los demás personajes les invite a soñar. A veces los sueños se cumplen. Con esta novela yo he cumplido el mío de publicar en una editorial tradicional, y nada menos que en Ediciones B. Me siento muy afortunada y agradecida. © Violant Muñoz i Genovés Por Violant Muñoz i Genovés ¿Qué le dirías a tu madre que no le has dicho nunca? ¿Y si hubiera cosas que no sospecháis la una de la otra? Tras la estela del éxito de “Mujeres que compran flores”, que ha vendido más de 300.000 ejemplares y se ha publicado en más de veinte países, la nueva novela de Vanessa Montfort explora los complicados lazos entre madres e hijas con una historia emocionante, tierna, cómica e inteligente que cautivará tanto a unas como a otras. Porque no todas las mujeres son madres, pero todas son hijas. Mónica entrena perros para la Policía Nacional, aunque siempre ha querido ser detective, y debe lidiar con una madre que llama permanentemente su atención. A raíz de la extraña muerte del paseador de perros del barrio, se encargará de investigar qué sucedió recuperando el contacto con su grupo de amigas de la infancia, ya que sospecha que sus madres ocultan algo. Se hacían llamar «las malas hijas» y, aún hoy, no consiguen sentirse lo suficientemente buenas: una actúa como madre de su propia madre; otra se sintió abandonada por su progenitora; otra nunca ha escuchado que esté orgullosa de ella... ¿Conseguirán reconstruir sus relaciones maternofiliales como mujeres adultas? ¿Descubrirán el misterio de la muerte Orlando? Estos enigmas se resolverán bajo la atenta mirada de los perros que paseaba, quienes también tendrán mucho que decir sobre cómo manejamos las relaciones humanas. «A los siete años le dices: mamá, te amo. A los diez: mamá, te quiero. A los quince: mamá, déjame en paz. A los dieciocho: quiero irme de esta casa. A los cuarenta: mamá, no me controles. A los cincuenta: no te vayas, mamaíta. A los setenta: cuánto daría por estar cinco minutos contigo, mamá» Así resume uno de los protagonistas el lazo que nos une con nuestras madres, un lazo inquebrantable que no pocas veces parece estar a punto de romperse. Crecer provoca en nosotras la necesidad de tomar nuestro propio camino y alejarnos de la herencia que a menudo rechazamos, una forma de reivindicar que tenemos derecho a ser nosotras mismas, una independencia reclamada y necesaria que con la edad aprenderemos a conquistar más o menos sanamente. Llegado el momento, cortaremos el cordón umbilical, pero no para alejarnos, sino para dejar de cargarlas con nuestro peso emocional. «... las madres, con sus cuidados, son los primeros seres humanos que nos hacen sentirnos deseados». «El error está en pensar que la madre que te crió bien o mal tiene que seguir haciéndolo ahora, en el futuro. Hay que reconstruir esa relación, pero desde dos adultos que tienen que adaptarse a sus nuevos roles. Y dejar que ellas conozcan a ese yo que, sí, claro que es consecuencia de nuestra crianza, pero también de cómo nos hemos construido nosotros mismos después. No echemos balones fuera, compañeros... Ese yo en el que nos hemos convertido, si no dejamos que lo conozca ni siquiera nuestra madre, acaba sintiéndose solo. Y desconectado de ella y del mundo...». Tras documentarse a través de entrevistas para tomar notas del natural (como hiciera con Mujeres que compran flores,) y con psiquiatras expertos en terapias familiares, Montfort ha logrado dibujar en “La hermandad de las malas hijas” cuatro nuevos prototipos de relaciones maternofiliales que podemos identificar en la actualidad y en los que la gran mayoría de los lectores se verá reflejado. La dependencia, el chantaje emocional, la deuda afectiva, la dificultad de ser madre y tener que cuidar de tu propia madre, la sospecha o incluso la certeza de no ser lo que ellas esperaban, de no cumplir sus expectativas, el abandono (de madre a hija y viceversa), la culpa... son algunos de los temas que la autora desarrolla en las páginas de esta novela. Esta es también una historia generacional, pero de dos generaciones. El reencuentro de un grupo de amigas que provoca otro, el de las hijas con sus madres, que pertenecen a otra generación: muchas pasaron de ser niñas a mujeres y madres de la noche a la mañana, sin que nadie las guiase y las cuidara. Que fueron ellas las que les dieron alas, a pesar de que sabían que las dejarían solas. ¿O no lo sabían? Que tejieron un hilo para guiarnos por un laberinto de libertades recién conquistadas. Y que no hay por qué sentirse una mala hija por no ser perfecta pero tampoco debe de sentirlo una madre. Un diálogo nunca surge de los reproches. “La hermandad de las malas hijas” es una historia original con una fuerte carga psicológica. Una lectura alegre y tierna a veces, y otras profundamente íntima y crítica. Un homenaje a la madre de carne y hueso, a las nuestras, pero también a esas hijas que lo hacen lo mejor que pueden, a nosotras. Un regalo para compartir que puede ser la llave que abra una ventana al diálogo sentimental: ¿qué le dirías a tu madre que no le hayas dicho nunca? ¿qué crees que ella te diría a ti si pudiera? ¿ha llegado la hora de hacerlo? La Plaza de Oriente se convierte en un personaje más, un personaje de leyenda. Desorientada, como sus personajes, y que ha sufrido los cambios del tiempo. Una desorientación que marca la relación entre unas madres que sienten que han dejado de serlo y unas hijas que, erróneamente, se convierten en madres de sus madres. «La plaza... Había sólo cuatro en el mundo con ese nombre, pero, de todas, la plaza de Oriente de Madrid era la única orientada a Occidente como una brújula estropeada. Quizá por eso a lo largo de los años fue uniendo tanto como desorientó a quienes la habitaron. Gracias a eso también les regalaba delirantes atardeceres con los que soñar o enamorarse». Las madres fueron una vez fuertes y valientes a ojos de sus pequeñas, fueron mujeres antes de que ellas llegaran al mundo. Fueron ellas quienes vivieron bajo una Dictadura, fueron a la universidad y corrieron delante de los grises mientras pregonaban ideologías que denunciaban la represión y la necesidad de libertad. A pesar de todo, no todas pero sí muchas, volvieron sus casas tras las primeras conquistas y hoy, cuando sus hijas han volado del nido, se preguntan dónde se quedaron sus vidas porque el espejo de sus hijas amplifica sus frustraciones. Las madres de esta novela fueron zarandeadas por unos vientos de cambio que agitaron la Transición. Y entonces, en medio de aquella vorágine, descubrieron cuánto estaba cambiando el Madrid señorial y herido desde la posguerra. Cada vez éramos más modernos y la plaza de Oriente, que en el fondo ha seguido siendo la misma, con sus reyes godos vigilando desde el pasado, su Teatro Real y sus cafés antiguos, vivió quizás su mayor transformación a raíz de su condición de peatonal en la década de los noventa. «Margarita siguió recordando: por aquel entonces esa pastelería se llamaba la Tahona del Espejo, como el nombre de la calle, y las ruinas que se veían ahí, bajo el suelo de metacrilato, eran las antiguas murallas que defendían Madrid (...) Pero para Margarita aquel lugar era un placer culpable: le gustaba por sus tartaletas de hojaldre en forma de cisne, porque se columpiaban en el aire melodías barrocas y porque, en su día, allí bajaba a comprar el pan Mariano José de Larra. No dejó de hacerlo ni siquiera el día en que se voló la cabeza sobre uno de sus libros, ¿sabía eso?, justo en aquella casa, y señaló con su dedo huesudo unos balcones». Los libros de Enid Blyton; La historia interminable, que todos los de varias generaciones leímos, emulando a Bastián Baltasar Bux; Barrio Sésamo, los dibujos de Hanna Barbera, la señora Fletcher, Dallas, las series que veían nuestros padres y compartían con nosotros, Dinastía o Falcon Crest; el David Bowie que para los niños de entonces se convirtió en el rey de los duendes (Dentro del laberinto); Indiana Jones y el primer eslabón de nuestra cultura cinéfila... Esa cultura a la que ellas abrieron la puerta formó parte del paisaje de una ciudad también compartida: en la Joy Eslava hemos bailado madres e hijas y ambas hemos cerrado bebiendo El Anciano Rey de los Vinos o el Caripen, ese antiguo tablao de Lola Flores...
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